miércoles, 29 de diciembre de 2010

Compañía

Aquí está, de vuelta, el pequeño gatito negro de uñas afiladas que se aferra a mi pecho. Aparece casi siempre por la noche, cuando estoy cansada, cuando el silencio se adueña del mundo. Entonces lo siento acurrucarse junto a mi corazón, como si necesitara escuchar mi latido, como si bebiera de él, igual que haría con su platito de leche. Es en el silencio cuando puedo escuchar sus débiles maullidos, sonidos inconexos que deben tener un significado que no alcanzo.

El gatito que no tiene nombre a pesar que me acompaña desde hace tanto clava sus uñas bajo mi piel pidiendo caricias, pero me duele y entonces mi mente se pone frenética intentando encontrar una explicación a su aparición repentina, quizá algo que hice mal, o algo que no hice, o algo importante que estoy olvidando, puede que algo evidente que me niego a ver. Quisiera huir, para eso trabaja mi cabeza con tanto ahínco, para hacer que se vaya, que se marche, que me deje sola, para que me permita descansar.

Pero no se puede huir de algo que vive dentro tuyo, no puedes huir de tu hígado, de tus intestinos inflamados, del caos que todo cuerpo es mirado desde muy cerca. No puedo marcharme, no puedo no estar aquí. Me siento en el sillón, o frente al teclado, como quien se apresta a la lucha, una lucha desigual para la que no tienes armas o conocimientos suficientes, una lucha no elegida pero inevitable. ¿Y con qué me encuentro? Con que todo es absurdo, no puedes luchar con semejante angustia contra un gatito pequeño de ojos verdes que está tan asustado com tú.

¿Y sabes qué? Preferiría no estar contándote esto, es cierto, preferiría estar en una playa tumbada al sol en plena noche, o riendo una comedia cualquiera, preferiría tener otra mascota diferente, más llevadera, más comprensible, un loro por ejemplo, algo, alguien de quien entendiera el lenguaje, algo, alguien que me contara deprisa qué está pasando para poder solucionarlo y ponerme luego a leer la novela de turno.

Pero sólo tengo un gato, un gatito pequeño al que no sé ponerle nombre, un animalito tan asustado que se me agarra al pecho con sus uñitas afiladas dispuesto a no separarse de mí ni un segundo, un gatito pequeño que me hace daño sin saberlo, consciente sólo de su propio miedo y no del mío, y solo queda abrazarlo, calmarlo, acariciarlo despacito arrullándolo con las palabras que inventamos para los bebés chiquititos.

Y aquí nos tienes a los dos, metidos en una cueva oscura, asustados, yo fingiendo no tener tanto miedo para poder consolarlo, para que así me duela menos, él aferrándose a mí como si en ello le fuera la vida, solos pero decididos a aguantar lo que haga falta. Porque el único modo de salir de aquí es quedarnos hasta que nuestros ojos se acostumbren a la oscuridad, hasta que podamos ver un resquicio de luz, hasta que encontremos la puerta. Mi gato y yo.

lunes, 27 de diciembre de 2010

Tremenda

Es como si hubiera perdido la cabeza pero no, sé que sigue ahí porque me duele y porque la gente no grita al mirarme. Digamos que mi cabeza no funciona, o no lo hace como habitualmente. Si no existieran los espejos yo estaría convencida ahora mismo de que mi cabeza ha aumentado por lo menos cinco tallas de sombrero (espero que cinco tallas más de sombrero sea una barbaridad, no sé nada sobre sombreros, me sientan fatal) y que la melena se me ha vuelto plomo porque si no, no lo entiendo.

Durante las primeras horas del día todo parece ir más o menos bien, consigo convencerme a mí misma de que todo va correctamente, pero conforme pasa el día me voy dando cuenta de todas las cosas que se me han pasado por alto, algunas insignificantes, casi todas importantes. Mi cabeza, por ejemplo, no consigue unir dos datos objetivos aunque los tenga delante, no sabe relacionar, pongamos por caso, las frases "tienes trabajo el día 27" con "hoy es día 27", por lo que me quedo en casita tranquilamente no haciendo nada que no se sonarme la nariz y quejarme de dolor de cabeza, es decir, que sobreviene el desastre, un desastre inexplicable, un desastre absurdo y estúpido, un desastre risible si no fuera por el mar de excusas que tendré que inventar mañana porque además a ver cómo invento yo nada con esta cabeza de saldo!

Podría ponerme tremenda, que es algo que se me da muy bien, y empezar a suponer que, entre lo que acabo de contar y la dislexia reciente que me obliga a corregir una de cada tres palabras que escribo, tengo algún tipo de problema cerebral grave, lo que explicaría tanto el repentino aumento de tamaño de mi cabeza como la bruma que me envuelve últimamente y que hace que la gente definitivamente se de cuenta por fin de que soy mucho menos lista de lo que aparento.

Pero no es nada de eso, ni tengo un tumor (vamos, digo yo así a bote pronto, sin pruebas médicas de ningún tipo) ni me está atacando el alzheimer, ni he tenido un ictus. Al final todo va a ser que me estoy mudando, lo estoy viendo venir.

lunes, 20 de diciembre de 2010

Un cansancio mojado

Estoy cansada, estoy tan, tan cansada que me pondría a llorar. No sé qué tienen que ver el cansancio y las lágrimas pero es lo que me suele ocurrir: en cuanto siento un cansancio tan grande de lo que tengo ganas es de llorar. Quizá es que mi cuerpo está tan lleno de cansancio que no le cabe ese 70% de agua que se supone tenemos todos en las células, y rebosa (o lo intenta, porque normalmente no me permito este tipo de llanto absurdo...¿absurdo?, estoy tan cansada que no sé lo que me digo).

Si la realidad fuera una invención exclusiva de nuestra mente, cosa que no dudo realmente, si nuestra cabeza estuviera realmente (dos realmente seguidos, es el cansancio, no tengo fuerzas para buscar otra palabra, mejor lee la frase saltándote este paréntesis) bien entrenada para la invención consciente de la realidad, yo habría inventado para este instante una cama hecha de nubes calentitas donde poder tumbarme mientras un hombre hermoso de los que no inspiran inquietud de ningún tipo, comienza a darme un masaje despacio por mi cuero cabelludo, muy lentamente, deshaciendo con sus dedos las marañas de sucesos tontos de este día tan largo, soltando los recuerdos y los esfuerzos. Si yo fuera una maestra en esto de crear realidades, estaría desnuda en mi nube sin tener una pizca de frío, sintiendo lo que se siente cuando te tumbas al sol en la playa una tarde hermosa de primavera, y estaría absolutamente tranquila en mi cuerpo, feliz y contenta, como imagino que lo están las panteras cuando se desperezan, sin plantearme nada acerca de mi desnudez o de la mirada de mi ángel masajista.

Si supiera inventar de verdad como dicen que inventamos absolutamente todo con nuestra cabeza, inventaría a una mujer hermosa de larga melena negra que lavara mi cuerpo inerte con una esponja suave y un agua especial capaz de quitar de mi piel los dolores musculares de tanto apilar cosas, de llenar de dulzura mis miembros con solo mojarlos, de devolverme con cada pasada de esponja la inocencia de los primeros años sin quitarme lo que tanto recorrido me ha costado aprender, de volverme joven, o sea, liviana.

Pero aunque mi mente esté inventando este ordenador, y la música que escucho incansable para aislarme del ruido, aunque yo haya inventado (sin querer, lo juro) la bata infame que ahora llevo puesta y la cinta en el pelo y las zapatillas viejas, aunque haya inventado mi vida entera, todavía no le tengo cogido el truco a la belleza pura y dura, a lo que me han enseñado que se sale de las leyes de la física y de la cultura en la que vivo, así que lo único que sé inventar son lágrimas, lágrimas para cuando estoy tan cansada y todavía no es tiempo de dormir, sólo sé inventar un cansancio sin risas, un cansancio mojado.

domingo, 19 de diciembre de 2010

Burbuja

Echo de menos el silencio, lo echo de menos de un modo casi físico, es una necesidad, siento la sed de una burbuja de silencio alrededor mío, un espacio donde no tenga que pensar ni contestar preguntas, donde nadie me pida opinión ni tenga que tomar decisiones ajenas a mi propio estado. ¿Egoista? Seguramente, sé que quedaría mucho mejor decir que me apetece un montón estar al pie del cañón impartiendo órdenes y risas, siendo comprensiva, escuchando a todo el mundo, sabiendo jugar el ruido.

Pero eso es lo que he hecho desde que vine de mi viaje...iniciático, navegar el ruido, vivir normal y corrientemente, hacer lo que debo, apechugar con un montón de cosas que finalmente no han sido tan cansinas como esperaba. Pero hoy necesito silencio, necesito estar sola para poderme encontrar, para observar mi cuerpo y descubrir dónde hay magulladuras producidas por tanto arrastrar muebles, dónde mis células piden cuidado, dónde necesito descansar y qué es necesario movilizar. Necesito saber quien soy ahora, en este momento, dónde estoy, sólo para reconocerme en el espejo, para no perderme.

Pero hay tanto, tanto ruido... Y es el ruido que toca, lo sé, no le puedes pedir a los pájaros pequeños que dejen de piar, que no entrenen su voz, que no hagan pruebas de vuelo a tu alrededor, que no lo intenten, que no te reten, que no te miren pidiéndote el mundo. Así que me visto de adulta intentando dar lo que hay que dar y por dentro me pongo en estado de alerta, procurando cazar pequeños, diminutos instantes de silencio que nunca resultan suficientes, buscando huecos entre los segundos, haciendo que trabajo para ponerme a escribir que necesito silencio, que me muero por un poco de silencio, que me hace falta el silencio casi como el aire.

Así que aquí me tienes, estirando este momento precioso, este ratito de escucha tranquila, oyendo una y otra vez esta canción de Ben Harper que me ayuda a concentrarme, a crear esta burbuja (¡por fin!) tan frágil y tan hermosa, a satisfacer mis ganas de saludarme con calma, de quedarme en el presente, de dejar de planear y estructurar y hacer cajas y cajas de objetos y decidir prioridades y organizar las horas y atender animalitos. Estoy sola, conmigo, tranquila, no me lo puedo creer, así que doy gracias al dios de las pequeñas cosas, al que guarda las piedras hermosas que se recogen el la playa y pone luces extrañas en los árboles después de la lluvia, al que permite extasiarte anta una voz lejana, al que inventó los reflejos en el agua, al que metió una montaña de placer en un bostezo, al que me permite vivir esta paz repentina frente a algo tan prosaico como un ordenador en una habitación abarrotada y polvorienta. Paz, por fin paz, qué descanso!

jueves, 16 de diciembre de 2010

Mudanza

Estoy de mudanza. Se supone que mudarse tiene un significado profundo, que es un momento en el que uno, casi involuntariamente, revisa toda su vida, se da cuenta del paso del tiempo, de cómo acumulamos objetos (y papeles, parece mentira que en plena era informática sigamos acumulando tantos papeles). En una mudanza uno debería sentirse triste, no hay nada como la certeza de no volver a un lugar para que se despierten todas las añoranzas, o perplejo al descubrir en una vieja libreta alguno de esos planes minuciosamente detallados que fueron olvidados más tarde. O releer anotaciones antiguas que siguen reflejando los mismos anhelos de hoy, como si no hubiéramos cambiado nada, como si la vida hubiera pasado por encima nuestro sin dejar marcas.

Yo imaginaba que deambularía por las estancias como un fantasma triste, anticipando la pena de no volver jamás, acariciando las paredes, anotando minuciosamente cada última vez: la última vez que duermo en esta cama, la última vez que me ducho en este baño, la última vez que preparo la cena en esta cocina, la última vez que miro por esta ventana, la última vez que toco a mi amor en esta casa. Me imaginaba también con una cámara fotográfica en la mirada, grabando en mi memoria la disposición ya caduca de los muebles, cómo entra la luz de la tarde en el salón, superponiendo a cada imagen los recuerdos que atesoro en esos mismos lugares.

Pero nada de esto está ocurriendo, o al menos no al nivel que me esperaba, yo, la reina de la melancolía. Básicamente me limito a llenar caja tras caja, apuntando en cada una su contenido, amontono y amontono cosas inservibles junto a otras en pleno vigor, sopeso libros y juego al tetris con ellos para que quepan cuantos más mejor, no estoy haciendo inventario de quien soy, no tengo tiempo, todo vale, todo está bien, todo se viene con nosotros.

Tampoco me estoy desesperando ante lo que parece una tarea titánica, es casi casi divertido empaquetar nuestra...¿vida? para trasladarla no demasiado lejos. Pero ni siquiera se trata de nuestra vida, ni nuestros recuerdos, ni nuestro pasado. Hasta ahora yo más bien había sido una especie de animista moderna, capaz de colocar sentimientos en las cosas más peregrinas, un cucharón, una muñeca rota, una sábana descolorida. Creo que comprendo por primera vez que las cosas son solo cosas, objetos, herramientas esperando ser utilizadas, materiales que forman parte de nuestra vida, sí, pero no son la vida.

Me marcho de casa, emprendo una aventura nueva, me llevo más cosas que los exploradores victorianos en sus epopeyas clásicas. Tampoco es para tanto.

viernes, 10 de diciembre de 2010

Risa

Debería reirme, sé que tendría que reirme. Así sería más fácil mirar esta imagen distorsionada y tremenda que se me presenta delante, no tendría el corazón en un puño, no sentiría el agujero en el pecho. La risa lo cura todo, todo lo pone en su justa medida, lo convierte en su verdadera escala, lo humaniza. Pero para reir hace falta respirar, es una cuestión fisiológica, sin aire no hay risa como no hay palabras ni vida. Todo esto está muy bien, vamos, es de cajón.

Ahora dile tú a un tipo aplastado bajo una roca de trescientos kilos que, mientras llegan los bomberos a sacarlo de ahí, lo pasará mejor si se ríe. ¿¿Pero cómo se va a reir la criatura, alma de cántaro, si casi no tiene aire???

Se me ocurre que quizá es eso lo que distingue las personas con verdadero temple, a los valientes, la capacidad de reir ante el dolor o la incertidumbre. Hace tiempo escuché una anécdota real que viene al caso, la de unos pilotos de un avión comercial que de repente se dan cuenta de que tienen una avería horrible que les va a impedir aterrizar y que no hay nada que hacer, van a morir. Y entonces les dió por reir: ¡era tan estúpido estar ahí arriba vivos todavía, el avión todavía en marcha como si no pasara nada, cuando ya ninguno de los que estaban allí arriba iba a sobrevivir, que les dió por reir!. Se dijeron las cosas que no se habían dicho antes, en medio de grandes risas, bromas del estilo "si llego a saberlo te hubiera dicho de acostarnos hace mucho tiempo", etc. Se despidieron entre ellos sin dejar de reir y entonces, con el mismo ambiente festivo y ya que no tenían nada que perder puesto que estaban muertos, decidieron probar cosas absurdas: ¿y si desviamos la potencia al motor derecho a ver si eso hace girar la nave? ¿Y si...? Y probando, probando, consiguieron aterrizar el avión. No todos sobrevivieron... pero no todos murieron.

Quiero reirme, de verdad, aunque no tenga aire, y como soy valiente a mi manera, investigaré un modo de hacerlo sin pulmones, sin corazón, sin esperanza si hace falta, pero voy a conseguir reir, lo juro.

miércoles, 8 de diciembre de 2010

Movimiento

Le pongo las manos en la espalda tal como me han indicado, a la altura de los omoplatos. Su objetivo es mover mis manos, el mío no separarlas de su cuerpo, seguir todos sus movimientos. Es extraño, es curioso también cómo mi ser entero se concentra en esa pequeña parte de mi piel y como a pesar de estar toda yo enteramente en mis manos, no hay tensión, se está cómoda ahí, siendo movida por esa espalda.

Poco a poco sus movimientos comienzan a ser mas audaces, le piden más a mi destreza para seguirlo, al resto de mi cuerpo, que ha de moverse más deprisa, fintar, saltar hacia atrás, girar, agacharse, todo él alerta, vivo, despierto. Y me encuentro de repente absolutamente maravillada de sentir debajo de mis palmas el milagro increíble de un cuerpo moviéndose, la sabiduría infinita que encierra, la facilidad con que lo hace, la grandeza, el peso, la fuerza. Siento cómo sus músculos se mueven como un animal sigiloso viviendo bajo su piel, cómo responden al milímetro a cada uno de sus pensamientos, cómo le siguen sin dudarlo, tan en su propia piel, tan seguros de su propio poder.

Y me maravillo y me extraño de que este milagro, el de un cuerpo en movimiento, sea tan cotidiano y pase tan desapercibido, que no sea capaz normalmente de admirar extasiada los pasos seguros de los hombres por la calle, y el equilibrio endiablado de algunas mujeres sobre zancos imposibles. Y los pasos vacilantes de algunos ancianos valientes luchando con sus propias fuerzas. Y la inconsciencia perfecta de los cuerpos de los niños corriendo, ajenos a cualquier noción de economía energética.

Y miro mi cuerpo, este cuerpo perfecto que me ha tocado en suerte, que me sigue a donde vaya, que me acompaña sin quejarse, que aguanta mis desplantes y maltratos, que me ofrece placeres a cada paso sin que yo me de cuenta, perdida en mis propios pensamientos, este cuerpo que no sé de dónde sale y por qué me quiere tanto, este cuerpo en el que vivo, tan cambiante, tan increíblemente cambiante, tan fiel, tan complejo, tan poderoso, tan simple y perfecto, tan increíble. Estoy aquí, estoy viva, suspiro, es un jodido milagro.

El ejercicio termina y vuelvo a la vida cotidiana sorprendida del viaje que te tenido la suerte de vivir entre estas cuatro paredes. Él se da la vuelta despacio, como si volviera de muy lejos, y me mira:

-¡Guau!- dice.
-Sí, guau- le respondo sonriendo, contenta de que haya vivido el mismo viaje que yo.

martes, 7 de diciembre de 2010

Volver para quedarme

Me he pasado la vida corriendo, estoy acostumbrada a correr delante mío, lo suficientemente lejos como para poder huir del gatito negro de ojos verdes que se aferra a mi pecho con sus uñas profundas y afiladas, lo suficientemente cerca como para pasar desapercibida frente al mundo, como para parecer entera y de un bloque.

Nunca quise estar aquí, aprendí muy deprisa que mi paisaje no era un hermoso lugar, que provocaba rechazos, que la gente se marchaba ante tanto viento huracanado, tanta lluvia intempestiva, tanto grito, tanto miedo. He pasado el tiempo intentado plantar flores entre las piedras, haciendo esfuerzos sobrehumanos para deshacer las nubes, mitigar los rayos hirientes del sol, esquivar granizos, aplanar montañas, bordar caminos. He intentado construir casitas, hacer crecer los árboles, volver otro el horizonte, pero nunca se me ocurrió sentarme a mirar, simplemente mirar lo que tengo.

Y es cierto que hay viento y es molesto, y hay piedras por todas partes, y rayos impresionantes que te cortan el habla, y es difícil permanecer peinado en este sitio. Pero también hay planicies inmensas y majestuosas, y extraños cactos de belleza sutil, y puedes tumbarte al sol cuando hace bueno y dejarte acariciar por su calor y por su fuerza. Y hay belleza en cómo el viento lo zarandea todo intentando volver otro el mundo. Y cada relámpago pinta de extrañas aristas la vida que conozco, y crea sombras de la nada, y me permite vislumbrar lo deconocido por un segundo infinito.

Estoy my asustada, es cierto, hay en este lugar una fuerza descomunal que me intimida, todo es extremo y movedizo, pero he decidido quedarme a descubrirlo. Voy a intentar parar de correr, voy a intentar sentarme en el centro a observar, voy a quedarme conmigo a lo que venga, sin condiciones, sin cambiar nada de lo que veo, de lo que tengo. Voy a sentarme a esperar hasta que me vea llegar a mi misma a paso lento desde lo lejos, hasta sentarme conmigo en arena, las dos frente a frente, hasta poder mirarnos a los ojos y decirnos, simplemente, "hola".

martes, 30 de noviembre de 2010

Otro tipo de heroe

Lo difícil no es caminar, no es mover el día, hacerlo avanzar sin pretensiones de llenarlo de nada en concreto. Lo difícil no es estar ahí, de cualquier modo, haciendo esfuerzos para no oír lo que tus tripas rugen. Lo difícil no es ir a trabajar todos los días, y vivir una vida plana y tranquila. Lo difícil no es mantener una relación estable, o subir una montaña de facturas o decidir qué hacer de comer cada día. Lo difícil no es levantarse del calor de la cama en pleno invierno, o escuchar por enésima vez los problemas de tu amigo, o buscar calcetines desparejados en el fragor de la mañana.


Lo difícil es seguir el rumor de la propia sangre, distinguir su sonido de todos los otros que nos ciegan o nos confunden. Lo difícil es enfrentar tu propia mirada en el espejo y decir "esta soy yo", sin alabanzas, sin desprecios, y admitir que hay cosas que nunca sabrás hacer bien, y otras que solo podrás emprender de una determinada manera. Lo difícil es construir tu propio edificio aunque no siga las reglas marcadas por todos, saber que donde tu empiezas quizá otros terminan, y asumirlo.

Lo difícil es escuchar tu latido y caminar a su ritmo, por mucho que se aparte de la sinfonía general, por mucho que contraríe las leyes no escritas. Lo difícil es mirarte de verdad, sin maquillajes, sin falsas esperanzas, sin justificaciones, pero también sin llantos ni odio, sin ajustes de cuentas pendientes, sin lamentos. "Esta soy, esto hice". O "esta soy, así me muevo". Algunos gritamos más de la cuenta, otros nos asustamos mucho todo el tiempo por cosas que otros ni ven. Algunos reímos sin parar para fingirnos felices, otros reímos sin más, unos corremos todo el tiempo, otros necesitamos tumbarnos a cada poco para digerir la vida.

Lo difícil es cargar nuestro propio saco de fracasos y maldades sabiendo que no tienen remedio, que lo que pasó quedó grabado en piedra para siempre, lo difícil es pararnos sobre los propios pies y dibujar nuestros mapas, los que solo nos sirven a nosotros y a nadie más.

Lo difícil es sabernos malos o mentirosos, o un poco canallas, o unos pésimos pagadores, o miedosos hasta la nausea. Lo difícil es observar todo esto y arroparte con ello como quien se pone una capa. Y caminar con toda la dignidad que puedas reunir en medio del ridículo. Que ya es bastante.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Surfear la ola

Abres la ventana y aparece un paisaje que no te esperabas, y como no es el que esperabas, para el que estabas preparado, no te gusta. Y entonces empiezan los problemas. Porque a menudo los problemas vienen porque no nos gusta lo que vemos, lo que hay. Preferiríamos que las cosas fueran diferentes, quisiéramos cambiarlas a nuestra conveniencia, para nuestra comodidad. Cuando aparece algo, alguien, que no nos gusta, nuestra loca máquina de pensar comienza a fabricar descontroladamente montones de imágenes: sobre lo que no nos gusta de lo que estamos viendo, sobre por qué no nos gusta, sobre por qué es injusto, o estúpido, o absurdo que no esté pasando precisamente eso. Y fabrica también miles de realidades alternativas, todas ellas preferibles a la realidad real, la que toca.

En estas realidades alternativas los cielos siempre son más azules, y el viento nunca nos despeina. En esas realidades somos más resolutivos, más altos, más justos y ecuánimes. Y mientras fantaseamos, y nos enfadamos, y luchamos y nos rebelamos, la vida pasa, se impone nos guste o no, sencillamente ES.

Hoy tuve una revelación, como cuando en medio de la lluvia un relámpago nos descubre algo cercano en lo que no nos habíamos fijado, una silueta que se recorta obvia y nítida, absolutamente clara y nueva. Hoy he descubierto que estaba utilizando una herramienta poderosa que tengo desde hace muy poco para no ser quien soy, para no estar donde estoy, para rebelarme fingiendo amoldarme. Así que he decidido usar ese nuevo poder para aprender a surfear sobre las grandes olas que a veces aparecen en el horizonte, no a domesticarlas, no a evitarlas, sino a navegar con ellas, a vivirlas, a fundirme con mi tabla en su fuerza, en su belleza, en su pavoroso poder. Es posible que me caiga, es posible que me pegue más de un golpe. Ya os diré si vale la pena.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Puertas cerradas

He tenido un sueño horrible:

Estaba punto de hacer algo, planeando algo, no recuerdo muy bien el qué, necesitaba mis manos para hacerlo, eran las protagonistas. Por eso me las miraba, satisfecha de tenerlas, de poder abordar la tarea que me había autoimpuesto, que tenía tantas ganas de hacer.

Pero de repente alguien me dijo que mis manos eran demasiado mayores para eso, que lo que pretendía poner en marcha era algo que debía haber hecho hace mucho, mucho tiempo, que ya no me tocaba a mí recorrer ese camino. Y yo volvía a mirarme las manos, y seguían siendo las mismas, la misma apariencia de fortaleza, la misma reciedumbre, los mismos dedos delgados, las mismas uñas, aunque ahora podía advertir levemente el paso del tiempo. Eran más sabias, pero más viejas. Al mirarlas me daba cuenta de que lo que me decían era cierto, no me tocaba a mí emprender la tarea, era para manos mas jóvenes, para manos de mujeres más inocentes, menos experimentadas.

Alguien, ¿la misma persona?, me ponía entonces un cartel sobre las manos: "manos de 60 años". Y no estaba mal, sencillamente el cartel remarcaba la realidad. Y yo me daba cuenta de que eran muchas las cosas que no había hecho en mis 60 años de vida, cosas que ya no era tiempo de comenzar, que habían quedado atrás, que ahora eran otras manos, la manos de mi interlocutora, las que podían, si querían , emprender todos esos retos que yo no había abordado.

Y el sueño terminaba conmigo mirándome las manos, preguntándome sin demasiada amargura, pero con mucha perplejidad, por qué no había hecho todo aquello que ya no era posible, por qué había dejado pasar el tiempo y la oportunidad. Entonces fui consciente por primera vez en mi vida de lo que significa realmente que el tiempo pase, que se cierren puertas, casi pude verlas, todas en fila, una detrás de otra, puertas para otras vidas, otras mujeres, otras manos.

Pero no fue con mis manos con lo que soñé.

martes, 23 de noviembre de 2010

Manga por hombro

Me parece que se me han descolocado todas las palabras, se han salido de su sitio. Quizá un salto, un tropezón, una carrera intempestiva han provocado que se caigan de sus estantes, de su lugar en mi cabeza, y que ahora pululen por todo mi cuerpo dando la lata.

Tengo, por ejemplo, muchas palabras acumuladas en los pies, cosa normal, la gravedad manda, pero curiosamente casi todas son palabras de movimiento, sobre todo las que se amontonan en la planta del pie derecho y en la punta de los dedos del mismo lado. Palabras como "correr", "saltar", "retorcer", "desasosiego", "hormigueo", aunque si rebusco bien también hay otras mas normalitas como "camino", "dirección", "desconcierto"...

En mis manos se han quedado enganchadas otras palabras algo diferentes que tienen que ver más con el verbo "hacer", palabras como "teclado", "pulsación", "idea", "tarea", "pendiente" (estas dos es que suelen ir juntas siempre!), "hilo", "fabricar", "laborioso" y cosas así.

Pero donde deberían estar, es decir, en mi cabeza, organizándose en algo genial (ya que me pongo...), no encuentro apenas más que alguna palabra del estilo "vacío", "viento", "desolación", "desierto", o frases hechas, de esas que venden ya hilvanadas, del estilo de "¿hay alguien ahí?", e incluso algún sonido apagado, como los grillos en las noches de verano.

Si me diera por analizar se me ocurre que quizá tengo un problema porque mi cuerpo, con este desorden repentino, no sabe ponerse de acuerdo consigo mismo, y es muy tarde como para montar una asamblea!. O sea que debería dejar que mis pies corrieran como locos, o se pusieran a bailar par desatascar las serpientillas que tanta palabra les ha dejado en las articulaciones. Pero mis manos quieren estar aquí, donde están, tecleando aunque no sepan muy bien qué. Y en cuanto a mi cabeza resulta claro que lo que quiere es desconectar, dejarse caer sobre cualquier almohada y entrar en encefalograma plano.

¿Y mi corazón? Pues asustado, como siempre, y más tan cerca de coger un avión. O sea que sí, que quizá ha sido el susto el que ha provocado este desastre. Porca miseria.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Agresión

Alguien que pasa a tu lado por la calle de repente entierra el puño en tu pecho y te arranca el corazón dejándote un hueco negro y dolorido. Luego lo lanza contra el suelo y lo aplasta con el pié. Dice que tiene razones para ello, que le has insultado, que quien te has creído que eres. Y tu solo puedes pensar, mientras te agarras la herida con las manos para que no salga nada más, que no sabes quien es esta persona, ni si te cruzaste alguna vez en su camino.

Quizá recuerdes su cara como la de alguien con quien te subiste en el ascensor, o quien coincidiste en la cola del supermercado, alguien no demasiado cercano en cualquier caso, y no sabes muy bien qué hacer. Llorarías y te tirarías al suelo si la gente no mirara, si pudieras explicar qué está pasando, si encontraras tu corazón entre tanto estropicio. Y te dices que lo mejor que puedes hacer es fingirte muerta como te quiere esa persona que te mira airada, las manos todavía ensangrentadas, hacer por no existir, camuflarte en las sombras de cualquier esquina, cualquier cosa que impida que vuelvas a sentir ese dolor nunca más en tu vida.

Pero los adultos no hacen nada de eso, se autoregeneran con tiempo y con trabajo, recomponen sus entrañas y razonan, intentan aclararse con el agresor, entenderle, comprobar si lo que dice es cierto, si de verdad le hiciste tanto daño como pretende. Y sabes que se puede, que de estos atropello se sale, que siempre se sobrevive. Así que te vas a tu casa y rellenas con algodón empapado en betadine ese hueco horrible que ahora es tu torso, te acunas para acallar el dolor y te dedicas a reunir fuerzas para volverte a levantar, para curarte, para hacer nacer de nuevo un corazón, aunque estés cansada de tanto trasiego, aunque estés harta de andar inventándote de nuevo, aunque preferirías dormir mucho, mucho tiempo....a ser posible en una isla desierta.

sábado, 13 de noviembre de 2010

En el centro

Me gustaría encontrarme conmigo a través del espejo, poder mirarme serenamente a los ojos un buen rato hasta reconocerme plenamente y entonces decirme a mí misma “tranquila, mujer, tranquila, todo está bien, todo es correcto, no te asustes, todo va bien”. Me gustaría poder agarrarme a mis propias palabras para resguardarme del viento helado, terrible y furioso que agita las persianas ahí fuera, que no me deja dormir de puro miedo. Quisiera convertirme en mi propia madre para acunarme, para susurrarme al oído “no te preocupes, yo estoy aquí para protegerte de los monstruos, nada va a pasarte estando conmigo, tranquila, amor, tranquila” mientras me acaricio el cabello. Y sentirme segura en esos mis brazos y poder cerrar los ojos sabiendo que todo es cierto, que estoy a salvo, que nada malo puede pasarme si estoy conmigo, abrazada, arropada por mí.

Me gustaría poder ser mi propio hombre, un hombre hermoso y tranquilo de mirada serena, un hombre moreno y un tanto oscuro que sepa sonreirme y me tienda la mano para decirme “tranquila, ven, tranquila”. Un hombre que me agarrara con cuidado, como si yo fuera una porcelana y se tomara todo el tiempo del mundo para bailar lentamente conmigo la melodía de la vida y la tristeza, que se tomara la molestia de medir sus pasos para adaptarlos a los míos, que me fuera haciendo elástica agrandando mi huella, que me prestara su fuerza como quien hace una transfusión de sangre, como un rito pagano y profundo, como lo que es, lo que significa que alguien te de su sangre.

Apoyo la cabeza en su pecho firme y puedo cerrar los ojos mientras bailamos porque sé que nada malo va a ocurrirme en sus brazos, esos brazos que son los míos, e ir sintiendo poco a poco, lenta, imperceptiblemente, que su fortaleza serena, que su belleza tranquila, su altura y su peso son los míos, que yo soy él, yo soy yo, y salir del espejo convertida de nuevo en lo que suelo ser, una mujer fuerte, una mujer que sabe que su fuerza reside en su propia, perfecta y brillante debilidad.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Inseparables

LLegas a esta vida con una pareja de baile, lo quieras o no, no te dejan elegir. Quizá sea alto para tí, quizá demasiado bajo. Quizá te pise continuamente o te pellizque para que pierdas el paso cuando nadie mira. Quizá es alguien que está siempre asustado y lloroso y no sabes qué hacer con él. Quizá, pero esto es raro, te sonríe siempre y vives una maravillosa historia de amor perpetua y eterna, capaz de sobrevivir a los peores contratiempos.

LLegas a esta vida con alguien pegado a tí, te guste o no, lo quieras o no. Con un color de ojos que tu no pediste, con una cara quizá hermosa, quizá desagradable. Con unos gestos, unas miradas, unas palabras que puede que te guste que fueran otras. Tiene un cuerpo determinado que no suele agradarte del todo, del que siempre cambiarías algo, con unos cuantos defectos con los que te tocará apechugar.

Juzgamos a nuestra pareja de baile con dureza normalmente, con la frialdad y el desapasionamiento que da la confianza extrema. Le decimos cosas terribles que nunca le diríamos a nadie más, a menudo le tratamos como a nuestro enemigo porque nos hizo perder el paso, porque no nos siguió, porque no nos gusta cómo se mueve, cómo habla o lo que dice.

Lo enfrentamos a nuestra mirada implacable para soltarle a la cara que envejece, que está feo, que tiene unos michelines enormes o unas orejas ridículas. O puede que le digamos que nunca llegará a nada, que es un fracasado, que no se comporta como debe. Le llamaremos mezquino, o estúpido, o absurdo, o idiota con total impunidad porque sabemos que no va a respondernos más que con dolor o con miedo.

Llegamos a esta vida con una pareja de baile previamente asignada y , absurdamente, no suele ser la que hubiéramos elegido libremente, siempre querríamos a alguien más guapo, más joven, más perfecto, de mejor sonrisa, siempre ocurrente y rápido en la réplica, defensor y valiente, soñador, pragmático, divertido y profundo, un faro en lo alto del mundo.

Llegamos a esta vida para acompañarnos a nosotros mismos eternamente, nos gustemos o no, nos queramos o no.

De acuerdo

De acuerdo, no soy como se esperaba que fuera, no soy fuerte, no soy hermosa, no soy predecible, no soy fácil ni sencilla (y por otra parte ¿quien lo es??).
De acuerdo, no supe vivir mi momento y lo dejé pasar, decidí lo más importante cuando no estaba en condiciones de decidir nada.
De acuerdo, seguí paso a paso el guión que estaba escrito sin ni siquiera percatarme, creyendo que decidía algo nuevo y distinto.
De acuerdo, he perdido muchas cosas en el camino que debería haber conservado.
De acuerdo, soy lenta y a menudo no me entero de lo que pasa a mi lado.
De acuerdo, no he vivido grandes penurias y a veces me comporto como si el mundo fuera de azúcar y mantequilla.
De acuerdo, no estoy en edad de empezar algunas cosas, de pensar algunas cosas, de decidir algunas cosas.
De acuerdo, no soy práctica ni tengo los pies en la tierra.
De acuerdo, no puedo quedarme enganchada en cada nimiedad que se cruza en mi camino.
De acuerdo no puedo seguir huyendo por la red para no componer mi vida.
De acuerdo, no puedo seguir refugiándome en el miedo como si tuviera cuatro años y sí, de acuerdo, nadie va a venir a salvarme.
De acuerdo, soy mayor para demasiadas de las cosas que pretendo y de acuerdo, mis sueños son demasiado etéreos y quizá superficiales y superfluos.

Y es verdad que pido cosas que muchos a mi edad ya no piden, y que busco cuando quizá debería estar disfrutando de lo que encontré hasta ahora. Y que debería enterrar algunas cosas que seguramente ya no pasarán aunque yo quiera. Y que debería ser una maestra de la resignación como todo el mundo es a estas alturas del partido.

Todo esto es verdad, pero también lo es que soy quien soy, me guste o no, te guste o no, esto es lo que hay. Y por una vez he decidido salir a celebrarlo.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Fantasmas en la máquina

Hoy me siento absolutamente como lo que soy: el fantasma en la máquina. Es curioso porque normalmente caminamos por la vida sin tener consciencia de estarlo haciendo, caminar quiero decir. Nuestro cuerpo se mueve, nos sostiene, nos proporciona un refugio estable y, a menos que se estropee algo, no nos damos cuenta de esta compañía continua. Y no nos enteramos, creo yo, porque nuestro cuerpo suele ser un aliado incondicional con una lealtad a prueba de bombas: hará lo que nosotros queramos cuando nosotros queramos y como nosotros queramos, sin dudar, sin preguntar, un verdadero amor.

Es cierto que si le exigimos una destreza sobresaliente en algo especial no tendremos más remedio que entrenarlo (aunque empiezo a sospechar que lo que realmente entrenamos es nuestra capacidad de vernos haciendo eso que nos proponemos, consiguiéndolo). Normalmente, al empezar a practicar una actividad física compleja como bailar ballet, saltar con pértiga o tocar el violoncello es cuando más notamos nuestro cuerpo, está incómodo con esas posiciones inverosímiles, sujetando artefactos inusuales y estúpidos, es como si estuviera en contra nuestra. Y nos sentimos sorprendidos y disgustados, nos vivimos torpes, nos damos cuenta de todo eso que no puede hacer por más que se lo pidamos. Y es tan raro sentir esto precisamente porque nuestro cuerpo nos sigue siempre, no tenemos que pensarlo, es casi instantáneo: queremos beber y nuestra mano ya está yendo a por el vaso.

Pero estos días, después de un resfriado intenso, noto que mi cuerpo quiere seguirme en mis propósitos pero le cuesta, es como un perro enfermo, empeñado en recoger el palito que le lanza su amo aunque le fallen las fuerzas. Y porque siento mi cuerpo más lento, más cansado que de costumbre, también noto esta mente que analiza, que lo observa, que lo juzga, que se impacienta ante su falta de energía. Y algo dentro mío se indigna porque no es justo lo que la mente piensa, mi cuerpo está ahí, está trabajando, cumpliendo con su cometido por mas que le gustaría estar acostado (eso lo susurra cada una de mis células). Lo que no sé es quién es ese que se indigna, y dónde estoy yo en medio de tanta multitud.

martes, 9 de noviembre de 2010

Sistema métrico decimal

En la vida todo es cuestión de medida, de encontrar la justa medida para cada cosa, cada acción, cada pensamiento, cada declaración. Y ese es el problema porque no existe LA MEDIDA, no existe un metro guardado en París en el que basarnos. Ni siquiera existe la medida para cada acción (comer: metro y medio, dormir: seis metros) , cada palabra, cada movimiento, pues todas estas cosas han de combinarse con el tiempo, el momento en que se dan: lo que es bueno en una situación dada, no lo es en la siguiente, por parecida que parezca.

Así que tengo miedo (y mucha excitación): hay una cueva delante mío en la que ya he entrado y he explorado algunas de sus cavernas. Es una de esas cuevas de las que se dice que son peligrosas, que la gente que se adentra demasiado no vuelve. Yo sé que tengo que entrar, me lo pide la sangre, y a la sangre hay que hacerle caso...casi siempre. Todo se reduce a un problema de medida: ¿hasta donde entro ? ¿Cuánto tiempo me doy para explorar? ¿Qué pretendo sacar de esto? ¿Hay algo que sacar?

Podría entrar solo un poquito y pasearme, deleitarme con las pequeñas maravillas que mi linterna descubre: el brillo de un mineral inesperado, las esculturales formas producidas por milenios de corrientes subterráneas, el obstáculo de un lago inesperado que parece infinito... Pero todo eso ya lo he hecho y ahora quiero seguir viniendo,quiero encontrar una barca y ponerme a navegar bajo la tierra, quiero descolgarme por alguna de las simas que he encontrado en mi camino y explorar algunos recovecos peligrosos pero ¿conseguiré volver? ¿Hasta cuándo hay que explorar? ¿Y cómo? Porque está claro que si no hay medidas, no puede haber mapas.

Puedo darme la vuelta y marcharme, pero algo dentro mío me grita que esto es importante. Y de muevo aparece el tema de la medida: ¿Hay que hacerle caso siempre a esta voz oscura y roja? ¿Hay que seguirla hasta la muerte o vale rendirse? ¿Y cuándo rendirse? ¿Y cómo rendirse? ¿Rendirse a quién?

Y aquí estoy, perdida, como siempre nos pasa los que buscamos. En fin.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Mantenimiento básico

Algo no anda bien, no sabes muy bien qué es pero algo no anda bien. Hay una cierta opresión en la cabeza, una debilidad en los remos inferiores, el estómago no cumple con lo que prometía en el folleto. Entonces sacas la caja de herramientas, te pones el mono de faena para no mancharte de porquería y manos a la obra.

Abres la cabeza con cuidado de no enredar los cabellos en el destornillador, te han prometido que el pelo crece pero no sabes si tiene un límite o si venden recargas para cuando se termina la queratina que viene de fábrica. Apartas despacito la tapa de los sesos y, como te imaginabas, descubres una maraña de cables de todos los grosores y colores que no hay quien se aclare. No queda más remedio que peinarlos, separarlos poco a poco intentado que ninguno se suelte de su conexión correspondiente, agruparlos por colores, los de pensar por una parte (esos están liadísimos, parece que incluso sobrecargados), los de las funciones corporales por otra, que si no luego, cuando te pones a pensar en la ducha de la mañana mientras saludas en el ascensor al vecino del quinto se te ponen húmedas partes del cuerpo que no vienen al caso y ya estamos al borde del cortocircuito.

Pero com siempre pasa, en cuanto intentas volver a meter todo ese berenjenal de cables en el cráneo resulta que no caben. Por más que miras no lo entiendes, es decir, porque los acabas de sacar tú misma porque si no pensarías que alguien te está gastando una broma intentando que metas más de los que tocan. Después de un buen rato de intentar acomodarlos, desesperada, los metes a mogollón apretándolos bien, a sabiendas que tanta presión no va a hacer precisamente que funciones de un modo óptimo, pero es peor andar con los cables al aire por la calle, la gente no suele ser muy tolerante con los exhibicionistas!!

Luego a por el desatascador, a ver qué se ha quedado encajado entre las tripas que no deja que el almuerzo siga su curso (aunque por otra parte está bien, no tienes hambre, no engordarás cenando como una foca aburrida). Después de un rato trasteando entre tanta porquería (y mira que se encuentran cosas raras y antiguas en el sistema digestivo) consigues arrancar un pensamiento de impotencia que te tenía el tráfico paralizado.

Ahora parece que las cosas van ligeramente mejor, aunque ya se sabe, hace falta tiempo para que todo se reasiente y vuelva a su lugar. De momento, lo urgente es pasar al mantenimiento habitual: exfoliación para eliminar las células muertas y el polvo del camino, lavado de cabello (y sí, algunos se han quedado enganchados a los tornillos cuando volviste a encajar la tapa del cráneo, sería un rollo acabar siendo una vieja calva), limpieza de bajos y corte de uñas. Luego cena, tele y a dormir, que mañana será otro día.

viernes, 5 de noviembre de 2010

A ti

Que alguien me salve, quiero que alguien me salve de mí misma, alguien que me enseñe los caminos de las luces y las risas, y los atajos, y las trochas venenosas que no deben pisarse nunca. Quiero alguien que me coja de la mano y me guíe, me conforte, me comprenda cuando lloro, y me explique que las hormigas, las cucarachas y la oscuridad no hacen daño.

Quiero que alguien me vea niña y me pinte la sonrisa, alguien que me cuente las trampas y me eduque en lo importante. Quiero alguien que me explique lo de las nubes y el ciclo del agua, y me hable de lo que transcurre por debajo y es tan importante aunque no se pueda ver. Quiero un regazo que me arrope por la noche, y le cante a los monstruos para que se hagan mis amigos, y sepa hacer fuegos de la ausencia, mágicos círculos de luz anaranjada donde nada malo pueda entrar.

Quiero a alguien capaz de enfrentarse a mi propia muerte y luchar con ella para salvarme, o de morir conmigo en el intento en medio de grandes risas. Y globos y muñecas, y dulces imposibles, y estrellas fugaces en el cielo. Quiero una enorme fiesta en mi final, y a alguien que prometa, que jure sobre su propio corazón que nunca me abandonará, que nunca me traicionará, que siempre estará ahí para darme la razón, para acariciarme en el dolor, para lamerme la sal de la cara, para tocarme los dedos en la penumbra, para susurrarme la palabra “calma” cuando estoy nerviosa y tengo miedo.

Te quiero a tí, Emma, te quiero a tí.

Sangre

Hay cosas que un adulto no debe decir, cosas que un adulto no dice nunca, cosas prohibidas por tu propio corazón, por tu propia razón, por tu boca, tus pupilas, tu propia lengua. Hay palabras de cristal que deben permanecer en la penumbra, escondidas entre tu sangre y tus entrañas, revueltas con tus fluidos y tus miserias. Invisibles y en silencio.

Hay ideas de vidrio, pequeñas ideas de vidrio y llanto de las que no hablarás porque te avergüenza tenerlas, porque preferirías que no estuvieran donde están, en el interior de tus propias células, en tu esencia misma, en el fondo de tus iris. Si por ti fuera, si tu pudieras, si supieras extirparlas para no mirar lo que daña los ojos, para poder tatuar la sonrisa perfecta en el rostro, para pasear liviano por la vida y la memoria...

Y miras tus manos y no las conoces, tocan, están tocando teclas, y recuerdos, y porquerías pestilentes, y se desplazan sin que tu puedas pararlas, porque ellas dicen la verdad, dicen siempre la verdad, lo quieras o no, te guste o no. ¿A quien podrías engañar si no puedes engañarte a ti? ¿A quien podrías sonreír si no puedes sonreirte a ti?

Las frases perfectas, esas que iluminan y engrandecen el mundo, que lo hacen mejor y mas hermoso. De acuerdo, son preferibles. Pero hoy no tengo de esas, hoy no tengo nada, hoy no tengo más que una canción prestada y estos dedos que escriben, que velan, que no reconozco pero me duelen.

Me descubro estúpida o, lo que es peor, ingenua como sólo debe serlo un niño. Pero no soy un niño, ya no soy un niño, ya no salto por los campos creyendo que el mundo es eterno e infinito, ya no tengo cuatro años, ya no llevo trenzas, ya no tengo osito, ya no tengo, ya no.

Pasa el tiempo, sin darte cuenta, como se comenta en el ascensor y los autobuses. Ayer fue lunes y hoy ya es viernes, de repente, sin notarlo. Pasa el tiempo, de las semanas a los años, y ya no hay nada que hacer, nada más que sentarte a esperar, o intentar coser remiendos sobre los jirones en que se han convertido tus sueños. No hay nada a que agarrarse más que el latido de tu propio corazón.

Pero no, no, no, no, no. Mejor. Hoy ,mejor, silencio.

lunes, 25 de octubre de 2010

Aturullada

Quiero escribir algo, quiero escribir algo, quiero escribir porque las palabras me atacan, se me escapan de la boca, del pensamiento, de los dedos. Pero son tantas que se me aturullan, no consiguen ordenarse en algo coherente, en algo con un mínimo interés, en algo, aunque sea la lista de la compra.

Me siento como unan niña pequeña ante el escaparate de una juguetería, empezando a vislumbrar las maravillas que se esconden tras lo expuesto en primer plano, casi atragantándose de placer al imaginar las proezas, los tesoros que podría encontrar en las estanterías si entrara, o más bien, cuando entre.

O quizá me siento como un asalariado a final de mes ante una pastelería, con la boca hecha agua ante tanto buñuelo relleno de crema, tanto azúcar disfrazado de joya, tanta escultura en chocolate, sabiendo que por el momento son inaccesibles pero que pronto, en cuanto cobre, podrá permitirse alguna de esas delicias.

Puede que en realidad me sienta como un arquitecto primerizo con carta blanca para construir el edificio más fascinante del mundo: con dudas sobre su propia capacidad, con demasiados materiales a su disposición, tantos que algunos ni siquiera sabe para qué sirven o cómo se utilizan, pero con un entusiasmo a prueba de bomba, las energías desbordadas, imposible dormir de noche.

O más bien me siento como el que está a punto de saltar por un puente con una goma atada a los tobillos: expectante, nervioso, con la adrenalina disparada, con el secreto temor de que luego la experiencia no esté a la altura de lo imaginado...o peor, que sea él quien no esté a la altura del momento.

Ahí delante hay un mundo por descubrir, y no tengo paciencia para recorrerlo despacio...pero no hay otro modo de hacerlo.Habrá que respirar.

lunes, 18 de octubre de 2010

La prueba del algodón

No recuerdo dónde leí que hay un psicólogo que se jacta de saber en cinco minutos si una pareja se va a separar o no. No he leído el libro, parece basarse en el lenguaje no verbal de las parejas cuando interaccionan entre ellas y en el modo de responderse. Yo no he estudiado psicología ni nada por el estilo pero la experiencia me ha enseñado que hay dos pruebas irrefutables para saber si una pareja sobrevivirá, y no en un plazo más o menos largo sino en cuanto la prueba termina. Son:

1.- los bailes de salón.
Un ¿buen? día tu y tu pareja decidís apuntaros a bailes de salón influenciados quizá por alguna película reciente, porque os gusta agarraros fuerte, porque la música os atrae o porque no tenéis ni pajolera idea de qué hacer juntos. Entonces llegáis a la clase y al principio la cosa no va demasiado mal: la cosa consiste en intentar imitar a la profesora estando enfrente de tu partenaire, con lo que vas viendo si vuestros pies congenian o no. El problema viene luego, cuando toca repetir lo mismo agarraditos. Entonces comienza el infierno de quien lleva a quien, porque si la mujer es más rítmica que el hombre difícilmente va a aguantar que él la arrastre por la pista como elefante en cacharrería, y si es el hombre el más musical, se pondra nervioso enseguida ante tu incapacidad de seguir lo que propone. También es posible que la mujer se niegue a dejarse llevar por el hombre, al fin y al cabo, significa tirar por la borda años y años de dura lucha por la igualdad! Luego hay que contar los pisotones, el no entender lo que la profe pide, el conseguir entrar al ritmo adecuado, todo con buen humor y alegría. Por experiencia os digo que si consigues sobrevivir a un curso de bailes de salón con tu pareja, tienes muchas papeletas para que tu enlace sea de los de "20 años no es nada".

2.- El ordenador.
No sé qué pasa pero cada vez que mi pareja y yo estamos juntos frente al ordenador, saltan chispas, y no de deseo...o sí, pero de deseo de asesinarnos el uno al otro. Hagamos lo que hagamos (abrir una cuenta de correo, entrar en la banca on line, leer un blog, escuchar una canción, mirar un video, escribir un documento...) acabamos como el rosario de la aurora. Tanto es así que, cada vez que me pide ayuda para algo me echo a temblar y finjo no oírle y, si insiste, me dirijo al despacho respirando hondo, disponiéndome a la confrontación inevitable.

Si tienes pareja reciente prueba con estas dos cosas y, si sales victorioso/a ¡no lo dudes, has encontrado a tu media naranja, y sin necesidad de psicólogos carísimos!! Yo he sobrevivido a la primera, la segunda es una prueba eterna y..oh, no! me llama de nuevo!!

domingo, 17 de octubre de 2010

Desmemoria selectiva

He descubierto de un tiempo a esta parte que tengo amnesia selectiva, cuando hay algo que me crea problemas de algún tipo (casi siempre relacionados con el miedo) sencillamente lo olvido.

Me ocurre con las cosas que requieren de mucho trabajo mental y que a menudo tienen que ver con mi propia identidad, siempre tan resbaladiza para mí. Por ejemplo, elegir una fotografía mía para un folleto o un cartel. Nada más pensar en estar horas y horas sentada mirando imágenes propias, enfrentándome a mi envoltorio para comprobar, o adivinar, o interferir, o juzgar que mi cara no es tan versátil como imagino, o que ha envejecido más de lo que yo creía, o tener que ponerme en la cabeza de personas desconocidas intentando adivinar qué pensarán ante esta u otra fotografía, si cada una de las imágenes elegidas sirve o no a su propósito, me da una flojera tal, un cansancio previo que sólo se me ocurre refugiarme en internet como lo estoy haciendo ahora, o leer hasta la extenuación, o hacer cualquier estupidez que no signifique abrir ningún tipo de camino en la vida real. Pero no puedo huir de esta manera porque lo que debo hacer y me repele forma parte de mi trabajo, porque quiero hacerlo, porque es un paso que lleva a otro paso, que acabará llevándome a otro lugar que imagino mejor que el actual.

¿Cual es la solución entonces a este dilema? ¡Lo olvido! No lo hago aposta, no es algo decidido conscientemente, simplemente me olvido de que tengo que hacerlo, absorbida por la preocupaciones cotidianas en las que me manejo mejor. Un día, entonces, recuerdo que tenía esta tarea pendiente y suele ser demasiado tarde para ponerla en marcha, han pasado los plazos, o ya no tiene sentido.

Pero no lo hago sólo con el trabajo, sino con cualquier cosa que implique enfrentarme a mis miedos, a mis huecos oscuros, a la confrontación con el otro: hace ya tiempo huí sin saber que lo hacía de una persona a la que quería mucho porque me dolía su sufrimiento y porque no sabía manejarme en la situación extrema en la que ambos nos encontrábamos. Entonces llegaron unas vacaciones salvadoras y me marché con la familia, y a la vuelta había olvidado por completo que yo iba antes a aliviar el dolor de esa persona querida. Sólo lo recordé cuando me preguntó, la última vez que le vi, si es que estaba enfadada con él. Fue la primera vez que me encontré con claridad con mi mecanismo de olvido.

Dicen que todos tenemos partes de nosotros mismos que no podemos ver, ángulos muertos que escapan a nuestra observación y nuestro análisis. Dicen incluso que utilizamos al resto del mundo como espejo para podernos ver completos. No lo sé, y me causa un cierto desasosiego imaginar la de extraños lugares no explorados que cubren mis espaldas. Por eso, porque no quiero encontrarme un día perdida en alguno de estos paisajes inhóspitos que inventa mi inconsciente, desde entonces lucho a golpes de post-it contra esta desmemoria selectiva que yo misma inventé para protegerme y que se ha convertido en una trampa inmovilizante, un freno al avance y el aprendizaje, una parada pantanosa en mi camino de la vida.

viernes, 15 de octubre de 2010

Dance me to the end of love

Hoy Madeleine Peyroux me ha llevado a un extraño país donde sobre todo soy piel, posiblemente el país donde viven Rita Hayworth y todas las femme fatale del cine negro. En este país siempre se mira de abajo a arriba, con la cabeza inclinada, los ojos entornados. Siempre hay una media sonrisa algo inquietante en la boca, y chulería, claro, montañas de chulería.

En este país tan parecido al de siempre, con sus mismos buses, sus mismas lluvias, sus mismas calles y gentes, sólo veo hombres. Y ellos me ven a mí. Es curioso, en este lugar no soy invisible, no sé si porque ellos están oyendo la misma canción que yo (la del título del post) o porque yo los miro primero...y distinto. Nos miramos amparados por el tiempo que marcan los coches en los que viajan, con una intensidad y una claridad de intenciones prohibidas para el viandante. Entonces me gustaría ponerme a bailar como se baila con vestidos ceñidos que llegan hasta los pies, con enormes tacones y movimientos felinos. Me parece que necesitaría una enorme raja en un lateral de la falda para bailar lo que a mi cuerpo le apetece, tanta ese, tanto ocho en hombros y caderas, y alguna sorpresa lanzando una pierna deslizante lejos de mí, despacito, despacito.

Pero como no podía vestirme como las maravillosas mujeres de mirada afilada y curvas peligrosas que vivían en blanco y negro, he hecho una aproximación con lo que tenía en mi armario, más bien una libre interpretación del feeling, de la sensación corporal que este mundo me provoca, lo que ha resultado en un atuendo en gris y negro (como corresponde), pero muy corto y muy macarra. Porque ellas lo eran, no cumplían el estereotipo de la mujer dedicada a su nido y sus polluelos, eran decididas, peligrosas, y a menudo maltratadas por aquellos hombres asilvestrados que pululaban por los años cuarenta ataviados del sempiterno traje y el sombrero (¡qué pena que ya no se lleve, estaban tan hermosos con él!).

Y Si lo pienso bien esta es una tierra que frecuento a menudo, de un modo menos sensual, menos hacia fuera, pero que conozco a la perfección, tengo carta de ciudadanía, no necesito pasaporte. No soy la única, por lo que veo, me parece que por aquí se pasean muchos conocidos de incógnito, como yo. Intentando ser otros, más intrépidos, menos considerados, sin historia, más sexuales y felinos, más peligrosos. Gatos grandes encerrados normalmente en armarios por decisión propia, porque no podríamos vivir tranquilos con tanto animal suelto. Solo que a veces uno necesita estirar las piernas, recordar que está rodeado de piel, que hay calor bajo la ropa, y humedad, y risas, y saliva, mucha, mucha saliva. Uuuummmmmmmm.

lunes, 11 de octubre de 2010

Cansancio

Hoy estoy con un cansancio encima brutal. Es un cansancio físico más que mental o anímico, una pesadez en los músculos (por excesos de gimnasio, me temo, y puede que por falta de carne) que me tiene clavada a la silla, sin ánimo más que para revolotear de página en página por internet, buscando tonterías, o para imaginar obsesivamente mi sofá y una buena peli. Pero estoy tan cansada que no tengo fuerzas para llegar hasta el salón. Podría arrastrarme, es cierto, en vez de caminar, pero resulta más cansado todavía, esas son cosas que sólo se hacen ante una emergencia: huir de un incendio o de un búfalo desbocado, o intentar llegar al teléfono de urgencias mientras te desangras, o intentar escapar de un asesino con cuchillo que ya te ha alcanzado una vez, o estar dormida soñando cualquiera de las cosas anteriores.

Estaría genial poder tender tu cuerpo de vez en cuando, o sea, lavarlo un poco con jabón neutro y colgarlo en alguna parte para que se seque sin perder la forma (desengáñate, cualquier forma aleatoria que pudiera coger tu cuerpo al tenderlo sería peor que la forma que ahora tienes), mientras tu te dedicas a flotar por el techo, comprobando de paso las zonas de las lámparas que necesitan mejor limpieza.

A mí me suele dar más por desatornillarme las piernas, que a veces me pesan demasiado, pero hasta ahora no he encontrado la manera. Estaría genial dejarlas a un lado,boca a bajo, para que se deshinflen cuando has caminado demasiado, o quitártelas cuando te has hecho rozaduras con los zapatos nuevos, o simplemente dejarlas de lado cuando te avergüenzan con tanto pelo.

También sería bonito poder quitarnos la cabeza, pero tendríamos que hacerlo todo el mundo al mismo tiempo, no debe ser un plato de gusto ver a nadie caminando sin cabeza, la traquea y las arterias al viento. Seguro que alguien se haría de oro inventando tapaderas para el cuello que evitaran la entrada de virus e insectos, que protegieran el engranaje de reenganche de la cabeza para no tener que ir luego por ahí con los mocos colgando o la cabeza de lado por un mal acoplamiento.

En fin, que estoy tan cansada que no sé lo que escribo.

viernes, 8 de octubre de 2010

A los verdaderos guerreros.

Estoy traspasada por algo que acabo de leer y no sé definir muy bien lo que siento: mucha tristeza, desde luego, por el tema tratado, y admiración por la maestría de la escritora , y más tristeza porque se me ha mostrado un mundo al que nunca accederé, como quien dibuja con un lápiz una ventana en un muro, y la ventana de repente cobra vida y se abre y ves más allá un río de plata brillando al sol, y unas colinas solitarias, y un fondo de montañas, y sabes que nunca podrás llegar hasta allí, que tendrás que limitarte a admirarlo en la distancia mientras la ventana permanezca como está.

Hay personas que nacen con el don de hacernos viajar, de obligarnos a salir de nosotros mismos para descubrirnos mundo nuevos, de hacernos soñar, llorar, reír, morir de tristeza o de miedo, de rabia o de angustia, de alegría o maravilla sin levantarnos del sofá, sin movernos de la silla. Algunos lo hacen con dibujos, otros con sonidos, otros con imágenes en movimiento, y algunos más con palabras. Son los artistas.

Cuando alguna de estas personas consigue traspasar mi coraza y tocarme dentro, me sorprendo de que no sean veneradas y ensalzadas como realmente merecen. Porque personas así nos hacen un regalo inestimable que no se puede comprar, no se puede imitar, solo viene dado de su mano. Son las personas que hacen que el mundo avance sólo porque son capaces de imaginar (y transmitir) lo que le resto no podemos vislumbrar, nos ponen sentimientos, ideas, visiones nuevas en la cabeza y gracias a ellos, el mundo cambia, se vuelve humano, sensible, hermoso, vivible.

Y sin embargo muchas de estas personas siguen viviendo vidas pequeñitas, dudando muchas de ellas de su propia capacidad para crear universos de la nada, sintiéndose a menudo indignos o defectuosos porque pueden ver lo que otros no ven, porque no tienen trabajos materiales, entendibles, porque sienten demasiado y eso causa desasosiego en quien mira, porque no son normales.

A todos ellos, que nunca leerán esto, les mando mi más profundo, sincero y sentido agradecimiento.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Sin nombre

Hay tristezas sin nombre, esas que no sabes de donde vienen, que no responden cuando les preguntas, a veces invitadas a tu casa por una película, una noticia horrible, una historia que preferirías no haber conocido, o una canción. Si eres de los que necesitan rápidas respuestas para mantener a raya al caos, te dirás que cualquiera de esas fue la causa, y a veces lo es, pero otras no es verdad, sabes que la tristeza fue provocada por ellas pero ya no responde a ellas.

Entonces sientes el corazón hacerse pequeño, pequeño, cada vez más pequeño, hasta que duele...o se pone a arder. La tristeza se siente también en los ojos, un amago de lágrimas que no caerán porque estamos entrenados para eso y, si te fijas bien, en los huesos, que se vuelven más quebradizos, más livianos, más endebles. Quizá cuando una anciana se rompe de repente la cadera en su casa es por un ataque de tristeza incontenible que la obliga a sentarse de golpe, a dejar de fingir fortaleza, a reconocer que está cansada.

La tristeza, cualquier tipo de tristeza, es difícil de bailar, no es como la rabia que pone alas en los pies y en la mandíbula, que nos hace rugir, saltar, golpear, gritar, correr, blasfemar. La tristeza tiene una cualidad anestésica para el cuerpo, no porque dejes de sentirlo sino porque te es difícil moverlo, se resiste al movimiento, sólo le interesan aquellas acciones que lo lleven hacia abajo, hacia el suelo. Si pudiera, un cuerpo triste se volvería líquido, se colaría por los imbornales de las calles, por los huecos entre los ladrillos, se filtraría por la tierra para desaparecer en ella. Por eso es tan difícil bailar la tristeza, por eso es tan complicado deshacerse de ella. Y por eso lloramos con ella, para hacer de alguna manera lo que nuestro cuerpo anhela pero la física no le permite.

Las tristezas sin nombre son incordiantes porque suelen doler pero es un dolor sin etiqueta, inexplicable. Las tristezas sin nombre suelen obligarnos a la impostura porque no puedes caminar con cara de duelo por la calle sin tener una razón, somos así, los motivos, las catalogaciones, las clasificaciones nos gustan, nos tranquilizan, nos permiten imaginar que el suelo es firme. Por eso la escribo, para no traicionarla ocultándola, para exorcizarla, para honrarla...aunque no sepa cómo se llama.

lunes, 4 de octubre de 2010

Regalos

He estado fuera, algo que como excusa para no escribir es algo endeble pero cuela. He estado cerca pero lejos, porque la sensación es que vengo de otro planeta, que fui abducida a otra vida, que fui otra persona durante unos pocos días, alguien que se vestía distinto, pensaba distinto, actuaba distinto. ¿Me gustó? Sí. ¿Se podría vivir toda una vida así? Eso ya no lo sé. Ya sabes, no es lo mismo vivir un sueño con fecha de caducidad que instalarte en él el tiempo suficiente como para conocer todas sus desventajas.

Pero como soñar es gratis (más o menos) puedo visualizarme con una casita frente al mar rodeada por un porche lo suficientemente amplio como para resguardarme de los calores tremendos que se gastan por allí. Unas tumbonas en la azotea para ver las estrellas, un jardín mediterráneo de esos que no tienes que regar. Y silencio. Y pantalones amplios. Y baños de mar desnuda (como todos los demás que viven allí) y puestas del sol espléndidas al borde de un acantilado. Y descubrimientos, y aprendizaje, y breves paseos por el purgatorio, sólo para saber más de mí, y plazas, pulseras, anillos, perros que se bañan en las fuentes, barcos, paseos larguísimos (porque esta mujer abducida allí no tiene coche), y cervecitas en el puerto, y...

Y amigos. Sobre todo una amiga, alguien a quien no esperaba conocer, con quien no esperaba intimar, y que resulta ser...¿mi hermana? Así que nos pusimos a compartir confidencias, y croasanes con nutella (muchos croasanes con nutella, porque a esta mujer abducida allí le gusta el chocolate), y a dibujar tonterías a las tantas de la noche, y a hablar de fantasmas, y comidas, y problemas y risas y libros y música, y...

Me acogió en su casa y me hizo sentir como si estuviera en la mía propia, me regaló unas cerezas con chocolate que estaban de vicio, y una bonita pinza rosa para el pelo, y varios cds música variada, y me prestó su pantalón rojo, y sus botas, y sus calcetines, y un chal maravilloso y calentito que resultó ser marca de la casa. . Y su coche, con el que me recogío del barco y me devolvió de nuevo a él.

Uno nunca sabe cuando la vida va a regalarle algo. A mí me ha dado una amistad preciosa que no me esperaba. ¿Qué más se puede pedir?

domingo, 19 de septiembre de 2010

El observador zarandeado

¡La vida va demasiado despacio, la vida va demasiado despacio!! Calma, calma, me digo, cada cosa a su tiempo, poco a poco, un paso detrás de otro. ¡Pero hay tantas cosas por hacer, tanto que ver, tanto que aprender, tanto que correr! ¡No quiero estar parada esperando el momento, el turno en la cola, manteniendo la paciencia! Siempre hay cosas por delante, cosas de la vida real, avituallamiento, provisiones, logística, educación, visitas, compras, caminos y más caminos ciegos que no parecen llevar a ninguna parte.

Me quemo, no soy ciega ni tonta, lo sé, me quemo viviendo de este modo, pensando de este modo, pero no voy a forzarme para pensar diferente, para sentir diferente. Esto es lo que hay, voy a ser el observador en el centro, es fue el compromiso. Así que miro la hoguera en mi pecho y tengo miedo de arder hasta el final sin llegar a ninguna parte, observo este fuego continuo que se ve más en la oscuridad de la noche (por eso no duermo) y no sé si darle las gracias, o solo mantenerme asustada, o girar y girar como una loca al son que me marca, y desesperarme, desesperarme, si, de que la vida vaya tan lenta.

Pero no voy a hacer nada más que mirar, observar lo que ocurre, apuntarlo todo como si de un experimento se tratase, intentando mantener la calma, la objetividad que todo experimento precisa. Ese es el reto, el compromiso. Y para hacerlo he de mantener a raya a los fantasmas, los monstruos y dragones que me acechan una y mil veces a lo largo del día, he de mantener la cabeza fría. ¡Y es muy difícil con este carbón encendido en que se ha convertido mi pecho entero!

Así que trataré de dormir una vez más, y mañana me levantaré disfrazada de serenidad y madurez, daré todos esos pasos que hay que dar para mantener organizada la vida real, encontraré un hueco para alimentar mi fuego, para darle su tributo, para construir un escalón de la escalera que mi cuerpo, mi vida entera me pide. Y quizá, un día , el fuego se haga más dulce, más tranquilo, incluso se apague del todo y yo pueda descansar y darle las gracias por haberme traido a ese nuevo lugar que todavía no concibo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Volcán

Tengo un volcán en erupción dentro de mí, una mezcla extraña de nervios, creatividad, movimiento, planificación y proyectos. Es raro tener algo así de potente en el interior, sobre todo para alguien como yo, bastante quieta normalmente, bastante más soñadora que realizadora.

No quiero pensar en cuanto puede durar, no quiero plantearme nada que no sea vivirlo plenamente, no digo "disfrutarlo" porque es una experiencia confusa, a veces euforizante, a veces desasosegante, siempre apasionante. Supongo que algo parecido sienten los surferos cuando están sobre la ola, limitándose a estar sobre ella, a hacer lo que hay que hacer, concentración, viento en la cara, presente, agua, fuerza, equilibrio precario.

Hay vértigo también, y muchas dudas, algunas encrucijadas, y subidones portentosos, y ramalazos de angustia, y trabajo, y objetivos y escalones y¡muchos bostezos porque no consigo dormir demasiado!

También tengo miedo pero esto no es ninguna novedad, el miedo me acompaña siempre, es mi hermano o mi sombra, está ahí todo el tiempo, más grande o más pequeño, vive conmigo de modo que, aunque me incordia, y mucho, también estoy acostumbrada a sus palabras.

¿Sabes qué me gustaría? Encontrar la serenidad en medio de todo esto, pararme en el centro, en el ojo del huracán, y poder mirar con calma a mi alrededor, sabiendo que no controlo nada, que es la vida la que tiene toda la fuerza, el ímpetu, el poder, pero que no importa. Tal vez, si esto dura lo suficiente, lo consiga.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Cuerpos efímeros

Estas viendo una serie de televisión o una película antiguas, de esas que te gustan mucho. La disfrutas sin pensar demasiado, dejándote llevar por la trama, la iluminación,la música, el ritmo, incluso admiras el cuerpo escultural del actor principal. Y de repente te das cuenta de que ese cuerpo ya no existe, no está. Tu lo disfrutas ahora pero nunca lo podrás tocar, no porque sea el de un actor americano lejanísimo para tí sino porque pertenece al pasado.

Es posible que el actor en cuestión todavía esté vivo, o no, pero no importa: lo que admiras, lo que provoca según qué reacciones en tu propio cuerpo, ya no existe, no es palpable, comprobable, no habéis coincidido en el tiempo. Te das cuenta entonces que estas viviendo un espejismo, una imagen vacía pero más perturbadora que las que se producen en los desiertos porque está, la que te gusta, sí existió, existió de verdad, en otro tiempo, otro lugar, pero ya no está. De repente tu cuerpo, tu deseo, incluso tu anhelo, quedan enganchados a un fantasma, un ectoplasma que sigue viviendo escondido en el cuerpo real, actual, del actor en cuestión, pero que ya no se manifiesta en su exterior. Como si esa persona,mientras no mirabas, hubiera ido a un armario para colgar ese cuerpo que conoces y vestirse otro que se le parece quizá, como si se disfrazara de sí mismo para burlarte, para disimular, para ser el mismo siendo otro.

Lo más extraño es cuando te paras a pensar que eso ocurre también con la gente que quieres, a cada minuto. Pasas un mes sin ver a tu hermano y en las siguientes navidades su cuerpo es otro, a veces de modo sutil, a veces bruscamente. O de un día para otro tu padre parece haberse echado encima todos los años que no solías recordar que tiene. Arropas a tus niños en mitad de la noche y de repente eres plenamente consciente de que ese cuerpecito que adoras es efímero, cambia a toda velocidad ante tus ojos, se alarga, se redefine, crece, desaparece en un cuerpo nuevo que amarás igual pero que será distinto.

Pero también pasa con el tuyo propio, como si se empeñara en cambiar a tus espaldas: olvidas mirar una temporada tus pies y una buena mañana los redescubres en la ducha y se han convertido en otros. A veces es tu culo, que cambia menos sutilmente porque sueles olvidar mirarlo, o tu tripa, o el incansable vello de tus piernas. Pero lo más perturbador es cuando desaparece tu cara, la de siempre, y descubres una distinta, más arrugada, posiblemente más interesante, pero también con la fecha de caducidad más claramente marcada.

Todos cambiamos, envejecemos, crecemos, nos renovamos todo el tiempo. Todos tenemos un armario invisible con una provisión limitada de cuerpos diferentes que siempre serán el nuestro pero nunca serán iguales al que de momento tenemos. El cine, las imágenes fijas se empeñan siempre en recordárnoslo, para bien...y para mal.

martes, 14 de septiembre de 2010

Frente al abismo

A veces tenemos la sensación de estar al borde de un abismo, una sensación tan clara, tan abrumadora, que podemos sentir los dedos de los pies apuntando al vacío, casi podemos vislumbrar entre jirones de nubes las piedras del fondo, el aire frío en la cara, y casi nunca vemos el otro lado del barranco.

Algunas de esas veces sentimos que no tenemos nada más que hacer que dar un paso hacia delante y dejarnos caer, sabemos que aunque no podamos verlo algo nos recogerá en medio de la pavorosa caída y nos envolverá y nos llevará a un nuevo lugar sanos y salvos, más enteros, más sabios, más completos. Pero también es cierto que saltar tiene un precio: cuando cambias dejas inevitablemente atrás muchos sueños, muchas ideas preconcebidas, muchas palabras cómodas,mucha gente. Y eso asusta, porque no sabes en qué te convertirás cuando llegues a ese otro lugar que se vislumbra más feliz y más amable, pero tan distinto...

Es cierto que hay otras veces en que sabemos positivamente que por más que nos atraiga el salto, debemos quedarnos donde estamos, debemos resistir esa tentación que todos llevamos dentro y más o menos a flor de piel de terminar con todo, de rendirnos, de descansar, o de volvernos temerarios por una vez, por una sola vez y hacer lo que nadie espera de nosotros. Son esos momentos extraños resumidos en una copa más, un adelantamiento temerario, una oferta sexual proscrita, cualquier peligro oscuro del que no podemos calcular el riesgo.

Creo que si en el momento de la elección (saltar o no) tuvieramos el tiempo suficiente,casi siempre podríamos elegir correctamente. Pero a veces los momentos cruce pasan deprisa, muy deprisa, y uno debe decidir en un segundo: si/no, bien/mal, riesgo/seguridad. Pero si llevas tiempo al borde de un abismo, un abismo al fondo del cual curiosamente ves luz en vez de oscuridad, un abismo del que oyes perfectamente la voz, entonces párate, escucha tus miedos, mira al fondo y, por dios, toma una decisión de una puñetera vez!

viernes, 10 de septiembre de 2010

Dirección

Dicen que todos nacemos con una misión en la vida, que estamos aquí para hacer algo en concreto. Así habría gente nacida para enseñar a los niños, gente nacida para conducir camiones, gente para alegrarnos la vista con su belleza, gente para convencer gente, gente para gestionar recursos, o gente para hacer cosas muy muy pequeñas que no se sabe demasiado bien qué aportarían al resto de la humanidad.

Según esta premisa optimista, nunca habría gente para nacida para hacer el mal, para matar gente, para manipular gente, para perder a otra gente, es decir, que nuestra misión en la vida tendría siempre un carácter positivo, amable, definitivamente decisivo o,cuanto menos, inócuo.

YO no sé si creo en esto, aunque cada vez estoy más segura de que la misión en la vida tiene más que ver con que consigas estar a gusto en tu piel, encontrando aquello que quieres hacer o aprendiendo el arte perdido y complicado de fluir con lo que toca, que con una especie de designio divino impreso en tus células (o tu alma, que imagino debe residir más o menos a ese nivel diminuto y tremendo).

Pero si fuera cierto, si realmente hubiera algo para lo que estamos aquí, o un compendio de cosas que definen nuestra mision en la vida, definitivamente una de las mías sería mi trabajo. Y como mi trabajo, como el de casi todos, anda un poco complicado últimamente, permitidme que de las gracias al infinito, o a mis células, o mi contratador, los hados, el destino o las fuerzas macroeconómicas porque hoy, hoy, tengo que ir a trabajar. Y yo he nacido para hacer este trabajo. Que tengáis un buen día!

La vuelta a la vida real.

Me encuentro, me imagino, como todos ahora mismo: intentando adaptar poco a poco el paso al invierno, dejando atrás y a trompicones las trasnochadas, las cervezas, los picoteos y las tardes infinitas para el "dolce far niente".

La verdad es que no tengo ninguna gana de volver a la vida real, pero no es algo que se elija, simplemente sucede y te lleva con ello, como un tsunami, así que no tengo más remedio que nadar. Me encuentro entonces de nuevo con mi oficina, polvorienta, llena de papeles, desordenada y curiosamente no tengo una idea demasiado clara de lo que hacía yo aquí durante mi jornada laboral. Es cierto que el mío no es un trabajo al uso, hay que inventarlo cada vez y para mí es como si perdiera los manuales de procedimientos cada vez que cojo unas vacaciones o que la cosa se pone espesa de trabajo.

Sé por costumbre que la rutina acabará llegando (aunque no sepa si era igual a la rutina del año pasado, como digo, me reinvento en cada etapa), por lo que de momento sólo quede resignarse al desorden esperable hasta que todo se normalice. Sin embargo este año por primera vez hay algo que me preocupa y es perderme en la vorágine.

Este verano he creído descubrir algunas cosas importantes para mí (cosas que solo tienen valor de mí a mí, por eso no las cuento), algunos modos de ser y de hacer que no me gustaría perder en el ajetreo de la vida real. Me asusta un poco olvidar todo lo aprendido mientras intento cuadrar mis múltiples agendas (la de estudiante, la de trabajadora por mi cuenta, la de trabajadora por cuenta ajena, la de pareja, la de madre, la de vaga y la de escritora imberbe), me preocupa perderme en el laberinto de las obligaciones cotidianas para aparecer dentro de un tiempo al otro lado del túnel sin recordar quien soy, quien fui, sin recordar lo que ahora sé.

Ayer me decían que hay que fluir con las cosas y estoy de acuerdo. La cuestión, como siempre, es cómo hacer par fluir sin forzar pero sin siluirme en la corriente, para afinar quien soy sin luchar contra las aguas. El dilema eterno, encontrar el justo medio.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Obligaciones

Hoy tengo que hacer algo que no quiero hacer. Si fuera pequeña gritaría: "¡no quiero, no quiero y no quiero!", y patalearía y montaría un espectáculo hasta que un adulto me dijera lo que quiero oír. Los niños pequeños no saben de obligaciones, no tienen las dobleces que se nos han ido haciendo a los adultos, para ellos todo es la inmediatez del deseo así que no conocen los intereses, las estrategias, los futuribles o las postergaciones de la gratificación.

Pero yo no soy un niño así que tengo que hacer algo hoy que no quiero hacer y , para conseguirlo, he de ponerme en mi contra. No bastará con que haga de figura sensata recordándome a mí misma por qué debo hacer esto que no me apetece en absoluto, las razones son claras y meridianas, no hay nada que se les pueda objetar. Lo que necesito es salir de mí misma para encontrar el modo de convertir lo que no quiero en lo que quiero, inventar la manera de atravesar esta experiencia con el menor peso posible, con la menor sensación de condena que pueda conseguir.

Así pues, siendo quien no soy (esa niña que grita que no quiere, y que no quiere, y que no quiere), elaboraré una lista con todos aquellos placeres secundarios y posibles que lo que tengo que hacer me puede proporcionar. En este caso una conversación agradable y profunda con alguien con quien hacía tiempo que no conversaba, una copa a la orilla de mar, un rato de asueto en solitario en mitad de la noche...y algunos placeres más que puedo ponerme a inventar y que pertenecen, definitivamente, a la imaginación.

Pero para disfrutar de todo esto tengo también que acallar mis miedos, esos que me hacen no querer lo que no tengo otra posibilidad que afrontar. Y eso es más difícil porque, como dijo alguien, el miedo es libre...y gratis. O sea que no tengo más remedio que ponerme a explorar qué me asusta en concreto y cómo puedo minimizar esta sensación. Pero, qué quieres que te diga, estas incursiones psicológicas en busca de la tranquilidad perdida me dan cada vez más flojera, es como ponerse a desenredar una madeja de hilos harapienta y llena de pelusas, intentando adivinar cual es el hilo principal, cual el accesorio, cual el que me liberará de la encrucijada en la que estoy.

En cualquier caso, con encrucijada o sin ella, con ganas o sin, con miedos o no, voy a tener que hacer lo que no quiero hacer. Supongo, con mucha desgana la verdad, que en eso consiste lo de ser adulta, en cumplir con las obligaciones que mi edad (y mi propia integridad, no nos engañemos) me impone, por más que los huesos se me pongan blandos y una niñita dentro mío siga gritando, cada vez con menos convicción y más miedo, aquello de "no quiero, no quiero y no quiero". Perra vida.

lunes, 30 de agosto de 2010

Encuesta sobre la inquietud

¿Dónde se aloja la inquietud? Porque de repente, en medio de este desasosiego que me ronda desde hace dos días (un desasosiego con nombre y apellido, una inquietud bien conocida pero no por ello menos molesta) me asalta la duda de si a todo el mundo se le enrosca en el mismo lugar.

Así que propongo una encuesta sencillita: cuenta en dos palabras dónde se te enquista la inquietud cuando la tienes: ¿en la cabeza? ¿detrás de los ojos? ¿En los calcetines? ¿O se convierte en casa limpia y papeles ordenados? ¿Dónde colocas la inquietud cuando te asalta?

sábado, 28 de agosto de 2010

Riesgo

Acabo de hacer una cosa muy arriesgada, he corrido un riesgo tan grande que todavía tengo el estómago revuelto y la adrenalina corriendo por mis venas. Pero no me he tirado en parapente ni he hecho puenting, no he pilotado un ferrari por ninguna pista de alquiler ni he intentado domar un tigre. Tampoco he robado unas bragas en unos grandes almacenes ni me he ido sin pagar de ningún bar. Ni siquiera me he acercado a un hombre hermoso para hacerle proposiciones más o menos deshonestas. Realmente no importa qué es lo que he hecho, lo relevante es que para mí era un riesgo enorme. Y resulta curioso constatar que para cada uno de nosotros lo arriesgado se situa en diferentes lugares. Imagino que para los forofos de los parques de atracciones el Dragón Kan no tendrá secretos pero para mí es una barrera infranqueable. EStoy segura de que hay mucha gente incapaz de hacer lo que yo hago en mi trabajo, me lo dicen a menudo, y para mí es más o menos sencillo, no lo pienso y ya está. Otros viven del riesgo calculado, un riesgo muy variable que puede tener que ver con la integridad física o con la intelectual, eso no importa. Lo maravilloso, y lo aterrador si te paras a pensarlo es que en el fondo cualquier cosa, cualquer situación puede convertirse en algo muy arriesgado para alguien.

Estoy segura de que para muchas personas lo que yo he hecho hoy es su pan de cada día, lo tienen asumido y superado, pero esta es mi lucha particular.Todos batallamos con muchas cosas en nuestras cabezas, límites que no hemos elegido pero están, muros instalados en nuestras vidas, en el interior de nuestra mente, que nos impiden hacer ciertas cosas, abordar ciertos desafíos.

Es sorprendente que esos precipicios de algunos sean para otros míseras piedrecitas en el camino, o mucho mejor, veredas llanas bordeadas de árboles donde pasear tranquilos. ¿Qué te da miedo? ¿El ridículo? ¿La exposición a la mirada de los otros? ¿Su juicio? ¿O te da miedo lo de siempre, que no te quieran? ¿O es la muerte lo que te asusta? Todos estos miedos a veces se concretan en cosas muy tontas (atreverte a coger una moto, o hacer rafting, o bailar tangos, o escribir una carta, o recitar una poesía, o dar una charla, o subir a la montaña rusa, o decirle a alguien que le dejas, o le quieres, o quieres más de esto, o menos de aquello).

¿Sabes? Una vez me lesioné y no pude andar como antes durante más o menos un més. Desde entonces miro a los ancianos que cojean, a la gente en silla de ruedas, a las víctimas de hemiplejias que aun así caminan lentamente por la calle, como a heroes. ¿Te imaginas el esfuerzo que a ellos les supone el simple hecho de decidir salir a la calle, vestirse y maquillarse para ello, caminar a trancas y barrancas, no saber hasta dónde podrán llegar, tener que medir sus fuerzas, su trayecto antes de comenzar? Lo que para cualquiera de nosotros es una actividad a la que ni prestamos atención, para ellos es una montaña, un himalaya de obstáculos informes. Pero lo hacen, se tragan su miedo, sus dudas, reunen sus fuerzas y se ponen en marcha.

Para cada uno de nosotros el desafío, el riesgo, está en un lugar diferente. Y no se pueden medir unos riesgos con otros.

lunes, 23 de agosto de 2010

Coexistencia

A veces el cuerpo no se pone de acuerdo consigo mismo, y es extraño, porque para cosas mucho más complicadas y especializadas como hacer la digestión de una paella o gestionar los residuos tóxicos no tiene problema ninguno en organizarse.

A veces el tronco quiere dormir pero la cabeza da vueltas y vueltas como si la cosa no fuera con ella, perdida en sus locos laberintos de los que sólo ella sabe. Y mientras el estómago dice que tiene hambre y quiere que la mano y los dientes hagan algo al respecto pero tu energía no está para ponerse a rebuscar por la nevera. A veces tienes un sueño enooooorme y entonces tu vejiga decide que es un buen momento para deshacerse de la cerveza de la cena. A veces,en el momento del descando comienzan o correr culebrillas por el cuerpo que no sabes muy bien a qué se deben, pequeños y potentes riachuelos de energía rebullendo que te dificultarán dormir. A veces tu sexo se despierta de repente y se pone en contacto con tu cabeza por ese teléfono rojo que esos dos tienen para transmitirse los mensajes urgentes y ponerse de acuerdo, porque al fin y al cabo es sencillo alargar el brazo para tocar otra piel distinta que duerme a tu lado pero el resto del cuerpo está tan, tan cansado que las órdenes no llegan a los dedos. Y entonces sientes que estás formado por multitud de fragmentos independientes, cada uno con sus propias necesidades y prioridades. Y si te pones a pensar más te entra el vértigo porque en medio de todo ese berenjenal no sabes muy bién dónde estás tú, ni siquiera quien de todos eres tú.

¿No es extraño? Es cuando el cuerpo demuestra que es un compuesto, una idea, una sociedad gigante que vive junta porque le conviene,es cuando el cuerpo más se parece a una ciudad, donde siempre hay alguien con ritmo diferente al de la mayoría, multitud de seres con distintas inquietudes e imágenes de cómo debe ser la vida, el mundo, los próximos cinco minutos. Nuestras células viven juntas sólo porque les interesa, no porque se quieran, mucho menos porque nos quieran a nosotros que debemos ser para ellos como para la humanidad es la idea de Dios, algo que se intuye pero de quien no hay constancia.

viernes, 20 de agosto de 2010

tres de la mañana

No sé muy bien qué ha pasado pero tengo un claro desfase horario con el resto del mundo (entendiéndose como "resto del mundo" el reducidísimo grupo de personas con el que me relaciono). Cuando ellos se levantan yo estoy muerta de sueño, cuando voy a desayunar ellos ya andan por el almuerzo, las tardes se me hacen muy cortas porque tengo mucho sueño y aunque intento levantarme de la siesta a horario decente, mis ojos no se abren cuando yo quiero sino cuando pueden. Por las noches todos tienen sueño menos yo, que no sé muy bien que hacer conmigo, hay demasiado silencio como para ponerme a estudiar música, y demasiada confusión en mi cabeza para acciones intelectuales de más envergadura. Queda la lectura (a este paso me termino toda la biblioteca municial este verano) y la tele (que siempre me posibilitaría una tesis doctoral posterior sobre las infinitas maneras que nos proponen de perder el tiempo y la de dinero que se gasta por ahí para producir mediocridades).

Si viviera en una isla desierta (pero con biblioteca e internet) no tendría esta extraña sensación de ir con el paso cambiado, haría como se supone que hace "el buen salvaje": seguir mi instinto y comer cuando tengo hambre, dormir cuando me entra el sueño y tocar el chelo cuando me rota (no sé si "el buen salvaje" tendría chelo, la verdad). Tampoco sabría qué edad tengo y eso me evitaría muchos quebraderos de cabeza sobre lo que es apropiado o no a mi edad, y como no habría espejos (¿qué pasa? ¿Acaso las bibliotacas y los espejos han de ir de la mano?) tampoco me calentaría la cabeza sobre como pasa el tiempo por mi cara, aunque sí por mis manos,, esas puedo verlas sin necesidad de espejos. Podría sentirme como me siento sin plantearme si es lógico a mi edad sentirme como me siento, y podría sentirme guapa el día que me levanto con esa sensación sin tener que adaptar lo que siento a la imagen que me devuelve el espejo. Podría estar horas y horas leyendo, parando solo cuando me doliera demasiado la espalda (es lo que tiene leer tumbada), o escribir durante horas sin interrupciones de ningún tipo. O podría tocar el piano a las tres de la madrugada, eso sería genial!

Claro que se me atrofiaría la voz de no utilizarla más que para cantar en la ducha (o la cascada, no me he imaginado cual sería mi alojamiento), esa voz que mi madre ha descubierto hace muy poco que es bonita, como si nunca me hubiera escuchado hablar! (y eso es imposible, hablo demasiado cuando estoy en fase con el resto del mundo). Tampoco podría comentar las cosas que leo ni los absurdos descubrimientos que hago. Ya, ya sé que para eso tengo el blog pero definitivamente la escritura tiene poco que ver con el lenguaje hablado. Y no sé si sobreviviría sin supermercado.

En fin, que aquí estoy, desvariando en pleno desfese horario. ¿Soluciones?

lunes, 16 de agosto de 2010

Cuerpos

De mañana, en la carretera. Un hombre con una moto tipo trial me adelanta. Se mueve como si fuera uno con su máquina, hay algo de baile en el modo como se incorpora de nuevo al carril, me recuerda a los centauros que creyeron ver los indios americanos cuando vieron aparecer a los españoles sobre sus caballos. Inmediatamente me quedo prendada de su maestría, del modo como circula sin esfuerzo, sin conciencia ninguna del peligro, sin aspavientos ni chulería, con total naturalidad, de un modo totalmente distinto a como lo hago yo.

Me imagino entonces que me deslizo en el interior de su cuerpo, que meto mis brazos dentro de los suyos como quien se calza un guante, sólo para sentir lo que él siente, esa calma que le supongo, esa destreza que no parece aprendida. Me imagino sujetando el puño de la moto, mirando la carretera a través de sus ojos,la percepción un poco limitada por el casco, la altura un tanto intimidante de la moto...y de su cuerpo, absolutamente diferente al mío. ¿Cómo será sentir el viento en ese pecho amplio y plano?¿Cómo será sentir tanta seguridad como para soltar el manillar tal y como le estoy viendo hacer? Imagino entonces que es mi mano la que se suelta, imagino la misma sensación que sentía de pequeña cuando paseaba sola en mi bici creyéndome la dueña del mundo y mi destino.

Y si realmente pudiera introducirme en su cuerpo como quien se pone un disfraz ¿qué más cosas descubriría? ¿Cómo será habitar ese cuerpo grande, masculino? ¿Qué vivencias, aparte de las más obvias, proporciona un cuerpo de hombre que no me pueda dar mi propio cuerpo? ¿Y cómo serán esas experiencias "obvias"?¿Qué vivencias nunca tendrá él por no tener un cuerpo como el mío? ¿Y cómo se verá el mundo a través de su mirada? ¿Cogerá los vasos como los cojo yo? ¿Le sabrá el pollo igual que a mí? ¿le llamará "azul" al mismo color que yo? ¿Cuando diga "amor" o "sexo" o "cansancio" se referirá a los mismos conceptos que yo? ¿Sentirá frío a la misma temperatura que yo? ¿Le dolerá el dolor como a mí? Y según me hago preguntas me doy cuenta de que no es sólo un cuerpo, es un laberinto infinito por el que que deambulo, con salas y salas distintas, diferentes, un lugar inmenso en el que resulta muy fácil perderse.

Pero estoy conduciendo y él va más deprisa que yo,una moto se mueve con más agilidad que un coche, así que lo pierdo de vista sin llegar a conocer su nombre, sin ver su cara, sin saber del color de sus ojos, sin que llegue a saber nunca que viajé con él sobre su moto, que estuve de algún modo dentro de él. Ya ves, infinitos universos que aparecen donde menos te lo esperas.

jueves, 12 de agosto de 2010

Estímulos

Hay niños en la bañera que han decidido no lavarse el pelo hasta que no me ponga borde, hay cenas por hacer y un huevo solitario cociéndose en un cazo rojo, hay gotas de lluvia cayendo en el portátil y viento y calor infame, hay un hombre que estudia oboe cerca mío, hay estrellas pero pocas y una isla enfrente mío que solo se adivina por las luces de las casas y las boyas que marcan la reserva marina. Hay pelo suelto que se me pone por delante y que está mojado todavía, a este paso incluso hay un incendio de camino si no le hago caso al huevo abandonado sobre el fuego.

Hay tres libros que saqué hoy de la blblioteca y que absorberán mis días aunque no quiera, hay camas por hacer y suelos que barrer y lavadoras que poner. Hay cervezas, muchas cervezas que acabarán en mi hígado por más que me proponga lo contrario. Hay fiestas en proyecto, y fuegos artificiales, y cumpleaños infantiles, y comidas familiares multitudinarias. Hay relatos que no se dejan escribir, instrumentos musicales esperando su momento, técnicas que precticar, series que ver en tv.

Hay posibles viajes que no sabemos si verán la luz, posibles mudanzas que se alejan en el tiempo en vez de acercarse, hay listas de compra (de comida, de muebles, de adornos, de electrodomésticos), hay nubes en el horizonte, y tristeza en el presente, e incertidumbre laboral que me inquieta levemente y que no pienso abordar hasta que pase agosto, hay una hamaca que se ha roto, y un patio lleno de hojas, y muchas plantas que regar, y recibos que pagar, y ropa y juguetes y papeles que ordenar. Hay cucarachas que aparecen en nuestra casa volando por la ventana, y pelusas bajo la cama, y algunos zapatos que tirar, y bastante ropa que planchar.

Hay que madrugar aunque sea verano, y pensar en la comida del día, y sacar dinero del cajero, y transportar gente, y transportarme yo, y charlar con la familia, y ayudar en lo que se pueda y.....sí, parece que esto es la vida real.

lunes, 9 de agosto de 2010

Safari

Una lagartija aparece de repente a mi lado, no sabe de mí o no le importo, está absorta en una enorme (y repulsiva) hormiga con alas que no sabe que su vida corre un peligro inminente. Como este tipo de hormigas suelen aparecer en enjambres mi corazón está absolutamente de parte de la lagartija, aunque su aspecto no sea precisamente de pasarela de moda. Si en vez de un reptil fuera una persona todos consideraríamos de muy mal gusto aparecer con las tripas trasparentándose a través de nuestra piel. Eso no se le permite ni a los pálidos más pálidos del hemisferio norte. Pero ella no sabe de convenciones sociales, ni siquiera ha visto nunca un espejo, y si lo ha hecho seguro que confundió su reflejo con un congénere, así que no debe tener ningún tipo de complejo sobre su apariencia, qué suerte la suya!

Ahí la tienes, diminuta y terrible, inmóvil, esperando que la hormiga cometa un error en su deambular mareada por la luz de mi lámpara. Aquí me tienes, mirando, sintiéndome incluida en un documental del National Geografic pero sin leones (y sin viaje ni aventura, no sé si compensan las comodidades frente a la intensidad de la experiencia, pero menos da una piedra).

Tal y como me temía la la puñetera hormiga no aparece sola, trae dos amigas más y eso confunde a mi cazadora (a estas alturas me he erigido en una especie de entrenadora, de mentora en la sombra, por más que no tenga ni idea de cual es la mejor estratagia para que mi lagartija a la que no pienso ponerle nombre -odio cuando hacen eso en los documentales- me libre de la plaga y de paso tome su cena).

En vista de que mi luz parece atraerlas y estoy al lado de un jardín que imagino repleto de ellas y demasiado cerca de la lámpara, decido facilitarle la cosa a mi lagartija, que a estas alturas ha seguido a su presa hasta el suelo y se ha quedado deblada de un modo extraño después de un salto vertiginoso (para ella), quieta, seguro que luego le dolerá la espalda. Así que bajo la luz, es decir, intervengo en lo que veo, me adentro en el documental y, como era de esperar, la cago: la lagartija no entiende en absoluto por qué la luz se mueve de repente y decide que es más importante salvar el pellejo que cenar hormiga (al fin y al cabo no le cabe demasiado cerebro en esa cabecita transparente) y las hormigas se repliegan y se marchan.

En fin, a veces es mejor observar y dejar que las cosas pasen, sobre todo cuando estás metida en un documental.

domingo, 8 de agosto de 2010

Sensatez

Me gustaría ser una persona sensata, de verdad, me gustaría mucho ser una persona sensata. El tipo de persona capaz de valorar en su justa medida cada situación por la que pasa, capaz de reaccionar en el punto justo, del modo justo, con la pizca exacta de emoción, con la parte justa de razón, la ecuanimidad en persona, esa me gustaría ser.

Me encantaría ser la clase de persona que sabe elegir sin ningún tipo de duda el menú para una cena formal en su casa, una mujer que sabe maquillarse para cada ocasión, un hombre que sabe si toca corbata o no en cada evento social. Alguien que sabe combinar los alimentos para dar a su familia una dieta variada, saludable y equilibrada, que sabe elegir los mejores productos del mercado, que sabe qué plan de jubilación es el mejor y se las arregla para pagarlo todos los meses.

Quisiera ser una de esas personas capaces de establecer objetivos a largo plazo y dar los pasos, infinitos, aburridos, inacabables pasos para conseguir llegar a donde quieren ir. Incluso me gustaría ser una persona que sabe dónde quiere ir, eso sería genial!

Me gustaría que la gente me consultara cualquier cosa por considerarme una persona sensata...bueno, eso ya me ocurre, y no lo entiendo muy bien, debe ser que tengo el caparazón de las personas sensatas aunque tenga el interior de alguien mucho más perdido, más loco, más emocional, ingenuo e infantil, una especie de cangrejo con alma de medusa. Pero quizá tengo esperanza, ¿no?, por lo menos por fuera parezco sensata y la gente suele quedarse con la apariencia de las cosas más que con su esencia real así que me preguntan por menús, corbatas, objetivos, precios del mercado de valores y del mercado de abastos y yo me pongo contenta porque durante un ratito pequeño puedo fingir que soy sensata, que la sensatez es lo mío, que nací para esto, durante un ratito puedo imaginar otra vida más serena, más tranquila, más plana, más...normal. Durante un ratito puedo fingir que no soy yo, descansar de mí para volver luego a mi montaña rusa particular con renovadas fuerzas, con más risa, más ideas, más dolores, más emoción, más yo. Porque no sé ser otra cosa más que yo. Y yo, qué le vamos a hacer, no soy sensata.

martes, 3 de agosto de 2010

No muy bien

No sé cómo me siento, bueno sí, no muy bien, pero dentro de "no muy bien" caben muchas cosas: la gripe, un martillazo en el dedo, la resaca de una pelea, un atasco cuando llegas tarde a algo importante, un trabajo que es solo alimenticio, una relación de pareja que no lleva a ninguna parte, la tapa del piano cayendo sobre tu mano mientras tocas, una patada involuntaria a una piedra llevando sandalias, una mirada reprobatoria por parte de alguien a quien admiras, una intoxicación alimentaria, un retortijón de tripas en un momento romántico, un gusano en tu manzana, no encontrar el móvil por ninguna parte antes de salir de casa, una discusión idiota con tu hermana, una salida de tono de tu padre, un chiste malo contado en un mal momento, un mordisco autopropinado a tu propia mejilla...

Pero ¿cómo se llama este, digamos, malestar difuso que nada tiene que ver con la salud, que tiene un punto de partida muy concreto que no se cómo definir, cómo se llama esta sensación de tener en el centro de mi cuerpo una piedra....no, no, no, un gato, no, una enorme bola de pelusa, o un hueco oscuro, o una pequeña hoguera o... o...o yo qué sé qué es lo que siento?

Si tienes rabia, gritas, insultas, saltas, golpeas un cojín, sales a correr un rato, o te poner a cavar en el jardín , en cualquier jardín. Si tienes ganas de llorar te pones música triste, escribes en tu diario, ver pelis dramáticas, agarras unos pañuelos y te concentras en todo lo malo para que salgan las lágrimas y poder pasar a otra cosa. Si estas contento, contenta, bailas, ríes, juegas a ser una increíble estrella de cine, hablas contigo misma en voz alta. Si tienes hambre, comes. Si tienes sueño, duermes. Si necesitas ir al baño, vas con algo que leer. Si quieres compañía llamas a un amigo. Si quieres sexo, te jodes.

Pero si no sabes qué te pasa, si sólo es algo no muy bueno, pero no muy malo, si no sabes definir la causa aunque sepas definir el comienzo, si prefieres no dormir, si no quieres comer, si no te apetece distraerte, si mirarte un rato no sirve para que te aclares, si bailar no es la solución, ni escribir, ni charlar, ni trabajar un rato, ni cavar, ni ir al baño, ni es hora de salir a pasear, ni nada de lo que se te ocurre tiene ningún sentido, ¿qué haces?. Sólo una cosa: quedarte donde estás.