jueves, 29 de julio de 2010

Cristal

A menudo las personas se me vuelven laberintos y me pierdo, paso de estar en un lugar que yo creo conocido a encontrarme en un paisaje oscuro y desasosegante del que no conozco nada. La sensación es tanto más extraña cuanto no paro de decirme a mí misma que no se cómo he llegado hasta aquí, cómo es posible que un prado verde bajo un enorme cielo azul se haya convertido en este angosto pasadizo de espinos.

No encuentro el camino de salida porque no sé como vine a parar aquí: ¿abrí una puerta prohibida, di un salto al vacío como quien pasea por el pasillo de su casa? ¿o fue el otro el que me empujó a este lugar inhóspito y nublado? ¿quien pronunció la palabra que me trajo aquí? ¿El otro? ¿yo? ¿De quien fue la culpa?

Porque finalmente es de eso de lo que se trata, de quien es el culpable de que me encuentre aquí perdida. Porque sé que en un rato estaré en otro lugar, habré encontrado la salida, volveré a transitar por los lugares seguros de mi vida y de la suya, pero no perdono el haber llegado hasta aquí, haber perdido mi paisaje de primavera, de playas tranquilas, por este otro donde todo duele y señala. Pero ¿a quien no he de perdonar? ¿A mí? ¿Al otro?

Y me pregunto frenéticamente por qué: por qué destrozar la belleza, por qué romper las figuritas de cristal que con tanta ilusión construyo, por qué agarrarse a la muerte, a los problemas, a la dificultad, por qué evitar sistemáticamente la alegría, la locura, la risa, por qué esa guerra declarada a la ilusión. Pero también por qué no sé sujetarme a mis convicciones como quien se agarra a una cuerda de seguridad, por qué tengo esta facilidad para perderme, por qué abandono mi calma tan rápidamente, por qué no sé ver la risa en el desconcierto, por qué me empeño en dar el poder de mi teletrasportación al otro, a cualquier otro.

Preguntas, preguntas, preguntas para no quedarme donde estoy, el único lugar en el que se encuentra la respuesta.

jueves, 22 de julio de 2010

Piedra

Todos llevamos dentro nuestro un saboteador, alguien que mira a través de nuestros ojos, que camina nuestros pasos, que ríe nuestra risa. Alguien que se peina como nosotros pero no es nosotros, alguien que saborea nuestra comida aunque no sea nuestra intención alimentarlo. Alguien que navega en nuestra sangre, que se esconde en nuestros huesos, nuestros músculos, nuestras células.

Ese alguien que vive en nuestra piel sabe cuales son las palabras que nos dejarán quietos, inmóviles como estatuas, dejándonos cagar por las palomas sin una sola queja, diciéndonos que eso es lo que hacen las personas sensatas, mirar pasar la vida, intervenir lo mínimo, seguir los caminos conocidos, las rutas marcadas. Cada uno de nosotros lleva dentro un saboteador que nos habla con las palabras del miedo, que nos pone trabas disfrazadas de sentido común, que nos ata de manos y pies para ofrecernos en sacrificio a la muerte. Todos tenemos dentro alguien que nos conoce tan bien, que se parece tanto a nosotros, que se nos vuelve invisible, confundido en nuestras propias razones, nuestros latidos, nuestras caricias, nuestros abrazos, nuestras canciones.

Y así pasa el tiempo cargado de proyectos, de anhelos, de sueños arrugados y marchitos, de viajes no emprendidos, así pasa la vida delante nuestro en un suspiro mientras ese traidor que vive en nuestro aliento nos asegura que "mañana, mañana tendrás tiempo", nos canta sus conjuros, para cada uno uno distinto, pues nos conoce tan bien que sabe dónde darnos, qué contarnos, de qué modo asustarnos para tenernos tranquilos y callados, aterrados quizá porque no somos tontos, pero colocados en nuestro sitio, el mismo sitio, el mismo lugar de siempre.

Abre los ojos, está ahí dentro, en tu propia mirada. Abre los ojos.

martes, 13 de julio de 2010

De vuelta

Parece que todo viaje nos cambia, nos vuelve otro distinto, no sé si más sabio o sólo más viejo, pero nos hace diferentes, así dice la vox pópuli, así cuentan los libros. Pero ¿qué pasa si descubres que el viaje fue un paréntesis en tu vida y nada más, que los kilómetros que hiciste dentro y fuera de tí, se disuelven al contacto con tu vida cotidiana como la sal expuesta al agua? ¿Qué pasa si al volver te das cuenta de que este lugar, el tuyo, te clava los pies al suelo, te borra la mirada, te enturbia lo que sabes y lo que aprendiste en este efímero marcharte lejos?

Me fuí con una mochila enorme a la espalda que desapareció de mi vista a los dos días de viaje, quizá porque lo que estaba viviendo allá, lo que estaba descubriendo, era intenso y abrumador, porque estaba viajando a toda velocidad por caminos nuevos y aterradores, a veces de increible belleza, a veces de sobrecogedora oscuridad. Sabía que llegaba allá con un bagaje a la espalda, que mucho de lo que estaba aprendiendo tenía que ver con el lugar en el que me encontraba antes. Supe que la vuelta sería difícil porque es difícil explicar a quien te quiere este tipo de viajes, estos cambios invisibles, pero lo que nunca sospeché es que volvería exactaente, E-XAC-TA-MEN-TE, al mismo rincón sucio en el que me encontraba antes de viajar.

Una parte de mi mente me dice que esto no es posible, no se puede aprender un mar de cosas y encontrarte de nuevo en el mismo lugar,no es posible borrar lo que sabes una vez lo aprendes pero eso es lo que mi cuerpo siente, el cansancio de milenios, las pocas ganas de moverme, la parálisis total, la inercia, el peso en el pecho, la turbiedad en la mirada y los afectos, la necesidad de dormir durante horas y de estar sola...

Alguna vez escuché que la búsqueda espiritual tiene que ver con volver al estado en el que estábamos antes de tener mente, a esa inconsciencia que se supone tienen los animales y las plantas. La iluminación parace que consiste en dar un enoooooooorme viaje circular de miles de años para volver a vivir como al principio, aunque esta vez sabiendo. Pero hoy estoy cansada de encontrarme donde me encuentro, por mucho que el mío pueda ser un fragmento de este gran viaje en círculo que los dioses nos proponen. Hoy preferiría dormir como los perros, tumbada en cualquier sitio, ajena a las penas del pasado y las incertidumbres del futuro, ajena a mi propio cuerpo y mis achaques, ajena a cualquier idea de perfeccion o de deber. Sí, hoy me gustaría ser sólo un perro durmiendo en cualquier esquina, huyendo del calor y la consciencia.

miércoles, 7 de julio de 2010

Instantes

Gente, gente, gente, mar, playa, demasiado sol...y tan hermoso, gente, barcos tras los que se me va la imaginación y las ganas, cerveza helada a la orilla del mar, gente, calor bochornoso, sudor, protector solar hasta para salir a la calle, gente, muchos niños (niños borrachos, extranjeros, ¿dónde están sus padres?), pieles quemándose como si no pasara nada, el fresco del mar sobre la piel caliente, peces entre las piernas, azul, azul, azul, tantos tipos de azul...

Y calor sofocante, y extraños viajes a mi propio interior. El contraste entre el paisaje externo, tan extremo, tan hermoso, y la caverna interior, difusa, apasionante, esquiva, oscura, luminosa a ráfagas sorprendentes, y hay colores, y sensaciones, y certezas y monstruos que conjuro quedándome dormida.

Atardeceres frente al mar, y una copa de vino tumbada en una hamaca inverosímil mirando el negro intenso de la noche, música lejana, gente, gente, gente, algunos hombres, algunas miradas, risas, cansancio, la pesadez extraña en la piernas por haber viajado tanto sin haberme movido un milímetro en el mapa, las enormes, abrumadoras ganas de llorar, la alegría intensa y desconocida, el chorro de energía que llega hasta mí y que me pertenece y me asusta y me hace sentir poderosa.

Los horarios inverosímiles para una isla mediterránea, los compañeros ayudándome a descubrir cosas, a sentir, a decidir (cada momento una decisión, cada instante una puerta). Y las expectativas no cumplidas, y las imágenes que estorban, y los deseos que me llevan de mí a lugares en los que no sé si quiero estar. Y preguntarme, y volver a entrar en mí, y desesperarme, y aprender, y pasar calor,y la leche de almendras, y no hay horchata, y estoy comiendo poco pero qué más da.

Aquí estoy, aprendiendo.

domingo, 4 de julio de 2010

La búsqueda

A menudo me asusto de la capacidad que tengo de dejar pasar el tiempo por encima mío sin hacer nada, abstraída en cualquiera de los mundo irreales que me atraigan en ese momento. Minutos, horas largas y espesas en las que la vida pasa por delante de mí sin que yo me dé cuenta, ocupada como estoy en echar raíces en otra vida, otra realidad paralela, como un gigantesco ficus lanzando mis tentáculos, creciendo, investigando, abarcando todo lo abarcable de esa realidad que no existe.

Porque verdaderamente no es que no esté haciendo nada, pero donde lo estoy haciendo no hay entidad, no hay fisicidad, no hay nada que se pueda trasladar luego a la vida real, a mi vida real. Los recuerdos, las vivencias, las sensaciones encontradas en esta búsqueda sólo entorpecen mis intentos de adaptarme a la realidad, a la vida de verdad.

A veces me digo que si fuera más creativa conseguiría hacer algo tangible con todo esto, una novela, una obra de teatro, una performance, pero las ideas que se me ocurren nunca fructifican, se quedan así, como ideas, hermosas ideas sin complicaciones, brillando puras porque nunca fueron llevadas a la práctica.

Cuando no llevas una idea a la práctica, cuando no la pones en juego, te libras de desilusiones, de desengaños, de comprobar si la idea realmente funciona. Te puedes permitir dejarla ahí, atesorarla y mirarla de vez en cuando brillar a la luz de la posibilidad que contiene, como una semilla exótica y hermosa que prefieres contemplar a plantar, no sea que se malogre.

Y mientras, en ese otro mundo irreal, construyes, construyes, construyes mundos, vivencias, comprendes cosas, entiendes otras, descubres algunas, te sorprendes a tí misma sintiendo cosas que no sabías que podías snetir, empatizando con gente que no es, que no existe, que no está, creciendo por dentro como una planta gigantesca, uno de esos árboles que se tragan casas, vallas, bancos en su desmesurado crecimiento. Te sientes poderosa porque accedes a algunas claves que sólo están al alcance de quienes buscan como tú, te sabes más sabia, más completa, más entera, más profunda, más oscura, mayor.

La tragedia es que nada de eso se puede trasplantar a la vida real. Me imagino que es algo parecido a lo que sienten los eruditos de alguña extraña y minoritaria disciplina académica (los estudiosos del sánscrito antiguo, o los especialistas en inscripciones cerámicas sumerias, por ejemplo) que según avanzan en el conocimiento de su campo se saben más listos, entienden más, llenan más huecos, colocan más piezas del rompecabezas, son los que más saben de su campo, una especie de guerreros en lo suyo. Pero el resto del mundo no comprende, no ve lo listos que son, lo que saben, lo que han hecho, no saben de su destreza, de su habilidad.

Pero ¿sabes qué? Hace poco, alguien que me quiere mucho me dijo que los artistas son los que hacen avanzar el mundo porque son los que buscan, aunque no sepan muy bien qué están buscando. Esa, la sensación de que soy alguien que busca contiinuamente, sin saber qué ni para qué, y teniendo muy claro que a menudo esta búsqueda incesante me jode la vida, esa sensación de ser una especie de guerrera con una misión, por absurda que parezca, es a veces el único consuelo que me queda.

sábado, 3 de julio de 2010

1º día en otro lugar.

Me he trasladado a una extraña realidad paralela, una que tiene mucho parecido con la mía(los paisajes son parecidos, estoy cerca de casa) pero donde todo es diferente.

Aquí nadie me conoce, no conozco a nadie, por más que algunos se empeñen en decir que mi cara les suena, debo tener una cara muy normal...o muy famosa, una fama prestada. Tampoco conozco el lugar, si me aparto dos calles del apartamento estoy perdida. No conozco las playas, las gentes, los buses, los bares, las cafeterías...nada.

Es una realidad desconcertante donde el sol quema a conciencia, y se suda mucho, donde todo el mundo se parapeta tras unas gafas de sol y una tribu. Están los ingleses que se dejan abrasar la piel casi sin darse cuenta, y que saldrán en manadas como locos por la noche en busca de su ración de la España alcohólica, están lo que buscan un algo especial que no saben explicar, esos que llevan extraños cortes de pelo, rastas, estampados, tatuajes místicos. Están las familias, que aquí son muy, muy raras, cargadas de flotadores, y protectores solares y toallas. Y deben haber otras gentes, las que se esconden de diversas maneras, bien porque pertenecen a la gente guapa, esa que vive en sus propios guetos con su propia gente, su propio lenguaje y sus cosas de marca. Y los otros, loa que sólo aparecen cuando se hace de noche, que pasan gran parte de la tarde emperifollándose de extraños modos para convertirse en la sensación de la noche. Y los buscadores (de sensaciones fuertes, de sexo, de sustancias que los alejen de sí mismos, de trabajo, de cariño, de tantas cosas)

¿Y dónde estaré yo, yo y esos otros que no acabamos de encajar, que debemos sin saberlo formar una tribu propia, la de los perdidos, o la de los errantes, o los vagabundos, o los desconcertados?

En medio de todo esta realidad enloquecida, me dedico a atesorar pequeños momentos que me salen al paso: la sensación clara y real de la fuerza que tengo, tanta que hasta me asusta, la certeza de que el juego forma parte absoluta de mi naturaleza, la constatación de que cuando tengo raíces se me marchan las palabras, la maravilla de tocar un cuerpo ajeno, hermoso, de poder recorrerlo con los dedos, con las manos, en una rendición total (que, sin embargo, está llena de condiciones), la felicidad de tener un cuerpo propio y poder vivirlo como hermoso y completo y perfecto...

En fin, besos desde esta isla en la que me encuentro, os iré contando