domingo, 19 de septiembre de 2010

El observador zarandeado

¡La vida va demasiado despacio, la vida va demasiado despacio!! Calma, calma, me digo, cada cosa a su tiempo, poco a poco, un paso detrás de otro. ¡Pero hay tantas cosas por hacer, tanto que ver, tanto que aprender, tanto que correr! ¡No quiero estar parada esperando el momento, el turno en la cola, manteniendo la paciencia! Siempre hay cosas por delante, cosas de la vida real, avituallamiento, provisiones, logística, educación, visitas, compras, caminos y más caminos ciegos que no parecen llevar a ninguna parte.

Me quemo, no soy ciega ni tonta, lo sé, me quemo viviendo de este modo, pensando de este modo, pero no voy a forzarme para pensar diferente, para sentir diferente. Esto es lo que hay, voy a ser el observador en el centro, es fue el compromiso. Así que miro la hoguera en mi pecho y tengo miedo de arder hasta el final sin llegar a ninguna parte, observo este fuego continuo que se ve más en la oscuridad de la noche (por eso no duermo) y no sé si darle las gracias, o solo mantenerme asustada, o girar y girar como una loca al son que me marca, y desesperarme, desesperarme, si, de que la vida vaya tan lenta.

Pero no voy a hacer nada más que mirar, observar lo que ocurre, apuntarlo todo como si de un experimento se tratase, intentando mantener la calma, la objetividad que todo experimento precisa. Ese es el reto, el compromiso. Y para hacerlo he de mantener a raya a los fantasmas, los monstruos y dragones que me acechan una y mil veces a lo largo del día, he de mantener la cabeza fría. ¡Y es muy difícil con este carbón encendido en que se ha convertido mi pecho entero!

Así que trataré de dormir una vez más, y mañana me levantaré disfrazada de serenidad y madurez, daré todos esos pasos que hay que dar para mantener organizada la vida real, encontraré un hueco para alimentar mi fuego, para darle su tributo, para construir un escalón de la escalera que mi cuerpo, mi vida entera me pide. Y quizá, un día , el fuego se haga más dulce, más tranquilo, incluso se apague del todo y yo pueda descansar y darle las gracias por haberme traido a ese nuevo lugar que todavía no concibo.

sábado, 18 de septiembre de 2010

Volcán

Tengo un volcán en erupción dentro de mí, una mezcla extraña de nervios, creatividad, movimiento, planificación y proyectos. Es raro tener algo así de potente en el interior, sobre todo para alguien como yo, bastante quieta normalmente, bastante más soñadora que realizadora.

No quiero pensar en cuanto puede durar, no quiero plantearme nada que no sea vivirlo plenamente, no digo "disfrutarlo" porque es una experiencia confusa, a veces euforizante, a veces desasosegante, siempre apasionante. Supongo que algo parecido sienten los surferos cuando están sobre la ola, limitándose a estar sobre ella, a hacer lo que hay que hacer, concentración, viento en la cara, presente, agua, fuerza, equilibrio precario.

Hay vértigo también, y muchas dudas, algunas encrucijadas, y subidones portentosos, y ramalazos de angustia, y trabajo, y objetivos y escalones y¡muchos bostezos porque no consigo dormir demasiado!

También tengo miedo pero esto no es ninguna novedad, el miedo me acompaña siempre, es mi hermano o mi sombra, está ahí todo el tiempo, más grande o más pequeño, vive conmigo de modo que, aunque me incordia, y mucho, también estoy acostumbrada a sus palabras.

¿Sabes qué me gustaría? Encontrar la serenidad en medio de todo esto, pararme en el centro, en el ojo del huracán, y poder mirar con calma a mi alrededor, sabiendo que no controlo nada, que es la vida la que tiene toda la fuerza, el ímpetu, el poder, pero que no importa. Tal vez, si esto dura lo suficiente, lo consiga.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Cuerpos efímeros

Estas viendo una serie de televisión o una película antiguas, de esas que te gustan mucho. La disfrutas sin pensar demasiado, dejándote llevar por la trama, la iluminación,la música, el ritmo, incluso admiras el cuerpo escultural del actor principal. Y de repente te das cuenta de que ese cuerpo ya no existe, no está. Tu lo disfrutas ahora pero nunca lo podrás tocar, no porque sea el de un actor americano lejanísimo para tí sino porque pertenece al pasado.

Es posible que el actor en cuestión todavía esté vivo, o no, pero no importa: lo que admiras, lo que provoca según qué reacciones en tu propio cuerpo, ya no existe, no es palpable, comprobable, no habéis coincidido en el tiempo. Te das cuenta entonces que estas viviendo un espejismo, una imagen vacía pero más perturbadora que las que se producen en los desiertos porque está, la que te gusta, sí existió, existió de verdad, en otro tiempo, otro lugar, pero ya no está. De repente tu cuerpo, tu deseo, incluso tu anhelo, quedan enganchados a un fantasma, un ectoplasma que sigue viviendo escondido en el cuerpo real, actual, del actor en cuestión, pero que ya no se manifiesta en su exterior. Como si esa persona,mientras no mirabas, hubiera ido a un armario para colgar ese cuerpo que conoces y vestirse otro que se le parece quizá, como si se disfrazara de sí mismo para burlarte, para disimular, para ser el mismo siendo otro.

Lo más extraño es cuando te paras a pensar que eso ocurre también con la gente que quieres, a cada minuto. Pasas un mes sin ver a tu hermano y en las siguientes navidades su cuerpo es otro, a veces de modo sutil, a veces bruscamente. O de un día para otro tu padre parece haberse echado encima todos los años que no solías recordar que tiene. Arropas a tus niños en mitad de la noche y de repente eres plenamente consciente de que ese cuerpecito que adoras es efímero, cambia a toda velocidad ante tus ojos, se alarga, se redefine, crece, desaparece en un cuerpo nuevo que amarás igual pero que será distinto.

Pero también pasa con el tuyo propio, como si se empeñara en cambiar a tus espaldas: olvidas mirar una temporada tus pies y una buena mañana los redescubres en la ducha y se han convertido en otros. A veces es tu culo, que cambia menos sutilmente porque sueles olvidar mirarlo, o tu tripa, o el incansable vello de tus piernas. Pero lo más perturbador es cuando desaparece tu cara, la de siempre, y descubres una distinta, más arrugada, posiblemente más interesante, pero también con la fecha de caducidad más claramente marcada.

Todos cambiamos, envejecemos, crecemos, nos renovamos todo el tiempo. Todos tenemos un armario invisible con una provisión limitada de cuerpos diferentes que siempre serán el nuestro pero nunca serán iguales al que de momento tenemos. El cine, las imágenes fijas se empeñan siempre en recordárnoslo, para bien...y para mal.

martes, 14 de septiembre de 2010

Frente al abismo

A veces tenemos la sensación de estar al borde de un abismo, una sensación tan clara, tan abrumadora, que podemos sentir los dedos de los pies apuntando al vacío, casi podemos vislumbrar entre jirones de nubes las piedras del fondo, el aire frío en la cara, y casi nunca vemos el otro lado del barranco.

Algunas de esas veces sentimos que no tenemos nada más que hacer que dar un paso hacia delante y dejarnos caer, sabemos que aunque no podamos verlo algo nos recogerá en medio de la pavorosa caída y nos envolverá y nos llevará a un nuevo lugar sanos y salvos, más enteros, más sabios, más completos. Pero también es cierto que saltar tiene un precio: cuando cambias dejas inevitablemente atrás muchos sueños, muchas ideas preconcebidas, muchas palabras cómodas,mucha gente. Y eso asusta, porque no sabes en qué te convertirás cuando llegues a ese otro lugar que se vislumbra más feliz y más amable, pero tan distinto...

Es cierto que hay otras veces en que sabemos positivamente que por más que nos atraiga el salto, debemos quedarnos donde estamos, debemos resistir esa tentación que todos llevamos dentro y más o menos a flor de piel de terminar con todo, de rendirnos, de descansar, o de volvernos temerarios por una vez, por una sola vez y hacer lo que nadie espera de nosotros. Son esos momentos extraños resumidos en una copa más, un adelantamiento temerario, una oferta sexual proscrita, cualquier peligro oscuro del que no podemos calcular el riesgo.

Creo que si en el momento de la elección (saltar o no) tuvieramos el tiempo suficiente,casi siempre podríamos elegir correctamente. Pero a veces los momentos cruce pasan deprisa, muy deprisa, y uno debe decidir en un segundo: si/no, bien/mal, riesgo/seguridad. Pero si llevas tiempo al borde de un abismo, un abismo al fondo del cual curiosamente ves luz en vez de oscuridad, un abismo del que oyes perfectamente la voz, entonces párate, escucha tus miedos, mira al fondo y, por dios, toma una decisión de una puñetera vez!

viernes, 10 de septiembre de 2010

Dirección

Dicen que todos nacemos con una misión en la vida, que estamos aquí para hacer algo en concreto. Así habría gente nacida para enseñar a los niños, gente nacida para conducir camiones, gente para alegrarnos la vista con su belleza, gente para convencer gente, gente para gestionar recursos, o gente para hacer cosas muy muy pequeñas que no se sabe demasiado bien qué aportarían al resto de la humanidad.

Según esta premisa optimista, nunca habría gente para nacida para hacer el mal, para matar gente, para manipular gente, para perder a otra gente, es decir, que nuestra misión en la vida tendría siempre un carácter positivo, amable, definitivamente decisivo o,cuanto menos, inócuo.

YO no sé si creo en esto, aunque cada vez estoy más segura de que la misión en la vida tiene más que ver con que consigas estar a gusto en tu piel, encontrando aquello que quieres hacer o aprendiendo el arte perdido y complicado de fluir con lo que toca, que con una especie de designio divino impreso en tus células (o tu alma, que imagino debe residir más o menos a ese nivel diminuto y tremendo).

Pero si fuera cierto, si realmente hubiera algo para lo que estamos aquí, o un compendio de cosas que definen nuestra mision en la vida, definitivamente una de las mías sería mi trabajo. Y como mi trabajo, como el de casi todos, anda un poco complicado últimamente, permitidme que de las gracias al infinito, o a mis células, o mi contratador, los hados, el destino o las fuerzas macroeconómicas porque hoy, hoy, tengo que ir a trabajar. Y yo he nacido para hacer este trabajo. Que tengáis un buen día!

La vuelta a la vida real.

Me encuentro, me imagino, como todos ahora mismo: intentando adaptar poco a poco el paso al invierno, dejando atrás y a trompicones las trasnochadas, las cervezas, los picoteos y las tardes infinitas para el "dolce far niente".

La verdad es que no tengo ninguna gana de volver a la vida real, pero no es algo que se elija, simplemente sucede y te lleva con ello, como un tsunami, así que no tengo más remedio que nadar. Me encuentro entonces de nuevo con mi oficina, polvorienta, llena de papeles, desordenada y curiosamente no tengo una idea demasiado clara de lo que hacía yo aquí durante mi jornada laboral. Es cierto que el mío no es un trabajo al uso, hay que inventarlo cada vez y para mí es como si perdiera los manuales de procedimientos cada vez que cojo unas vacaciones o que la cosa se pone espesa de trabajo.

Sé por costumbre que la rutina acabará llegando (aunque no sepa si era igual a la rutina del año pasado, como digo, me reinvento en cada etapa), por lo que de momento sólo quede resignarse al desorden esperable hasta que todo se normalice. Sin embargo este año por primera vez hay algo que me preocupa y es perderme en la vorágine.

Este verano he creído descubrir algunas cosas importantes para mí (cosas que solo tienen valor de mí a mí, por eso no las cuento), algunos modos de ser y de hacer que no me gustaría perder en el ajetreo de la vida real. Me asusta un poco olvidar todo lo aprendido mientras intento cuadrar mis múltiples agendas (la de estudiante, la de trabajadora por mi cuenta, la de trabajadora por cuenta ajena, la de pareja, la de madre, la de vaga y la de escritora imberbe), me preocupa perderme en el laberinto de las obligaciones cotidianas para aparecer dentro de un tiempo al otro lado del túnel sin recordar quien soy, quien fui, sin recordar lo que ahora sé.

Ayer me decían que hay que fluir con las cosas y estoy de acuerdo. La cuestión, como siempre, es cómo hacer par fluir sin forzar pero sin siluirme en la corriente, para afinar quien soy sin luchar contra las aguas. El dilema eterno, encontrar el justo medio.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Obligaciones

Hoy tengo que hacer algo que no quiero hacer. Si fuera pequeña gritaría: "¡no quiero, no quiero y no quiero!", y patalearía y montaría un espectáculo hasta que un adulto me dijera lo que quiero oír. Los niños pequeños no saben de obligaciones, no tienen las dobleces que se nos han ido haciendo a los adultos, para ellos todo es la inmediatez del deseo así que no conocen los intereses, las estrategias, los futuribles o las postergaciones de la gratificación.

Pero yo no soy un niño así que tengo que hacer algo hoy que no quiero hacer y , para conseguirlo, he de ponerme en mi contra. No bastará con que haga de figura sensata recordándome a mí misma por qué debo hacer esto que no me apetece en absoluto, las razones son claras y meridianas, no hay nada que se les pueda objetar. Lo que necesito es salir de mí misma para encontrar el modo de convertir lo que no quiero en lo que quiero, inventar la manera de atravesar esta experiencia con el menor peso posible, con la menor sensación de condena que pueda conseguir.

Así pues, siendo quien no soy (esa niña que grita que no quiere, y que no quiere, y que no quiere), elaboraré una lista con todos aquellos placeres secundarios y posibles que lo que tengo que hacer me puede proporcionar. En este caso una conversación agradable y profunda con alguien con quien hacía tiempo que no conversaba, una copa a la orilla de mar, un rato de asueto en solitario en mitad de la noche...y algunos placeres más que puedo ponerme a inventar y que pertenecen, definitivamente, a la imaginación.

Pero para disfrutar de todo esto tengo también que acallar mis miedos, esos que me hacen no querer lo que no tengo otra posibilidad que afrontar. Y eso es más difícil porque, como dijo alguien, el miedo es libre...y gratis. O sea que no tengo más remedio que ponerme a explorar qué me asusta en concreto y cómo puedo minimizar esta sensación. Pero, qué quieres que te diga, estas incursiones psicológicas en busca de la tranquilidad perdida me dan cada vez más flojera, es como ponerse a desenredar una madeja de hilos harapienta y llena de pelusas, intentando adivinar cual es el hilo principal, cual el accesorio, cual el que me liberará de la encrucijada en la que estoy.

En cualquier caso, con encrucijada o sin ella, con ganas o sin, con miedos o no, voy a tener que hacer lo que no quiero hacer. Supongo, con mucha desgana la verdad, que en eso consiste lo de ser adulta, en cumplir con las obligaciones que mi edad (y mi propia integridad, no nos engañemos) me impone, por más que los huesos se me pongan blandos y una niñita dentro mío siga gritando, cada vez con menos convicción y más miedo, aquello de "no quiero, no quiero y no quiero". Perra vida.