lunes, 25 de octubre de 2010

Aturullada

Quiero escribir algo, quiero escribir algo, quiero escribir porque las palabras me atacan, se me escapan de la boca, del pensamiento, de los dedos. Pero son tantas que se me aturullan, no consiguen ordenarse en algo coherente, en algo con un mínimo interés, en algo, aunque sea la lista de la compra.

Me siento como unan niña pequeña ante el escaparate de una juguetería, empezando a vislumbrar las maravillas que se esconden tras lo expuesto en primer plano, casi atragantándose de placer al imaginar las proezas, los tesoros que podría encontrar en las estanterías si entrara, o más bien, cuando entre.

O quizá me siento como un asalariado a final de mes ante una pastelería, con la boca hecha agua ante tanto buñuelo relleno de crema, tanto azúcar disfrazado de joya, tanta escultura en chocolate, sabiendo que por el momento son inaccesibles pero que pronto, en cuanto cobre, podrá permitirse alguna de esas delicias.

Puede que en realidad me sienta como un arquitecto primerizo con carta blanca para construir el edificio más fascinante del mundo: con dudas sobre su propia capacidad, con demasiados materiales a su disposición, tantos que algunos ni siquiera sabe para qué sirven o cómo se utilizan, pero con un entusiasmo a prueba de bomba, las energías desbordadas, imposible dormir de noche.

O más bien me siento como el que está a punto de saltar por un puente con una goma atada a los tobillos: expectante, nervioso, con la adrenalina disparada, con el secreto temor de que luego la experiencia no esté a la altura de lo imaginado...o peor, que sea él quien no esté a la altura del momento.

Ahí delante hay un mundo por descubrir, y no tengo paciencia para recorrerlo despacio...pero no hay otro modo de hacerlo.Habrá que respirar.

lunes, 18 de octubre de 2010

La prueba del algodón

No recuerdo dónde leí que hay un psicólogo que se jacta de saber en cinco minutos si una pareja se va a separar o no. No he leído el libro, parece basarse en el lenguaje no verbal de las parejas cuando interaccionan entre ellas y en el modo de responderse. Yo no he estudiado psicología ni nada por el estilo pero la experiencia me ha enseñado que hay dos pruebas irrefutables para saber si una pareja sobrevivirá, y no en un plazo más o menos largo sino en cuanto la prueba termina. Son:

1.- los bailes de salón.
Un ¿buen? día tu y tu pareja decidís apuntaros a bailes de salón influenciados quizá por alguna película reciente, porque os gusta agarraros fuerte, porque la música os atrae o porque no tenéis ni pajolera idea de qué hacer juntos. Entonces llegáis a la clase y al principio la cosa no va demasiado mal: la cosa consiste en intentar imitar a la profesora estando enfrente de tu partenaire, con lo que vas viendo si vuestros pies congenian o no. El problema viene luego, cuando toca repetir lo mismo agarraditos. Entonces comienza el infierno de quien lleva a quien, porque si la mujer es más rítmica que el hombre difícilmente va a aguantar que él la arrastre por la pista como elefante en cacharrería, y si es el hombre el más musical, se pondra nervioso enseguida ante tu incapacidad de seguir lo que propone. También es posible que la mujer se niegue a dejarse llevar por el hombre, al fin y al cabo, significa tirar por la borda años y años de dura lucha por la igualdad! Luego hay que contar los pisotones, el no entender lo que la profe pide, el conseguir entrar al ritmo adecuado, todo con buen humor y alegría. Por experiencia os digo que si consigues sobrevivir a un curso de bailes de salón con tu pareja, tienes muchas papeletas para que tu enlace sea de los de "20 años no es nada".

2.- El ordenador.
No sé qué pasa pero cada vez que mi pareja y yo estamos juntos frente al ordenador, saltan chispas, y no de deseo...o sí, pero de deseo de asesinarnos el uno al otro. Hagamos lo que hagamos (abrir una cuenta de correo, entrar en la banca on line, leer un blog, escuchar una canción, mirar un video, escribir un documento...) acabamos como el rosario de la aurora. Tanto es así que, cada vez que me pide ayuda para algo me echo a temblar y finjo no oírle y, si insiste, me dirijo al despacho respirando hondo, disponiéndome a la confrontación inevitable.

Si tienes pareja reciente prueba con estas dos cosas y, si sales victorioso/a ¡no lo dudes, has encontrado a tu media naranja, y sin necesidad de psicólogos carísimos!! Yo he sobrevivido a la primera, la segunda es una prueba eterna y..oh, no! me llama de nuevo!!

domingo, 17 de octubre de 2010

Desmemoria selectiva

He descubierto de un tiempo a esta parte que tengo amnesia selectiva, cuando hay algo que me crea problemas de algún tipo (casi siempre relacionados con el miedo) sencillamente lo olvido.

Me ocurre con las cosas que requieren de mucho trabajo mental y que a menudo tienen que ver con mi propia identidad, siempre tan resbaladiza para mí. Por ejemplo, elegir una fotografía mía para un folleto o un cartel. Nada más pensar en estar horas y horas sentada mirando imágenes propias, enfrentándome a mi envoltorio para comprobar, o adivinar, o interferir, o juzgar que mi cara no es tan versátil como imagino, o que ha envejecido más de lo que yo creía, o tener que ponerme en la cabeza de personas desconocidas intentando adivinar qué pensarán ante esta u otra fotografía, si cada una de las imágenes elegidas sirve o no a su propósito, me da una flojera tal, un cansancio previo que sólo se me ocurre refugiarme en internet como lo estoy haciendo ahora, o leer hasta la extenuación, o hacer cualquier estupidez que no signifique abrir ningún tipo de camino en la vida real. Pero no puedo huir de esta manera porque lo que debo hacer y me repele forma parte de mi trabajo, porque quiero hacerlo, porque es un paso que lleva a otro paso, que acabará llevándome a otro lugar que imagino mejor que el actual.

¿Cual es la solución entonces a este dilema? ¡Lo olvido! No lo hago aposta, no es algo decidido conscientemente, simplemente me olvido de que tengo que hacerlo, absorbida por la preocupaciones cotidianas en las que me manejo mejor. Un día, entonces, recuerdo que tenía esta tarea pendiente y suele ser demasiado tarde para ponerla en marcha, han pasado los plazos, o ya no tiene sentido.

Pero no lo hago sólo con el trabajo, sino con cualquier cosa que implique enfrentarme a mis miedos, a mis huecos oscuros, a la confrontación con el otro: hace ya tiempo huí sin saber que lo hacía de una persona a la que quería mucho porque me dolía su sufrimiento y porque no sabía manejarme en la situación extrema en la que ambos nos encontrábamos. Entonces llegaron unas vacaciones salvadoras y me marché con la familia, y a la vuelta había olvidado por completo que yo iba antes a aliviar el dolor de esa persona querida. Sólo lo recordé cuando me preguntó, la última vez que le vi, si es que estaba enfadada con él. Fue la primera vez que me encontré con claridad con mi mecanismo de olvido.

Dicen que todos tenemos partes de nosotros mismos que no podemos ver, ángulos muertos que escapan a nuestra observación y nuestro análisis. Dicen incluso que utilizamos al resto del mundo como espejo para podernos ver completos. No lo sé, y me causa un cierto desasosiego imaginar la de extraños lugares no explorados que cubren mis espaldas. Por eso, porque no quiero encontrarme un día perdida en alguno de estos paisajes inhóspitos que inventa mi inconsciente, desde entonces lucho a golpes de post-it contra esta desmemoria selectiva que yo misma inventé para protegerme y que se ha convertido en una trampa inmovilizante, un freno al avance y el aprendizaje, una parada pantanosa en mi camino de la vida.

viernes, 15 de octubre de 2010

Dance me to the end of love

Hoy Madeleine Peyroux me ha llevado a un extraño país donde sobre todo soy piel, posiblemente el país donde viven Rita Hayworth y todas las femme fatale del cine negro. En este país siempre se mira de abajo a arriba, con la cabeza inclinada, los ojos entornados. Siempre hay una media sonrisa algo inquietante en la boca, y chulería, claro, montañas de chulería.

En este país tan parecido al de siempre, con sus mismos buses, sus mismas lluvias, sus mismas calles y gentes, sólo veo hombres. Y ellos me ven a mí. Es curioso, en este lugar no soy invisible, no sé si porque ellos están oyendo la misma canción que yo (la del título del post) o porque yo los miro primero...y distinto. Nos miramos amparados por el tiempo que marcan los coches en los que viajan, con una intensidad y una claridad de intenciones prohibidas para el viandante. Entonces me gustaría ponerme a bailar como se baila con vestidos ceñidos que llegan hasta los pies, con enormes tacones y movimientos felinos. Me parece que necesitaría una enorme raja en un lateral de la falda para bailar lo que a mi cuerpo le apetece, tanta ese, tanto ocho en hombros y caderas, y alguna sorpresa lanzando una pierna deslizante lejos de mí, despacito, despacito.

Pero como no podía vestirme como las maravillosas mujeres de mirada afilada y curvas peligrosas que vivían en blanco y negro, he hecho una aproximación con lo que tenía en mi armario, más bien una libre interpretación del feeling, de la sensación corporal que este mundo me provoca, lo que ha resultado en un atuendo en gris y negro (como corresponde), pero muy corto y muy macarra. Porque ellas lo eran, no cumplían el estereotipo de la mujer dedicada a su nido y sus polluelos, eran decididas, peligrosas, y a menudo maltratadas por aquellos hombres asilvestrados que pululaban por los años cuarenta ataviados del sempiterno traje y el sombrero (¡qué pena que ya no se lleve, estaban tan hermosos con él!).

Y Si lo pienso bien esta es una tierra que frecuento a menudo, de un modo menos sensual, menos hacia fuera, pero que conozco a la perfección, tengo carta de ciudadanía, no necesito pasaporte. No soy la única, por lo que veo, me parece que por aquí se pasean muchos conocidos de incógnito, como yo. Intentando ser otros, más intrépidos, menos considerados, sin historia, más sexuales y felinos, más peligrosos. Gatos grandes encerrados normalmente en armarios por decisión propia, porque no podríamos vivir tranquilos con tanto animal suelto. Solo que a veces uno necesita estirar las piernas, recordar que está rodeado de piel, que hay calor bajo la ropa, y humedad, y risas, y saliva, mucha, mucha saliva. Uuuummmmmmmm.

lunes, 11 de octubre de 2010

Cansancio

Hoy estoy con un cansancio encima brutal. Es un cansancio físico más que mental o anímico, una pesadez en los músculos (por excesos de gimnasio, me temo, y puede que por falta de carne) que me tiene clavada a la silla, sin ánimo más que para revolotear de página en página por internet, buscando tonterías, o para imaginar obsesivamente mi sofá y una buena peli. Pero estoy tan cansada que no tengo fuerzas para llegar hasta el salón. Podría arrastrarme, es cierto, en vez de caminar, pero resulta más cansado todavía, esas son cosas que sólo se hacen ante una emergencia: huir de un incendio o de un búfalo desbocado, o intentar llegar al teléfono de urgencias mientras te desangras, o intentar escapar de un asesino con cuchillo que ya te ha alcanzado una vez, o estar dormida soñando cualquiera de las cosas anteriores.

Estaría genial poder tender tu cuerpo de vez en cuando, o sea, lavarlo un poco con jabón neutro y colgarlo en alguna parte para que se seque sin perder la forma (desengáñate, cualquier forma aleatoria que pudiera coger tu cuerpo al tenderlo sería peor que la forma que ahora tienes), mientras tu te dedicas a flotar por el techo, comprobando de paso las zonas de las lámparas que necesitan mejor limpieza.

A mí me suele dar más por desatornillarme las piernas, que a veces me pesan demasiado, pero hasta ahora no he encontrado la manera. Estaría genial dejarlas a un lado,boca a bajo, para que se deshinflen cuando has caminado demasiado, o quitártelas cuando te has hecho rozaduras con los zapatos nuevos, o simplemente dejarlas de lado cuando te avergüenzan con tanto pelo.

También sería bonito poder quitarnos la cabeza, pero tendríamos que hacerlo todo el mundo al mismo tiempo, no debe ser un plato de gusto ver a nadie caminando sin cabeza, la traquea y las arterias al viento. Seguro que alguien se haría de oro inventando tapaderas para el cuello que evitaran la entrada de virus e insectos, que protegieran el engranaje de reenganche de la cabeza para no tener que ir luego por ahí con los mocos colgando o la cabeza de lado por un mal acoplamiento.

En fin, que estoy tan cansada que no sé lo que escribo.

viernes, 8 de octubre de 2010

A los verdaderos guerreros.

Estoy traspasada por algo que acabo de leer y no sé definir muy bien lo que siento: mucha tristeza, desde luego, por el tema tratado, y admiración por la maestría de la escritora , y más tristeza porque se me ha mostrado un mundo al que nunca accederé, como quien dibuja con un lápiz una ventana en un muro, y la ventana de repente cobra vida y se abre y ves más allá un río de plata brillando al sol, y unas colinas solitarias, y un fondo de montañas, y sabes que nunca podrás llegar hasta allí, que tendrás que limitarte a admirarlo en la distancia mientras la ventana permanezca como está.

Hay personas que nacen con el don de hacernos viajar, de obligarnos a salir de nosotros mismos para descubrirnos mundo nuevos, de hacernos soñar, llorar, reír, morir de tristeza o de miedo, de rabia o de angustia, de alegría o maravilla sin levantarnos del sofá, sin movernos de la silla. Algunos lo hacen con dibujos, otros con sonidos, otros con imágenes en movimiento, y algunos más con palabras. Son los artistas.

Cuando alguna de estas personas consigue traspasar mi coraza y tocarme dentro, me sorprendo de que no sean veneradas y ensalzadas como realmente merecen. Porque personas así nos hacen un regalo inestimable que no se puede comprar, no se puede imitar, solo viene dado de su mano. Son las personas que hacen que el mundo avance sólo porque son capaces de imaginar (y transmitir) lo que le resto no podemos vislumbrar, nos ponen sentimientos, ideas, visiones nuevas en la cabeza y gracias a ellos, el mundo cambia, se vuelve humano, sensible, hermoso, vivible.

Y sin embargo muchas de estas personas siguen viviendo vidas pequeñitas, dudando muchas de ellas de su propia capacidad para crear universos de la nada, sintiéndose a menudo indignos o defectuosos porque pueden ver lo que otros no ven, porque no tienen trabajos materiales, entendibles, porque sienten demasiado y eso causa desasosiego en quien mira, porque no son normales.

A todos ellos, que nunca leerán esto, les mando mi más profundo, sincero y sentido agradecimiento.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Sin nombre

Hay tristezas sin nombre, esas que no sabes de donde vienen, que no responden cuando les preguntas, a veces invitadas a tu casa por una película, una noticia horrible, una historia que preferirías no haber conocido, o una canción. Si eres de los que necesitan rápidas respuestas para mantener a raya al caos, te dirás que cualquiera de esas fue la causa, y a veces lo es, pero otras no es verdad, sabes que la tristeza fue provocada por ellas pero ya no responde a ellas.

Entonces sientes el corazón hacerse pequeño, pequeño, cada vez más pequeño, hasta que duele...o se pone a arder. La tristeza se siente también en los ojos, un amago de lágrimas que no caerán porque estamos entrenados para eso y, si te fijas bien, en los huesos, que se vuelven más quebradizos, más livianos, más endebles. Quizá cuando una anciana se rompe de repente la cadera en su casa es por un ataque de tristeza incontenible que la obliga a sentarse de golpe, a dejar de fingir fortaleza, a reconocer que está cansada.

La tristeza, cualquier tipo de tristeza, es difícil de bailar, no es como la rabia que pone alas en los pies y en la mandíbula, que nos hace rugir, saltar, golpear, gritar, correr, blasfemar. La tristeza tiene una cualidad anestésica para el cuerpo, no porque dejes de sentirlo sino porque te es difícil moverlo, se resiste al movimiento, sólo le interesan aquellas acciones que lo lleven hacia abajo, hacia el suelo. Si pudiera, un cuerpo triste se volvería líquido, se colaría por los imbornales de las calles, por los huecos entre los ladrillos, se filtraría por la tierra para desaparecer en ella. Por eso es tan difícil bailar la tristeza, por eso es tan complicado deshacerse de ella. Y por eso lloramos con ella, para hacer de alguna manera lo que nuestro cuerpo anhela pero la física no le permite.

Las tristezas sin nombre son incordiantes porque suelen doler pero es un dolor sin etiqueta, inexplicable. Las tristezas sin nombre suelen obligarnos a la impostura porque no puedes caminar con cara de duelo por la calle sin tener una razón, somos así, los motivos, las catalogaciones, las clasificaciones nos gustan, nos tranquilizan, nos permiten imaginar que el suelo es firme. Por eso la escribo, para no traicionarla ocultándola, para exorcizarla, para honrarla...aunque no sepa cómo se llama.

lunes, 4 de octubre de 2010

Regalos

He estado fuera, algo que como excusa para no escribir es algo endeble pero cuela. He estado cerca pero lejos, porque la sensación es que vengo de otro planeta, que fui abducida a otra vida, que fui otra persona durante unos pocos días, alguien que se vestía distinto, pensaba distinto, actuaba distinto. ¿Me gustó? Sí. ¿Se podría vivir toda una vida así? Eso ya no lo sé. Ya sabes, no es lo mismo vivir un sueño con fecha de caducidad que instalarte en él el tiempo suficiente como para conocer todas sus desventajas.

Pero como soñar es gratis (más o menos) puedo visualizarme con una casita frente al mar rodeada por un porche lo suficientemente amplio como para resguardarme de los calores tremendos que se gastan por allí. Unas tumbonas en la azotea para ver las estrellas, un jardín mediterráneo de esos que no tienes que regar. Y silencio. Y pantalones amplios. Y baños de mar desnuda (como todos los demás que viven allí) y puestas del sol espléndidas al borde de un acantilado. Y descubrimientos, y aprendizaje, y breves paseos por el purgatorio, sólo para saber más de mí, y plazas, pulseras, anillos, perros que se bañan en las fuentes, barcos, paseos larguísimos (porque esta mujer abducida allí no tiene coche), y cervecitas en el puerto, y...

Y amigos. Sobre todo una amiga, alguien a quien no esperaba conocer, con quien no esperaba intimar, y que resulta ser...¿mi hermana? Así que nos pusimos a compartir confidencias, y croasanes con nutella (muchos croasanes con nutella, porque a esta mujer abducida allí le gusta el chocolate), y a dibujar tonterías a las tantas de la noche, y a hablar de fantasmas, y comidas, y problemas y risas y libros y música, y...

Me acogió en su casa y me hizo sentir como si estuviera en la mía propia, me regaló unas cerezas con chocolate que estaban de vicio, y una bonita pinza rosa para el pelo, y varios cds música variada, y me prestó su pantalón rojo, y sus botas, y sus calcetines, y un chal maravilloso y calentito que resultó ser marca de la casa. . Y su coche, con el que me recogío del barco y me devolvió de nuevo a él.

Uno nunca sabe cuando la vida va a regalarle algo. A mí me ha dado una amistad preciosa que no me esperaba. ¿Qué más se puede pedir?