martes, 30 de noviembre de 2010

Otro tipo de heroe

Lo difícil no es caminar, no es mover el día, hacerlo avanzar sin pretensiones de llenarlo de nada en concreto. Lo difícil no es estar ahí, de cualquier modo, haciendo esfuerzos para no oír lo que tus tripas rugen. Lo difícil no es ir a trabajar todos los días, y vivir una vida plana y tranquila. Lo difícil no es mantener una relación estable, o subir una montaña de facturas o decidir qué hacer de comer cada día. Lo difícil no es levantarse del calor de la cama en pleno invierno, o escuchar por enésima vez los problemas de tu amigo, o buscar calcetines desparejados en el fragor de la mañana.


Lo difícil es seguir el rumor de la propia sangre, distinguir su sonido de todos los otros que nos ciegan o nos confunden. Lo difícil es enfrentar tu propia mirada en el espejo y decir "esta soy yo", sin alabanzas, sin desprecios, y admitir que hay cosas que nunca sabrás hacer bien, y otras que solo podrás emprender de una determinada manera. Lo difícil es construir tu propio edificio aunque no siga las reglas marcadas por todos, saber que donde tu empiezas quizá otros terminan, y asumirlo.

Lo difícil es escuchar tu latido y caminar a su ritmo, por mucho que se aparte de la sinfonía general, por mucho que contraríe las leyes no escritas. Lo difícil es mirarte de verdad, sin maquillajes, sin falsas esperanzas, sin justificaciones, pero también sin llantos ni odio, sin ajustes de cuentas pendientes, sin lamentos. "Esta soy, esto hice". O "esta soy, así me muevo". Algunos gritamos más de la cuenta, otros nos asustamos mucho todo el tiempo por cosas que otros ni ven. Algunos reímos sin parar para fingirnos felices, otros reímos sin más, unos corremos todo el tiempo, otros necesitamos tumbarnos a cada poco para digerir la vida.

Lo difícil es cargar nuestro propio saco de fracasos y maldades sabiendo que no tienen remedio, que lo que pasó quedó grabado en piedra para siempre, lo difícil es pararnos sobre los propios pies y dibujar nuestros mapas, los que solo nos sirven a nosotros y a nadie más.

Lo difícil es sabernos malos o mentirosos, o un poco canallas, o unos pésimos pagadores, o miedosos hasta la nausea. Lo difícil es observar todo esto y arroparte con ello como quien se pone una capa. Y caminar con toda la dignidad que puedas reunir en medio del ridículo. Que ya es bastante.

viernes, 26 de noviembre de 2010

Surfear la ola

Abres la ventana y aparece un paisaje que no te esperabas, y como no es el que esperabas, para el que estabas preparado, no te gusta. Y entonces empiezan los problemas. Porque a menudo los problemas vienen porque no nos gusta lo que vemos, lo que hay. Preferiríamos que las cosas fueran diferentes, quisiéramos cambiarlas a nuestra conveniencia, para nuestra comodidad. Cuando aparece algo, alguien, que no nos gusta, nuestra loca máquina de pensar comienza a fabricar descontroladamente montones de imágenes: sobre lo que no nos gusta de lo que estamos viendo, sobre por qué no nos gusta, sobre por qué es injusto, o estúpido, o absurdo que no esté pasando precisamente eso. Y fabrica también miles de realidades alternativas, todas ellas preferibles a la realidad real, la que toca.

En estas realidades alternativas los cielos siempre son más azules, y el viento nunca nos despeina. En esas realidades somos más resolutivos, más altos, más justos y ecuánimes. Y mientras fantaseamos, y nos enfadamos, y luchamos y nos rebelamos, la vida pasa, se impone nos guste o no, sencillamente ES.

Hoy tuve una revelación, como cuando en medio de la lluvia un relámpago nos descubre algo cercano en lo que no nos habíamos fijado, una silueta que se recorta obvia y nítida, absolutamente clara y nueva. Hoy he descubierto que estaba utilizando una herramienta poderosa que tengo desde hace muy poco para no ser quien soy, para no estar donde estoy, para rebelarme fingiendo amoldarme. Así que he decidido usar ese nuevo poder para aprender a surfear sobre las grandes olas que a veces aparecen en el horizonte, no a domesticarlas, no a evitarlas, sino a navegar con ellas, a vivirlas, a fundirme con mi tabla en su fuerza, en su belleza, en su pavoroso poder. Es posible que me caiga, es posible que me pegue más de un golpe. Ya os diré si vale la pena.

miércoles, 24 de noviembre de 2010

Puertas cerradas

He tenido un sueño horrible:

Estaba punto de hacer algo, planeando algo, no recuerdo muy bien el qué, necesitaba mis manos para hacerlo, eran las protagonistas. Por eso me las miraba, satisfecha de tenerlas, de poder abordar la tarea que me había autoimpuesto, que tenía tantas ganas de hacer.

Pero de repente alguien me dijo que mis manos eran demasiado mayores para eso, que lo que pretendía poner en marcha era algo que debía haber hecho hace mucho, mucho tiempo, que ya no me tocaba a mí recorrer ese camino. Y yo volvía a mirarme las manos, y seguían siendo las mismas, la misma apariencia de fortaleza, la misma reciedumbre, los mismos dedos delgados, las mismas uñas, aunque ahora podía advertir levemente el paso del tiempo. Eran más sabias, pero más viejas. Al mirarlas me daba cuenta de que lo que me decían era cierto, no me tocaba a mí emprender la tarea, era para manos mas jóvenes, para manos de mujeres más inocentes, menos experimentadas.

Alguien, ¿la misma persona?, me ponía entonces un cartel sobre las manos: "manos de 60 años". Y no estaba mal, sencillamente el cartel remarcaba la realidad. Y yo me daba cuenta de que eran muchas las cosas que no había hecho en mis 60 años de vida, cosas que ya no era tiempo de comenzar, que habían quedado atrás, que ahora eran otras manos, la manos de mi interlocutora, las que podían, si querían , emprender todos esos retos que yo no había abordado.

Y el sueño terminaba conmigo mirándome las manos, preguntándome sin demasiada amargura, pero con mucha perplejidad, por qué no había hecho todo aquello que ya no era posible, por qué había dejado pasar el tiempo y la oportunidad. Entonces fui consciente por primera vez en mi vida de lo que significa realmente que el tiempo pase, que se cierren puertas, casi pude verlas, todas en fila, una detrás de otra, puertas para otras vidas, otras mujeres, otras manos.

Pero no fue con mis manos con lo que soñé.

martes, 23 de noviembre de 2010

Manga por hombro

Me parece que se me han descolocado todas las palabras, se han salido de su sitio. Quizá un salto, un tropezón, una carrera intempestiva han provocado que se caigan de sus estantes, de su lugar en mi cabeza, y que ahora pululen por todo mi cuerpo dando la lata.

Tengo, por ejemplo, muchas palabras acumuladas en los pies, cosa normal, la gravedad manda, pero curiosamente casi todas son palabras de movimiento, sobre todo las que se amontonan en la planta del pie derecho y en la punta de los dedos del mismo lado. Palabras como "correr", "saltar", "retorcer", "desasosiego", "hormigueo", aunque si rebusco bien también hay otras mas normalitas como "camino", "dirección", "desconcierto"...

En mis manos se han quedado enganchadas otras palabras algo diferentes que tienen que ver más con el verbo "hacer", palabras como "teclado", "pulsación", "idea", "tarea", "pendiente" (estas dos es que suelen ir juntas siempre!), "hilo", "fabricar", "laborioso" y cosas así.

Pero donde deberían estar, es decir, en mi cabeza, organizándose en algo genial (ya que me pongo...), no encuentro apenas más que alguna palabra del estilo "vacío", "viento", "desolación", "desierto", o frases hechas, de esas que venden ya hilvanadas, del estilo de "¿hay alguien ahí?", e incluso algún sonido apagado, como los grillos en las noches de verano.

Si me diera por analizar se me ocurre que quizá tengo un problema porque mi cuerpo, con este desorden repentino, no sabe ponerse de acuerdo consigo mismo, y es muy tarde como para montar una asamblea!. O sea que debería dejar que mis pies corrieran como locos, o se pusieran a bailar par desatascar las serpientillas que tanta palabra les ha dejado en las articulaciones. Pero mis manos quieren estar aquí, donde están, tecleando aunque no sepan muy bien qué. Y en cuanto a mi cabeza resulta claro que lo que quiere es desconectar, dejarse caer sobre cualquier almohada y entrar en encefalograma plano.

¿Y mi corazón? Pues asustado, como siempre, y más tan cerca de coger un avión. O sea que sí, que quizá ha sido el susto el que ha provocado este desastre. Porca miseria.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Agresión

Alguien que pasa a tu lado por la calle de repente entierra el puño en tu pecho y te arranca el corazón dejándote un hueco negro y dolorido. Luego lo lanza contra el suelo y lo aplasta con el pié. Dice que tiene razones para ello, que le has insultado, que quien te has creído que eres. Y tu solo puedes pensar, mientras te agarras la herida con las manos para que no salga nada más, que no sabes quien es esta persona, ni si te cruzaste alguna vez en su camino.

Quizá recuerdes su cara como la de alguien con quien te subiste en el ascensor, o quien coincidiste en la cola del supermercado, alguien no demasiado cercano en cualquier caso, y no sabes muy bien qué hacer. Llorarías y te tirarías al suelo si la gente no mirara, si pudieras explicar qué está pasando, si encontraras tu corazón entre tanto estropicio. Y te dices que lo mejor que puedes hacer es fingirte muerta como te quiere esa persona que te mira airada, las manos todavía ensangrentadas, hacer por no existir, camuflarte en las sombras de cualquier esquina, cualquier cosa que impida que vuelvas a sentir ese dolor nunca más en tu vida.

Pero los adultos no hacen nada de eso, se autoregeneran con tiempo y con trabajo, recomponen sus entrañas y razonan, intentan aclararse con el agresor, entenderle, comprobar si lo que dice es cierto, si de verdad le hiciste tanto daño como pretende. Y sabes que se puede, que de estos atropello se sale, que siempre se sobrevive. Así que te vas a tu casa y rellenas con algodón empapado en betadine ese hueco horrible que ahora es tu torso, te acunas para acallar el dolor y te dedicas a reunir fuerzas para volverte a levantar, para curarte, para hacer nacer de nuevo un corazón, aunque estés cansada de tanto trasiego, aunque estés harta de andar inventándote de nuevo, aunque preferirías dormir mucho, mucho tiempo....a ser posible en una isla desierta.

sábado, 13 de noviembre de 2010

En el centro

Me gustaría encontrarme conmigo a través del espejo, poder mirarme serenamente a los ojos un buen rato hasta reconocerme plenamente y entonces decirme a mí misma “tranquila, mujer, tranquila, todo está bien, todo es correcto, no te asustes, todo va bien”. Me gustaría poder agarrarme a mis propias palabras para resguardarme del viento helado, terrible y furioso que agita las persianas ahí fuera, que no me deja dormir de puro miedo. Quisiera convertirme en mi propia madre para acunarme, para susurrarme al oído “no te preocupes, yo estoy aquí para protegerte de los monstruos, nada va a pasarte estando conmigo, tranquila, amor, tranquila” mientras me acaricio el cabello. Y sentirme segura en esos mis brazos y poder cerrar los ojos sabiendo que todo es cierto, que estoy a salvo, que nada malo puede pasarme si estoy conmigo, abrazada, arropada por mí.

Me gustaría poder ser mi propio hombre, un hombre hermoso y tranquilo de mirada serena, un hombre moreno y un tanto oscuro que sepa sonreirme y me tienda la mano para decirme “tranquila, ven, tranquila”. Un hombre que me agarrara con cuidado, como si yo fuera una porcelana y se tomara todo el tiempo del mundo para bailar lentamente conmigo la melodía de la vida y la tristeza, que se tomara la molestia de medir sus pasos para adaptarlos a los míos, que me fuera haciendo elástica agrandando mi huella, que me prestara su fuerza como quien hace una transfusión de sangre, como un rito pagano y profundo, como lo que es, lo que significa que alguien te de su sangre.

Apoyo la cabeza en su pecho firme y puedo cerrar los ojos mientras bailamos porque sé que nada malo va a ocurrirme en sus brazos, esos brazos que son los míos, e ir sintiendo poco a poco, lenta, imperceptiblemente, que su fortaleza serena, que su belleza tranquila, su altura y su peso son los míos, que yo soy él, yo soy yo, y salir del espejo convertida de nuevo en lo que suelo ser, una mujer fuerte, una mujer que sabe que su fuerza reside en su propia, perfecta y brillante debilidad.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Inseparables

LLegas a esta vida con una pareja de baile, lo quieras o no, no te dejan elegir. Quizá sea alto para tí, quizá demasiado bajo. Quizá te pise continuamente o te pellizque para que pierdas el paso cuando nadie mira. Quizá es alguien que está siempre asustado y lloroso y no sabes qué hacer con él. Quizá, pero esto es raro, te sonríe siempre y vives una maravillosa historia de amor perpetua y eterna, capaz de sobrevivir a los peores contratiempos.

LLegas a esta vida con alguien pegado a tí, te guste o no, lo quieras o no. Con un color de ojos que tu no pediste, con una cara quizá hermosa, quizá desagradable. Con unos gestos, unas miradas, unas palabras que puede que te guste que fueran otras. Tiene un cuerpo determinado que no suele agradarte del todo, del que siempre cambiarías algo, con unos cuantos defectos con los que te tocará apechugar.

Juzgamos a nuestra pareja de baile con dureza normalmente, con la frialdad y el desapasionamiento que da la confianza extrema. Le decimos cosas terribles que nunca le diríamos a nadie más, a menudo le tratamos como a nuestro enemigo porque nos hizo perder el paso, porque no nos siguió, porque no nos gusta cómo se mueve, cómo habla o lo que dice.

Lo enfrentamos a nuestra mirada implacable para soltarle a la cara que envejece, que está feo, que tiene unos michelines enormes o unas orejas ridículas. O puede que le digamos que nunca llegará a nada, que es un fracasado, que no se comporta como debe. Le llamaremos mezquino, o estúpido, o absurdo, o idiota con total impunidad porque sabemos que no va a respondernos más que con dolor o con miedo.

Llegamos a esta vida con una pareja de baile previamente asignada y , absurdamente, no suele ser la que hubiéramos elegido libremente, siempre querríamos a alguien más guapo, más joven, más perfecto, de mejor sonrisa, siempre ocurrente y rápido en la réplica, defensor y valiente, soñador, pragmático, divertido y profundo, un faro en lo alto del mundo.

Llegamos a esta vida para acompañarnos a nosotros mismos eternamente, nos gustemos o no, nos queramos o no.

De acuerdo

De acuerdo, no soy como se esperaba que fuera, no soy fuerte, no soy hermosa, no soy predecible, no soy fácil ni sencilla (y por otra parte ¿quien lo es??).
De acuerdo, no supe vivir mi momento y lo dejé pasar, decidí lo más importante cuando no estaba en condiciones de decidir nada.
De acuerdo, seguí paso a paso el guión que estaba escrito sin ni siquiera percatarme, creyendo que decidía algo nuevo y distinto.
De acuerdo, he perdido muchas cosas en el camino que debería haber conservado.
De acuerdo, soy lenta y a menudo no me entero de lo que pasa a mi lado.
De acuerdo, no he vivido grandes penurias y a veces me comporto como si el mundo fuera de azúcar y mantequilla.
De acuerdo, no estoy en edad de empezar algunas cosas, de pensar algunas cosas, de decidir algunas cosas.
De acuerdo, no soy práctica ni tengo los pies en la tierra.
De acuerdo, no puedo quedarme enganchada en cada nimiedad que se cruza en mi camino.
De acuerdo no puedo seguir huyendo por la red para no componer mi vida.
De acuerdo, no puedo seguir refugiándome en el miedo como si tuviera cuatro años y sí, de acuerdo, nadie va a venir a salvarme.
De acuerdo, soy mayor para demasiadas de las cosas que pretendo y de acuerdo, mis sueños son demasiado etéreos y quizá superficiales y superfluos.

Y es verdad que pido cosas que muchos a mi edad ya no piden, y que busco cuando quizá debería estar disfrutando de lo que encontré hasta ahora. Y que debería enterrar algunas cosas que seguramente ya no pasarán aunque yo quiera. Y que debería ser una maestra de la resignación como todo el mundo es a estas alturas del partido.

Todo esto es verdad, pero también lo es que soy quien soy, me guste o no, te guste o no, esto es lo que hay. Y por una vez he decidido salir a celebrarlo.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

Fantasmas en la máquina

Hoy me siento absolutamente como lo que soy: el fantasma en la máquina. Es curioso porque normalmente caminamos por la vida sin tener consciencia de estarlo haciendo, caminar quiero decir. Nuestro cuerpo se mueve, nos sostiene, nos proporciona un refugio estable y, a menos que se estropee algo, no nos damos cuenta de esta compañía continua. Y no nos enteramos, creo yo, porque nuestro cuerpo suele ser un aliado incondicional con una lealtad a prueba de bombas: hará lo que nosotros queramos cuando nosotros queramos y como nosotros queramos, sin dudar, sin preguntar, un verdadero amor.

Es cierto que si le exigimos una destreza sobresaliente en algo especial no tendremos más remedio que entrenarlo (aunque empiezo a sospechar que lo que realmente entrenamos es nuestra capacidad de vernos haciendo eso que nos proponemos, consiguiéndolo). Normalmente, al empezar a practicar una actividad física compleja como bailar ballet, saltar con pértiga o tocar el violoncello es cuando más notamos nuestro cuerpo, está incómodo con esas posiciones inverosímiles, sujetando artefactos inusuales y estúpidos, es como si estuviera en contra nuestra. Y nos sentimos sorprendidos y disgustados, nos vivimos torpes, nos damos cuenta de todo eso que no puede hacer por más que se lo pidamos. Y es tan raro sentir esto precisamente porque nuestro cuerpo nos sigue siempre, no tenemos que pensarlo, es casi instantáneo: queremos beber y nuestra mano ya está yendo a por el vaso.

Pero estos días, después de un resfriado intenso, noto que mi cuerpo quiere seguirme en mis propósitos pero le cuesta, es como un perro enfermo, empeñado en recoger el palito que le lanza su amo aunque le fallen las fuerzas. Y porque siento mi cuerpo más lento, más cansado que de costumbre, también noto esta mente que analiza, que lo observa, que lo juzga, que se impacienta ante su falta de energía. Y algo dentro mío se indigna porque no es justo lo que la mente piensa, mi cuerpo está ahí, está trabajando, cumpliendo con su cometido por mas que le gustaría estar acostado (eso lo susurra cada una de mis células). Lo que no sé es quién es ese que se indigna, y dónde estoy yo en medio de tanta multitud.

martes, 9 de noviembre de 2010

Sistema métrico decimal

En la vida todo es cuestión de medida, de encontrar la justa medida para cada cosa, cada acción, cada pensamiento, cada declaración. Y ese es el problema porque no existe LA MEDIDA, no existe un metro guardado en París en el que basarnos. Ni siquiera existe la medida para cada acción (comer: metro y medio, dormir: seis metros) , cada palabra, cada movimiento, pues todas estas cosas han de combinarse con el tiempo, el momento en que se dan: lo que es bueno en una situación dada, no lo es en la siguiente, por parecida que parezca.

Así que tengo miedo (y mucha excitación): hay una cueva delante mío en la que ya he entrado y he explorado algunas de sus cavernas. Es una de esas cuevas de las que se dice que son peligrosas, que la gente que se adentra demasiado no vuelve. Yo sé que tengo que entrar, me lo pide la sangre, y a la sangre hay que hacerle caso...casi siempre. Todo se reduce a un problema de medida: ¿hasta donde entro ? ¿Cuánto tiempo me doy para explorar? ¿Qué pretendo sacar de esto? ¿Hay algo que sacar?

Podría entrar solo un poquito y pasearme, deleitarme con las pequeñas maravillas que mi linterna descubre: el brillo de un mineral inesperado, las esculturales formas producidas por milenios de corrientes subterráneas, el obstáculo de un lago inesperado que parece infinito... Pero todo eso ya lo he hecho y ahora quiero seguir viniendo,quiero encontrar una barca y ponerme a navegar bajo la tierra, quiero descolgarme por alguna de las simas que he encontrado en mi camino y explorar algunos recovecos peligrosos pero ¿conseguiré volver? ¿Hasta cuándo hay que explorar? ¿Y cómo? Porque está claro que si no hay medidas, no puede haber mapas.

Puedo darme la vuelta y marcharme, pero algo dentro mío me grita que esto es importante. Y de muevo aparece el tema de la medida: ¿Hay que hacerle caso siempre a esta voz oscura y roja? ¿Hay que seguirla hasta la muerte o vale rendirse? ¿Y cuándo rendirse? ¿Y cómo rendirse? ¿Rendirse a quién?

Y aquí estoy, perdida, como siempre nos pasa los que buscamos. En fin.

domingo, 7 de noviembre de 2010

Mantenimiento básico

Algo no anda bien, no sabes muy bien qué es pero algo no anda bien. Hay una cierta opresión en la cabeza, una debilidad en los remos inferiores, el estómago no cumple con lo que prometía en el folleto. Entonces sacas la caja de herramientas, te pones el mono de faena para no mancharte de porquería y manos a la obra.

Abres la cabeza con cuidado de no enredar los cabellos en el destornillador, te han prometido que el pelo crece pero no sabes si tiene un límite o si venden recargas para cuando se termina la queratina que viene de fábrica. Apartas despacito la tapa de los sesos y, como te imaginabas, descubres una maraña de cables de todos los grosores y colores que no hay quien se aclare. No queda más remedio que peinarlos, separarlos poco a poco intentado que ninguno se suelte de su conexión correspondiente, agruparlos por colores, los de pensar por una parte (esos están liadísimos, parece que incluso sobrecargados), los de las funciones corporales por otra, que si no luego, cuando te pones a pensar en la ducha de la mañana mientras saludas en el ascensor al vecino del quinto se te ponen húmedas partes del cuerpo que no vienen al caso y ya estamos al borde del cortocircuito.

Pero com siempre pasa, en cuanto intentas volver a meter todo ese berenjenal de cables en el cráneo resulta que no caben. Por más que miras no lo entiendes, es decir, porque los acabas de sacar tú misma porque si no pensarías que alguien te está gastando una broma intentando que metas más de los que tocan. Después de un buen rato de intentar acomodarlos, desesperada, los metes a mogollón apretándolos bien, a sabiendas que tanta presión no va a hacer precisamente que funciones de un modo óptimo, pero es peor andar con los cables al aire por la calle, la gente no suele ser muy tolerante con los exhibicionistas!!

Luego a por el desatascador, a ver qué se ha quedado encajado entre las tripas que no deja que el almuerzo siga su curso (aunque por otra parte está bien, no tienes hambre, no engordarás cenando como una foca aburrida). Después de un rato trasteando entre tanta porquería (y mira que se encuentran cosas raras y antiguas en el sistema digestivo) consigues arrancar un pensamiento de impotencia que te tenía el tráfico paralizado.

Ahora parece que las cosas van ligeramente mejor, aunque ya se sabe, hace falta tiempo para que todo se reasiente y vuelva a su lugar. De momento, lo urgente es pasar al mantenimiento habitual: exfoliación para eliminar las células muertas y el polvo del camino, lavado de cabello (y sí, algunos se han quedado enganchados a los tornillos cuando volviste a encajar la tapa del cráneo, sería un rollo acabar siendo una vieja calva), limpieza de bajos y corte de uñas. Luego cena, tele y a dormir, que mañana será otro día.

viernes, 5 de noviembre de 2010

A ti

Que alguien me salve, quiero que alguien me salve de mí misma, alguien que me enseñe los caminos de las luces y las risas, y los atajos, y las trochas venenosas que no deben pisarse nunca. Quiero alguien que me coja de la mano y me guíe, me conforte, me comprenda cuando lloro, y me explique que las hormigas, las cucarachas y la oscuridad no hacen daño.

Quiero que alguien me vea niña y me pinte la sonrisa, alguien que me cuente las trampas y me eduque en lo importante. Quiero alguien que me explique lo de las nubes y el ciclo del agua, y me hable de lo que transcurre por debajo y es tan importante aunque no se pueda ver. Quiero un regazo que me arrope por la noche, y le cante a los monstruos para que se hagan mis amigos, y sepa hacer fuegos de la ausencia, mágicos círculos de luz anaranjada donde nada malo pueda entrar.

Quiero a alguien capaz de enfrentarse a mi propia muerte y luchar con ella para salvarme, o de morir conmigo en el intento en medio de grandes risas. Y globos y muñecas, y dulces imposibles, y estrellas fugaces en el cielo. Quiero una enorme fiesta en mi final, y a alguien que prometa, que jure sobre su propio corazón que nunca me abandonará, que nunca me traicionará, que siempre estará ahí para darme la razón, para acariciarme en el dolor, para lamerme la sal de la cara, para tocarme los dedos en la penumbra, para susurrarme la palabra “calma” cuando estoy nerviosa y tengo miedo.

Te quiero a tí, Emma, te quiero a tí.

Sangre

Hay cosas que un adulto no debe decir, cosas que un adulto no dice nunca, cosas prohibidas por tu propio corazón, por tu propia razón, por tu boca, tus pupilas, tu propia lengua. Hay palabras de cristal que deben permanecer en la penumbra, escondidas entre tu sangre y tus entrañas, revueltas con tus fluidos y tus miserias. Invisibles y en silencio.

Hay ideas de vidrio, pequeñas ideas de vidrio y llanto de las que no hablarás porque te avergüenza tenerlas, porque preferirías que no estuvieran donde están, en el interior de tus propias células, en tu esencia misma, en el fondo de tus iris. Si por ti fuera, si tu pudieras, si supieras extirparlas para no mirar lo que daña los ojos, para poder tatuar la sonrisa perfecta en el rostro, para pasear liviano por la vida y la memoria...

Y miras tus manos y no las conoces, tocan, están tocando teclas, y recuerdos, y porquerías pestilentes, y se desplazan sin que tu puedas pararlas, porque ellas dicen la verdad, dicen siempre la verdad, lo quieras o no, te guste o no. ¿A quien podrías engañar si no puedes engañarte a ti? ¿A quien podrías sonreír si no puedes sonreirte a ti?

Las frases perfectas, esas que iluminan y engrandecen el mundo, que lo hacen mejor y mas hermoso. De acuerdo, son preferibles. Pero hoy no tengo de esas, hoy no tengo nada, hoy no tengo más que una canción prestada y estos dedos que escriben, que velan, que no reconozco pero me duelen.

Me descubro estúpida o, lo que es peor, ingenua como sólo debe serlo un niño. Pero no soy un niño, ya no soy un niño, ya no salto por los campos creyendo que el mundo es eterno e infinito, ya no tengo cuatro años, ya no llevo trenzas, ya no tengo osito, ya no tengo, ya no.

Pasa el tiempo, sin darte cuenta, como se comenta en el ascensor y los autobuses. Ayer fue lunes y hoy ya es viernes, de repente, sin notarlo. Pasa el tiempo, de las semanas a los años, y ya no hay nada que hacer, nada más que sentarte a esperar, o intentar coser remiendos sobre los jirones en que se han convertido tus sueños. No hay nada a que agarrarse más que el latido de tu propio corazón.

Pero no, no, no, no, no. Mejor. Hoy ,mejor, silencio.