martes, 29 de noviembre de 2011

Contrastes

Hace frío, tengo las manos heladas, pero no se puede escribir con guantes de lana,los dedos no saben leer cuando están cubiertos. Sin embargo brilla el sol en lo alto de nuevo después de varios días oscuros y lóbregos, días de té caliente a todas horas para calentar las tripas y las palmas de las manos.

Me gustan estas cosas que tiene la vida de envolverlo todo en contrastes curiosos, lo bueno con lo malo, lo catastrófico con los mares de posibilidades, el frío con el brillo del cielo, el calor con la frescura del mar. No sé por qué inventamos que la vida es monolítica, que las cosas tienen un solo matiz. Quizá fue la vaguería: es más fácil para navegar, para nombrar (eso que tanto nos gusta), quedarnos con la impresión principal y desdeñar el resto, etiquetar con una única palabra la experiencia para hacerla digerible, unificar los que es una maraña de cables de colores en una sola cuerda de color uniforme.

Pero haciendo eso nos perdemos tantas cosas....!!!

Hoy voy a pelearme con alguien, voy a decir adiós a una etapa de mi vida que ha durado ocho años. Ayer estaba muy triste intentando digerir la experiencia, asumir una decisión que me asustaba pero que ya estaba tomada. Pero hoy estoy contenta, he decidido sentarme y saborear cada uno de los múltiples matices de lo que me está pasando: hay frío pero hay calor, el producido por el hormigueo de lo nuevo; hay miedo y hay excitación ante el desafío que se me presenta; hay incomprensión y hay curiosidad ante alguien de quien no entiendo la mirada; hay pena por abandonar a mis compañeros de aventura, y alegría por poder despedirme de ellos.

La vida esta tan, pero tan llena de cosas, que resulta absolutamente inabarcable. ¡Estoy contenta!

jueves, 24 de noviembre de 2011

Temptation, Tom Waits

Vas pasando de una página a otra, pones un grupo de palabras en el buscador y rastreas imágenes, y como en un collar de perlas falsas una te va llevando a otra y la mayoría no valen nada, hay personas detrás de cada una pero todas se parecen. De vez en cuando surge algo que resuena contigo, parece que por un instante alzas el vuelo, pero es mentira, apenas un extrasístole que suspende tu respiración por un momento para devolverte luego a la monotonía cotidiana.

Hay mucho en inglés y descubres de repente que no tienes paciencia para intentar saber porque tu búsqueda es urgente, no permite costosas traducciones de conceptos que posiblemente no te lleven a ningún lugar. Buscas, buscas, buscas sin encontrar nada, observas, indagas, buceas, te desesperas. Te deshaces de la inquietud que anida entre tus piernas activando la navegación privada que impedirá que nadie te rastree. Pero después de la invisibilidad provocada sigue sin haber nada, no has encontrado nada, ni siquiera la calma.

Y es que estás buscando donde no toca, el mundo entero está ahí dentro pero no se puede sentir, no hay hallazgo si no hay un hilo conductos, un mapa precario, una leve idea del lugar en el que te gustaría estar. La red es inmensa pero solo sirve para perderse más cuando no se encuentra el camino.

Y entonces apareces.

Y si pudiera te haría carne aquí mismo para tenerte dominado, crearía en mi propio sótano este mundo que intento inventar navegando por la nada, sacaría del vacío unas cadenas con que mantenerte quieto, pasaría la lengua por mis propios labios mientras te miro intentando decidir qué hacer contigo, anticipándome al placer de saberte mío. Quizá. porque eres un invento mío y solo mío, podría convencerte para que bailaras bien pegado conmigo esta canción de Tom Waits que suena incansable en mi equipo, la canción que alimenta mi desasosiego, la que me acompaña en mi búsqueda estéril por los espacios infinitos.

Porque quizá solo quiera esto, un abrazo, un baile pegado, un pecho masculino donde escuchar un corazón latiendo en calma, y el calor de tu piel y tu sangre, y la posibilidad de tu semen, el regalo de cerrar los ojos y saberme en casa, de poderme dejar llevar por este cuerpo que arrastro y que hoy no sabe dónde sentarse.

martes, 8 de noviembre de 2011

Profecía

No suelo hablar de esto porque no me gusta darme pisto pero a veces me pongo premonitoria. Así, de un momento al otro. Se llenan entonces mis ojos de catástrofes posibles, accidentes improbables, muertes estúpidas e inevitables, ausencias perpetuas y dolores eternos. Los pasillos se hacen impracticables de tanto fantasma plañidero como deambula por mi casa, y los soles se vuelven negros, y todo toma un peso que no le corresponde tan sólo porque se convierte en el posible último gesto de mi vida.

Y es que, he olvidado comentarlo, las premoniciones sólo me conciernen a mí misma y, de rebote, a los que me quieren. Así esta semana voy a coser el que podría ser el último pantalón de chandal al que le cojo un bajo, y me preparo la maleta pensando en los ojos ajenos que revolverán mis cosas cuando yo haya muerto por lo que no meteré una sola braga que no esté en perfectas condiciones de revista, no quiero dejar un recuerdo de persona dejada o desastrada, ya es bastante con el estropicio que los gusanos harán en mi cara a la que me descuide. Y apuntaré el último abrazo, el último beso, la última mirada a los míos sin decirles que es la última, claro, no quiero apesadumbrarlos antes de tiempo...ni que me tomen por imbécil si finalmente, como espero y deseo, ninguna de mis predicciones se cumple.

Debería también quemar las cartas comprometedoras de vidas anteriores que nada tienen que ver con esta para no enviar póstumamente a mi familia al psicólogo con un montón de preguntas que sólo yo podría responder si me diera la gana y no estuviera más fiambre que el salami ese de rodaja gigante. Y si fuera una gran persona (y estuviera más segura de mi misma y mi capacidad visionaria) tendría que regalar toda mi ropa entre la gente que siempre me la ha envidiado, o darla a Cáritas para evitar que mi recuerdo se quede adherido a un jersey cualquiera y les entristezca cada vez que se lo pongan. Tampoco debería haber comprado lotería de la ONCE para el día 11, es un desperdicio de recursos si finalmente el avión, cualquiera de los cuatro que tengo que coger este fin de semana, se pega la chufa padre. Y es que sí, la verdad, le tengo mucho miedo a los aviones, tanto, que me vuelvo adivina de mal agüero. Menos mal que todavía no se ha cumplido una sola de mis pasadas profecías. Veremos esta vez. Ay, Dios.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Ropa vieja

Vuelvo de un viaje, uno físico, con barcos y kilómetros devorados, y camas distintas a la mía, con otros desayunos, otros baños y toda la ropa de que disponía en una maleta roja y desvencijada. Ha habido trayectos en coche, casi siempre los mismos, y tiendas que no he visto, y calles conocidas que esta vez no he transitado, y paseos al supermercado para reponer el pan que se acababa o comprar algo para compartir en nuestras meriendas campestres bajo techo.

Pero ese no fue el viaje importante, sólo fue el marco, el envoltorio, lo que un espectador casual y un poco curioso podría haber visto de haberle interesado, una base necesaria sobre la que transitar para poder realizar el verdadero viaje, el que en realidad no puede ser contado, el que no se ve con los ojos de la cara.

He estado en lugares oscuros y ajenos que daban miedo y he salido de ellos asombrada, a veces asustada y, curiosamente, mucho más alta. He visto soles azules que nacían en mi pecho, y una luz amarilla que disolvía mi cuerpo viejo y manido para convertirme en un pez volador de los espacios inmensos. He llorado, a veces de alivio, otras de alegría y unas pocas, cómo no, de pena. He jugado con la electricidad como si fuera una experta, sin saber del todo qué estaba construyendo o si eran peligrosos mis inventos. He visto gente dentro mío señalando caminos que ya no me pertenecen y he intentado convencerlos de que ya tivueron su oportunidad y ahora es la mía, tengo derecho a equivocarme yo solita, y a encontrar el tesoro por mi misma.

Y en medio de toda esta alquimia sencilla e invisible, he encontrado personas creciendo a mi lado, construyendo entre todas un bosque espeso y profundo donde perdernos y descubrirnos y ser libres, donde poder jugar a sentir miedo o a sabernos poderosas. He encontrado a Marta, a Andrea, a Ernestina y su pelo y sus entrañas doradas, a Eva, a Carmen, y a Virginia, la sabia y hermosa Virginia de nuevo, a las madres y las hijas, a mujeres altas y mujeres bajas, algunas con cabellos cortos y otras con melenas indomables, algunas bajitas y otras grandes como faros, todas nosotras tan parecidas y tan distintas, todas juntas por algo, comiendo chocolate como locas, riendo para disolver el miedo, haciendo espacio para el llanto o el descubrimiento (que a menudo van juntos), abriendo burbujas en la vida cotidiana para hacerle un hueco al milagro, a la maravilla de estar vivas, al conocimiento profundo y al juego perpetuo que supone esta suerte inmensa de tener un cuerpo.

Y vuelvo a casa más grande y no sé si me vendrá la ropa que dejé en el armario, ni si sabré calzar de nuevo mis zapatillas de estar por casa, o si los espejos sabrán devolverme el cambio que ha sufrido mi cara. No importa, nada de eso importa, estoy viva y respiro y mi corazón late, y hay brazos que me esperan en el puerto, y casas por barrer, y estoy contenta de viajar, ir y volver, recogerme y crecer. Juego, soy feliz, no se puede pedir más.

domingo, 16 de octubre de 2011

Burbuja

Apenas tres palabras de mi hermana nos trasladan a una situación idílica: sentados todos frente al fuego de la chimenea, felices y contentos, tomando un café y esos pastelitos propios de Todos los Santos y que me encantan no sólo por su sabor sino precisamente porque sólo hay una corta época del año en que se ponen a nuestro alcance. Nos dividimos en dos grupos logísticos: los que preparan el café y encienden el fuego y los que nos comprometemos a encontrar los sudodichos bocaditos dulces dos semanas antes de la fecha oficial para saborearlos.

Y conducimos mucho para descubrir que, incongruentemente, en mi ciudad las pastelerías cierran los domingos por la tarde, a veces incluso con recochineo pues se toman la molestia de explicitar en un cartelito primoroso que disponen de buñuelos aunque no abran. Pero nuestra perseverancia da un magro fruto en forma de nueve (nueve para siete personas) pastelitos. Subimos de nuevo a casa y ponemos en marcha esa imagen prefabricada y dulce que teníamos en mente...a pesar de que no hace el frío suficiente como para disfrutarlo de verdad y de que el café me sienta mal.

Estamos juntos, es cierto, aunque cada uno un poco a su bola: la tele, el iphone de alguno, las demandas infantiles y el sueño propio de estas horas nos mantienen apartados pese a la proximidad. Pero hay tazas, y azúcar suficiente, y fuego, aunque de algún modo falte lo que era la base de esa burbuja que teníamos en mente.

Dos horas después estoy nerviosa e inquieta y me pregunto, como siempre en estos casos, si realmente me está ocurriendo algo que lo justifique, algo que mi mente busca sin descanso (y a veces encuentra, porque nada es perfecto y siempre hay cabos sueltos) o es tan solo la cafeína jugándome la mala pasada de siempre que sucumbo a estas imágenes que nos han vendido las torrefactoras y las macroempresas de alimentación.

O se, que la pregunta es obvia: ¿valió la pena? Pues sí, definitivamente, a pesar del malestar de estómago y una ligera sensación de vacío. Hay que perseguir los sueños, aunque acaben resultando un fiasco. Pero por nosotros que no quede.

viernes, 7 de octubre de 2011

Wally

Me siento un poco como Wally antes de salir de casa a una de esas exploraciones llenas de gente de las que él es especialista. Imagino que lo suyo es un don, que sencillamente sale de casa con una idea en la cabeza y, se proponga lo que se proponga, acaba rodeado de gente vestida de colores parecidos a él, dispuesto a esconderse con una gran sonrisa entre la multitud.

O quizá no, quizá se prepara de antemano buscando los momentos donde pueda tener garantizada una muchedumbre complaciente, a lo mejor anda de ciudad en ciudad buscando eventos multitudinarios como un concierto de rock, una operación salida por puente inminente, un parque temático cualquiera a final de curso o quizá acecha en busca de accidentes más o menos previsibles.

El caso en que me siento como imagino que debe sentirse él con su jersey a rayas rojas recién puesto, cuando todavía está con las llaves de su casa en la mano, la mochila a la espalda, intentando recordar si ha cerrado bien el grifo, si ha apagado todas las luces y si el gato tiene comida suficiente para no morir de hambre en su ausencia. Como él pero sin saber si tengo su mismo don para encontrar lo que busco. O sea, que estoy preparada para el viaje, pero no sé dónde voy.

Hace muchos años un amigo de mi padre me dejó conducir su yate un ratito en un día de mar calmo y fue una sensación curiosa: debajo de mis pies aquella máquina poderosa, en mis manos un volante y frente a mí ¡no había carretera! Podía ir donde quisiera pero la posibilidad de elegir era tan grande que perdía su sentido: si no hay caminos, cruces, carteles indicadores ¿cómo saber a dónde ir? ¿Tiene alguna importancia la dirección que elijas? ¿O todo se convierte en un juego sin sentido? Así me sentí yo: la libertad era inmensa...y el aburrimiento también porque ningún camino que inventara llevaba a otra parte que no fuera el mar.

Sé que en este caso es diferente, el camino lo forjo yo con cada uno de mis pasos y, lo quiera o no, según lo larga que sea mi pisada, los metros que dé cada día, dónde me encuentre al ponerse el sol, marcaré sobre la tierra un camino concreto, directo o tortuoso, ancho o angosto, ampliamente recorrido por otros o solitario como boca de lobo, un camino en cualquier caso que solo podré ver cuando lo haya recorrido.

El mundo a mis pies, pero ciega. Curioso destino el nuestro.

jueves, 29 de septiembre de 2011

Piedra




Me previene. Me dice : "cuidado con reverenciar a nadie". Y me quedo perpleja un primer momento. Luego voy atando cabos y comprendo. Recuerdo palabras parecidas salidas de otros labios, en un lugar muy diferente y hace algún tiempo, palabras más sencillas, la verdad (¿quien utiliza en una conversación normal la palabra "reverenciar"?)

Abro entonces la verja del jardin y me lo encuentro llenito de estatuas, cada una de ellas en su propio pedestal, cada una con su nombre y apellido. Estatuas hermosas y enormes, adornadas con joyas refulgentes y mantos espesos que les tapan los pies, en poses sólo aptas para pasar a la posteridad, cargadas de frases solemnes y lapidarias. Y a sus pies, a los pies de cada una de ellas, una tumba en la que duermo yo. Así que no me queda mas remedio que comenzar a derribarlas, yo, que siempre había sentido un desasosiego extraño cada vez que veía tumbar estatuas de los prohombres caducados de cualquier patria convulsa. Pero no hay remedio, son ellas o yo, y toca comenzar.

¿Cómo se tira al suelo una figura imponente de piedra maciza sin contar con un tractor, un camión con pluma o, por lo menos, un caballo percherón? N tengo ni idea. Ni siquiera tengo idea de qué podría hacer si tuviera alguna de estas cosas, no conduzco maquinaria pesada y no sé nada de caballos. Doy vueltas y vueltas alrededor del pedestal de la que me parece más asequible, dicen que caminando suelen surgir grandes ideas, pero nada, quizá porque la figura imponente me mira amenazante. Y no es solo ella, sino todas las demás, cargando sus miradas pétreas e impasibles, duras, fijas, en mi espalda, mis manos, mi cerebro y mis pies.

Y me entran las dudas, como no podía ser de otra manera tratándose de ellas y de mí:si ellas están subidas en pedestales será por algo, ¿no?. Seguro que han hecho grandes cosas, seguro que son grandes ejemplos para la humanidad, que pueden guiar mis pasos pequeños y miserables por el mundo, convertirse en la brújula de lo que puedo o no hacer para conseguir el éxito (¿qué éxito? ¿éxito en qué?), eminencias que me sugieren sin una sola palabra que nunca estaré a su altura, que lo que ellas han hecho no puedo superarlo ni en mil años que viva, que a su lado no soy nadie, no soy nada...

Despierto de repente de la melopea que me cantan sibilinas y, sin mirar nada más, sin escuchar nada más, busco una piedra que quepa en mi mano y comienzo a cavar a los pies del primer pedestal. Puede que me lleve mucho tiempo pero no seré yo quien acabe en el suelo. Por estas.

viernes, 23 de septiembre de 2011

Falsa rubia

Debe estar en alguna parte, debajo de la cama articulada, o en la bolsa negra que mi madre guarda en la taquilla monopolizándola, o en el cajón de la mesita-bandeja. O quizá la tiré sin darme cuenta una de estas noches interminables en la enorme papelera del baño, lo cual, si es cierto, vuelve la cosa totalmente irremediable.

Pero a lo mejor no fue aquí, aunque me parezca lo contrario tengo vida fuera de estas paredes de color crema, lejos de los tubos y los gorgoteos y los asaltos continuos a nuestra intimidad. O sea que es posible que la haya perdido entre la ropa sucia de casa, o que la haya metido por un despiste en un tuperware y la tenga congelada en la nevera. O la dejé escondida sin querer entre la legión de peluches de mi hija, o el mayor se la llevó para enseñarla a los amigos del insti. Pero no creo, me la hubiera devuelto... o me hubiera confesado, dada la gravedad del asunto, que la ha perdido como pierde tantas cosas que a mí me parecen importantes y sin las que él vive perfectamente.

Puede que esté en el bolso, lo he mirado pero ya se sabe cómo son los bolsos, agujeros negros de fondos insondables, sede de las cosas más insospechadas, refugio de objetos pequeñitos y a menudo pinchantes que te sorprenden en cualquier busqueda cotidiana de llaves recordándote que eres roja por dentro, o sea, que tendré que volver a mirar, organizar incluso una misión de cascos azules para que saquen de sus escondrijos a todo lo que coloniza mi bolso sin permiso descolgándome el hombro.

En fin, que desde que todo esto empezó he perdido la cabeza. Mucho me temo que es una cosa suya, que huyendo está intentando soslayar tanta zozobra, tanta incertidumbre y tanta certeza de esas incómodas de mirar. Maldita sea, porque desde que se fue parezco más tonta de lo que soy. Y, si no eres rubia, el glamour se pierde.

Enfermedad y muerte

Yo podría haber sido cualquiera de ellos: ese hombre de pelo blanco que vive en los ascensores empujando camas, sillas, que conoce las tripas de este infierno como los rasgos de su cara, que distribuye el dolor a donde le piden que lo haga; esa mujer empeñada en acarrear cubos, mopas, trapos, limpiando para quienes nunca se lo van a agradecer porque se están quedando ciegos ante su propia podredumbre. Podría ser esa chica de la cola de caballo y los zuecos rojos, repartiendo pastillitas de nombres impronunciables -toda secta tiene su propio lenguaje- por los cubículos, memorizando números, dosis, fórmulas, horarios, esclava de los cuerpos y de los brujos que todo lo pueden. O podría haber sido ese hombre de los ojos rasgados, diferenciado del resto tan solo por el letrero de su bata blanca, andando con majestuosidad por los pasillos, con una cohorte silenciosa e invisible atenta a sus más mínimos designios.

Desde que tengo uso de razón quise ser uno de ellos, trabajar aquí, vivir aquí, moverme, dormir, caminar, respirar aquí. Si lo hubiera conseguido habría aprendido a dividir los cuerpos en fragmentos claramente diferenciados, a seguir la pista repugnante de los humores y las miasmas de los dolientes, a convivir con la impotencia de saber que mi arte es escaso y efímero, a ignorar el sufrimiento ajeno para que no me infecte, para que me permita pinchar, sangrar, levantar, maniobrar, abrir cuerpos con mano firme. Formaría parte de una máquina bien engrasada y conocería perfectamente mi lugar en el mundo a costa de borrar todo lo que no puede ser cuantificado, medido, analizado, encajado en un molde. Durante unos turnos interminables me dedicaría a arrancar gente de la muerte a costa de olvidar en qué consiste estar vivo, encerrada como ellos, los que sufren, entre estas paredes blancas, donde todo es como debe ser, donde todo funciona milimétricamente y la gente se preocupa con razón, donde se lucha de veras por la vida pero donde, sorprendentemente, la vida no tiene espacio para ser vivida.

Un amigo que conoce las tripas de este edificio me contó que el sexo es fácil y frecuente en este lugar. Quizá los hombre que acarrean camas, las mujeres con sus mopas, las muchachas con sus drogas, los brujos circunspectos que habitan este monstruo inevitable (esos que en la vida real se llamarán Pepa, Juan, Antonia, Bea y que aquí no tienen nombre) no han encontrado otra manera de conjurar la vida, de anclarla a su cuerpo, de liberar tanta pena, tanto dolor expuesto ante sus ojos, tanta impotencia empaquetada en tan poco espacio.

martes, 20 de septiembre de 2011

De vuelta

He vuelto. Y si esto funciona como en la vida real, que no sé, debería pedir disculpas, imagino. Nadie se marcha de repente de un lugar sin despedirse, ignorando a quienes te acompañan, les conozcas o no. Si siempre saludo al conductor del bus mientras pago mi billete o me despido de la cajera del súper cada semana entre un mar de bolsas ¿no debería haber dicho un hasta luego, un nos veremos, no debería haber pergeñado una disculpa, una razón, para marcharme?

En mi descargo diré que no sabía que me iba, lo cual es raro, porque en la vida real uno sabe siempre que se va, lo notas en las articulaciones de tus pies, en que los objetos se mueven hacia atrás para dejarte espacio, en que abandonas muebles, papeles pintados, luces artificiales, ¡incluso caras! para sumergirte en un paisaje diferente. Pero aquí no es así, el movimiento es más sutil, tanto que no hace falta ni la intención de moverte: quedándote quieta, no haciendo nada, te marchas. Se me ocurre que quizá no es solo la red donde esto ocurre, debe haber otras muchas situaciones en la vida (la amistad, el amor, el trabajo quizá) donde pasa lo mismo: o mueves los pies para quedarte o te marchas sin remedio.

No sé bien por qué me fui, últimamente colecciono más incertidumbres que de costumbre, no encuentro los porqués de casi nada de lo que me sucede, así que quizá me estoy volviendo sabia como Sócrates, que sólo sabía que no sabía nada. (Hummmm, esto me gusta, me gusta mucho!. A ver si recuerdo esta frase cuando me vuelva una abuela desmemoriada, no sabré qué he desayunado ese mismo día ni dónde está el baño de mi casa ni cual es mi nombre pero por eso mismo estaré segura de haberme convertido en una mujer sabia. ¡Es perfecto!). Así que, al no conocer los porqués, no se me ocurre una disculpa convincente que ofreceros salvo el recurrido “lo siento” de costumbre.

He vuelto, pues. Lo que no sé es cuanto tiempo me quedaré, todavía no domino esto del movimiento sin moverme.

lunes, 23 de mayo de 2011

cadena de pasos

Asustada. Eso es lo que estoy, muy asustada, refugiándome en las vidas de otros, personas que no existen pero viven intensamente. Me refugio en sus dolores y en sus miedos para no sentir los míos, para, al mismo tiempo, hacer intensa mi propia vida sin riesgo, para sentir que estoy viva, para sufrir sin tener dolor real, sin debatirme en la maraña de la vida, las opiniones, las intenciones, las necesidades y los tiempos. me tumbo en el sofá y vivo de prestado, porque parece doler menos.

¿Qué me asusta, a qué le tengo tanto miedo como para decidir anestesiarme de este modo? ¿Es miedo al dolor, al fracaso, a no estar a la altura de eso que imagino pero no compruebo? ¿Qué hace que sistemáticamente arrumbe mis planes en un rincón para morir fuera de mí, para dejar pasar el tiempo como los enfermos crónicos enclaustrados en sus camas, como si mi cuerpo y mi cabeza no fueran capaces de nada más? Y parece que no lo son, ni siquiera de lo más sencillo, lo mas rutinario, lo más fácil de llevar a término. Debe haber cosas que yo no sé pero que en el fondo conozco, sabidurías internas que me paralizan porque saben qué viene después del movimiento, que quizá comprenden que una vez me ponga en marcha no podré parar algunas cosas. Y no hablo de las grandes decisiones, de esas que de un plumazo cambian la existencia, dan un giro radical a la vida y te llevan por caminos nuevos y desconocidos, no. Hablo de cosas mucho más pequeñas, de pasitos diminutos, de acciones que pertenecen a lo cotidiano, al trabajo de cada día, a la casa y a los niños, al mantenimiento y la limpieza.

Pero no, sé que detrás de ellos están los otros, los pasos decisivos, no importa que intente esconderme de lo importante detrás de las pequeñas cosas, no importa que me imponga un orden determinado que empieza en lo sencillo. Porque sé que detrás de todo esto está el final, lo verdaderamente importante, lo crucial, lo que hace que mi vida tenga o no sentido. ¿Me atrevo a reivindicar lo que soy ? ¿Me atrevo a crecer? ¿Me atrevo a equivocarme y hacerlo mal? ¿Me atrevo a mostrarme com soy? ¿Me atrevo a reconocer que me muevo por impulsos que sé ciertos pero que no puedo explicar de manera racional? ¿Me atrevo a probarme en lo que de verdad me importa? ¿Me atrevo a brillar como podría a pesar de todas esas voces que viven dentro mío recordándome el sufrimiento y la muerte pasados? ¿Me atrevo a ser yo?

jueves, 12 de mayo de 2011

Sol

Tengo miedo de ser yo, tengo miedo de ser quien soy. Porque soy fuerte, y grande, y hermosa, y tengo dentro de mí una energía extraordinaria que me da miedo no poder controlar. Me miro al espejo y soy feliz, y reverencio cada paso, cada célula, cada latido, cada emoción y sentimiento. Y bailo alucinada por mi casa, encontrando en cada movimiento la pura felicidad de estar viva, sonriendo, volviendome enorme y luminosa, sabiéndome conectada con todo lo que ocurre gracias a mis manos y mi corazón, ese ser incansable que me habita y me desborda.

Pero tengo miedo de mí misma, de los impulsos que imagino oscuros e imprevisibles, de mis anhelos profundos y absurdos, de mis filias apasionadas, de mis dolores puntiagudos y repentinos, de mi posible ceguera ante tanta luz y tanta alegría. Tengo miedo de soltarme y empezar una bacanal incontrolable, y encontrarme finalmente en un paisaje desconocido, detrás mío todo ruinas y ceniza y silencio. No sé quien me contó la historia de que soy peligrosa, de que es mejor tenerme encerrada, encadenada a la pared, drogada y modosita para impedir el fin del mundo. Pero quien me lo contará consiguió convencerme.

También tengo miedo de tí, de que te asuste mi arrogancia, de que prefieras verme velada para no dañarte los ojos, de que lances contra mí alguna palabra afilada que me corte las alas recién desplegadas, de que te atraiga mi luz y te destroce, de que te alejes con despecho por no haberme ceñido al plan original, de que me descubras finalmente y no te guste lo que veas, de que te marches de mi lado si finalmente te enseño quien soy.

Y así estoy, más cerca que nunca del final de la tristeza, a punto de dar un paso irreversible, otro más, atraída por mi propio resplandor, embelesada por los colores de mis brazos, de mis manos y mis ojos, quieta, sentada sin moverme, sabiendo (hoy sí) cual es el paso y dudando, asustada, porque tengo miedo. Pero ya veo el horizonte, y está saliendo el sol

jueves, 5 de mayo de 2011

Andén 9 y medio.

¿Qué pasa si, como Harry Potter, decides creer que existe el andén 9 ½? ¿Qué pasa si decides que lo visible es sólo un porcentaje ínfimo de lo que existe, que, como dijo Shakespeare, “hay más cosas en el mundo de las que sueña tu filosofía”? ¿Y si además decides que puedes acceder a ellas, verlas, reconocerlas, nombrarlas, leerlas? Cuando me imagino diciendo “sí”, dando este paso sin retorno, tengo una clara sensación de alivio, de haber vuelto a casa, de haber colocado algo en su lugar. También siento euforia por el infinito mar de posibilidades que se abre delante de mí y, si, el miedo corriendo como culebrillas por las cañas de mis huesos.

No me asusta tanto el lugar al que pueda acabar llegando como que ese lugar esté demasiado lejos de la casa que habitan lo míos.¿Se puede vivir simultáneamente en dos sitios a la vez? ¿Se puede velar la mirada cuando quieres? ¿Se puede construir un disfraz que disimule los tentáculos, los ojos nuevos y los dedos largos? ¿O seguir viéndolo todo pero aprender a no contarlo, para estar cerca de quien te quiere, para no perderlos en un viaje alucinante de arquitecturas invisibles?

También me asusta un poco el viaje en sí, los posibles escollos, las revueltas del camino, la amnesia en medio de un paisaje demasiado parecido al cotidiano, el monstruo concebido sólo para mí que, seguro, me espera en alguna vereda solitaria. Me asusta sobre todo perder la brújula que llevo dentro, una como la que tienes tú y que a mí me indica qué pistas son ciertas y cuales son inventos, que me dice por donde va mi camino, que me muestra las trampas que yo misma me construyo con ayuda de los otros.

Si atravieso el muro corriendo con mis cosas a cuestas para llegar al andén 9 1/2 , si vuelo más allá de lo permitido por las normas internacionales de navegación, si decido abrir dos ojos en mis manos para verlo todo ¿podré llevar a los míos conmigo? ¿Quién se quedará por el camino? ¿Podré seguir pareciendo yo aunque sea otra con más extremidades, más bocas, más aberturas hacia lo infinito? ¿Asustaré a la gente con mi nuevo aspecto? ¿Alcanzaré un nuevo mundo a costa de perder el otro, el que tuve siempre? Pero nada de esto puede ser contestado si no me pongo en camino así que allá vamos, que la suerte me acompañe.

domingo, 17 de abril de 2011

Mañana

Mañana cumplo años, pero no es sólo eso. Mañana pongo en marcha un nuevo trabajo que no he experimentado, pero tampoco es sólo eso. Mañana tardaré mucho en volver a casa, pero no, no es eso. Lo realmente trascendente es que mañana puede que cambie el mundo. Con una frase. Una sola frase que no pronunciaré yo, una frase que marca una frontera, una linea nítida y clara que divide la vida en dos, que convertirá toda experiencia en un antes y un después.

Las cosas, lo que sea que esté ocurriendo, están pasando ya, pero no lo sabemos y por eso no existe, o lo hace como una nube posible en la distancia, una estadística, una leyenda que pudiera ser pero de la que nadie tiene pruebas. Pero mañana, mañana, la probabilidad se convertirá en certeza, se parará el mundo para unos cuantos de nosotros, dejará de girar unos segundos o toda una eternidad, nos dará alas de seda y comenzaremos a suspirar aliviados o nos volverá de mármol y espanto.

Es extraño el poder tremendo que tienen las palabras, su modo de definirnos y cambiarnos, de movernos por dentro, de tambalearnos enteros. No hemos nacido para defendernos de su peso, para esquivarlas, no aprendemos a lucharlas en la escuela, sólo fingimos que no hemos sido alcanzados por su dureza, por su filo afilado y profundo, avergonzados de que algo tan pequeño que no se puede coger con las manos sea capaz de dolernos tanto.

Mañana me levantaré y probablemente salga el sol iluminándolo todo, mañana desayunaré como todos los días y me arreglaré para ir a trabajar. Mañana cogeré el coche e iré a donde debo, y trabajaré en mi trabajo extraño de todos los días. Mañana volveré a casa para hacer la comida, y nos sentaremos a la mesa para charlar entre bocado y bocado, para contarnos nuestro día. Mañana volveré al trabajo y más tarde al taller, y es posible que olvide durante todo el día que es mi cumpleaños. Es verdad, mañana será un día como cualquier otro, pero mañana, para mí, para los que quiero, puede que cambie el mundo.

sábado, 9 de abril de 2011

Encrucijadas

M dejo ir por la escalera, desciendo los peldaños uno a uno, elijo conscientemente cada uno de los recodos que me llevan a donde siempre, seleccionando entre todo lo posible (todo, todo lo posible) sólo aquellas cosas que me apoyan, que me arrastran a donde sé ir tan bien, a donde de algún modo quiero estar.

Porque lo otro, la luz, la vida, la risa, necesitan otras vías, otras trochas, otras músicas que no tengo, requieren esfuerzo y perseverancia, la misma que he estado empleando para hundirme en la miseria, para bucear en esta oscuridad tan profunda. No se improvisa otra vida de la noche a la mañana, en un segundo o con un acto de voluntad.

Así que cuando entra el sol por la ventana, cuando me da de lleno en la cara desde el lucernario del techo, me siento transportada a otro mundo, recuerdo que hay otro camino, incluso puedo imaginar en qué consiste y cómo recorrerlo. Hasta me siento tentada a hacerlo, me gusta esa otra persona que imagino, con la cara llena de sonrisa y los ojos brillantes, con la risa en la boca y el paso ligero.

Pero para llegar ahí hay que ponerse a caminar, para caminar hay que saber dónde empieza el camino, hay que dejar que los ojos se desprendan de lo conocido y comiencen a buscar otros agarraderos, hay que tener la voluntad de aflojar los músculos de la cara y las manos, hay que soltar las piernas, vigilarlas, tutelarlas para que no vuelvan a las sendas que conocen de memoria. Y de momento no tengo fuerzas para ello.

Lo bueno: ahora sí sé que hay otra vía, otra manera, otro camino. Un día no muy lejano me decidiré y caminaré por los campos soleados, en medio de las pequeñas flores silvestres que crecen solas en los pastos, con la luz en la cara y la risa en los labios. Te lo prometo.

jueves, 7 de abril de 2011

Grito

Me enfado, es ridículo, no tiene sentido, pero yo me enfado. Viene de abajo, una fuerza telúrica apoyada por el pensamiento cierto y claro de que he sido maltratada. No importa que el maltrato sea mínimo, parcial, subjetivo incluso. El enfado llega apretándome la mandíbula y afilando mis uñas, volviéndome de hielo, una hoguera dentro mío que se convierte en piedra blanca y fría sobre mi piel y mis ojos.

Quisiera disimular pero resulta imposible, mi cuerpo sigue ahí pero el resto de mí vive en esa hoguera invisible en la que me debato. A veces alimentándola, a veces intentando apagarla sin resultado alguno. Y es extraño sentir que he dejado de ser yo, que tengo un vestido puesto encima del que podría desprenderme si encontrara las aberturas, los lugares por donde pasan la cabeza y los brazos.

Me gustaría ser otra en ese instante, alguien más distante, alguien con más mundo, alguien capaz de reirse de las tonterías, de eliminar la injusticia, alguien con la fuerza suficiente para modular lo que pasa dentro suyo, alguien más alto, más fuerte, más vivido, más serpiente.

Llevo muchos años conmigo y todavía me sigue trastornando este descenso súbito al desasosiego, esta rabia sorda casi sin motivo, esta tristeza enorme que sobreviene luego por no haber hecho lo que el cuerpo me pedía. Porque si por mi fuera sacaría las llamas de dentro afuera e incendiaría el mundo entero, atravesaría con mis palabras los corazones hasta dejarlos muertos, paralizaría a los pájaros en pleno vuelo y marchitaría las flores con mi mirada. Gritaría, gritaría tan fuerte que estallarían las ruedas de los coches, y aparecerían fisuras en lo edificios, y se abrirían simas en medio de las plazas y en los patios de los colegios. Y así conseguiría que todo parara por un minuto, un solo minuto, el tiempo suficiente para que llegaras tú y me abrazaras, para que me calmaras con tu sonrisa tranquila, con tus besos salados, para que me dijeras al oído mientras me meces despacio esas palabras pequeñas que se dicen a los niños cuando tienen miedo.

jueves, 31 de marzo de 2011

Lo que el ojo no ve

A una palabra, una sola y simple palabra, todo se ha vuelto blando: las calles por las que camino, las casas, los semáforos, las verjas de los colegios, las plazas, las fuentes, las estatuas, los pasos de cebra, el propio asfalto, las aceras, los muros, los bancos de los parques, las palmeras...

Brilla el sol en lo alto, parece que nada ha ocurrido pero no es cierto. Con una sola palabra todo es distinto, todo ha cambiado, de un modo sutil, de un modo maligno, todo es distinto. Camino por los lugares de siempre con el miedo de dar de repente con una parte blanda del suelo que me hará tropezar y caer, que incluso podría tragarme entera. No me atrevo a apoyarme en las fachadas de los edificios por lo mismo, cualquiera de ellos podría haberse convertido en una ilusión, podría tragarme, engullirme del todo, hacerme desaparecer en medio del gentío.

Sonrío, todo el mundo sonríe, los pájaros, inexplicablemente, siguen piando por la mañana, y el sol sigue saliendo com si nada. Hacemos compras, preparamos la comida, decidimos convivir con la suciedad del suelo, hacemos las camas y ponemos lavadoras, miramos la televisión, comemos, comemos mucho...y reímos todo el tiempo, lanzando cables bajo las sonrisas para que los otros encuentren un lugar donde amarrarse, para salvarnos todos juntos, para decirnos que nos queremos y que nos tenemos, para acompañarnos en el miedo y a zozobra.

Todo sigue igual pero todo es distinto. Todo cambió con una llamada de teléfono, con la poca información que cabe en una inspiración, con una sola palabra que se repite todo el tiempo en mi cabeza como un mantra volviéndolo todo blando, todo hermoso, y traicionero, y blando, y peligroso, todo efímero y terrible.

domingo, 20 de marzo de 2011

Angel

Me mira llorar sentada enfrente de mí, con toda la luz del mundo en sus ojos hermosos. Lloro y lloro mientras ella me mira todo el tiempo, sonriendo, toda la ternura del mundo vive en su boca y en sus manos. No me abraza porque sabe que no quiero que lo haga, la prefiero ahí, mirándome todo el tiempo, esperando, tranquila ante mi explosión absurda, sin un atisbo de incomodidad o desaliento. Está conmigo pero no se convierte en mí, no me pregunta, no me consuela con la esperanza de que me calle, sólo mira, sonriendo, siempre sonriendo.

Alarga el brazo para acariciar despacito mi mano, recordándome sin palabras que hay un mundo ahí fuera, se sienta a mi lado para ofrecerme un pañuelo cuando lo necesito, y nos reímos juntas en medio de mis lágrimas de tanta pesadumbre, de tanto sentimiento sin razones obvias. No importa el tiempo, con ella nunca importa el tiempo, no tiene prisa, está aquí, eso le basta, parece bastarle: mirarme, tocarme despacio la mano, sonreír, viajar conmigo por lo que siento sin dejarse llevar del todo, para que una de las dos haga de ancla, para recordarme el camino de vuelta a casa.

Me quiere, eso me salva, me quiere de cualquier manera, no espera que cambie, no me pide que mejore , no me dice que he hecho mal. Sencillamente me mira y sé que me quiere. No sé por qué, no sé qué vio en mí ni por qué está conmigo, no sé cómo pude vivir sin ella hasta ahora.

Mi ángel Gabriel.

miércoles, 16 de marzo de 2011

Espejo

Flotaba en un inmenso espacio negro, dormía quizá. Estaba tranquila, un poco ida, dejando suelta mi mente, ignorándola, sencillamente flotaba tranquila. Y poco a poco apareció una luz amarilla que lo fue inundando todo, una luz que me despertó si es que estaba durmiendo, una luz que me volvió consciente y centrada, serena y tranquila. Y de esa luz apareció una cara, el rostro de una hermosa mujer con el cabello negro muy largo y liso. Me miraba sonriendo y yo sonreí también porque la conocía.

Se acercó a mí y me besó levemente en los labios y me dí cuenta de la falta terrible que me había hecho ese beso. Le pedí sin palabras que me abrazara y se acercó despacio, casi con timidez, la misma que sentía yo, y puso su mano caliente en mi pecho. Yo toqué su rostro con reverencia, acaricié su mejilla, pasando el dedo desde la sien al mentón, reconociendo su cara, maravillada de no haber apreciado antes su belleza, . Ella sonrió más abiertamente y, colocando los brazos en torno a mi cuello, me besó profundamente. Luego se separó de mi ligeramente para mirarme a los ojos, sonriendo siempre, volviendo a poner la palma de su mano sobre mi pecho.

Y de repente noté que estaba tumbada de espaldas en medio de esa luz de paz, con los brazos en cruz, y que en cada una de mis manos tenía una fruta, una naranja quizá, o una granada, y de mi corazón brotaba una planta verde tan etérea que era casi transparente. Sentía tanta paz, tanta alegría, tanta serenidad que me hubiera quedado allí una eternidad. Pero no pudo ser.

Fuimos juntas a la ducha, y todo era igual pero distinto, nuevo, profundo, todo era tan lento, tan hermoso...Y de su mano recordé lo buena que es el agua caliente, y la sensación de estar rodeada de piel, y la maravilla del contraste con el frío de fuera. Y la calma infinita de moverme despacio, de estar callada, las dos solas en medio de una multitud de mujeres charlando, juntas, cogidas de la mano y mirándonos a los ojos todo el tiempo. Y la sensación de liviandad, de alivio que ella me procura con solo mirarme, y la certeza de estar donde debo estar, de que con ella estaré siempre en casa.

Desde entonces esa mujer hermosa me acompaña todo el tiempo, está detrás mío leyendo lo que escribo, me abraza y me consuela, me dice que no estoy sola, que nunca estoy sola. Y sonríe todo el tiempo. Eso y su calor son lo mejor de todo.

viernes, 11 de marzo de 2011

No te muevas

Ruido, hay demasiado ruido en mi interior, demasiadas cosas fuera, demasiados estímulos que me hacen daño, que me llevan a lugares en los que no sé si quiero estar. Cuando me dejo llevar me pierdo, no sé en quien me convierto, quien soy. Tanto tiempo, tantos años buscándome para desperdiciarme ahora de este modo raro, dejando de ser quien imagino ser.

Prefiero quedarme aquí, encerrada, entre mis cuatro paredes repintadas, asomándome al mi mundo a través de la ventana de mi ordenador, mirando sólo lo que quiero ver, sabiendo que si no me muevo, no voy a sentir nada extraño, podré controlar cómo late mi corazón, qué piensan mis neuronas, que siente mi coño.

Quedarme, quedarme aquí, quedarme quieta, no moverme, o fingir que lo hago, jugar a cambiar de lugar sin hacerlo, quedarme quieta, no mirar, no escuchar, no sentir nada que no esté dosificado, controlado, nada que no pueda digerir.

Cavo un hueco muy hondo en el centro del salón en que meterme, en el que estar a salvo de las bombas, las palabras, las miradas, a salvo de mi propio juicio, de mis expectativas, de mi cabeza hirviente, de mi energía

No te muevas, no te muevas, no te muevas, no te muevas y estarás a salvo. Muerta pero a salvo.

viernes, 4 de marzo de 2011

Puertas que se cierran

Oigo palabras que llegan desde muy extraños lugares: un libro anodino, una canción insospechada, una película hermosa... Palabras que alguien me dice sólo para mí, como si el mundo, el universo, estuvieran intentando recordarme algo que he olvidado, algo obvio y liviano, algo sencillo y difícil, un paso, un mapa, un camino.

Se me ocurre de repente, en medio del baño, que quizá debo quemar mis naves, dar un paso irrevocable, carbonizar en una hoguera silenciosa todo lo viejo, lo que ya no sirve. Porque si no lo hago yo, nadie lo hará por mí. Me quedaré desnuda en medio del viento, es cierto, y no sé muy bien qué voy a hacer, ni donde acabará todo este jaleo, esta inmolación subterránea, pero no es eso lo que me asusta, más bien tengo miedo de volverme a engañar, de prometerme un algo que no voy a cumplir, dejándome a mi misma huérfana en medio de la nada, o peor, en medio de este hastío que me tiene harta.

Se me ocurren preguntas: ¿vale todo? Y una voz me contesta enseguida que no, no vale todo, hay cosas que son trampa y cosas que no, y no vale hacer trampas. Porque si las hago estaré de nuevo al comienzo del laberinto, sabiendo que no me creí, sabiendo que no lo intenté de verdad.

¿Sabes? Si no me comprometo, nada importa. No puedo fallar, es cierto, pero así tampoco valen los logros, resultados que salen por casualidad, por carambola, algunas cosas buenas, algunas malas, nada que me haga sentir orgullosa. No sé si me equivoco, si no estoy cayendo en el viejo vicio de considerar que sólo lo que cuesta esfuerzo vale la pena, pero no tengo tiempo de seguir teorizando, porque mientras lo hago, mientras huyo de las mil maneras que conozco, la vida pasa por mi lado sin esperarme. Me muero, como tú me estoy muriendo, no tengo tiempo para tonterías.

Quizá esto debería ser una despedida, no lo sé, el corazón cambia, los sentimientos cambian, los anhelos, los placeres, los dolores, los agarres, los placebos y los fardos cambian, lo que vale para hoy es nefasto para mañana, así que por si acaso no te diré adiós, sólo buenas noches, duerme bien, descansa, amor, hay mucho por hacer, mucho papel que descubrir, mucha agua en la que navegar, mucha gente a quien besar.

miércoles, 2 de marzo de 2011

Intangible

Estaba radiante, hermosa con ese abrigo negro de pelo largo que nunca tuvo, el pelo cardado como recién salida de la peluquería, un poco más alta de como era, un poco más grande. Tan brillante...

Nos abrazamos con alegría, hacía mucho que no nos veíamos, pero una vocecita dentro mío decía que algo no cuadraba. Aun así preferí dejarme llevar por el momento, la alegría del reencuentro, sus brazos cálidos, su aprobación a prueba de golpes.

No sé por qué nos encontramos en medio de la calle, al doblar una esquina, pero fue una grata sorpresa. Después de eso no la recuerdo mucho más, debía estar entre toda la familia, el barullo de gente, la tristeza por lo ocurrido, y la pena anticipada por lo que imaginábamos que ocurriría poco después.

Es curioso, cuando sueño con ella siempre sé que es un sueño, y suelo alegrarme mucho porque no la veo desde que murió, un lejanísimo 18 de Diciembre de 1992. Cuando nos encontramos en ese otro mundo intangible solemos reirnos, nos abrazamos, y se palpa entre nosotras una corriente de amor muy especial, vuelvo a ser pequeña entre sus brazos, me sé a salvo de cualquier zozobra, sé que ella no va a juzgarme nunca. Y me encanta vela feliz por tenerme de nuevo a su lado.

Por eso fue extraño, no saber lo que pasaba pero intuirlo, verla tan distinta, una mujer de mundo elegante e incluso sofisticada, algo que a ella le hubiera encantado ser pero que nunca fue. Eso sí, a su manera, era de armas tomar, una especie de pantera amable y desatada, de risa fácil e ira violenta y pasajera. La quería mucho y sin embargo no suelo acordarme demasiado de ella aunque sé que mis células la tienen grabada a fuego. No sé si le gustaría quien soy, seguramente sí, ella me apoyaba en todo, incondicionalmente. La echo de menos, a ella y a su carcajada explosiva y simple.

martes, 1 de marzo de 2011

Invalidez y letargo

Me siento al borde de la carretera y espero, no sé muy bien qué espero. Que pase un coche, supongo, que pare a mi lado, abra la puerta y me invite a subir. Que me lleve a un nuevo lugar, a ese en el que quiero estar, ese lugar concreto en el que quiero estar. Pero es absurdo: ¿por qué iba a aparecer un coche a mi lado y decidirse a parar? ¿por qué me invitarían a subir? Y, sobretodo, ¿por qué imagino que me llevarían a donde quiero ir, exactamente a donde quiero habitar?

Pero es más sencillo quedarme aquí, por lo menos lo era al principio, esperar, siempre esperar, para poder decir que no fue culpa mía, que simplemente no pasó porque no tenía que pasar. Esperar sin tener que luchar, esperar. Parecía un buen plan.

Pero descubro un día que hay un charco debajo de mí, que me estoy disolviendo en la nada, absorbida por la tierra, que desaparezco, un liquido espeso y maloliente que no sirve ni para alimentar a las plantas, un charco, nada.

Dicen que todo ocupa su lugar, quizá este sea el mío, al borde del camino, mirando correr al resto, esperando a morir para convertirme en un buen soporte de alguna enredadera, un montón de huesos blancos al borde de la carretera sosteniendo una tomatera silvestre, una planta que también cumplirá su función alimentando a alguna de esas almas que sí sabe caminar, que recorre el asfalto como si conociera su destino. Todo tiene su lugar, es cierto, pero yo no me resigno al mío.

Mi corazón deshilachado

Los lugares en los que pude estar pero no fuí, las miradas que pude coleccionar pero olvidé apuntar, las palabras hermosas, claras, certeras, que quise decir pero no me atreví, los cuerpos infinitos que necesité tocar pero no creí merecer, las mañanas brillantes que no me bebí, los pasos escritos delante mío que dejé borrar, los aplausos que nunca escucharé, los telones que no veré caer ante mí, los desnudos que no mostraré, que no enseñé.

La dureza que me dió miedo alimentar, la dulzura que me aterró sacar a pasear, los miles de veces en que me debí callar, los gestos que murieron en mis dedos, los muebles que no quise inventar, las mujeres que no quise ser, las mujeres que no supe ser.

Los vientos con los que no volé, las fotos que destrocé, las perlas que pisoteé, los fantasmas hermosos que no aprendí a cazar, los instrumentos que nunca tocaré, las danzas que murieron en mis pies. Los niños que no salvé, los adultos a los que no toqué, los amores que borre, los pasados que inventé y que nunca contaré.

Todas, todas, todas esas vidas que no viviré, que ya sé que no viviré, las Emmas que no fui y no seré, las tierras que no hollaré, la piel que eliminé, las duchas, los días, las comidas, los vientos, las sombras, los cielos, las flores, los panes, las risas, los males, las heridas, los valses, las voces, los dolores, las amigas, los padres, las vidas, los muertos, la pareja, los dedos, tanto, tanto, tanto...imposible abarcarlo en una sola existencia. No puedo más.

lunes, 28 de febrero de 2011

Palabras

He perdido las palabras. He perdido incluso la música que acompaña a las palabras, ese hilo sutil y extraño que sigo para poder escribir. No es que no sienta nada, es que todo desaparece ante la idea de plasmarlo en palabras, se vuelve hueco, opaco, vacío, se vuelve mentira.

Estuve lejos, me confronté con otros cuando estaba débil (a veces no se puede elegir) y perdí mis palabras, Quizá, porque estaba cansada, agitada del viaje, revuelta y perdida como pocas veces, quizá, digo, pensé que las palabras del otro eran mejores, más hermosas, más sabias y mejor construidas, con un fuerte andamio detrás, con seguros cimientos bien razonados. Y razonar no es lo mío.

No soy una persona sabia, no sé mucho de muchas cosas, camino por el mundo como la mayoría, del mismo modo que conocemos la informática a nivel usuario y poco más, o sea, a tientas, dando por sabidas muchas cosas sencillamente porque las escuchamos a menudo, sin poder analizar de verdad qué hay detrás de una frase, de un pensamiento, de una idea, de un gesto extraño.

Pero sí creo que tengo una rara intuición para ver más allá de lo aparente, para escuchar las voces susurradas por los objetos y los ojos, no me dan demasiado miedo los abismos que a otros paralizan obligándolos a mirar hacia otro lado. Es decir, que mi cabeza, que siempre está maquinando sin ningún fundamento, no es mi fuerte, pero mi piel es sabia de algún modo que no sé explicar.

Por eso sé que me equivoco cuando decido que mis palabras no valen, que mi corriente subterránea es liviana y sin sentido, que mi discurso aburrido o manido, repetitivo o muerto. En cualquier caso es el que es, no tengo otro, de momento no tengo otro. Y por eso ahora toca la lucha, la cansina lucha entre lo que sé y lo que mi mente se empeña en contarme, el trabajo de vuelta atrás para reencontrarme, para rescatar una a una mis palabras, las mías, no tan sabias, no tan meditadas, no profundas, no objetivas, palabras enmimismadas, palabras tremebundas y lloronas a menudo, palabras raras quizá, pero las mías.

martes, 15 de febrero de 2011

La tierra del olvido

Hay lugares que viajan en las canciones, lugares en los que estuviste y a los que ya no puedes volver, lugares que ahora sólo puedes rozar con la punta de los dedos, de la memoria, cuando vuelves a escucharlas. Entonces el tiempo desaparece, las células se hacen jóvenes, olvidan lo aprendido y los pies bailan solos. No importa el frío de fuera, ni la lluvia espesa, no importa el ruido ambiente, ni los años, ni los besos, solo la danza, el corazón latiendo fuerte en su caja, la sonrisa, los recuerdos.

Y si te quedas un rato podrás ver cómo se desdibuja tu vida, cómo las aristas desaparecen, cómo se te despeina la melena llevada por el viento, cómo te crecen las uñas, cómo pasan deprisa los días para devolverte al pasado, a la risa, al infarto, a la sorpresa.

Pero los espejismos tienen fecha de caducidad, las burbujas siempre acaban estallando, y te quedas varada en tierra con un regusto extraño en la boca, mezcla de añoranza, de la alegría pasada, y de tiempo encima. También de sapiencia, de indulgencia hacia quien fuiste y ya no eres, de una especie de ternura hacia esa otra que se equivocaba tanto pero que quería tanto y tan mal.

Ha pasado el tiempo, es cierto, y ahora todo está bien, las cosas fueron como fueron y está bien que así sucedieran, fue lo mejor. Pero a veces, sólo a veces, se encuentra una imaginando en alas de una vieja canción qué hubiera pasado si las cosas hubieran sido distintas, o ni eso, tan solo añorando un ratito esos ardores, esos suspiros, esos miedos, esas muertes ciertas, esa intensidad que tiene la vida cuando te lanzas al vacía en alas del amor o del deseo.

jueves, 10 de febrero de 2011

Sol

Hoy todo está en su lugar, incluida yo, todo es perfecto!!! La sensación es maravillosa porque nada pesa, incluso se pueden hacer algunas de esas tareas engorrosas que siempre se dejan para después por aburridas. Hoy estoy contenta del sol que ha acabado saliendo, y de la niebla y el frío de la mañana, estoy contenta de tener cuerpo, de sentirlo moverse, de hacerlo sudar, de habitarlo.

Hoy mi vida me parece perfecta, rara pero perfecta, exactamente la vida que quiero tener, por mucho que no coincida con la idea general de lo que debe ser una vida, o de si está bien gastar así el tiempo que tenemos asignado. Hoy cada cosa encaja, es como cuando tienes que hacer, por ejemplo, una maqueta y cada material que necesitas está ahí, al alcance de tu mano. Y lo martillos están en su lugar, y el pegamento, y los pinceles, y las ganas y las ideas... todo.

Hoy el suelo se ha vuelto esponjoso, cálido, amable, así que no da miedo caerse de ningún lugar, casi lo estás deseando porque imaginas que la sensación de rebotar sin peligro debe ser deliciosa. Y tienes que frenar las ganas de dar saltos por la calle, o de no reirte sola en medio del paso de cebra. Hoy parece imposible que nadie pueda ser desgraciado, hoy parece imposible que yo ayer lo fuera.

Y no tengo la percepción de que me haya desaparecido de delante de los ojos algún velo maligno, es más bien como si siempre hubiera sido así, pertenece a la lógica, al mundo ordenado y completo que nos gustaría vivir, a las cosas de cajón, a lo obvio.

Y me gustaría poder escribirlo de alguna manera, atrapar el recuerdo, la certeza, para revivirlo cuando se me pierda. Porque todo cambia y mañana no sentiré lo mismo, está bien, el mundo es cambio y así debe ser. Pero hoy....hoy voy a disfrutarlo.

Como dice el profe de mi hijo, que no es un profe de religión ni mucho menos, " doy gracias por estar aquí". Así, sin apellidos. Y de todo corazón.

viernes, 4 de febrero de 2011

Un guardián en la noche

Está oscuro, no veo nada, así que me paro para no caerme, para no tropezar y acabar en el suelo. Entonces me doy cuenta de que quizá ya me caí, de que esto que creo la pared es el suelo en realidad, que no estoy apoyada sino tumbada sobre la tierra fría, porque eso sí lo notan mis manos, es tierra.

Si grito reverbera mi voz, sólo yo me contesto repitiendo mi llamada, está claro que aquí no hay más gente y que este es un lugar muy grande, una cueva posiblemente. ¿Pero cuándo entré yo en una cueva, cómo llegué a esta caverna?. No estoy sola, hay una serpiente a mi lado, carne de mi carne, que ser ríe todo el tiempo, que me dice que me engaño, que se burla de mis pasos, que se me pone delante para hacerme caer, que se me enrosca en el cuerpo aturullándome con sus siseos malintencionados, que me dice al oído lo que mas temo escuchar. Pero no puedo arrancármela de encima, siempre regresa, amparada por la oscuridad que nos envuelve.

Recuerdo las voces que me decían "confía, confía" y casi no entiendo las palabras. Pero me agarro a ellas porque son lo único que tengo. Por eso decido confiar en lo que siento: el frío, la humedad, la tierra que tocan mis manos, la oscuridad que se muestra ante mis ojos abiertos pero impotentes. Mi latido nervioso, el sonido de mi respiración, mis ganas de llorar. Por lo menos sé que estoy viva, estoy viva, estoy viva. Porque la vida, el amor, la alegría, están por aquí cerca, en algún lugar que sólo puedo intuir, que me gusta imaginar, pero que no encuentro en esta negra vastedad.

Y como no encuentro la salida decido quedarme quieta donde estoy, sentada y sin moverme, intentando tener los ojos cerrados para no asustarme más, para fingir que fuera hay luz, luz de algún tipo. Y si no puedo agarrarme a nada, si no existe nada ahí fuera, aquí dentro sí hay algo, estoy yo. Y duelo. Algo es algo.

Dentro de lo poco que puedo elegir, sí hay algunas cosas que puedo hacer. Por eso voy a convertirme en un guardián en la noche, ("paciencia, perseverancia, confianza") no planificando nada, esperando realizar el próximo acto de amor, mirando horrorizada la realidad de mi propia muerte, de la pérdida del camino, viendo de frente la verdad por una vez. Duele. Algo es algo.

Y pongo todas mis fuerzas en confiar ("confía, confía, confía"). Confío en que aprenderé. Confío en que, a pesar de estar donde estoy, un día las cosas serán diferentes. Un día mis ojos se habrán acostumbrado al ambiente, o mis oídos aprenderán a captar las distancias por las diferencias de resonancia de mis movimientos, y pueda salir de aquí convertida en una especialista en espeleología con una piel de serpiente en la mano, en una avezada guardiana de la noche, de esta noche oscura del alma.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Constructores

Responsabilidad. Quizá todo se reduce a eso, a saber qué grado de responsabilidad tienes exactamente en la construcción de tu propia vida, en saber si es posible encaminar tus pasos en la dirección que deseas o si estás todo el tiempo siendo asaltado por vendavales tremebundos, o baches sin fondo, o caminos forestales que se pierden en la floresta.

Me gustaría saber cómo hizo otra gente, gente de esa que parece tenerlo todo, gente segura de sí y de su camino, si lo tenían todo planeado y lo cumplieron a rajatabla, si tuvieron que sacrificar muchos acompañantes, muchas vidas paralelas que seguro les salieron al encuentro. O si fue más bien todo sencillo porque todo estaba en el mapa, si la cosa se acabó haciendo aburrida por sabida o les alegraba poner una nueva banderita en cada meta alcanzada.

Pero imagino que la mayoría fabricamos nuestra vida sin poner consciencia en ella, haciendo camino al andar, con quizá alguna idea más o menos difusa, más o menos genérica, y dejando los detalles a la mano de Dios. Y así nos encontramos un día con un castillo a nuestras espaldas que no tiene unas hechuras muy claras, o es directamente una aberración arquitectónica, o con puertas demasiado bajas para nuestras aspiraciones, o demasiados muebles que limpiar, demasiada estancias, demasiados gastos, demasiados perros que nos ladran y sin encontrar los calcetines.

Resulta incluso aterrador tener la posibilidad, una posibilidad real, de construir la vida que desearías, la que sueñas cuando te aburres en un atasco, la que lamentas cuando la vida real te da un sopapo repentino que no esperabas. Imagínate delante de todos esos ladrillos, con un enorme pico delante para tirar abajo todos los tabiques que no concuerdan, con montones de argamasa, y tuberías, y grifos de diseño, y ventanales hacia el mar, y árboles esperando que les digas cual es su lugar. Parece emocionante, maravilloso, pero entonces te tendrías que poner a pensar si de verdad esa vida de los momentos bajos no es sólo una vida para eso, para imaginarla, y qué precio real tiene tirar un tabique, y cómo quieres que sea tu casa exactamente. Y no sé a tí, pero yo me quedaría parada, herramientas en mano, mirando todos esos materiales y haciéndome preguntas hasta que mis fuerzas fueran demasiado magras como para emprender semejante aventura.

O no, quien sabe, quizá cometería algunos errores no demasiado graves con los que podría vivir y el resto me saldría bien, quizá encontraría inspiración inmediata, quizá me llevaría el viento y haría una obra digna de admirar, quizá podría ser sin saberlo un Moneo de la vida.

Pero como la posibilidad de partir de cero no existe sólo me queda aprender a vivir con lo que construí sin darme cuenta, y perdonarme las ventanas demasiado pequeñas, y las escaleras inexistentes, y celebrar lo que sin pensar me salió bien. Y decidir, eso sí, si se puede enseñar a los que vienen detrás a construir con criterio, a decidir, a saberse únicos responsables de sus vidas, responsables como no lo he sido yo...¿hasta hoy?


domingo, 30 de enero de 2011

La insoportable levedad del ser

Es posible que la vida vaya pasando por mi lado mientras decido si esto es vida. Es posible que la vida sea eso que me ocurre ya, no lo que espero que acabe pasando, o lo que temo que pase, o lo que desearía que pasara y que nunca ocurrirá.

Es posible que madurar consista precisamente en esto, en asumir que lo que tienes es lo que hay, en que no hay nada más, en valorarlo, darle su justo precio, su peso exacto, sabiendo que otras cosas que quisieras, o que habías imaginado que se cumplirían, no van a estar nunca.

Si así fuera entonces todos seríamos héroes anónimos, cargando con nuestras propias cruces todo el santo día sin quejarnos, dejando una huella liviana en las calles, viviendo nuestras vidas pequeñas con la plena consciencia de que lo son, cuidando a nuestros niños, yendo a nuestros trabajos, limpiando nuestras casas, haciendo nuestras compras.

Héroes que rien sus risas, y caminan sus paseos, y se asombran de la luz de la mañana, y se miran las arrugas con fatalismo para pasar inmediatamente a otra cosa. Héroes que consuelan amigos, que pelean el aparcamiento diario, que suben escaleras con cansancio, que entrenan sus cuerpos en gimnasios, en una lucha que no podrán ganar. Héroes que mueren un poco cada día, que recuerdan, que sienten, que duelen, que respiran, que escalan montañas invisibles, que se mueven como si la vida, el mundo, las palabras, no pesaran,como si fueran a vivir eternamente.

Eso es, es cierto, somos heroes.

miércoles, 26 de enero de 2011

En paralelo

Va con ella a todas partes, la acompaña todo el tiempo, incluso en las cosas más aburridas, más cotidianas, las más normales y corrientes. Ella le va contando lo que ven, le explica el mundo, ríen con los problemas que da manejar una lengua que no es la propia.

El es un hombre hermoso, no a la manera obvia, nadie se vuelve a su paso, es de ese tipo de gente en el que tienes que fijarte dos veces para apreciar su atractivo. Porque lo tiene, ella lo sabe, le ha visto desnudo, y desafiante, y asustado, y enfadado, y obcecado, le ha visto como no ha visto nunca a ningún hombre de su entorno. Y no, no se han acostado.

Cuando está con el se siente otra, se siente por fuera la que sabe que es por dentro, o una de las muchas que ella es al menos, una menos madre, menos despeinada o agobiada, una con una vida digna de ser mirada. Y eso es lo que él hace constantemente, mirar su vida, escucharla sin juzgar, preguntar para que ella pueda explicarse a sí misma de nuevo, para recolocar el pasado y el presente, aunque esta vez en otro idioma. Pero a ella le gusta la dificultad, el tener que buscar cada palabra le ayuda a ser más clara, más concisa, le permite pensar entre frase y frase.

Así le ha contado a él, que la mira con esos ojos de un azul imposible (ojos que a veces parecen cambiar de color, que fingen ser menos apabullantes de lo que son, un reflejo quizá de su personalidad, tan considerado siempre con los otros), le ha contado cosas que no le ha dicho a nadie, se ha permitido lamentos y tristezas que no se pueden enseñar a los que quieres porque les hieres. También le ha explicado los lugares por los que pasan, la bahía, las calles, el colegio, las palmeras, y eso hace que ella misma vuelva a mirarlos con ojos nuevos, que redescubra sus portentos, enmascarados por las prisas y la costumbre.

A ella le gustaría tocarle, contemplar su cara detenidamente, verle sonreír, le gustaría poder parar el coche en cualquier cuneta para mirarle de frente y no sólo por el espejo retrovisor o de reojo mientras conduce. Pero como no puede se dedica a saborear cada una de las inflexiones de esa preciosa voz grave que tiene, de su capacidad para la risa, de sus silencios pensativos cuando la escucha con la cabeza ligeramente ladeada.

Luego llega a casa y él desaparece, o se esconde detrás suyo fingiendo no estar todo el tiempo con ella. Y de vez en cuando le muestra sus ojos en una mueca burlona desde la esquina del salón, o dentro del armario, o al salir del cuarto de baño, y ella se siente confusa, no sabe cómo conciliar esa vida imaginaria con la real, no sabe ni siquiera si está bien tener esa vida de mentira que tanta energía le requiere. Y le gustaría poder convocarlo en sueños, hacer que se le aparezca mientras duerme, en ese mundo donde todo está permitido, donde no tienes responsabilidad ninguna por lo que ocurre. Y allí sí, tocarlo por fin, besarlo y desnudarlo despacio mientras siente su manos acariciando su cuerpo.

martes, 18 de enero de 2011

Serpientes

¿Cómo distinguir los nervios de un próximo salto al vértigo de intuirme clavada a la tierra para siempre? Es decir: ¿estoy nerviosa porque algo grande, distinto, se avecina, porque todo va a cambiar, porque todo está cambiando imperceptiblemente para acabar convirtiéndose en un alud incontrolable? ¿O es más bien que en el fondo de mi ser anida como una serpiente la certidumbre de que, a pesar de las apariencias, todo sigue igual, nada se mueve, es un simple espejismo?

Las chiribitas extrañas que habitan mi pecho están hoy de fiesta, se mueven, bailan, me marean con sus siseos imperceptibles en mi oreja. Por un lado las voces de la cordura recomendando paciencia, por otro las del optimismo infundado pintando cuadros de amaneceres infinitos y alas de angel colgadas de mi espalda. Están también las voces negras que vierten veneno en mi oido, que me dicen "estás muerta, nada va a cambiar, porque los muertos no cambian", esas arpías que se rien de mis intentos de sonrisa, que festejan mis nubes como un modo de ceguera, que esperan que pierda el equilibrio, que no aguante arriba del alambre, mirando hacia arriba, esperando, esperando todo el tiempo con los brazos abiertos a que caiga hacia ellas para devorarme.

Y no sé cómo les hago el juego ni cómo puedo combatirlas, no distingo el método, no sé qué precodimientos las favorecen y cuales las neutralizan. Intento mantener mi fachada de mujer eficiente, y supongo que para los deconocidos lo hago muy bien, pero los míos me conocen, me saben, me descubren enseguida.

Y la incetidumbre, ahora lo sé, se contagia. El miedo, la desesperación, este estar en tierra de nadie. Toma otras razones, se adapta a cada cuerpo, a cada vida, pero se contagia.Y de repente, en la casa crecen las enredadres tapándolo todo, haciendo intransitables los caminos más sencillos, y discutimos por nada, y todos tenemos ganas de llorar por tonterías...y todos estamos asustados de que alguien sucumba y comience a llorar porque el resto caériamos detrás como fichas de dominó, y alguien debe mantener la calma, alguien debe seguir cuidando el fuerte, o eso se supone, hay gente que proteger, y guiar, y ayudar. Sería de risa si no fuera tan absurdo.

Me voy de viaje, a ver si fuera de mí me encuentro, si haciendo algo distinto (¿algo distinto?) me reconozco y me calmo, y consigo escribirte algo sin peso, algo liviano, algo de diario por la noche, no una peli de arte y ensayo.

lunes, 17 de enero de 2011

Luz

Como en los cuentos, vive en una casona enorme en medio de un bosque umbrío, una casa llena de habitaciones y pasillos. Algunas zonas son confortables y calentitas, es donde vive casi siempre, hay otras destartaladas pero amigables y algunas definitivamente hostiles, polvorientas, inexploradas. Está segura de que hay recovecos y pasillos que sólo ha recorrido en sueños, cuando se vuelve sonámbula, y de que hay otras habitaciones a las que prefiere no volver a entrar nunca.

No sale nunca de la casa, aunque tiene ganas. Se dedica a mirar por las ventanas el paisaje dibujado más allá: las montañas lejanas y cambiantes, a veces violetas, a veces tan nítidas que se podrían tocar con la mano, a veces invisibles por la calima o la niebla; el río, audible desde la casa cuando abre las ventanas, cuyo brillo se ve entre los árboles; el camino de entrada, desdibujado por la falta de pies que lo definan, los arbustos, las flores que nacen por todas partes en primavera...

A veces se imagina caminando, alejándose de la casa con paso tranquilo para llegar hasta el río y tocar su agua, probarla para ver a qué sabe, quien la habita, o seguir caminando y caminando hasta perder la casa de vista, descubrir el mundo, mirar otras casas, otros ojos que no sean los suyos. Sabe que tiene la fuerza para hacerlo, lo nota en sus piernas y en su sexo, sabe que está rodeada de luz.

Pero cada vez que se decide, cada vez que alarga la mano hacia la puerta, una serpiente enorme amenaza con salir desde su garganta por su boca, una serpiente gris interminable que podría ahogarla sijn esfuerzo, sólo con su deslizarse por su traquea para alcanzar la salida de su cuerpo. Y cuando no es la serpiente, nota cómo la luz que la rodea se incendia, se extiende hasta lamer las paredes de la casa dejándola ciega, parece tener la potencia suficiente como para quemar el mundo entero con ella dentro. Así que deja caer la mano temblando, da la vuelta y se sienta de nuevo en su cómodo sillón frente a la ventana, imaginando que si se atreviera por fin, quizá descubriría que la serpiente sólo quiere mostrarle en camino, o que la luz lo incendia todo para volverlo nuevo y deslumbrante. Pero no está segura.

domingo, 16 de enero de 2011

Mentiras

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No hago las cosas como deben hacerse, esta es la verdad, no voy a negarlo. Pero ¿sabes qué? Dejarlo todo para el último momento, jugar de este modo con el peligro, ponerme pruebas de este calibre, me excita.

Cuando hago esto parezco la misma de siempre pero no es cierto, lo acabo de descubrir al pasar frente a la ventana grande del dormitorio. Porque lo que he visto en el reflejo no ha sido una mujer vestida de domingo casero con el pelo retirado de la cara con una cinta naranja. Allí, al otro lado, estaba yo vestida con un hermoso y ceñido vestido negro, un maquillaje deslumbrante y perfecto y el cabello recogido en uno de esos moños que deberían estar en cualquier museo de arte clásico. Y me he quedado de piedra, claro, me he enamorado de mi reflejo, que es una cosa que me pasa a veces (y a tí, no mientas).

¿Has visto a las polillas emborrachadas por la luz, atrapadas en su propia fascinación? Pues sin ser una polilla ni nada por el estilo (que yo sepa todavía no como lana, aunque me encanta ponérmela encima) me he quedado paralizada por esa mujer que me miraba asombrada. Y he comenzado a moverme despacio, observándome por todos los lados, admirada de mi cuerpo, de mi repentino estilo, de mi clase. No he podido evitar pensar que por fin se me notan los años pasados en un colegio de monjas, que se suponían que me iban a dar una cierta pátina de algo entre candoroso, mundano y provocativo que yo nunca había conseguido tener...hasta ahora.

He chasqueado los dedos y ha aparecido de la nada una boquilla larga de la que he aspirado dos caladas para hacerla desaparecer luego, no quiero quemar las sábanas, que por cierto han ascendido de categoría y ahora son de raso ¿negro? pues no estoy segura de su color, es lo que pasa con el blanco y negro, pero no importa, son tan suaves y tan sensuales que no he podido evitar recostarme lánguidamente sobre ellas para componer algunas sensuales imágenes que es una pena que no esté viendo nadie.

Pero la música se termina y el hechizo se rompe como una burbuja, dejándome tirada en la cama a todo color y con una cierta sensación de ridículo. Y la verdad es que todo sigue como estaba, las mismas dudas, las mismas pocas ganas de habitar la vida real con su montaña de detalles farragosos por solucionar, el mismo trabajo pendiente, la misma sensación de movimiento, de algo que bulle en el bajo vientre (qué eufemismo tan fino). Y es que, como dice Helen Merrill en la canción "Baby I'm not good to you", maybe I'm not good for you , o sea, para mí misma. Mal rollo.

martes, 11 de enero de 2011

Agua



Tengo que ir a tirar el reciclaje, hay cajas por abrir de las que sí se dónde colocar su contenido, hay cuentos que buscar y estudiar, e hilos argumentales que sacar de la nada, seguro que hay ropa que plachar y podría ponerme a intentar fregar los cacharros sin agua corriente. Hay muebles que montar, y textos que memorizar, hay sesiones que planificar, hay niños que recoger, que bañar, que vigilar para que hagan los deberes.

Pero ha aparecido un pozo artesiano de la nada, una fuente de enorme fuerza saliendo de mi pecho desde el fondo de la tierra, una tierra que no es exactamente la que pisamos, esa tierra cotidiana que nos sostiene sin pedir nada a cambio, sino aquella otra que sabe de lo que nosotros ni siquiera intuimos, la que nos vió nacer y nos verá morir, la que nos observa caminar benevolente mientras lo destrozamos todo. En algún lugar en el interior de esa tierra extraña hay un lago negro, profundo, hermoso y atemorizador donde se estanca en un agua helada toda la tristeza del mundo, la que tiene las razones más lógicas y la que no necesita de motivos para manifestarse. Y una mínima parte de toda ese agua infinita está brotando ahora de mi cuerpo, anclándome al dolor, haciéndome pesada y extraña, alejándome de la vida cotidiana.

Y la tristeza trae en marea un montón de preguntas acerca de mi propia vida que debieron quedarse enganchadas en algun lugar de mis entrañas y que ahora aparecen flotando en medio de este desastre de casa inundada, preguntas sobre el paso del tiempo y la arrugas, sobre la futilidad de la existencia, sobre los propósitos no cumplidos, sobre el sentido de la vida, de mi vida, sobre los dones reales o imaginarios y cómo se manifiestan, sobre la ceguera y el miedo, sobre la dirección, sobre el amor y la muerte. Y me ahogo es esta agua sucia que todo lo remueve, que me estropea los muebles, que descoloca las alfombras y se carga la tele, que mancha las paredes antes impolutas, que deshace las cajas que tanto me costó llenar, que desdibuja lo que sé que es cierto y me impide mirar el lugar en que estoy parada, que convierte en absurdo cualquier intento de actividad cotidiana.

Y si pudiera, si supiera, excavaría un hueco en mi pecho para taponar con mis propias manos este surtidor que me atraviesa, para sacar todos los hilos que tengo desordenados en el corazón, para estirarlos en el suelo, para gritarles, para bailarlos, para cantar de pena, para grabar mis idioteces, para convertirlos en algo que valga la pena, para volverme un robot eficiente porque los robots no duelen, para volver a ser quien soy aunque no sepa nombrarme.

Hace tiempo ví una fotografía de Gregory Crewdson de una Ofelia moderna, ahogada en el salón inundado de su casa, vestida con un mísero camisón blanco y aun así hermosa e inquietante como toda Ofelia que se precie. No me quiero convertir en Ofelia pero hay tanta tristeza en esta habitación que me resulta difícil nadar y nadar dando vueltas sobre mi misma, con la ropa pegada a mi cuerpo, buscando sin encontrar un lugar por dónde salvarme. Me pondría a llorar para no ahogarme como ella. Pero no quiero asustar a los niños.

lunes, 10 de enero de 2011

Bach.

La primera vez que escuché las variaciones Goldberg fue a instancias de un amigo, en un descanso del trabajo. El, asombrado de que yo no las conociera, puso el CD, la interpretación de Glenn Gould de los años 80, no la que los puristas consideran su mejor versión, que es de los años 50, cuando todavía no era un loco encerrado en su casa que se negaba a dar conciertos y que grababa sus interpretaciones sentado en una sillita inverosímil, ensuciando la grabación con sus tarareos. En fin, que puso la versión que más me gusta.

En cuanto sonaron las primeras notas me quedé paralizada, como si me hubiera alcanzado un rayo, como si me estuvieran creciendo a toda velocidad raices que salían por cada poro de mi piel, como si hasta ese momento hubiera estado ciega y acabara de ver la luz por primera vez, como si me estuviera ahogando de pena en el fondo del mar. Luego me puse a llorar.

Todavía no entiendo de dónde sacó Bach algo así, qué clase de persona era para inventar una melodía con semejante poder, si la compuso después de mucho esfuerzo, o fue algo rutinario y no le dió niguna importancia, o si sintió como si ya la supiera antes de escribirla. No entiendo tampoco cómo algo escrito por un señor que llevaba peluca, que no conocía la luz eléctrica, alguien para quien mi mundo sería una verdadera locura, cómo esta persona con la que estoy prácticamente segura que me sería imposible congeniar, es capaz de emocionarme hasta este punto.

Todavía cada vez que la escucho, conecto de manera inmediata y brutal con la tristeza, siento que se abre un canal desde mi cuerpo hasta ese lago profundo y oscuro que se aloja bajo mis pies, bajo los pies de cualquiera que sepa algo de orientación, el lago en el que reside la pena. Es un camino certero y seguro, una autopista que puedo frecuentar con sólo hacer sonar lo que Bach escribió sin pensar para nada en mí, en tí, en ninguno de los que ahora poblamos el mundo. Por eso elijo con cuidado el momento de escucharlo, mejor si estoy sola, si quiero sacar algo que me oprime, si quiero bucear un rato, si quiero sentir de verdad mi propio peso.

Pero a veces, como hoy, se me olvida y la pongo sin recordar que para mí es una llave y me asalta de nuevo la certeza de que cada nota de comienzo es una lágrima, de que voy a morir algún día, de que no hay pena suficiente para lamentar algunas cosas, de que todo es efímero y pasajero, de que nunca, nunca, podré ni siquiera imaginar cómo es tener un don tan increible para la música, para cualquier cosa, como el que tenía Bach. Y me pongo a llorar.


lunes, 3 de enero de 2011

Bucle

Mierda, es lo primero que se me ocurre al descubrir que de nuevo estoy aquí. Me da rabia esta capacidad que tengo de volver una y otra vez al mismo paisaje fingiendo que no sé dónde estoy o qué estoy haciendo. Una característica típicamente humana, cotidiana, frecuente en todo el mundo, lo sé. Puedo mirar al resto de la gente y casi divertirme con su torpeza pero la mía, qué quieres que te diga, no me hace ninguna gracia.

O sea, que me encuentro en Bollullo del Condado y pretendo estar en otro sitio, pero me dedico a estar en medio de la plaza del pueblo dándole vueltas al mapa, confusa, sin querer mirar el enorme cartel que hay en una esquina y que dice "SALIDA". ¿Y por qué? Porque si salgo de aquí tendré que ver unas cuantas cosas desagradables, la carretera de vuelta a casa es fea de cojones, hay baches, socavones en los que irremediablemente meteré el coche, me tocará empujar, rellenar los huecos de grava con la pala que llevo en el maletero, asumir que no he hecho el mantenimiento adecuado del motor y que por eso se calienta, tendré que subir montañas a veinte por hora y pasar susto bajándolas luego entre resbalones y curvas imposibles.

Sé que esto es una imagen, cabe la posibilidad de que el camino sea hermoso,de que entre tanto sobresalto pueda cazar algunas cosas dignas de ser vividas, una libélula desafiando el mundo de la realidad con su existencia, un brillo de agua entre los árboles, un hombre hermoso trabajando a un lado de la carretera, un café fragante en algún puesto del camino, una canción sorprendente en la radio del coche, un momento de paz dentro mío provocado por el movimiento...

Así que vale, estoy en un lugar conocido, haciendo algunas de las tonterías de siempre, pero puedo cambiarlo, puedo hacer algo nuevo, puedo abrir los ojos y mirar porque quizá, quizá, este sitio es sólo aparentemente el mismo, como cuando en los cuentos se te aparece una vieja repelente que te ayuda para acabar convirtiéndose ante tus ojos en un hada de belleza sobrecogedora. Vale, no pido tanto, no es cuestión de acabar en Disneylandia, sino de aprovechar la experiencia, de verla de verdad, de no vivir esto como si fuera el pasado, en cogerlo como lo que es, un momento irrepetible, un momento de cambio, un momento de lucha. Y yo he nacido para eso, para luchar, para algo soy una guerrera.

sábado, 1 de enero de 2011

Un año que comienza

Es curioso que tantos de nosotros decidamos comenzar el nuevo año con esta sensación horrorosa de resaca en vez de intentar construir unos cimientos luminosos, frescos, livianos, para esta etapa que comienza. Ya sé que no es nuestra intención abotargarnos el uno de Enero de esta manera, no hemos planeado pasarnos el primer día del año de sofá en sofá arrastrando un cuerpo que lo único que quiere es dormir, u obligándolo a cualquiera de las comidas familiares que se celebran este día. Nos centramos más bien en la noche anterior, organizamos comilonas, fiestas, tacones y maquillaje, cotillones, bailoteos, churros con chocolate y resfriados...y el resultado final es el sabido, la resaca.

Es decir que más bien celebramos despedidas en vez de bienvenidas, o celebramos una bienvenida superficial llena de propósitos hermosos que no pensamos cumplir, imaginando por un cuarto de hora una vida diferente que no pensamos hacer realidad, una vida que durará hasta que comiencen a sonar los cuartos, decimos adiós al año que se va sin prepararnos para el que comienza.

Se me ocurre a bote pronto, quizá porque estoy con resaca, claro, que sería hermoso lo contrario, planificar una especie de entrada al nuevo periodo que no suponga este saqueo de nuestras fuerzas, de nuestra capacidad de aguante, algo que tenga más que ver con sentarse y observar, dar gracias por lo que tenemos y lo que vendrá, saludar nuestro cuerpo y a la gente que nos acompaña en el camino, inventar alguna ceremonia que nos limpie de todo lo viejo que quedó inservible, de todo lo que todavía arrastramos del año anterior y que está obsoleto, sacudirnos viejas penas, viejos rencores, viejas melancolías para dar la bienvenida al año nuevo como se merece, sin ninguna expectativa, limpio, para que todo sea posible, para que todo pueda ocurrir.

Y eso es lo que me gustaría desearte, un año enorme y abierto, un año en el que cualquier cosa sea posible, un año de olas hermosas y de viento en la cara, un año para navegar, para celebrar la vida y sus aderezos, un año para disfrutar de ese cuerpo maravilloso que te acompaña todo el tiempo, y de los cuerpos, las miradas, las palabras, las manos de toda esa gente con la que te encontrarás estos 365 días, un año para la aventura y el misterio, para la felicidad de las pequeñas cosas, para el sosiego y la calma, para la mirada atenta y cariñosa, un año entero, enterito, para tí. Feliz 2011.