lunes, 23 de mayo de 2011

cadena de pasos

Asustada. Eso es lo que estoy, muy asustada, refugiándome en las vidas de otros, personas que no existen pero viven intensamente. Me refugio en sus dolores y en sus miedos para no sentir los míos, para, al mismo tiempo, hacer intensa mi propia vida sin riesgo, para sentir que estoy viva, para sufrir sin tener dolor real, sin debatirme en la maraña de la vida, las opiniones, las intenciones, las necesidades y los tiempos. me tumbo en el sofá y vivo de prestado, porque parece doler menos.

¿Qué me asusta, a qué le tengo tanto miedo como para decidir anestesiarme de este modo? ¿Es miedo al dolor, al fracaso, a no estar a la altura de eso que imagino pero no compruebo? ¿Qué hace que sistemáticamente arrumbe mis planes en un rincón para morir fuera de mí, para dejar pasar el tiempo como los enfermos crónicos enclaustrados en sus camas, como si mi cuerpo y mi cabeza no fueran capaces de nada más? Y parece que no lo son, ni siquiera de lo más sencillo, lo mas rutinario, lo más fácil de llevar a término. Debe haber cosas que yo no sé pero que en el fondo conozco, sabidurías internas que me paralizan porque saben qué viene después del movimiento, que quizá comprenden que una vez me ponga en marcha no podré parar algunas cosas. Y no hablo de las grandes decisiones, de esas que de un plumazo cambian la existencia, dan un giro radical a la vida y te llevan por caminos nuevos y desconocidos, no. Hablo de cosas mucho más pequeñas, de pasitos diminutos, de acciones que pertenecen a lo cotidiano, al trabajo de cada día, a la casa y a los niños, al mantenimiento y la limpieza.

Pero no, sé que detrás de ellos están los otros, los pasos decisivos, no importa que intente esconderme de lo importante detrás de las pequeñas cosas, no importa que me imponga un orden determinado que empieza en lo sencillo. Porque sé que detrás de todo esto está el final, lo verdaderamente importante, lo crucial, lo que hace que mi vida tenga o no sentido. ¿Me atrevo a reivindicar lo que soy ? ¿Me atrevo a crecer? ¿Me atrevo a equivocarme y hacerlo mal? ¿Me atrevo a mostrarme com soy? ¿Me atrevo a reconocer que me muevo por impulsos que sé ciertos pero que no puedo explicar de manera racional? ¿Me atrevo a probarme en lo que de verdad me importa? ¿Me atrevo a brillar como podría a pesar de todas esas voces que viven dentro mío recordándome el sufrimiento y la muerte pasados? ¿Me atrevo a ser yo?

jueves, 12 de mayo de 2011

Sol

Tengo miedo de ser yo, tengo miedo de ser quien soy. Porque soy fuerte, y grande, y hermosa, y tengo dentro de mí una energía extraordinaria que me da miedo no poder controlar. Me miro al espejo y soy feliz, y reverencio cada paso, cada célula, cada latido, cada emoción y sentimiento. Y bailo alucinada por mi casa, encontrando en cada movimiento la pura felicidad de estar viva, sonriendo, volviendome enorme y luminosa, sabiéndome conectada con todo lo que ocurre gracias a mis manos y mi corazón, ese ser incansable que me habita y me desborda.

Pero tengo miedo de mí misma, de los impulsos que imagino oscuros e imprevisibles, de mis anhelos profundos y absurdos, de mis filias apasionadas, de mis dolores puntiagudos y repentinos, de mi posible ceguera ante tanta luz y tanta alegría. Tengo miedo de soltarme y empezar una bacanal incontrolable, y encontrarme finalmente en un paisaje desconocido, detrás mío todo ruinas y ceniza y silencio. No sé quien me contó la historia de que soy peligrosa, de que es mejor tenerme encerrada, encadenada a la pared, drogada y modosita para impedir el fin del mundo. Pero quien me lo contará consiguió convencerme.

También tengo miedo de tí, de que te asuste mi arrogancia, de que prefieras verme velada para no dañarte los ojos, de que lances contra mí alguna palabra afilada que me corte las alas recién desplegadas, de que te atraiga mi luz y te destroce, de que te alejes con despecho por no haberme ceñido al plan original, de que me descubras finalmente y no te guste lo que veas, de que te marches de mi lado si finalmente te enseño quien soy.

Y así estoy, más cerca que nunca del final de la tristeza, a punto de dar un paso irreversible, otro más, atraída por mi propio resplandor, embelesada por los colores de mis brazos, de mis manos y mis ojos, quieta, sentada sin moverme, sabiendo (hoy sí) cual es el paso y dudando, asustada, porque tengo miedo. Pero ya veo el horizonte, y está saliendo el sol

jueves, 5 de mayo de 2011

Andén 9 y medio.

¿Qué pasa si, como Harry Potter, decides creer que existe el andén 9 ½? ¿Qué pasa si decides que lo visible es sólo un porcentaje ínfimo de lo que existe, que, como dijo Shakespeare, “hay más cosas en el mundo de las que sueña tu filosofía”? ¿Y si además decides que puedes acceder a ellas, verlas, reconocerlas, nombrarlas, leerlas? Cuando me imagino diciendo “sí”, dando este paso sin retorno, tengo una clara sensación de alivio, de haber vuelto a casa, de haber colocado algo en su lugar. También siento euforia por el infinito mar de posibilidades que se abre delante de mí y, si, el miedo corriendo como culebrillas por las cañas de mis huesos.

No me asusta tanto el lugar al que pueda acabar llegando como que ese lugar esté demasiado lejos de la casa que habitan lo míos.¿Se puede vivir simultáneamente en dos sitios a la vez? ¿Se puede velar la mirada cuando quieres? ¿Se puede construir un disfraz que disimule los tentáculos, los ojos nuevos y los dedos largos? ¿O seguir viéndolo todo pero aprender a no contarlo, para estar cerca de quien te quiere, para no perderlos en un viaje alucinante de arquitecturas invisibles?

También me asusta un poco el viaje en sí, los posibles escollos, las revueltas del camino, la amnesia en medio de un paisaje demasiado parecido al cotidiano, el monstruo concebido sólo para mí que, seguro, me espera en alguna vereda solitaria. Me asusta sobre todo perder la brújula que llevo dentro, una como la que tienes tú y que a mí me indica qué pistas son ciertas y cuales son inventos, que me dice por donde va mi camino, que me muestra las trampas que yo misma me construyo con ayuda de los otros.

Si atravieso el muro corriendo con mis cosas a cuestas para llegar al andén 9 1/2 , si vuelo más allá de lo permitido por las normas internacionales de navegación, si decido abrir dos ojos en mis manos para verlo todo ¿podré llevar a los míos conmigo? ¿Quién se quedará por el camino? ¿Podré seguir pareciendo yo aunque sea otra con más extremidades, más bocas, más aberturas hacia lo infinito? ¿Asustaré a la gente con mi nuevo aspecto? ¿Alcanzaré un nuevo mundo a costa de perder el otro, el que tuve siempre? Pero nada de esto puede ser contestado si no me pongo en camino así que allá vamos, que la suerte me acompañe.