He descubierto de un tiempo a esta parte que tengo amnesia selectiva, cuando hay algo que me crea problemas de algún tipo (casi siempre relacionados con el miedo) sencillamente lo olvido.
Me ocurre con las cosas que requieren de mucho trabajo mental y que a menudo tienen que ver con mi propia identidad, siempre tan resbaladiza para mí. Por ejemplo, elegir una fotografía mía para un folleto o un cartel. Nada más pensar en estar horas y horas sentada mirando imágenes propias, enfrentándome a mi envoltorio para comprobar, o adivinar, o interferir, o juzgar que mi cara no es tan versátil como imagino, o que ha envejecido más de lo que yo creía, o tener que ponerme en la cabeza de personas desconocidas intentando adivinar qué pensarán ante esta u otra fotografía, si cada una de las imágenes elegidas sirve o no a su propósito, me da una flojera tal, un cansancio previo que sólo se me ocurre refugiarme en internet como lo estoy haciendo ahora, o leer hasta la extenuación, o hacer cualquier estupidez que no signifique abrir ningún tipo de camino en la vida real. Pero no puedo huir de esta manera porque lo que debo hacer y me repele forma parte de mi trabajo, porque quiero hacerlo, porque es un paso que lleva a otro paso, que acabará llevándome a otro lugar que imagino mejor que el actual.
¿Cual es la solución entonces a este dilema? ¡Lo olvido! No lo hago aposta, no es algo decidido conscientemente, simplemente me olvido de que tengo que hacerlo, absorbida por la preocupaciones cotidianas en las que me manejo mejor. Un día, entonces, recuerdo que tenía esta tarea pendiente y suele ser demasiado tarde para ponerla en marcha, han pasado los plazos, o ya no tiene sentido.
Pero no lo hago sólo con el trabajo, sino con cualquier cosa que implique enfrentarme a mis miedos, a mis huecos oscuros, a la confrontación con el otro: hace ya tiempo huí sin saber que lo hacía de una persona a la que quería mucho porque me dolía su sufrimiento y porque no sabía manejarme en la situación extrema en la que ambos nos encontrábamos. Entonces llegaron unas vacaciones salvadoras y me marché con la familia, y a la vuelta había olvidado por completo que yo iba antes a aliviar el dolor de esa persona querida. Sólo lo recordé cuando me preguntó, la última vez que le vi, si es que estaba enfadada con él. Fue la primera vez que me encontré con claridad con mi mecanismo de olvido.
Dicen que todos tenemos partes de nosotros mismos que no podemos ver, ángulos muertos que escapan a nuestra observación y nuestro análisis. Dicen incluso que utilizamos al resto del mundo como espejo para podernos ver completos. No lo sé, y me causa un cierto desasosiego imaginar la de extraños lugares no explorados que cubren mis espaldas. Por eso, porque no quiero encontrarme un día perdida en alguno de estos paisajes inhóspitos que inventa mi inconsciente, desde entonces lucho a golpes de post-it contra esta desmemoria selectiva que yo misma inventé para protegerme y que se ha convertido en una trampa inmovilizante, un freno al avance y el aprendizaje, una parada pantanosa en mi camino de la vida.
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