A veces tenemos la sensación de estar al borde de un abismo, una sensación tan clara, tan abrumadora, que podemos sentir los dedos de los pies apuntando al vacío, casi podemos vislumbrar entre jirones de nubes las piedras del fondo, el aire frío en la cara, y casi nunca vemos el otro lado del barranco.
Algunas de esas veces sentimos que no tenemos nada más que hacer que dar un paso hacia delante y dejarnos caer, sabemos que aunque no podamos verlo algo nos recogerá en medio de la pavorosa caída y nos envolverá y nos llevará a un nuevo lugar sanos y salvos, más enteros, más sabios, más completos. Pero también es cierto que saltar tiene un precio: cuando cambias dejas inevitablemente atrás muchos sueños, muchas ideas preconcebidas, muchas palabras cómodas,mucha gente. Y eso asusta, porque no sabes en qué te convertirás cuando llegues a ese otro lugar que se vislumbra más feliz y más amable, pero tan distinto...
Es cierto que hay otras veces en que sabemos positivamente que por más que nos atraiga el salto, debemos quedarnos donde estamos, debemos resistir esa tentación que todos llevamos dentro y más o menos a flor de piel de terminar con todo, de rendirnos, de descansar, o de volvernos temerarios por una vez, por una sola vez y hacer lo que nadie espera de nosotros. Son esos momentos extraños resumidos en una copa más, un adelantamiento temerario, una oferta sexual proscrita, cualquier peligro oscuro del que no podemos calcular el riesgo.
Creo que si en el momento de la elección (saltar o no) tuvieramos el tiempo suficiente,casi siempre podríamos elegir correctamente. Pero a veces los momentos cruce pasan deprisa, muy deprisa, y uno debe decidir en un segundo: si/no, bien/mal, riesgo/seguridad. Pero si llevas tiempo al borde de un abismo, un abismo al fondo del cual curiosamente ves luz en vez de oscuridad, un abismo del que oyes perfectamente la voz, entonces párate, escucha tus miedos, mira al fondo y, por dios, toma una decisión de una puñetera vez!
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