Estas viendo una serie de televisión o una película antiguas, de esas que te gustan mucho. La disfrutas sin pensar demasiado, dejándote llevar por la trama, la iluminación,la música, el ritmo, incluso admiras el cuerpo escultural del actor principal. Y de repente te das cuenta de que ese cuerpo ya no existe, no está. Tu lo disfrutas ahora pero nunca lo podrás tocar, no porque sea el de un actor americano lejanísimo para tí sino porque pertenece al pasado.
Es posible que el actor en cuestión todavía esté vivo, o no, pero no importa: lo que admiras, lo que provoca según qué reacciones en tu propio cuerpo, ya no existe, no es palpable, comprobable, no habéis coincidido en el tiempo. Te das cuenta entonces que estas viviendo un espejismo, una imagen vacía pero más perturbadora que las que se producen en los desiertos porque está, la que te gusta, sí existió, existió de verdad, en otro tiempo, otro lugar, pero ya no está. De repente tu cuerpo, tu deseo, incluso tu anhelo, quedan enganchados a un fantasma, un ectoplasma que sigue viviendo escondido en el cuerpo real, actual, del actor en cuestión, pero que ya no se manifiesta en su exterior. Como si esa persona,mientras no mirabas, hubiera ido a un armario para colgar ese cuerpo que conoces y vestirse otro que se le parece quizá, como si se disfrazara de sí mismo para burlarte, para disimular, para ser el mismo siendo otro.
Lo más extraño es cuando te paras a pensar que eso ocurre también con la gente que quieres, a cada minuto. Pasas un mes sin ver a tu hermano y en las siguientes navidades su cuerpo es otro, a veces de modo sutil, a veces bruscamente. O de un día para otro tu padre parece haberse echado encima todos los años que no solías recordar que tiene. Arropas a tus niños en mitad de la noche y de repente eres plenamente consciente de que ese cuerpecito que adoras es efímero, cambia a toda velocidad ante tus ojos, se alarga, se redefine, crece, desaparece en un cuerpo nuevo que amarás igual pero que será distinto.
Pero también pasa con el tuyo propio, como si se empeñara en cambiar a tus espaldas: olvidas mirar una temporada tus pies y una buena mañana los redescubres en la ducha y se han convertido en otros. A veces es tu culo, que cambia menos sutilmente porque sueles olvidar mirarlo, o tu tripa, o el incansable vello de tus piernas. Pero lo más perturbador es cuando desaparece tu cara, la de siempre, y descubres una distinta, más arrugada, posiblemente más interesante, pero también con la fecha de caducidad más claramente marcada.
Todos cambiamos, envejecemos, crecemos, nos renovamos todo el tiempo. Todos tenemos un armario invisible con una provisión limitada de cuerpos diferentes que siempre serán el nuestro pero nunca serán iguales al que de momento tenemos. El cine, las imágenes fijas se empeñan siempre en recordárnoslo, para bien...y para mal.
me has recordado el armario lleno de cuerpos de "Noche de tormenta", uno de mis álbumes favoritos. Creo que tu blog es como ese álbum, para mí muy poético, que tiene dentro cosas muy grandes, las grandes preguntas, por ejemplo. esas de las que me gustaría hacerme cargo (a veces es tan fácil olvidarlas) y ser capaz de ponerlas en juego en las cosas que hago.
ResponderEliminarMagda