Me he trasladado a una extraña realidad paralela, una que tiene mucho parecido con la mía(los paisajes son parecidos, estoy cerca de casa) pero donde todo es diferente.
Aquí nadie me conoce, no conozco a nadie, por más que algunos se empeñen en decir que mi cara les suena, debo tener una cara muy normal...o muy famosa, una fama prestada. Tampoco conozco el lugar, si me aparto dos calles del apartamento estoy perdida. No conozco las playas, las gentes, los buses, los bares, las cafeterías...nada.
Es una realidad desconcertante donde el sol quema a conciencia, y se suda mucho, donde todo el mundo se parapeta tras unas gafas de sol y una tribu. Están los ingleses que se dejan abrasar la piel casi sin darse cuenta, y que saldrán en manadas como locos por la noche en busca de su ración de la España alcohólica, están lo que buscan un algo especial que no saben explicar, esos que llevan extraños cortes de pelo, rastas, estampados, tatuajes místicos. Están las familias, que aquí son muy, muy raras, cargadas de flotadores, y protectores solares y toallas. Y deben haber otras gentes, las que se esconden de diversas maneras, bien porque pertenecen a la gente guapa, esa que vive en sus propios guetos con su propia gente, su propio lenguaje y sus cosas de marca. Y los otros, loa que sólo aparecen cuando se hace de noche, que pasan gran parte de la tarde emperifollándose de extraños modos para convertirse en la sensación de la noche. Y los buscadores (de sensaciones fuertes, de sexo, de sustancias que los alejen de sí mismos, de trabajo, de cariño, de tantas cosas)
¿Y dónde estaré yo, yo y esos otros que no acabamos de encajar, que debemos sin saberlo formar una tribu propia, la de los perdidos, o la de los errantes, o los vagabundos, o los desconcertados?
En medio de todo esta realidad enloquecida, me dedico a atesorar pequeños momentos que me salen al paso: la sensación clara y real de la fuerza que tengo, tanta que hasta me asusta, la certeza de que el juego forma parte absoluta de mi naturaleza, la constatación de que cuando tengo raíces se me marchan las palabras, la maravilla de tocar un cuerpo ajeno, hermoso, de poder recorrerlo con los dedos, con las manos, en una rendición total (que, sin embargo, está llena de condiciones), la felicidad de tener un cuerpo propio y poder vivirlo como hermoso y completo y perfecto...
En fin, besos desde esta isla en la que me encuentro, os iré contando
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