Parece que todo viaje nos cambia, nos vuelve otro distinto, no sé si más sabio o sólo más viejo, pero nos hace diferentes, así dice la vox pópuli, así cuentan los libros. Pero ¿qué pasa si descubres que el viaje fue un paréntesis en tu vida y nada más, que los kilómetros que hiciste dentro y fuera de tí, se disuelven al contacto con tu vida cotidiana como la sal expuesta al agua? ¿Qué pasa si al volver te das cuenta de que este lugar, el tuyo, te clava los pies al suelo, te borra la mirada, te enturbia lo que sabes y lo que aprendiste en este efímero marcharte lejos?
Me fuí con una mochila enorme a la espalda que desapareció de mi vista a los dos días de viaje, quizá porque lo que estaba viviendo allá, lo que estaba descubriendo, era intenso y abrumador, porque estaba viajando a toda velocidad por caminos nuevos y aterradores, a veces de increible belleza, a veces de sobrecogedora oscuridad. Sabía que llegaba allá con un bagaje a la espalda, que mucho de lo que estaba aprendiendo tenía que ver con el lugar en el que me encontraba antes. Supe que la vuelta sería difícil porque es difícil explicar a quien te quiere este tipo de viajes, estos cambios invisibles, pero lo que nunca sospeché es que volvería exactaente, E-XAC-TA-MEN-TE, al mismo rincón sucio en el que me encontraba antes de viajar.
Una parte de mi mente me dice que esto no es posible, no se puede aprender un mar de cosas y encontrarte de nuevo en el mismo lugar,no es posible borrar lo que sabes una vez lo aprendes pero eso es lo que mi cuerpo siente, el cansancio de milenios, las pocas ganas de moverme, la parálisis total, la inercia, el peso en el pecho, la turbiedad en la mirada y los afectos, la necesidad de dormir durante horas y de estar sola...
Alguna vez escuché que la búsqueda espiritual tiene que ver con volver al estado en el que estábamos antes de tener mente, a esa inconsciencia que se supone tienen los animales y las plantas. La iluminación parace que consiste en dar un enoooooooorme viaje circular de miles de años para volver a vivir como al principio, aunque esta vez sabiendo. Pero hoy estoy cansada de encontrarme donde me encuentro, por mucho que el mío pueda ser un fragmento de este gran viaje en círculo que los dioses nos proponen. Hoy preferiría dormir como los perros, tumbada en cualquier sitio, ajena a las penas del pasado y las incertidumbres del futuro, ajena a mi propio cuerpo y mis achaques, ajena a cualquier idea de perfeccion o de deber. Sí, hoy me gustaría ser sólo un perro durmiendo en cualquier esquina, huyendo del calor y la consciencia.
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