Hoy me siento absolutamente como lo que soy: el fantasma en la máquina. Es curioso porque normalmente caminamos por la vida sin tener consciencia de estarlo haciendo, caminar quiero decir. Nuestro cuerpo se mueve, nos sostiene, nos proporciona un refugio estable y, a menos que se estropee algo, no nos damos cuenta de esta compañía continua. Y no nos enteramos, creo yo, porque nuestro cuerpo suele ser un aliado incondicional con una lealtad a prueba de bombas: hará lo que nosotros queramos cuando nosotros queramos y como nosotros queramos, sin dudar, sin preguntar, un verdadero amor.
Es cierto que si le exigimos una destreza sobresaliente en algo especial no tendremos más remedio que entrenarlo (aunque empiezo a sospechar que lo que realmente entrenamos es nuestra capacidad de vernos haciendo eso que nos proponemos, consiguiéndolo). Normalmente, al empezar a practicar una actividad física compleja como bailar ballet, saltar con pértiga o tocar el violoncello es cuando más notamos nuestro cuerpo, está incómodo con esas posiciones inverosímiles, sujetando artefactos inusuales y estúpidos, es como si estuviera en contra nuestra. Y nos sentimos sorprendidos y disgustados, nos vivimos torpes, nos damos cuenta de todo eso que no puede hacer por más que se lo pidamos. Y es tan raro sentir esto precisamente porque nuestro cuerpo nos sigue siempre, no tenemos que pensarlo, es casi instantáneo: queremos beber y nuestra mano ya está yendo a por el vaso.
Pero estos días, después de un resfriado intenso, noto que mi cuerpo quiere seguirme en mis propósitos pero le cuesta, es como un perro enfermo, empeñado en recoger el palito que le lanza su amo aunque le fallen las fuerzas. Y porque siento mi cuerpo más lento, más cansado que de costumbre, también noto esta mente que analiza, que lo observa, que lo juzga, que se impacienta ante su falta de energía. Y algo dentro mío se indigna porque no es justo lo que la mente piensa, mi cuerpo está ahí, está trabajando, cumpliendo con su cometido por mas que le gustaría estar acostado (eso lo susurra cada una de mis células). Lo que no sé es quién es ese que se indigna, y dónde estoy yo en medio de tanta multitud.
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