Algo no anda bien, no sabes muy bien qué es pero algo no anda bien. Hay una cierta opresión en la cabeza, una debilidad en los remos inferiores, el estómago no cumple con lo que prometía en el folleto. Entonces sacas la caja de herramientas, te pones el mono de faena para no mancharte de porquería y manos a la obra.
Abres la cabeza con cuidado de no enredar los cabellos en el destornillador, te han prometido que el pelo crece pero no sabes si tiene un límite o si venden recargas para cuando se termina la queratina que viene de fábrica. Apartas despacito la tapa de los sesos y, como te imaginabas, descubres una maraña de cables de todos los grosores y colores que no hay quien se aclare. No queda más remedio que peinarlos, separarlos poco a poco intentado que ninguno se suelte de su conexión correspondiente, agruparlos por colores, los de pensar por una parte (esos están liadísimos, parece que incluso sobrecargados), los de las funciones corporales por otra, que si no luego, cuando te pones a pensar en la ducha de la mañana mientras saludas en el ascensor al vecino del quinto se te ponen húmedas partes del cuerpo que no vienen al caso y ya estamos al borde del cortocircuito.
Pero com siempre pasa, en cuanto intentas volver a meter todo ese berenjenal de cables en el cráneo resulta que no caben. Por más que miras no lo entiendes, es decir, porque los acabas de sacar tú misma porque si no pensarías que alguien te está gastando una broma intentando que metas más de los que tocan. Después de un buen rato de intentar acomodarlos, desesperada, los metes a mogollón apretándolos bien, a sabiendas que tanta presión no va a hacer precisamente que funciones de un modo óptimo, pero es peor andar con los cables al aire por la calle, la gente no suele ser muy tolerante con los exhibicionistas!!
Luego a por el desatascador, a ver qué se ha quedado encajado entre las tripas que no deja que el almuerzo siga su curso (aunque por otra parte está bien, no tienes hambre, no engordarás cenando como una foca aburrida). Después de un rato trasteando entre tanta porquería (y mira que se encuentran cosas raras y antiguas en el sistema digestivo) consigues arrancar un pensamiento de impotencia que te tenía el tráfico paralizado.
Ahora parece que las cosas van ligeramente mejor, aunque ya se sabe, hace falta tiempo para que todo se reasiente y vuelva a su lugar. De momento, lo urgente es pasar al mantenimiento habitual: exfoliación para eliminar las células muertas y el polvo del camino, lavado de cabello (y sí, algunos se han quedado enganchados a los tornillos cuando volviste a encajar la tapa del cráneo, sería un rollo acabar siendo una vieja calva), limpieza de bajos y corte de uñas. Luego cena, tele y a dormir, que mañana será otro día.
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