Dentro de un rato nos marcharemos a la playa, junto con un montón de personas más, a celebrar la noche más corta del año, la de San Juan. Iremos llegando poco a poco, con nuestros sempiternos coches formando atascos, los más tempraneros para aprovechar el baño y el sol, para acotar nuestro espacio de arena ante la avalancha posterior.
Hemos aprendido con los años, ahora no tenemos que buscar algo que quemar entre las dunas (nuestra primera hoguera fue heroica...y patética, duró unos 5 minutos), los niños aprovechan para quemar apuntes y libros de clase (algo que me parece ligeramente inquietante, no me acostumbro a la idea de quemar libros, por aburridos y superfluos que sean), cenamos tan ricamente antes de que la cosa se ponga más trascendente y, cuando ya estamos congelados (porque hasta en las playas se pasa frío)y muertos de sueño, nos marchamos a la siguiente odisea: llegar a casa en medio del tráfico endiblado y conseguir meternos en la cama libres de arena.
Es cierto que no le llegamos a la suela del zapato a algunos profesionales del 23 de Junio que van cargados de leña de la mejor calidad, vestidos impolutamente de blanco, con antorchas para delimitar su terreno y llenos de rituales que supongo ancestrales para deshacerse de todo lo viejo y ofrontar la noche con toda la magia que tiene...o eso dicen. Bueno, es verdad que la tiene, no tanto en lo esotérico (o yo no lo veo) como en la gente convocada de repente a ese lugar en mitad de la noche, llegando de no se sabe dónde, como una plaga bíblica e inevitable, o la hermosura de todas las hogueras iluminando la playa como estrellas amarillas, las caras de la gente que se vuelven hermosas con la luz del fuego..y el fuego mismo, tan hipnótico, tan antiguo, tan peligroso y tan compañero. Y la noche, esa noche que no suelo vivir, acompañada de mis niños, que lo miran todo con sus ojos tan nuevos, que me permiten mirar como desde un lugar lejano y alto, llena de añoranza por no saber ya conquistar los placeres y los misterior que ellos disfrutan sólo por respirar.
Sí, ayer os dije que iba a explorar el fuego, sin recordar para nada la noche de hoy. Quizá sea un buen momento para empezar (si es que no he empezado ya, je, je). Puedo buscar alguna de esas cosas que todos queremos dejar atrás y saltar la hoguera para conseguirlo, puedo ir tras algún deseo insondable y pedírselo a las brujas que se supone campan a sus anchas esta noche, puedo buscar algún grupo loco, que seguro los habrá, que caminan sobre las brasas,y atreverme a quemarme los pies...o a salir indemne y sorprendida de la experiencia. Puedo bañarme vestida saltando las olas como hacen muchos, o pasear por la playa analizando el fuego, los fuegos, y la gente que los invoca, que los provoca como si no fueran peligrosos, como si no hablaran a los rincones oscuros, los carbones latentes en nuestros pechos.
Hoy es la noche de San Juan, una noche mágica y extraña. Disfrutadla.
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