He salido a la calle, hay un ambiente extraño, sutilmente eléctrico, la gente se mueve deprisa, de retirada pese a lo temprano de la ora, al sol todavía en lo alto. Algunas tiendas comienzan a cerrar, se ven banderas, camisetas, personas reuniéndose en los bares, esperando. Así que me vuelvo a casa, intento no entrar en esta realidad que parece tan general, tan de todo el mundo, y que a mí me pone nerviosa.
Me encierro en cuanto puedo en el despacho ante el ordenador, me pongo los cascos (no lo hago nunca en casa) para no escuchar ese zumbido de moscardón gigante que sale de la pantalla, del estadio, y que sólo parece molestarme a mí y comienzo a escribirte esto. No me gusta esta fiesta colectiva, me altera aunque no sepa muy bien por qué. Imagino, si de imaginar se trata, que lo que me ocurre es que me es imposible sustraerme a la efervescencia colectiva, a los nervios y la anticipación que se respiran por todas partes. No entiendo este deporte, nunca he entendido sus reglas o qué gracia tiene negar de esa manera tantos miles de años de evolución y usar tan sólo los pies, no me importa quien gane...o sí, y eso me extraña, me hace sorprenderme de mí misma, preguntarme cosas que quizá desconozco sobre mí.
Siento como si me perdiera algo importante, como si alguien me estuviera diciendo algo crucial para mí en una lengua extranjera que no conozco, al no estar en el salón mirando a todos esos tíos y sus afanes. Pero también sé qué me espera si me quedo: una parte de hastío porque no me parece algo emocionante de ver, y muchos nervios porque no puedo evitar contagiarme de lo que pasa.
Tanto hablar de realidad o irrealidad y ahora me encuentro fuera de la realidad colectiva por primera vez sin desearlo. Es cierto que han habido otras realidades de las que me he sentido excluida forzosamente pero esta es una realidad muy grande, planetaria, y los que nos quedamos descolgados perdemos la voz en estos momentos, nos quedamos solos, deambulando despistados y con cara de sorpresa. Leí un libro una vez en que una ciudad, cada vez que se ensimismaba en algún problema local, se ponía a flotar en el cielo en medio de la niebla. Pues ahora me siento como si mi ciudad se hubiera puesto a flotar allá arriba dejándome en tierra.
Ya, puedo ir y ponerme a mirar, y comer palomitas, beber cerveza y gritar. La cerveza, las palomitas y mis gritos me gustan pero no es eso, es una realidad a la que no tengo acceso, o lo tengo a un coste que no me vale la pena.
Un gol traspasa mis defensas, oigo gritar a cientos de personas en la calle, en mi propia casa, en el edificio y mi sangre, mi corazón se alteran. Como si me fuera la vida en ello, como si me importara. Y no es así... aunque en un post ya lejano os dije que 50 billones de células no pueden estar equivocadas. ¿Qué saben mis células que yo desconozco? ¿Por qué no hay una comunicación más clara entre nosotras? ¿Que qué me pide el cuerpo? Volar, correr, saltar, bailar, escuchar lo que estoy escuchando, cantar esta canción tan triste que no sé s he traducido bien. Y estar contigo.
Besos, por más que sospeche que en este momento en que escribo tú andas flotando en esa ciudad lejana, lejos de mí y mis palabras.
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