viernes, 7 de octubre de 2011

Wally

Me siento un poco como Wally antes de salir de casa a una de esas exploraciones llenas de gente de las que él es especialista. Imagino que lo suyo es un don, que sencillamente sale de casa con una idea en la cabeza y, se proponga lo que se proponga, acaba rodeado de gente vestida de colores parecidos a él, dispuesto a esconderse con una gran sonrisa entre la multitud.

O quizá no, quizá se prepara de antemano buscando los momentos donde pueda tener garantizada una muchedumbre complaciente, a lo mejor anda de ciudad en ciudad buscando eventos multitudinarios como un concierto de rock, una operación salida por puente inminente, un parque temático cualquiera a final de curso o quizá acecha en busca de accidentes más o menos previsibles.

El caso en que me siento como imagino que debe sentirse él con su jersey a rayas rojas recién puesto, cuando todavía está con las llaves de su casa en la mano, la mochila a la espalda, intentando recordar si ha cerrado bien el grifo, si ha apagado todas las luces y si el gato tiene comida suficiente para no morir de hambre en su ausencia. Como él pero sin saber si tengo su mismo don para encontrar lo que busco. O sea, que estoy preparada para el viaje, pero no sé dónde voy.

Hace muchos años un amigo de mi padre me dejó conducir su yate un ratito en un día de mar calmo y fue una sensación curiosa: debajo de mis pies aquella máquina poderosa, en mis manos un volante y frente a mí ¡no había carretera! Podía ir donde quisiera pero la posibilidad de elegir era tan grande que perdía su sentido: si no hay caminos, cruces, carteles indicadores ¿cómo saber a dónde ir? ¿Tiene alguna importancia la dirección que elijas? ¿O todo se convierte en un juego sin sentido? Así me sentí yo: la libertad era inmensa...y el aburrimiento también porque ningún camino que inventara llevaba a otra parte que no fuera el mar.

Sé que en este caso es diferente, el camino lo forjo yo con cada uno de mis pasos y, lo quiera o no, según lo larga que sea mi pisada, los metros que dé cada día, dónde me encuentre al ponerse el sol, marcaré sobre la tierra un camino concreto, directo o tortuoso, ancho o angosto, ampliamente recorrido por otros o solitario como boca de lobo, un camino en cualquier caso que solo podré ver cuando lo haya recorrido.

El mundo a mis pies, pero ciega. Curioso destino el nuestro.

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