miércoles, 30 de junio de 2010

Vacío

Estamos solas en la casa mi abuela y yo. Es tarde y todo está oscuro salvo nosotras, que nos mecemos en el círculo luminoso y trémulo que proporciona una vela.Apenas si se vislumbran las paredes del salón, no existe nada más. El regazo de mi abuela es reconfortante, estoy a gusto en él, feliz, protegida de los monstruos que seguramente viven en las partes más alejadas de la casa.

Mi abuela y yo hablamos sobre el mundo, trivialidades. De repente quiero demostrarle que sé muchas cosas así que le explico que conozco el nombre de muchos pueblos y se los digo: el nombre de mi pueblo, el del lugar donde veraneo y Madrid, donde vive ella. Mi abuela me contesta que hay más y los dice: Barcelona, Sevilla...Las paredes del salón se amplían para dar cabida a este descubrimiento repentino. Entonces me pica la curiosidad, quiero saber cuántos pueblos hay en total, ¿siete?. Ella rie: "más", dice. "No puede haber más de diez", contesto contrariada mientras doy permiso al salón de mala gana para que deje cabida a los diez pueblos. Ella sigue riendo: "hay muchos más". Me está gastando una broma así que la reto para que diga el nombre de todos los pueblos del mundo y compruebe por sí misma que no puede haber más de diez.

Ella vuelve a reír y en ese momento surge de su boca lo imposible: "hay tantos pueblos en el mundo que no me sé todos lo nombres, nadie los sabe". La miro a los ojos para ver si me engaña, pero ella solo ríe y yo no entiendo por qué. A mi alrededor las paredes del salón se han alejado tanto que no consigo verlas. Tampoco está el suelo, solo mi abuela y yo flotando en medio de un vacío negro, vertiginoso e infinito. Hay oscuridad por todas partes, y está llena de monstruos. Tengo ganas de llorar, cierro los ojos.

martes, 29 de junio de 2010

Vuelos

Le tengo pánico a los aviones, los odio, los soporto cuando no queda más remedio y los evito siempre que puedo. No llego a la situación de algunos que necesitan drogarse o emborracharse para tomarlos pero me ponen muy nerviosa. Hasta hace poco cada vez que nos llamaban para embarcar no podía evitar pensar que mis huesos acabarían mezclados con los de toda esa gente que compartía cola conmigo. Otras veces, cuando han anunciado un retraso por avería, me he quedado debatiéndome entre comportarme como el resto y esperar pacientemente o huir despavorida, convencida de que el aviso es una premonicion de desastre, una oportunidad que me da el destino de escapar a la muerte.

Sin embargo, hubo un tiempo hace ya muchos años en que mi vida era tan caótica, tan absolutamente intensa, tan desgarradora, que sorprendentemente perdí todo miedo a volar. Pensaba que no podía pasar más nervios, más incertidumbre, más dolor y más estremecimientos en un accidente de avión, por mucho que en ello me fuera la vida, que en mi propia vida real. Y durante una corta temporada (el tiempo que necesité para crecer, para reordenar mi vida, para volverla más tranquila, aunque más oscura...hasta que el amor volvió) pude disfrutar del placer de volar.

Era maravilloso mirar por la ventanilla esa inmensa catedral de nubes irreal por la que transitábamos como si nada, mirar allá abajo lo que seguro eran enormes cargueros zarandeados por las olas y que a mí me parecían diminutos barquitos en paseos placenteros. Me costaba imaginar que en una misma realidad pudiéramos estar yo, al sol, mecida por mi pájaro de metal, viajando entre algodones, y los marineros allá abajo, ateridos de frío, rezumando humedad, en medio de montones de hierros repintados u oxidados, empujados por las corrientes y las olas, solos, lejos de su gente.

Recuerdo incluso en medio de aquella vorágine en que se convirtió mi vida un viaje en avioneta particulermente hermoso, sólo 7 personas en el aparato, sentados junto a los pilotos. Nos habían dejado en cada asiento una bandejita con papel film en la que había una manzana, un zumo, unas galletas y un sandwich. Nos dieron antes de partir unos tapones para los oidos que acabaron siendo necesarios por lo que no hablamos los unos con los otros. La avioneta volaba a baja altura y el paisaje era sobrecogedor: nubes en enormes columnas como no he vuelto a ver entre las que deambulábamos, abajo un inacabable tapiz verde oscuro del que adivinaba una vegetación desconocida para mí, árboles y más arboles que no dejaban ver al color del suelo, y un serpenteante río desgarrándolo, con sus meandros muertos, sus islas, sus curvas absurdas. Fue increible. A la llegada al extraño aeropuerto privado, un pequeño edificio en medio de la nada, el pasajero que había estado sentado frente a mí todo el trayecto me dió un papel y me pidió que no lo leyera hasta el día siguiente. Luego se marchó dejándome perpleja para volver dos minutos más tarde preguntándome si no me importaba intercambiar la manzana que yo todavía llevaba en la mano por la suya. Lo hice. No he vuelto a saber de él.

El tiempo ha pasado y los aviones vuelven a asustarme mucho. Lo disimulo, para eso soy adulta, para disimular entre otras cosas. No he vuelto a algunas de las locuras que hacía al principio de volar, como visitar capillas de aeropuertos o imaginar desastres espantosos, pero sigue sin gustarme nada despegar los pies del suelo (quien lo díría de una aventurera de la irrealidad como yo!).

Y quizá porque una cosa va relacionada co la otra, la intensidad con lo inesperado, la calma con lo previsible, no he vuelto a tener extraños encuentros con desconocidos en ningún vuelo, nadie ha vuelto a entregarme una carta de amor en un aeropuerto ni he vuelto a admirar paisajes como aquel. Sé que suena hermoso al escribirlo pero no quiero hacer trampas: aquella etapa de mi vida fue intensa pero tambien fue muy dura, un tipo de dureza muy diferente a la de ahora, más calmada, más interna, más callada. Por eso siempre me debato en la duda, quizá porque no sé vivir en la calma sin que se me apaguen las cosas, o vivir en la intensidad sin quemarlo todo. ¿Habrá manueles en internet para aprender a volar en el justo punto medio?

lunes, 28 de junio de 2010

Comienza el viaje

Estoy parada delante de un hueco enorme que a veces se abre ante mis pies. Es un pozo estrecho y oscuro del que no conozco la profundidad, apenas entrevista cuando alguna vez he lanzado una piedra a su interior sin llegar nunca a oir el sonido que debería hacer al chocar contra el fondo.

Lo miro cansada de encontrármelo cuando menos lo espero, cansada de rodearlo, de fingir aterrada que no está y seguir mi camino, así que pertrechada con todo mi hastío, mi miedo, mi poco de rabia y el convencimiento de que no puede ser peor estar parada delante de este precipicio que explorarlo, agarro una cuerda y me dispongo a bajar.

En ese instante recuerdo que le pedí que fuera ella mi cuerda, mi asidero en esta exploración que tanto me asusta y me atrae, le pedí que fuera la luz que marca el camino de regreso a casa, la voz que me recordara en medio de la previsible oscuridad que sigue existiendo el sol ahí fuera, que se convirtiera en mi ancla, en mi acompañante secreta, pero no quiso. Contestó que ella ya había estado mucho tiempo en el lugar donde quiero ir y que allí sólo se puede ir sola, se dió la vuelta y empezó a alejarse. Sin despedidas, sin parabienes, nada. Me quedé mirando su espalda sin entender por qué se negaba a ayudarme, a acompañarme, por qué nunca le caí bien.

De repente se paró y, sin volverse a mirar, me dijo que me tomara un tiempo para pensarlo con detenimiento, como si mi decisión de bajar al pozo fuera un capricho, una inconsistencia de niña malcriada, la ventolera de una descerebrada o el desafío de una adolescente desnortada. Le contesté con toda la serenidad que pude reunir que era una decisión meditada, que tenía una magen en mi cabeza que necesitaba concretar. Entonces sí, se volvió a mirarme ligeramente asombrada, como si de mí no pudiera esperar una contestación sensata, y me dijo que si quería podía contarle mi viaje a la vuelta, que estaría allí para escucharme. No pude evitar una sonrisa entre irónica y triste y le contesté: "claro". La vi alejarse sin mirar una sola vez atrás, imagino que aliviada de librarse de mí, nunca he sabido por qué no me apreciaba. Demasiadas palabras, quizá.

Vuelvo al presente y miro el precipio profundo y oscuro que me acompaña desde hace tanto. Con un suspiro me ato la cuerda a la cintura sin encontrar un punto de anclaje para el otro extremo. "Bien- me digo- si tiene que ser así, que sea". Me siento en el borde buscando donde asegurar mis pies, al fondo no se ve nada, está muy oscuro. Ya no pienso en monstruos ni arañas ni muerte, nada, la decisión está tomada. Voy deslizándome poco a poco en su interior y, cuando estoy a punto de meter mi cabeza en esa oscuridad, asustada como nunca, sin saber si encontraré el camino de vuelta, si no se romperán demasiadas cosas valiosas en este empeño, recuerdo que sí tengo anclas fuera, anclas de bracitos delgados y mirada firme, de amor infinito, de realidad tangible y caliente, de necesidad perentoria y besos pequñitos...sí, volveré, no sé cómo, pero volveré.

sábado, 26 de junio de 2010

Intranscendencias

Hoy podemos hablar del tiempo, de si este verano es más o menos caluroso que el del año pasado, como si nos encontrármos en el ascensor de tu portal o del mío y llenáramos el tiempo de palabras para no sentirnos ni demasiado solos estando acompañados ni demasiado cerca. O podemos comentar el partido, hablar de cómo nos va en el mundial, de si las decisiones de Del Bosque son o no acertadas, de lo que hubieras hecho tú de estar en su lugar, de si merecimos o no cada uno de los resultados de los tres partidos.

Podemos comentarnos la última película que nos gustó, decirnos que era muy buena, que la fotografía, los actores, la música, la historia, hablar de ellas de un modo displicente, para expresar sin llegar a decirlo que fue una experiencia importante, que nos tocó, jugar a través de una conversación sobre cine a mostrarnos sin mostrarnos, a revelarnos sin que el otro sepa que los estamos haciendo.

Podemos comentar una noticia de actualidad, la que prefieras, algo no demasiado doloroso, algo indignante mejor, la indignación está bien vista socialmente y no duele, podemos pasar así el rato, hablando de cosas lejanas que no nos tocan en realidad aunque parezca que sí.

Podemos salir a cenar para reir intrascendencias, para contar muy veladamente sinsabores y duelos cotidianos, tan veladamente que nunca podrás hacerme jurar que yo dije nada de lo que tu entiendas.

Podemos hablar de los niños, los niños son muy socorridos, nos permiten vernos como responsables, entregados, amantes, padres desbordados o amorosos, nos permiten mostrar una cara adulta y aparentemente serena, proque no contaremos nunca de verdad y hasta el fondo aquellos momentos en los que nos comportamos con ellos como ogros, el dolor que todavía nos produce sabernos monstruos intermitentes, o fantasmas alejados de sus risas, viviendo en el Polo Norte de los sentimientos y fingiendo que escuchamos lo que dicen.

Podmos emborracharnos, jugar a la nintendo, tender la ropa, ordenar los armarios, organizar la semana, barrer el suelo, planchar la montaña de ropa atrasada, ir al gimnasio, buscar una academia, hacer de taxista familiar, estudiar el instrumento... Podemos hacer cualquier cosa que tú quieras, cualquiera que me permita esconderme de un modo elegante, cualquiera que no implique que te cuente como estoy. Porque hoy no quiero hablar de eso, no quiero hablar de cómo estoy.

viernes, 25 de junio de 2010

Objetos

Alguien muy joven y muy reflexivo me ha dicho hoy que estamos tan llenos de sentimientos que necesitamos colocarlos en cualquier lugar, incluso en una casa, cuando una casa finalmente no es más que tierra, arena y guijarros.Y tiene razón.

Hoy hemos dejado la casa en la que hemos vivido diez años. Es una casa que nunca me gustó especialmente, una casa de compromiso, un lugar que sirvió adecuadamente a nuestras necesidades y poco más. La compramos de segunda mano así que de ella no elegimos nada, nos limitamos a aceptarla como estaba, con su cocina de roble oscuro, sus azulejos con relieves de flores, su pasillo y sus habitaiones pequeñas, pero también con su enorme salón, su baño luminoso, su luz a raudales y su tamaño perfecto.

Una casa es solo una casa, el lugar que te protege del frío (y de los malos cuando duermes), el lugar que te permite quitarte los zapatos y la coraza para ser tú con todas tus miserias y tus gracias, el lugar donde compones tu comida, donde acumulas tus objetos, donde tejes tu vida íntima, donde te enfrentas a tu cuerpo y sus cambios. Sé por experiencia que generalmente tanto vale un lugar como otro, solemos acabar construyendo nuestros nidos donde podemos y con lo que podemos, y una casa no deja de ser un acúmulo de muros, ladrillos, planos y huecos más o menos bien distribuidos.

Pero debe ser cierto que tenemos tantos sentimientos que necesitamos colocarlos en cualquier lugar, afarrar nuestros recuerdos a cosas físicas para que nos se pierdan en el océano infinito de nuestras neuronas. Quizá por eso revestimos de entidad a una madera plana ("aquí fue donde colocamos el metro para medir cómo crecían los niños"), a un habitáculo ("aquí dormíamos todos juntos en el suelo cuando nació la niña"), a una mesa cualquiera ("aquí echamos un polvo glorioso"), porque nos da miedo olvidar, porque nos parece que junto a las cosas que nos acompañaban nuestros recuerdos están a salvo, como si las paredes de la casa pudieran realmente contar lo que pasó, lo que ya no sabemos, lo que ya no tenemos en mente.


Cuando era niña me resultaba incomprensible la facilidad con que los mayores se deshacían de objetos, casas, coches, sin tener en cuenta para nada la carga emocional que tenían. Ahora lo que no sé es cuándo me convertí yo en mayor, cómo aprendí a no escuchar esa voz tan clara, tan potente, que me decía que tras cada objeto hay una historia, que tras cada lugar habitado y luego abandonado, se queda gran parte de nuestra vida, de nuestro hilo, de nuestra historia. Pero quizá la vida sea esto, este lento despojarse de cosas, de historias, de recuerdos, de anhelos, de traumas, de llantos, de risas, para acabar marchándonos como vinimos,desnudos, sencillos, puros.

jueves, 24 de junio de 2010

Resaca

Estoy de resaca. No es una resaca de alcohol sino de poco dormir. Ayer, en la playa, esperamos a las doce para comenzar con los rituales de la noche (la quema de papeles con lo que queremos eliminar de nuestra vida, el salto de las siete olas pidiendo siete cosas buenas y, claro, el baño nocturno) y hoy estamos todos para el arrastre.

Es curioso el velo de irrealidad que se instala entre nosotros y la vida cuando estamos resacosos. Todo se vuelve más lento, más blando, más pesado y parece como si la gente no supiera hablar bien porque nos cuesta entender lo que dicen. La cabeza se va de paseo a menudo sin que nos demos cuenta y nos descubrimos de repente a mil kilómetros de donde estamos, a veces enganchados en una frase, un color, una idea, un recuerdo. Y mientras la vida sigue a ritmo normal pasando por nuestro lado, como si tuviéramos amnesia y nos quedaran agujeros, lagunas en nuestra linea de tiempo.

El cuerpo también está distinto, más mazacote, más torpe, más, mucho más pesado. Pero también tiene una sugestiva cualidad lánguida, queda de repente la mar de bien tumbado sobre cualquier superficie plana más o menos mullida. Nos dan ataques de mantas, cojines, edredones, como si nuestras células necesitaran suavidad, blandura, como si el cuerpo nos pidiera nube, abrazo, olvido, paz.

Por eso en estos días los menores contratiempos se nos vuelven montañas gigantes imposibles de rodear, cualquier movimiento rápido es una afrenta, cualquier ruido un insulto, cualquier demanda de trabajo una crueldad tremenda. Quizá es que cuando nos ponemos así nos volvemos un poco gatos, hermosos, sinuosos, despistados, elegantes y vagos.

Dicen que antes en las islas Hawai la gente entendía perfectamente que a veces nos ponemos tristes y necesitamos bajar el ritmo, estar solos, descansar. Cuando eso le ocurría a alguien el resto sencillamente le dejaba espacio y asumía sus tareas hasta que se encontrar mejor, ya sabéis, hoy por tí mañana por mí. Sería estupendo que eso pasara aquí (por lo menos sería estupendo que pasara cuando somos nosotros los cansados!). Imaginad unos de estos días en que te descubres pesada, cansada, resacosa de no se sabe qué y pudieras quedarte en casa en soledad, sin hacerte cargo de nadie ni de nada, leyendo, dormitando, viendo en la tele lo que te apetece, comiendo a ratos y bebiendo muchos zumos, tumbado evidentemente, descansando sin más y sin remordimientos. Para mí sería el paraíso (y para algunos que conozco el infierno en la tierra!).

Pero a falta de vivir en Hawai descansemos ahora, cuando por fin es de noche y la mayoría podemos descansar un ratito antes de fundirnos en negro hasta reaparecer mañana. Porque es cierto, mañana será otro día.

Buenas noches, cansados y resacosos del mundo.

miércoles, 23 de junio de 2010

Quemar lo viejo.

Dentro de un rato nos marcharemos a la playa, junto con un montón de personas más, a celebrar la noche más corta del año, la de San Juan. Iremos llegando poco a poco, con nuestros sempiternos coches formando atascos, los más tempraneros para aprovechar el baño y el sol, para acotar nuestro espacio de arena ante la avalancha posterior.

Hemos aprendido con los años, ahora no tenemos que buscar algo que quemar entre las dunas (nuestra primera hoguera fue heroica...y patética, duró unos 5 minutos), los niños aprovechan para quemar apuntes y libros de clase (algo que me parece ligeramente inquietante, no me acostumbro a la idea de quemar libros, por aburridos y superfluos que sean), cenamos tan ricamente antes de que la cosa se ponga más trascendente y, cuando ya estamos congelados (porque hasta en las playas se pasa frío)y muertos de sueño, nos marchamos a la siguiente odisea: llegar a casa en medio del tráfico endiblado y conseguir meternos en la cama libres de arena.

Es cierto que no le llegamos a la suela del zapato a algunos profesionales del 23 de Junio que van cargados de leña de la mejor calidad, vestidos impolutamente de blanco, con antorchas para delimitar su terreno y llenos de rituales que supongo ancestrales para deshacerse de todo lo viejo y ofrontar la noche con toda la magia que tiene...o eso dicen. Bueno, es verdad que la tiene, no tanto en lo esotérico (o yo no lo veo) como en la gente convocada de repente a ese lugar en mitad de la noche, llegando de no se sabe dónde, como una plaga bíblica e inevitable, o la hermosura de todas las hogueras iluminando la playa como estrellas amarillas, las caras de la gente que se vuelven hermosas con la luz del fuego..y el fuego mismo, tan hipnótico, tan antiguo, tan peligroso y tan compañero. Y la noche, esa noche que no suelo vivir, acompañada de mis niños, que lo miran todo con sus ojos tan nuevos, que me permiten mirar como desde un lugar lejano y alto, llena de añoranza por no saber ya conquistar los placeres y los misterior que ellos disfrutan sólo por respirar.

Sí, ayer os dije que iba a explorar el fuego, sin recordar para nada la noche de hoy. Quizá sea un buen momento para empezar (si es que no he empezado ya, je, je). Puedo buscar alguna de esas cosas que todos queremos dejar atrás y saltar la hoguera para conseguirlo, puedo ir tras algún deseo insondable y pedírselo a las brujas que se supone campan a sus anchas esta noche, puedo buscar algún grupo loco, que seguro los habrá, que caminan sobre las brasas,y atreverme a quemarme los pies...o a salir indemne y sorprendida de la experiencia. Puedo bañarme vestida saltando las olas como hacen muchos, o pasear por la playa analizando el fuego, los fuegos, y la gente que los invoca, que los provoca como si no fueran peligrosos, como si no hablaran a los rincones oscuros, los carbones latentes en nuestros pechos.

Hoy es la noche de San Juan, una noche mágica y extraña. Disfrutadla.

martes, 22 de junio de 2010

Fuego

El mundo está lleno de fuego, fuego en todas sus variantes y versiones. Desde enormes hogueras que lo arrasan todo y a todos, enormes fuegos que se encienden de repente ayudados por vendedores de palabras y de ideales, por gente adoradora del fuego que cree que conseguirá algo con la hecatombe que conlleva, y lo envuelven todo en llamas, la vida, la familia, la paz, las ciudades, la convivencia, la amistad,el amor... hasta pequeños, diminutos carbones encendidos en nuestro pechos, ocultos, quemando muestra paz, nuestro sosiego, lanzándonos al aire de lo imposible, al vacío ese que sólo es individual, a ese lugar que nadie entiende salvo cada uno de nosotros.

Todos llevamos pequeñas hogueras escondidas en nosotros, fuegos que mantenemos convenientemente controlados, sin apagarlos nunca del todo porque sabemos que extinguirlo tiene que ver con morirnos. Carbones enterrados profundamente en nuestro cuerpo que a menudo parecen apagados, casi olvidados por nosotros. Todos sabemos de esos huecos internos y oscuros que llevamos dentro, caminos extraños y dolorosos que nunca mostramos, de los que nunca hablamos porque tenemos miedo de convertirlos en altísimas llamas si los exponemos a la luz y al aire. O peor, que se vuelvan triviales por repetidos, patéticos, risibles.La oscuridad a veces salva.

Nunca sé que hacer cuando me vuelvo plenamente consciente de estos pozos dentro mío, estos túneles profundos que surgen de mi cuerpo y se abren como precipicios debajo de mí y que suelen mostrárseme sobre todo en el paso de la vigilia al sueño, haciendo que me entren ganas de agarrarme al borde de la cama para no caer dentro..pero me contengo porque soy adulta y sé que la caída no es real, no es mi cuerpo el que cae, es otra cosa, aunque no sepa explicarlo bien.

A veces, de esos caminos oscuros surge un carbón encendido, brillante, hermoso en sus naranjas y amarillos fulgurantes, en su peligro, en su promesa de llevar dentro toda una hoguera, una hoguera que podría arrasarlo todo, convertirlo todo en cenizas, todo lo conseguido hasta ahora,todo lo que tengo, ¿lo que soy?. Llevar un carbón encendido en el pecho no es fácil porque duele, quema, y porque nadie lo ve. Sería sencillo si se pudiera mostrar, no habría que dar explicaciones, todo el mundo entendería porque todos hemos llevado uno alguna vez. Pero no se ven así que hay que disimular la quemazón, la prevención, el miedo, el deseo escondido de que se vuelva salvaje y realmente lo abrase todo. Hay que seguir siendo sensato y adulto y responsable, tengas lo que tengas enganchado en el pecho. Hay que seguir trabajando, hay que seguir protegiendo a los tuyos, hay que seguir sonriendo a los niños, hay, en definitiva, que volverse un héroe.

¿Sabéis qué? He decidido comprarles trajes de amianto a los míos y para mí, una buena espada, una cuerda y una clara determinación: he decidido explorar el fuego. Deseadme suerte porque la voy a necesitar.

lunes, 21 de junio de 2010

Una realidad planetaria

He salido a la calle, hay un ambiente extraño, sutilmente eléctrico, la gente se mueve deprisa, de retirada pese a lo temprano de la ora, al sol todavía en lo alto. Algunas tiendas comienzan a cerrar, se ven banderas, camisetas, personas reuniéndose en los bares, esperando. Así que me vuelvo a casa, intento no entrar en esta realidad que parece tan general, tan de todo el mundo, y que a mí me pone nerviosa.

Me encierro en cuanto puedo en el despacho ante el ordenador, me pongo los cascos (no lo hago nunca en casa) para no escuchar ese zumbido de moscardón gigante que sale de la pantalla, del estadio, y que sólo parece molestarme a mí y comienzo a escribirte esto. No me gusta esta fiesta colectiva, me altera aunque no sepa muy bien por qué. Imagino, si de imaginar se trata, que lo que me ocurre es que me es imposible sustraerme a la efervescencia colectiva, a los nervios y la anticipación que se respiran por todas partes. No entiendo este deporte, nunca he entendido sus reglas o qué gracia tiene negar de esa manera tantos miles de años de evolución y usar tan sólo los pies, no me importa quien gane...o sí, y eso me extraña, me hace sorprenderme de mí misma, preguntarme cosas que quizá desconozco sobre mí.

Siento como si me perdiera algo importante, como si alguien me estuviera diciendo algo crucial para mí en una lengua extranjera que no conozco, al no estar en el salón mirando a todos esos tíos y sus afanes. Pero también sé qué me espera si me quedo: una parte de hastío porque no me parece algo emocionante de ver, y muchos nervios porque no puedo evitar contagiarme de lo que pasa.

Tanto hablar de realidad o irrealidad y ahora me encuentro fuera de la realidad colectiva por primera vez sin desearlo. Es cierto que han habido otras realidades de las que me he sentido excluida forzosamente pero esta es una realidad muy grande, planetaria, y los que nos quedamos descolgados perdemos la voz en estos momentos, nos quedamos solos, deambulando despistados y con cara de sorpresa. Leí un libro una vez en que una ciudad, cada vez que se ensimismaba en algún problema local, se ponía a flotar en el cielo en medio de la niebla. Pues ahora me siento como si mi ciudad se hubiera puesto a flotar allá arriba dejándome en tierra.

Ya, puedo ir y ponerme a mirar, y comer palomitas, beber cerveza y gritar. La cerveza, las palomitas y mis gritos me gustan pero no es eso, es una realidad a la que no tengo acceso, o lo tengo a un coste que no me vale la pena.

Un gol traspasa mis defensas, oigo gritar a cientos de personas en la calle, en mi propia casa, en el edificio y mi sangre, mi corazón se alteran. Como si me fuera la vida en ello, como si me importara. Y no es así... aunque en un post ya lejano os dije que 50 billones de células no pueden estar equivocadas. ¿Qué saben mis células que yo desconozco? ¿Por qué no hay una comunicación más clara entre nosotras? ¿Que qué me pide el cuerpo? Volar, correr, saltar, bailar, escuchar lo que estoy escuchando, cantar esta canción tan triste que no sé s he traducido bien. Y estar contigo.

Besos, por más que sospeche que en este momento en que escribo tú andas flotando en esa ciudad lejana, lejos de mí y mis palabras.

sábado, 19 de junio de 2010

Cuerpos

Hoy me he enamorado de un niño de 16 años! Bueno, vale, no ha sido amor, pero me pareció un buen comienzo. Hay algo muy atrayente en la destreza física, algo magnético. Cuando miro a alguien capaz de hacer algo con su cuerpo de lo que la mayoría nos consideramos incapaces, cuando le veo por ejemplo golpear un balón con precisión milimétrica, o hacer que una bola amarilla vaya de un golpe de raqueta justo a donde esa persona quiere que vaya, o veo tocar una guitarra eléctrica con pasión y precisión, o a una bailarina de ballet hacer un salto imposible, cuando veo a los campeones olímpicos, a los grandes intérpretes de música clásica, cuando veo a un escultor en proceso, o dibujar a un pintor, siento una sensación potente, a veces abrumadora, dentro de mí. Una mezcla de reverencia, respeto, deseo sexual, sorpresa, curiosidad, y agradecimiento, porque no todos los días vemos a alguien entregado a fondo a lo suyo, sea lo que sea lo que haga.

Nunca nos damos cuenta pero nuestros cuerpos son perfectos, máquinas de precisión que nos acompañan en todo momento, que responden milimétricamente a nuestros pensamientos, nuestros deseos, nuestras intenciones, nuestra voluntad. No importa la forma externa que tengamos, si nos parecemos hermosos a nosotros mismos o no, si cambiaríamos algo (siempre queremos cambiar algo de nuestro cuerpo), si cuando nos miramos vemos más lo que se fue que lo que está, no importa si nos dedicamos a comparar esta cara nuestra de ahora con la que alguna vez tuvimos, este cuerpo nuestro con cualquier otro cuerpo más publicitado que el nuestro, no importa lo que pensemos porque nuestro cuerpo, ese cuerpo absolutamente nuestro, absolutamente personal e intransferible, absolutamente único, es perfecto.

Mi cuerpo no me ha fallado nunca, siempre me ha seguido a donde he querido llevarlo, no se pone enfermo casi nunca, no se ha roto nada, no ha dejado tirada en momento s importantes, ha parido velozmente y sin complicaciones, es, como digo, un cuerpo perfecto. Sé que tengo suerte, nadie elige el cuerpo que va a habitar,y el mío por fuera no está mal, digamos que es un cuerpo delgado standard para el lugar donde vivo, pero lo mejor que tiene es este seguirme a todas partes, este estar de mi lado siempre, este funcionamiento silencioso y preciso del que hace gala. Sí, mi cuerpo es perfecto... como el tuyo.

Quizá por eso me estremezco cuando veo a alguien que sabe utilizar su propio cuerpo, que lo entrenó para algo muy concreto (y aveces muy tonto), que lo convirtió en instrumento para expresar cosas que sólo existen en la mente o en esa nube difusa que son nuestros sentimientos. Ver un cuerpo perfecto moviéndose perfectamente siempre tiene algo de erótico, no importa la forma externa del cuerpo en cuestión ni su sexo. Es un cuerpo moviéndose como el mío no sabrá nunca hacerlo, trabajando todas sus células en la misma dirección, convirtiendo algunos de sus movimientos posibles en arte, deporte, perfección. Siempre me ha parecido que tiene algo de sexual este saber mover un cuerpo exactamente como quieres hacerlo, sea cual sea el resultado.

Por eso, cuando hoy he visto a ese chico de 16 años tocando la guitarra eléctrica con determinación y maestría, he añorado los tiempos en que enamorarme era sencillo y unívoco, en los que era normal sentir...¿amor? por cada cosa viviente del otro sexo (o del mismo, que para el caso...). Por eso mis manos han deseado saber tocar la guitarra, mis oídos han querido estar en medio de todo ese sonido, mi cabeza se ha preguntado asombrada y curiosa cuánto tiempo le ha dedicado a su instrumento para acabar tocándolo así, cuántas horas, cuantos gritos, cuanta soledad, cuantos ensayos. Por eso, durante un ratito, y sin que sirva de precedente, he deseado tener 16 años. Sólo por un ratito, que conste.

viernes, 18 de junio de 2010

Blog

Esto de escribir el un blog es de lo más raro del mundo! Veo que el contador de visitas aumenta cada día así que hay alguien ahí fuera que me visita con cierta asiduidad...eso o el contador se ha vuelto loco, lo que no sería raro dados mis profundos conocimientos de informática!

¿Estás ahí realmente? ¿Quién eres? ¿A qué te dedicas? ¿Buscas lo real como yo? ¿O más bien estás inmerso/a en la irrealidad más absoluta? ¿Vienes por aquí como quien va de excursión a un paraje extraño? ¿O cada día estás de vuelta en un paisaje conocido aunque secreto? ¿Quizá es que me conoces y sientes curiosidad por mis locuras?

No, no quiero que contestes a nada de esto, sólo son elucubraciones que me hago, nada más. Forma parte del juego que yo no sepa nada de tí. Soy consciente de que con el blog envío un mensaje a la nube como quien echa una botella con mensaje al mar, y alguien lo recoge y lo lee o no. De alguna manera esto supone una cierta comunicación entre nosotros, una extraña comunicación en la que no nos vemos los ojos, ni nos sabemos las intenciones, ni nos comprometemos a nada (¿te has dado cuenta del nivel de compromiso que comporta el simple saludar a un extraño?). Está bien así, me parece bien, me permite escribir libremente sin pensar en tu cara, en tu opinión, más que de una manera difusa. Que estés ahí me recuerda todo el tiempo que he de tener cuidado con lo que cuento, no quiero aparecer desnuda de repente, haberme quitado la ropa sin darme cuenta, aunque sé que ando por el filo. Y no conocer tus ojos me posibilita escribir más libremente, sin saberte en realidad, aunque te sienta.

¿Cuándo escribo yo, en qué circunstancias? ¿Cómo es la habitación en la que tengo mi ordenador, hay libros, trastos, es el salón? Si estuviste aquí, lo sabes. Pero ¿no cambian sutilmente las cosas cuando me pongo a escribir, cuando lanzo mis zarcillos de la mente hacia tí? ¿Cómo es la habitación, el lugar desde donde me lees? ¿Cuándo lo haces? ¿Te escapas un momento del trabajo o esperas a estar tranquilo/a al final del día? ¿Vives aquí donde yo? ¿Y qué es "aquí"? ¿Qué sabemos el uno del otro? Probablemente sepas tu mucho más de mí que yo de tí...o no, es igual, porque aquí estamos, comunicándonos.

Muchos besos, lector oculto, lectora lejana, estoy contenta de que estés "aquí", conmigo.

jueves, 17 de junio de 2010

La vida real

Ando muy perdida, la verdad. ¿Qué es "LA VIDA REAL"? ¿La vida real es cuando voy al gimnasio a dar saltos en un step intentando seguir la coreografía sin asfixiarme? ¿Es cuando luego voy a caminar en la cinta aislándome de todo el gimnasio con mi mp3? ¿La vida real es cuando hago la comida pensando en otra cosa? Debería ser que no pero al final hay tres platos de arroz a la cubana,un resultado real. ¿La vida real es cuando estoy totalmente dentro de mí misma mirando el mundo desde allí? Porque eso es lo que me parece más real aunque no tenga contacto con la gente, aunque esté pensando irrealidades. En esos momento en los que estoy sola en medio de la calle, caminando de un lugar a otro, eligiendo la banda sonora adecuada, todo parece más vivo, más claro, más potente, más fuerte, mucho más que cuando elijo tomates en la verdulería, o hago trabajo de oficina, o preparo la cena en casa.

¿O estoy confundiendo la vida real con la intensidad? ¿La vida real es, para mí, cuando estoy sintiendo intensamente? ¿Cuando siento una tristeza tal que no puedo más que llorar? ¿Cuando el mundo me parece increíblemente hermoso? ¿Cuando me siento terriblemente culpable por algo que debí hacer y no hice? ¿Cuando tengo unas ganas locas de tener sexo? Según eso la vida real se reduciría a momentos, destellos en medio de la muerte o el sueño. Estaríamos entonces durmiendo todo el tiempo para despertar brevemente ante un estímulo cualquiera pero lo suficientemente fuerte como para provocar una emoción clara. Una especie de juguetes a la espera de que algo toque el botón de puesta en marcha. ¿Es la vida real eso, emoción y sólo emoción? ¿Es por eso por lo que tantos y tantos de nosotros jugamos en esta época a la intensidad emborrachándonos cada fin de semana, o drogándonos para aguantar más tiempo despiertos, o metiéndonos en interminables partidas del videojuego de turno, o conduciendo a velocidad excesiva, o metiéndonos en flirteos que sabemos peligrosos?

Y según esta visión de lo real ¿no vivirán mucho más momentos reales todas aquellas personas que lo pasan francamente mal? ¿O las que llevan una vida desastrosa llena de altibajos, preocupación, culpa y dolor? ¿Y no es obsceno pensar que el sufrimiento pueda ser la vida real?

Me queda una duda: la de si en realidad no buscamos toda esta intensidad, todos estos picos de emoción para no ver la verdadera realidad, para no hacernos la pregunta definitiva: ¿me gusta mi vida, quiero estar aquí?

miércoles, 16 de junio de 2010

Milgram

Acabo de ver un demostración del experimento Milgram. Para los que no lo conocéis se trata de averiguar si las personas somos capaces de torturar a alguien incluso hasta la muerte si obedecemos órdenes, es decir, no porque nos apetezca sino porque alguien nos dice que debemos hacerlo. La respuesta, ya lo habréis supuesto, es sí. ¡Qué miedo! ¿verdad?

Porque entonces entendemos tantos y tantos horrores de la historia, entendemos que está en nuestra naturaleza gregaria la obediencia al líder sin cuestionamientos ya que se supone que es él el que ha de evaluar riesgos, conveniencias, etc.

En el experimento que he visto se pone a unos sujetos en el papel de maestros que castigan con descargas eléctricas a un estudiante cada vez que falla la pregunta que se le hace, aumentando el volumen de dicha descarga conforme avanza el experimento. El sujeto puede escuchar los gritos de dolor del estudiante (un actor en realidad, que no está sufriendo en absoluto, las respuestas están pregrabadas, eso es lo que escucha el sujeto). Previamente se le ha hecho sufrir al presunto torturador una descarga ínfima para que pueda calcular el nivel de sufrimiento que infringe.

Todo el experimento en sí es aterrador, sus consecuencias también, pero lo que ahora me interesa en el marco de este blog es cómo se induce a un ser normal mediante algo totalmente irreal a convertirse en un torturador simplemente porque alguien con autoridad (un científico de bata blanca en este caso) nos lo exige. Toda la situación es mentira, no existe, es simulación, pero lo que siente el sujeto que tortura, lo que experimenta, es real. ¿Cómo es posible que algo irreal interfiera en tu vida de tal manera que acabes convertido en un sádico? ¿Cómo se sobrevive a la constatación de lo que eres capaz por más que no haya sido cierto? ¡Para ti lo fue! ¿Y cuántas situaciones irreales ocurren en nuestra vida y nos desbaratan por completo, por más falsas que sean?

Un divorcio por ejemplo, que tú vives de una manera y el resto del mundo de otra. O algo que crees que te pasó hace mucho tiempo pero que quizá no fue como lo recuerdas. O la mirada que alguien importante te echó y que marcó gran parte de tu vida. O un escarceo sexual que para ti fue una violación pero no para tu agresor. O el modo como crees que tu madre te trató en la infancia pero que al tener hijos descubres que no era como pensaste toda tu vida. O una supuesta oportunidad perdida que no fue tal, o que no sabes si lo fue o no. ¿Cuántas, cuántas situaciones irreales nos cambian la vida? ¿Cómo es posible que algo así ocurra? ¿Cuántas veces no internamos en el mundo de lo irreal sin saberlo viviéndolo como si de verdad tuviera entidad? ¿O es que estoy haciendo un desglose de la realidad incorrecto y la verdad es que todo lo que vives, por imaginario que sea, se convierte en real?

¿Te imaginas cuántas tarjetas postales del pasado, cuantos cuadros de situaciones ya vividas, has pintado tú en realidad, has creado de la nada, has decidido darles peso para que influyan en tu vida? Quizá por todo eso es tan difícil a veces explicar a un extraño de dónde vienes, quien eres, qué sientes. Porque esas imágenes inventadas, esas realidades alternativas, sólo están vivas para ti, para nadie más, y no puedes trasladar a otros hasta allí a no ser que seas un gran poeta, un gran cineasta, un gran escritor, o un habilísimo conversador ávido de ser desvelado.

Lo siento, hoy estoy un poco mas para allá, en el mundo irreal en el que a menudo vivo, que en el de acá. Empiezo a descubrir que hay montones de modos de vivir la irrealidad...¿y sólo uno de estar en el presente real?. En cualquier caso espero que el experimento Milgram me recuerde todo el tiempo que siempre puedo elegir, que la máxima autoridad en la materia que es mi vida soy yo misma. Ojalá no tenga que descubrir nunca por un engaño científico (o no) que soy una torturadora, que si hubiera vivido en la época nazi hubiera hecho lo que todo el mundo en aquel momento: mirar para otro lado...o apretar el botón de la cámara de gas.

martes, 15 de junio de 2010

Laberinto

Acabo de darme de bruces, como quien no quiere la cosa, con una absoluta irrealidad en medio del mundo real: la agencia tributaria. No os voy a contar el caso detalladamente porque estoy segura que cada uno de nosotros hemos sufrido en nuestras carnes más de una vez algún tipo de inmersión forzada en el mundo irreal de la administración pública. Ya sabéis: documentos incomprensibles, colas, intentos de arreglar papeles en webs diseñadas por algún loco sádico, peticiones de datos hechas de tal modo que tienes la sensación de no saber hablar tu propio idioma...

Es curioso, porque en esta lucha que llevo conmigo misma, y que mas que una lucha se ha acabado convirtiendo en la crónica de un desastre, no esperaba que la irrealidad me atacara desde semejante frente. Cuando me encuentro en una de estas situaciones que os comento me siento extraña, como si de repente me hubieran metido en un mundo virtual formado por alambres brillantes, una ordenada e infernal cuadrícula de metal de la que imposible escabullirse. En este mundo irreal mis palabras ya no me pertenecen, no comprendo qué me dicen, lo cual me lleva a la más tierna infancia, cuando alguien en quien teníamos mucho interés (nuestro padre, nuestra abuela...) nos hablaba y poníamos una atención infinita para dominar esa lengua difícil, para saber qué nos pedían y poderlo dar (una sonrisa, un "ajo", unas pataditas...) Pues lo mismo pero más impersonal e intimidatorio.

En ese mundo tan raro que sostiene el nuestro, el real de las comidas, los coles y los viajes a l trabajo, todo es brillante y bruñido, no hay una sola superficie blanda que sugiera descanso, lo que al principio parece una sucesión ordenada de salas, o hilos, o pasillos, acaba convirtiéndose en un laberinto donde no hay puertas, o las pocas que aparecen están cerradas, o pintadas en el muro.

Creo que en el fondo es solamente un problema de empatía. Ya sabéis: yo domino el lenguaje, forma parte de mi día a día por lo que no se me ocurre pensar que al resto del mundo no le pasa igual. O es un problema de autoestima: esto debe ser muy fácil de dominar porque yo lo domino, dirá el agente tributario, o al revés, si no lo dominan, que se jodan y aprendan como lo hice yo.

En realidad no creo que casi nadie haya pensado en esto porque tengo la sensación de que casi nadie pensamos. Es un mecanismo de nuestro cerebro para concentrarse en la supervivencia y no perderse en mil detalles irrelevantes de cara a conseguir vivir un rato más. Por eso los coles siguen teniendo sirenas de fábrica en sus patios para marcar el recreo o el final de la jornada (no importa que no sean obreros sino niños, no importa que los vecinos lo sufran unas cuantas veces al día), o que sigamos usando bolsas de plástico indiscriminadamente (e intentad no utilizarlas y veréis qué divertido!).

Reconozco que tampoco yo estoy haciendo un ejercicio de empatía con el que diseñó la web de hacienda. Quizá ese día tenía fiebre o le había pasado algo malo a su familia. Quizá intentaba de veras poner a nuestro alcance su lenguaje y realmente bajó mucho el nivel, quizá verdaderamente soy tan tonta como me siento cuando me interno por estos mundos y él no tiene nada que ver. Quizá estoy a la defensiva desde que pulso la primera tecla y no le estoy dando una sola oportunidad, ni a él ni a mí, de entendernos.

En fin: que el borrador de la renta 2009 se me está tramitando, dice la web. Pero ¿eso quiere decir que llegará algo a mi casa? ¿O he hecho la renta sin enterarme? ¿Y cuándo llegará? La profunda, extraña irrealidad de lo real.

lunes, 14 de junio de 2010

Viajar

No se si os pasará lo mismo, pero yo cuando viajo sola me convierto en otra persona. Alguien mucho más callado, más oscuro, más reconcentrado, con más peso al caminar. Quizá no tiene que ver tanto con viajar como con estar sola, en silencio gran parte del día, con tiempo entre trabajo y trabajo, entre pueblo y pueblo, de estar conmigo misma, sin interferencias.

O quizá con lo que tiene que ver es con el tiempo infinito que aparece de repente por delante para imaginar, para imaginarte. Cuando se viaja en soledad desaparecen muchas de las referencias que marcan nuestra vida, que nos definen, por lo que se puede empezar a crear cualquier cosa a partir de una misma. Nadie te conoce, nadie sabe quien eres, no hay peligro de que nadie te reconozca por la calle así que puedes dejar volar tu mente y caminar de modo distinto, siendo otra. Y si te pones a imaginar has de coger personajes interesantes, claro, algo, alguien, alejado de tí, alguien que no sueles ser, alguien que no te permitirías nunca ser en la vida real. Porque ¿qué gracia tendría imaginarte en tu propia vida, siendo quien eres, con los mismos defectos, las mismas virtudes, las mismas canas, las mismas filias y fobias?

Si estás sola en otra ciudad puedes ponerte a elucubrar sin límite de tiempo, puedes meterte en la piel de otra, jugar a serlo durante todo el tiempo que dure el viaje. Lo más curioso es que cuando juegas a estas cosas en serio (y me refiero a creértelo de verdad, como juegan los niños y los actores, no a ponerlo en práctica realmente) la gente reacciona a tu papel. Me imagino que es una cuestión de energía...sí, sí, no es tan raro, todos lo hemos vivido. ¿O no hay personas que te dan buen rollo desde el comienzo, sin conocerlas prácticamente, o gente que no te gusta a la primera mirada? ¿O individuos que te parecen peligrosos por más que vayan bien vestidos? Pues esto es de lo que hablo, algo que los actores (y los niños, repito, y niños fuimos todos) conocen perfectamente, la capacidad de parecer otros sólo con la actitud, el modo de caminar, de mirar, de quedarte de pie.

Hay una parte de este juego muy divertida e interesante (e incluso digna de psicoanálisis si nos ponemos, no creo que todos elijamos los mismos personajes, las mismas situaciones) que hace que el tiempo pase más deprisa, que brille más el sol, que la vida cobre otra dimensión. Pero otra parte es profundamente triste, aquella que te obliga a comparar tus fantasías con la realidad, quien eres con quien te gustaría ser, lo que vives con lo que te apetece vivir. Seguramente este de la tristeza es un paso que no todos daís en este juego, eso significa que sois más listos que yo, abocada a menudo a la melancolía, viendo siempre lo que se pierde, lo que se va... aunque con el tiempo haya aprendido a valorar y disfrutar también lo que hay, lo que queda, lo que está ahora, en este instante, para algo cumple una años.

No os voy a contar a qué personajes juego cuando viajo sola, eso forma parte del misterio, sólo os diré que a veces volver resulta complicado. Demasiado tiempo sin pactar con nadie qué vas a hacer en los próximos minutos, demasiado tiempo haciendo lo que te da la gana, demasiado tiempo siendo completamente libre... Y sola, no lo olvidemos.

Buenas noches, soñadores.

jueves, 10 de junio de 2010

50 billones

Ultimamente no puedo dormir. Tengo sueño, estoy cansada pero me acuesto y el sueño no viene, no duermo. No me siento especialmente nerviosa ni me da vueltas la cabeza con una idea fija ni nada de eso, simplemente no puedo dormir. Me resulta extraño porque hasta hace bien poco era capaz de dormir en cualquier momento y circunstancia por lo que ahora siento como si yo hubiera cambiado en algo fundamental que no se muy be qué es.

Hace poco me leí un libro de divulgación científica que sostenía que la idea de la naturaleza como un lugar donde o matas o mueres, donde impera la ley del mas fuerte, o comes o eres comido, está absolutamente desfasada. Y ponía un ejemplo diáfano: nuestro cuerpo está formado por 50 billones (¡50 billones! ¿puedes imaginar esa cantidad?) de células viviendo juntas en armonía, en total cooperación unas con otras. Las células están organizadas en sistemas complejísimos muy bien comunicados que funcionan a la perfección. Cada célula analiza su entorno y decide por su cuenta cómo reaccionar a lo que encuentra...a menos que sea más eficiente para la vida de todas ellas que ceda su independencia en aras a un sistema superior. De este modo cada uno de los seres pluricelulares de este planeta es la demostración viviente de que, al contrario de lo que creíamos hasta ahora, la vida no se basa en un sistema de lucha sino en uno de colaboración muy elaborada. . No creo que cada célula sea consciente de formar parte de un enorme organismo, no creo que sepan que forman parte de mí o de tí, pero trabajan juntas porque les va mejor.

De todo esto (y de unos cuantos experimentos que no voy a explicarte) se deduce que el cuerpo tiene una inteligencia que a nuestra mente se le escapa y, claro, una idea de tal calibre no ha parado de darme vueltas en la cabeza desde que la leí . Mi cerebro tiene muchas menos células que todo mi cuerpo con lo que hay millones de cosas que ellas saben y yo (y este yo es mi mente) no. Así que cuando mi cuerpo reacciona de modos que no entiendo eso sólo quiere decir que hay algo que no comprendo, que se me escapa, no que ellas estén equivocadas. Desde entonces cada vez que mi cuerpo reacciona de cualquier modo (sueño, hambre, ganas de moverme, sorpresa, miedo, tristeza, ganas de cantar...) una vocecita dentro mío dice: "¡50 billones de células no pueden estar equivocadas!"

Por lo tanto ¿qué me quieren decir con esta falta de sueño, este no dormir? ¿Qué mensaje me envían que no consigo descifrar? ¿De qué me hablan con esta tristeza? ¿Qué es lo que ellas saben que yo no sé?

La travesía del desierto.

Aquí me tenéis, en la vida real, trabajando en el ordenador e intentando, cada vez que cambio de pantalla, resistir la tentación de meterme en la otra vida, la intensa pero falsa. Me siento un poco como deben sentirse las personas con problemas alimentarios, teniendo que lidiar con lo que te crea la adicción sin caer en la tentación.

Nunca había pensado que el ordenador, el teclado más bien, es una puerta a esos lugares a los que deseo ir pero quiero dejar de frecuentar. De momento lo consigo, aunque eso no quiere decir mucho, al fin y al cabo en el momento en que escribo esto sólo son las doce del mediodía.

¿Sabéis? Ayer estuve pensando mucho sobre todo esto, sobre lo que realmente me engancha de estos mundos que nos venden las teles y son todas esas cosas que no están en mi vida y que echo de menos. Lo fácil sería pensar que no tengo más que buscarlas y hacerlas. Pero hay algunas de esas cosas que añoro que chocarían frontalmente con lo que yo sé que es lo importante, o sea, que hay que elegir entre deseos y realidades, entre necesidades y responsabilidades. Entonces lo único que se me ocurre, a falta que alguno de vosotros me dé otra idea, es sublimar todos estos caprichos, estos deseos insatisfechos, en algo nuevo, un espectáculo, un cuento, una canción, un cuadro, un relato, algo... o estudiarlos más a fondo para decidir cuáles de ellos pueden llevarse a la práctica con el mínimo riesgo, o profundizar para saber qué es lo que realmente me atrae de cada una de estas imágenes mentales, porque a lo mejor no es un viaje, por ejemplo, sino un tiempo para mí misma. No sé.

Otra cosa que me ayudó ayer en medio de tanta tristeza era pensar que, de algún modo, ya tenía la intensidad que quería. ¿Qué se supone que sienten esos heroes de las series que viven amores contrariados o han de tomar decisiones difíciles, o se debaten entre lo que quieren y lo que tienen? Pues algo parecido a lo que estoy sintiendo yo, pero con maquilladora y peluquero y vestuarista y una buena iluminación...porque la banda sonora ya me la pongo yo con mi mp3.

Mañana mi vida real, esta vida real que transcurre de momento por el desierto, me lleva a Madrid así que tendré mi tiempo sola, mi tiempo de música, mi tiempo de gloria, mi tiempo de adicciones (siempre que voy aprovecho para ir al cine en versión original), mi tiempo de sueños y de silencio. Os iré contando, como siempre.

Besos, amores perdidos.
PD. por cierto: para estos momentos grises la música country es una maravilla!

martes, 8 de junio de 2010

Respirando la emoción.

Me siento fatal, tengo unas enormes ganas de vomitar, en parte porque me ha sentado mal la comida (¿puede sentar mal un pescado a la plancha? Parece que sí) y en parte porque me he metido un empacho de serie brutal. ¿Sabéis cómo lo hago? No, no sólo busco en internet la serie que quiero ver, selecciono el capítulo y ya. A lo que me dedico últimamente es a volver a ver fragmentos seleccionados de una serie (no voy a decir cual, no es relevante y me da vergüenza), esos momentos que me hacen volar de verdad. Pero, quizá por mi profesión, me gusta ver la cosas en versión original. Hasta aquí es fácil si no fuera porque no todos los capítulos están subtitulados, y yo no sé inglés. Así que en una ventana abro el capítulo en español y en otra en inglés, selecciono el fragmento y lo veo a trocitos pequeños primero en la lengua que entiendo y después en la que no. Al rato megavideo me limita y tengo que parar (ya, ya sé que hay un modo para que esto no ocurra pero es una manera burda que tengo de autolimitarme mínimamente), hasta el próximo rato en que me vuelva a liar.

¿Y para qué todo este lío? Pues para volar más y mejor*. Tengo comprobado que ante un actor hablando en su lengua y uno doblado no hay color. Y no lo hay porque la emoción, sea la que sea, se respira. Una de las cosas que caracteriza a un buen actor es esta respiración, el modo como respira las frases, las pausas que hace, el que consiga o no que lo que pasa en su cuerpo, en su corazón, se escuche en su voz. Cada emoción tiene su propia respiración, su propio movimiento y eso es lo que intenta imitar un doblador. Pero un doblador está sujeto a muchas limitaciones: está parado ante la pantalla y no puede moverse porque tiene que fijarse mucho, ha de adaptar sus palabras, su modo de decir, a la boca del actor doblado. Reconozco que en este país hay muy buenos dobladores pero no es lo mismo, lo que sientes al ver una emoción respirada y otra imitada es muy diferente, os lo dice una experta!

Si quisiera encontrarle algo bueno a esto de perder horas en este patético ejercicio al que me vengo dedicando os diría que he aprendido algunas palabras en inglés, he desarrollado mucho el oído para esta lengua y se algunas expresiones coloquiales que antes no conocía. También he descubierto la cantidad de información que enviamos en nuestras voces sin saberlo, información que va mucho más allá de las palabras que decimos: intenciones, emociones, lo que queremos y lo que no queremos enseñar,etc.

INTERMEDIO
De algún modo escribir en un blog (creo que no es igual con la buena literatura) como yo lo hago es una especie de doblaje de mi propia voz porque no podéis oír mis vacilaciones ante lo que quiero o no decir, ni mis certezas, ni el tono de mi voz cuando miento...si es que lo estoy haciendo!
FIN DEL INTERMEDIO

Pero el resultado final es este, que por mucho inglés que pueda estar aprendiendo me siento mal físicamente, de lo que tengo ganas es de irme a dormir para que se me pase esta melopea pero la realidad (suspiro) la realidad se impone, no es hora de dormir, hay otras cosas que hacer y otros pequeños infiernos (¿se les podrá llamar infiernillos?) que pasar. Y habrá que pasarlos a pelo!

Besos, mis anónimos lectores.
* ¿A qué refiero con volar? Mirad la entrada de mayo que se llama enamorados del dolor.

domingo, 6 de junio de 2010

Piel

Puede que la capacidad para habitar la realidad de forma más o menos permanente tenga que ver con el grosor de la piel de cada uno. Así, habría personas con la piel de un rinoceronte, capaces de pasar por la vida sin sufrir apenas rasguños, no porque vivan una existencia fácil sino porque tienen la capacidad de no dejar que la realidad les arañe, les rasguñe su gruesa piel. Otros tendrían una piel más elástica, más hermosa pero más frágil, un tipo de piel que les posibilitaría ser capaces de conmoverse con algunas de las cosas maravillosas que la vida nos ofrece pero, por lo mismo, con cierto riesgo para resultar lastimados por algunos de los horrores que la realidad nos pone ante los ojos, lo queramos a no. Y también estarían los de piel de seda, capaces de advertir con sensibilidad exquisita cada uno de los milagros que el mundo pone a nuestro alcance, de ver las infinitas relaciones de cada cosa con las demás, con ojos profundos y penetrantes que ven lo oculto y lo que no queremos enseñar, magos de lo infinito y lo pequeño, maestros del arte con la habilidad de mostrar ante la mirada de los demás todos los misterios del Universo pero, al mismo tiempo, con la incapacidad absoluta de cerrar los ojos, de sustraerse al terror, de salvarse de cualquier herida. Personas a las que una sola palabra , un gesto extraño, una obviedad de la naturaleza les hunde en la miseria, les destroza.

No creo, claro, que la mayoría de la gente tenga una sola piel en todo momento y durante toda su vida, sería demasiado sencillo y la vida no lo es, me parece más probable que cada uno tengamos diferentes pieles en según qué aspectos o periodos de nuestra existencia , a veces rinocerontes insensibles, a veces leopardos, a veces extraños gusanos de seda, a veces disfrazados de una u otra piel, como cuando no entendemos una obra de arte pero fingimos que sí (¿rinocerontes disfrazados de gusanos de seda?) o cuando mantenemos una conversación casual pero dolorosa con la sonrisa en los labios (¿leopardos o gusanos disfrazados de rinocerontes?) pero quizá esto explicaría por qué la mayoría necesitamos de vez en cuando marcharnos de nuestra propia vida, imaginarnos con otra piel, por qué necesitamos de los chismes, los libros, los monólogos de humor, las series de televisión, las películas, los contadores de historias, los cómics, las canciones....

¿Qué eres tú normalmente? ¿Cómo es tu piel? ¿Te disfrazas a menudo? ¿O prefieres huir metiéndote en otra vida, real o imaginaria?

sábado, 5 de junio de 2010

Intensidad.

Un personaje decía en una serie (¿dónde si no?) que había huido del presente porque el presente le resultaba demasiado intenso, que a menudo el presente era así, demasiado intenso para soportarlo. Parece mentira que un presente de viajes al super, lavadoras, festivales de fin de curso, etc. pueda ser tan intenso pero es verdad, yo he podido comprobarlo.

Hace ya tiempo se me ocurrió la idea de volver de la guardería a mi casa caminando con la intención de escucharlo todo, de estar concentrada únicamente en los sonidos y no perderme ninguno. No consistía tanto en analizar qué se oye como en escucharlo todo, no dejar ningún sonido en el tintero, escucharlos de verdad, sin suposiciones previas. Descubrí entonces que los coches no suenan a motor (son los camiones los que suenan así) sino más bien a aire deslizándose velozmente y a rueda contra el asfalto. Descubrí con asombro que las personas no sonamos en la calle más que cuando estamos muy cerca unas de otras. Es decir: que aunque yo veía aquella larga calle llena de gente, ¡no la oía!. No se escuchaban sus pasos, ni sus voces, nada, éramos fantasmas, imágenes flotantes sin sonido.

Cuando durante este paseo entré alguna vez en un supermercado a comprar me enteré de que hay una verdadera barrera de sonido en la puerta, una frontera muy definida que separa el exterior con sus ruidos de asfalto frotado, de rugido de autobús, del interior, con su música de fondo capaz de transportarte a un oasis del calma sólo mediante el oído. Me dí cuenta de que había calles que cambiaban su sonoridad nada más girar la esquina de modo que al dar dos pasos ya escuchaba los pájaros que antes eran invisibles. Así, durante varios días, cada mañana hacía un viaje alucinante por una calle que conocía de sobra, un viaje que me costaba esfuerzo emprender y a veces mantener porque mi mente se marchaba a otros lugares, o intentaba imponer su criterio sobre cómo suenan las cosas.

De repente, uno de estos días, pensé que sería interesante abarcar, además del sonido, todo lo que llegara a mi vista, a mi olfato, a mi sentido corporal. ¿Qué pasaría, me pregunté,si además de escuchar como lo estoy haciendo mirara de la misma manera, oliera de la misma manera y sintiera de la misma manera (y con sentir me refiero a notar el golpe de mis pies contra la acera, el roce de mi falda contra las piernas, el movimiento de los músculos de mi espalda, de mis brazos, de mi cara al dar cada paso...)?

Entonces fue cuando supe que era imposible, que algo tan anodino, tan trivial, tan cotidiano como caminar por una calle conocida tenía tantos matices, tantos colores, tantos movimientos, tantas sensaciones en su interior que mi cerebro era incapaz de abarcarlas todas, que el presente, aun el más conocido, era tan intenso que no podía recogerlo completo, que si lo intentaba el esfuerzo sería descomunal, inalcanzable.

Y si eso pasaba con el caminar por una calle, ¿qué pasaría con situaciones no vividas diariamente? Un concierto, una cena en un buen restaurante, una noche de sexo lento, una caminata por la montaña, un cuento bien contado a tu niño, una charla profunda con un amigo...

Así fue como descubrí cómo Charlie Crews, el personaje de la serie, tenía razón, el presente siempre es demasiado intenso. ¿Será por eso por lo que normalmente huimos del ahora, porque nos resulta abrumadora tanta intensidad?

jueves, 3 de junio de 2010

3º DIA bis: Off-side

Estoy allí, hundida en ese pozo profundo que se abre en mi cama cuando leo y me transporta a un lugar en el que sólo puedo estar yo...yo con ellos, con todos ellos.

La historia salta de unos a otros y yo les sigo, como si fuera una detective o una espía. Entro en sus casas, observo sus gestos, escucho sus palabras, les miro caminar, reír, hundirse en la miseria, enamorarse, trepar por encima de los otros. Y, mientras, analizo todo lo que leo, lo que veo. Me pregunto si entiendo verdaderamente lo que ocurre, si entiendo esa España que ya no existe y que no sé muy bien cuándo se sitúa. Me pregunto si es posible una vida como la de Maria Dolores, prostituta de lujo con una cuidada puesta en escena que se enamora a primera vista de otro personaje que no acabo de comprender, Vargas, genio de las finanzas y prisionero en su propia vida por algo que hizo en el pasado,en la guerra para ellos no tan lejana. Me pregunto si el libro está bien escrito o no, y disfruto de los delirios descriptivos en que a veces entra Torrente Ballester, y me pregunto si no estoy leyendo un folletín o un melodrama. Y al mismo tiempo observo a Landrove intentar salvar a toda esa gente preguntándome por qué aparecen en su vida, por qué se empeña él en salvarlos, por qué no quiere subirse al carro de los ganadores si de todos modos ya hace cosas que no debe. Pienso en la vida de Candidiña en EEUU, una vida que estoy segura que no aparecerá en la novela pero que me intriga, una vida que sé por mi madre que se dio a menudo entre las prostitutas madrileñas y los soldados americanos de Torrejón. ¡Será feliz allá lejos, casada con un hombre negro con problemas de integración en su propio país? ¿No le echará en cara él nunca su pasado? ¿Podrá dejar a su padre atrás?

En el salón suena la tele pero no la escucho, no estoy aquí sino con ellos, como una espía, como una detective, no puedo dejarlos. Me interrumpen y contesto casi sin levantar la mirada del libro, no quiero perderme uno solo de sus gestos, y me hundo y me hundo en ese mundo imaginario.

Off-side, de Torrente Ballester. Leedlo y decidme.

miércoles, 2 de junio de 2010

2º DIA bis: Patetismo compartido

Desde que comencé este blog hay algo que me atormenta: asumir delante de todo el mundo que estoy haciendo un experimento para dejar de colgarme de una serie de televisión es bastante patético, la verdad. Sería mucho más épico si estuviera intentando dejar la farlopa, o si fuera una sexoadicta confesa hablando de sus experiencias (vale, con este último ejemplo quedo todavía más patética, una serieadicta despeinada y con pijama viendo series en su pc frente a una ninfómana desaforada y arrepentida, imposible salir con algo de dignidad de una comparación así!).

Imaginad, si alguno de estos fuera mi caso, lo dramáticas, enloquecidas, morbosas e incluso heroicas que parecerían mis crónicas! En cambio, por más literatura que le ponga, el que yo consiga apretar el off del mando a distancia o cerrar el libro antes de las tres de la mañana de morboso no tiene nada, y de dramático sólo las ojeras que tengo al día siguiente cuando no he conseguido cumplir mis objetivos. O sea, que no hay color. (Estoy empezando a pensar incluso en abrir un blog con uno de estos temas aunque me lo invente, parece muy divertido!)

Pero, ¿seguro que entre vosotros no hay nadie, nadie que no se haya colgado con el personaje o personaja de una serie o una peli? ¿Nadie que no haya sentido un agujero en el pecho cuando ha acabado un libro con el que se evadió completamente del mundo? ¿Nadie que no haya querido nunca vivir lo que vivió Mia Farrow en "La rosa púrpura del Cairo?¿Nadie que no haya jugado nunca en lo más secreto de su corazón y en completa intimidad a ser otro, un poli, una vampiresa temible, un espía, un asesino en serie? ¿NIngun@ de vosotr@s se ha plateado nunca a ver una serie qué hubiera hecho en esa misma situación? ¿Nadie ha maldecido cuando llega el final del capítulo y nos dejan a la mitad de un asunto interesantísimo?

Yo creo que sí. Ahora diréis que lo pienso por defensa propia pero tengo pruebas que corroboran mi teoría. Hace ya tiempo que me pregunto cómo algo tan complicado como hacer una película se ha podido convertir en el negocio que es ahora. Pensadlo bien: para cada minuto de película, aun de las más sencillas, hace falta un montón de pasta y un mogollón de gente especializada (cámaras, iluminadores, actores, director, sonidistas, atrezzistas, maquilladoras, vestuaristas, conductores, peluqueros, guionistas...).¿Y todo esto para qué? No para alimentar a la población, ni para proveer de un techo a los desfavorecidos o los recién casados, ni para aumentar la producción eléctrica nacional. Se monta todo este lío para hacernos soñar!¡Para ayudarnos a evadirnos de la realidad!¡Para hacernos volar! Eso es lo que me sorprende, que un mundo tan práctico, tan realista, tan adulto como el nuestro se haya conseguido montar una industria tan compleja para algo en principio tan baladí como contarnos una historia!!

Pero funciona, hay mucha gente metiendo dinero en este negocio porque somos millones los que nos colgamos de estas realidades inventadas, millones los que lloramos con las pelis, los que estamos encantados de poder descargarnos nuestras series favoritas para ver doce capítulos de un tirón pasando de las tiranías de las televisiones...¿o no os quedásteis con las ganas de ser un na vi después de ver Avatar?

Entonces no me dejéis sola y contadme alguna de vuestras patéticas enganchadas a una serie, un personaje, un libro maravilloso. Contadme qué escena os hizo llorar, o quien os hubiera gustado ser, o qué libro es vuestro libro de cabecera, ese al que volvéis de vez en cuando para reencontraros con esos personajes, esas historias, esas vidas inventadas. ¡Compartamos nuestros fetiches y no me sentiré tan sola!!

Besos a todo los enganchados a la ficción! Y os recuerdo que sigo buscando un slogan potente que me ayude en mis momentos de flaqueza, algo como "mas vale realidad en mano que ficción volando" pero mejor.

martes, 1 de junio de 2010

1º DIA bis: estrategias y contratiempos.

Os dije ayer que iba a intentar que todos nos acostáramos al mismo tiempo pero ¿sabéis qué hice en realidad? Una especie de golpe de estado: dije ¡tonto el último! y salí corriendo para no ser yo la última en irme a la cama.

Esto de irme a dormir tiene su miga porque si no soy la primera en marcharme me toca quedarme a esperar que algún pequeño se duerma para apagarle la luz y no puedo esperar leyendo tranquilamente en mi cama porque allí ya hay alguien durmiendo que, claro, no me deja encender la lámpara de la mesilla. Entonces lo único que se me ocurre es ver la tele, cualquier cosa, no importa, y, pongan lo que pongan, me acabo enganchando a algo. La última vez que me pasó (antes de mi golpe de estado) acabé viendo una peli de una matemática que se cree loca como su padre. No estaba mal pero no valió la pena el cansancio del día siguiente por haberme acostado a las dos de la madrugada. (Ya, pero por más que me lo digo en el momento, no hay modo de despegarme del bicho!)

Otra estrategia: he vuelto al gimnasio...y me he vuelto a marchar! Se me ocurrió meterme en una clase de spinning (sin culotte, que hay que tener huevos) y luego, como estoy intentado volverme una ciclista urbana, me pasé el día por la ciudad en mi bici. Total: mis piernas han dicho que hasta aquí hemos llegado y hasta que no vaya al masajista para que me quite estos nudos infernales prefiero no volver, no sea que me tengan que llevar a casa en brazos!!!

Y de estrategias a problemas: me estoy leyendo un libro que me está gustando mucho. Es Off-side, de Torrente Ballester, lo que me crea mis líos para desengancharme cuando me marco un tiempo tope de lectura. Veréis: con el calor hay que dormir la siesta, claro! Y , por el calor, es difícil despertarse luego. Yo siempre lo consigo poniéndome a leer pero entonces lo que no sé es cómo deshacerme del libro!

Envidio muchísimo a la gente capaz de ponerse en marcha como quien aprieta un botón, simplemente porque así lo han decidido de antemano. Cuando yo decido algo es como si convocara una reunión parlamentaria con todos mis yoes, que se ponen a discutir, argumentar, replicar, perorar y rebatir sobre la decisión tomada. Por eso, mientras se ponen de acuerdo, yo leo! La gente que es una dictadura interna, sin parlamento ni turnos de palabra ni partido de la oposición, parece vivir mejor!

Y ahora os dejo, no porque esté de acuerdo conmigo sobre esto de irme, sino porque parece haber una emergencia casera. Mañana hablamos.