martes, 29 de noviembre de 2011

Contrastes

Hace frío, tengo las manos heladas, pero no se puede escribir con guantes de lana,los dedos no saben leer cuando están cubiertos. Sin embargo brilla el sol en lo alto de nuevo después de varios días oscuros y lóbregos, días de té caliente a todas horas para calentar las tripas y las palmas de las manos.

Me gustan estas cosas que tiene la vida de envolverlo todo en contrastes curiosos, lo bueno con lo malo, lo catastrófico con los mares de posibilidades, el frío con el brillo del cielo, el calor con la frescura del mar. No sé por qué inventamos que la vida es monolítica, que las cosas tienen un solo matiz. Quizá fue la vaguería: es más fácil para navegar, para nombrar (eso que tanto nos gusta), quedarnos con la impresión principal y desdeñar el resto, etiquetar con una única palabra la experiencia para hacerla digerible, unificar los que es una maraña de cables de colores en una sola cuerda de color uniforme.

Pero haciendo eso nos perdemos tantas cosas....!!!

Hoy voy a pelearme con alguien, voy a decir adiós a una etapa de mi vida que ha durado ocho años. Ayer estaba muy triste intentando digerir la experiencia, asumir una decisión que me asustaba pero que ya estaba tomada. Pero hoy estoy contenta, he decidido sentarme y saborear cada uno de los múltiples matices de lo que me está pasando: hay frío pero hay calor, el producido por el hormigueo de lo nuevo; hay miedo y hay excitación ante el desafío que se me presenta; hay incomprensión y hay curiosidad ante alguien de quien no entiendo la mirada; hay pena por abandonar a mis compañeros de aventura, y alegría por poder despedirme de ellos.

La vida esta tan, pero tan llena de cosas, que resulta absolutamente inabarcable. ¡Estoy contenta!

jueves, 24 de noviembre de 2011

Temptation, Tom Waits

Vas pasando de una página a otra, pones un grupo de palabras en el buscador y rastreas imágenes, y como en un collar de perlas falsas una te va llevando a otra y la mayoría no valen nada, hay personas detrás de cada una pero todas se parecen. De vez en cuando surge algo que resuena contigo, parece que por un instante alzas el vuelo, pero es mentira, apenas un extrasístole que suspende tu respiración por un momento para devolverte luego a la monotonía cotidiana.

Hay mucho en inglés y descubres de repente que no tienes paciencia para intentar saber porque tu búsqueda es urgente, no permite costosas traducciones de conceptos que posiblemente no te lleven a ningún lugar. Buscas, buscas, buscas sin encontrar nada, observas, indagas, buceas, te desesperas. Te deshaces de la inquietud que anida entre tus piernas activando la navegación privada que impedirá que nadie te rastree. Pero después de la invisibilidad provocada sigue sin haber nada, no has encontrado nada, ni siquiera la calma.

Y es que estás buscando donde no toca, el mundo entero está ahí dentro pero no se puede sentir, no hay hallazgo si no hay un hilo conductos, un mapa precario, una leve idea del lugar en el que te gustaría estar. La red es inmensa pero solo sirve para perderse más cuando no se encuentra el camino.

Y entonces apareces.

Y si pudiera te haría carne aquí mismo para tenerte dominado, crearía en mi propio sótano este mundo que intento inventar navegando por la nada, sacaría del vacío unas cadenas con que mantenerte quieto, pasaría la lengua por mis propios labios mientras te miro intentando decidir qué hacer contigo, anticipándome al placer de saberte mío. Quizá. porque eres un invento mío y solo mío, podría convencerte para que bailaras bien pegado conmigo esta canción de Tom Waits que suena incansable en mi equipo, la canción que alimenta mi desasosiego, la que me acompaña en mi búsqueda estéril por los espacios infinitos.

Porque quizá solo quiera esto, un abrazo, un baile pegado, un pecho masculino donde escuchar un corazón latiendo en calma, y el calor de tu piel y tu sangre, y la posibilidad de tu semen, el regalo de cerrar los ojos y saberme en casa, de poderme dejar llevar por este cuerpo que arrastro y que hoy no sabe dónde sentarse.

martes, 8 de noviembre de 2011

Profecía

No suelo hablar de esto porque no me gusta darme pisto pero a veces me pongo premonitoria. Así, de un momento al otro. Se llenan entonces mis ojos de catástrofes posibles, accidentes improbables, muertes estúpidas e inevitables, ausencias perpetuas y dolores eternos. Los pasillos se hacen impracticables de tanto fantasma plañidero como deambula por mi casa, y los soles se vuelven negros, y todo toma un peso que no le corresponde tan sólo porque se convierte en el posible último gesto de mi vida.

Y es que, he olvidado comentarlo, las premoniciones sólo me conciernen a mí misma y, de rebote, a los que me quieren. Así esta semana voy a coser el que podría ser el último pantalón de chandal al que le cojo un bajo, y me preparo la maleta pensando en los ojos ajenos que revolverán mis cosas cuando yo haya muerto por lo que no meteré una sola braga que no esté en perfectas condiciones de revista, no quiero dejar un recuerdo de persona dejada o desastrada, ya es bastante con el estropicio que los gusanos harán en mi cara a la que me descuide. Y apuntaré el último abrazo, el último beso, la última mirada a los míos sin decirles que es la última, claro, no quiero apesadumbrarlos antes de tiempo...ni que me tomen por imbécil si finalmente, como espero y deseo, ninguna de mis predicciones se cumple.

Debería también quemar las cartas comprometedoras de vidas anteriores que nada tienen que ver con esta para no enviar póstumamente a mi familia al psicólogo con un montón de preguntas que sólo yo podría responder si me diera la gana y no estuviera más fiambre que el salami ese de rodaja gigante. Y si fuera una gran persona (y estuviera más segura de mi misma y mi capacidad visionaria) tendría que regalar toda mi ropa entre la gente que siempre me la ha envidiado, o darla a Cáritas para evitar que mi recuerdo se quede adherido a un jersey cualquiera y les entristezca cada vez que se lo pongan. Tampoco debería haber comprado lotería de la ONCE para el día 11, es un desperdicio de recursos si finalmente el avión, cualquiera de los cuatro que tengo que coger este fin de semana, se pega la chufa padre. Y es que sí, la verdad, le tengo mucho miedo a los aviones, tanto, que me vuelvo adivina de mal agüero. Menos mal que todavía no se ha cumplido una sola de mis pasadas profecías. Veremos esta vez. Ay, Dios.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

Ropa vieja

Vuelvo de un viaje, uno físico, con barcos y kilómetros devorados, y camas distintas a la mía, con otros desayunos, otros baños y toda la ropa de que disponía en una maleta roja y desvencijada. Ha habido trayectos en coche, casi siempre los mismos, y tiendas que no he visto, y calles conocidas que esta vez no he transitado, y paseos al supermercado para reponer el pan que se acababa o comprar algo para compartir en nuestras meriendas campestres bajo techo.

Pero ese no fue el viaje importante, sólo fue el marco, el envoltorio, lo que un espectador casual y un poco curioso podría haber visto de haberle interesado, una base necesaria sobre la que transitar para poder realizar el verdadero viaje, el que en realidad no puede ser contado, el que no se ve con los ojos de la cara.

He estado en lugares oscuros y ajenos que daban miedo y he salido de ellos asombrada, a veces asustada y, curiosamente, mucho más alta. He visto soles azules que nacían en mi pecho, y una luz amarilla que disolvía mi cuerpo viejo y manido para convertirme en un pez volador de los espacios inmensos. He llorado, a veces de alivio, otras de alegría y unas pocas, cómo no, de pena. He jugado con la electricidad como si fuera una experta, sin saber del todo qué estaba construyendo o si eran peligrosos mis inventos. He visto gente dentro mío señalando caminos que ya no me pertenecen y he intentado convencerlos de que ya tivueron su oportunidad y ahora es la mía, tengo derecho a equivocarme yo solita, y a encontrar el tesoro por mi misma.

Y en medio de toda esta alquimia sencilla e invisible, he encontrado personas creciendo a mi lado, construyendo entre todas un bosque espeso y profundo donde perdernos y descubrirnos y ser libres, donde poder jugar a sentir miedo o a sabernos poderosas. He encontrado a Marta, a Andrea, a Ernestina y su pelo y sus entrañas doradas, a Eva, a Carmen, y a Virginia, la sabia y hermosa Virginia de nuevo, a las madres y las hijas, a mujeres altas y mujeres bajas, algunas con cabellos cortos y otras con melenas indomables, algunas bajitas y otras grandes como faros, todas nosotras tan parecidas y tan distintas, todas juntas por algo, comiendo chocolate como locas, riendo para disolver el miedo, haciendo espacio para el llanto o el descubrimiento (que a menudo van juntos), abriendo burbujas en la vida cotidiana para hacerle un hueco al milagro, a la maravilla de estar vivas, al conocimiento profundo y al juego perpetuo que supone esta suerte inmensa de tener un cuerpo.

Y vuelvo a casa más grande y no sé si me vendrá la ropa que dejé en el armario, ni si sabré calzar de nuevo mis zapatillas de estar por casa, o si los espejos sabrán devolverme el cambio que ha sufrido mi cara. No importa, nada de eso importa, estoy viva y respiro y mi corazón late, y hay brazos que me esperan en el puerto, y casas por barrer, y estoy contenta de viajar, ir y volver, recogerme y crecer. Juego, soy feliz, no se puede pedir más.