lunes, 28 de febrero de 2011

Palabras

He perdido las palabras. He perdido incluso la música que acompaña a las palabras, ese hilo sutil y extraño que sigo para poder escribir. No es que no sienta nada, es que todo desaparece ante la idea de plasmarlo en palabras, se vuelve hueco, opaco, vacío, se vuelve mentira.

Estuve lejos, me confronté con otros cuando estaba débil (a veces no se puede elegir) y perdí mis palabras, Quizá, porque estaba cansada, agitada del viaje, revuelta y perdida como pocas veces, quizá, digo, pensé que las palabras del otro eran mejores, más hermosas, más sabias y mejor construidas, con un fuerte andamio detrás, con seguros cimientos bien razonados. Y razonar no es lo mío.

No soy una persona sabia, no sé mucho de muchas cosas, camino por el mundo como la mayoría, del mismo modo que conocemos la informática a nivel usuario y poco más, o sea, a tientas, dando por sabidas muchas cosas sencillamente porque las escuchamos a menudo, sin poder analizar de verdad qué hay detrás de una frase, de un pensamiento, de una idea, de un gesto extraño.

Pero sí creo que tengo una rara intuición para ver más allá de lo aparente, para escuchar las voces susurradas por los objetos y los ojos, no me dan demasiado miedo los abismos que a otros paralizan obligándolos a mirar hacia otro lado. Es decir, que mi cabeza, que siempre está maquinando sin ningún fundamento, no es mi fuerte, pero mi piel es sabia de algún modo que no sé explicar.

Por eso sé que me equivoco cuando decido que mis palabras no valen, que mi corriente subterránea es liviana y sin sentido, que mi discurso aburrido o manido, repetitivo o muerto. En cualquier caso es el que es, no tengo otro, de momento no tengo otro. Y por eso ahora toca la lucha, la cansina lucha entre lo que sé y lo que mi mente se empeña en contarme, el trabajo de vuelta atrás para reencontrarme, para rescatar una a una mis palabras, las mías, no tan sabias, no tan meditadas, no profundas, no objetivas, palabras enmimismadas, palabras tremebundas y lloronas a menudo, palabras raras quizá, pero las mías.

martes, 15 de febrero de 2011

La tierra del olvido

Hay lugares que viajan en las canciones, lugares en los que estuviste y a los que ya no puedes volver, lugares que ahora sólo puedes rozar con la punta de los dedos, de la memoria, cuando vuelves a escucharlas. Entonces el tiempo desaparece, las células se hacen jóvenes, olvidan lo aprendido y los pies bailan solos. No importa el frío de fuera, ni la lluvia espesa, no importa el ruido ambiente, ni los años, ni los besos, solo la danza, el corazón latiendo fuerte en su caja, la sonrisa, los recuerdos.

Y si te quedas un rato podrás ver cómo se desdibuja tu vida, cómo las aristas desaparecen, cómo se te despeina la melena llevada por el viento, cómo te crecen las uñas, cómo pasan deprisa los días para devolverte al pasado, a la risa, al infarto, a la sorpresa.

Pero los espejismos tienen fecha de caducidad, las burbujas siempre acaban estallando, y te quedas varada en tierra con un regusto extraño en la boca, mezcla de añoranza, de la alegría pasada, y de tiempo encima. También de sapiencia, de indulgencia hacia quien fuiste y ya no eres, de una especie de ternura hacia esa otra que se equivocaba tanto pero que quería tanto y tan mal.

Ha pasado el tiempo, es cierto, y ahora todo está bien, las cosas fueron como fueron y está bien que así sucedieran, fue lo mejor. Pero a veces, sólo a veces, se encuentra una imaginando en alas de una vieja canción qué hubiera pasado si las cosas hubieran sido distintas, o ni eso, tan solo añorando un ratito esos ardores, esos suspiros, esos miedos, esas muertes ciertas, esa intensidad que tiene la vida cuando te lanzas al vacía en alas del amor o del deseo.

jueves, 10 de febrero de 2011

Sol

Hoy todo está en su lugar, incluida yo, todo es perfecto!!! La sensación es maravillosa porque nada pesa, incluso se pueden hacer algunas de esas tareas engorrosas que siempre se dejan para después por aburridas. Hoy estoy contenta del sol que ha acabado saliendo, y de la niebla y el frío de la mañana, estoy contenta de tener cuerpo, de sentirlo moverse, de hacerlo sudar, de habitarlo.

Hoy mi vida me parece perfecta, rara pero perfecta, exactamente la vida que quiero tener, por mucho que no coincida con la idea general de lo que debe ser una vida, o de si está bien gastar así el tiempo que tenemos asignado. Hoy cada cosa encaja, es como cuando tienes que hacer, por ejemplo, una maqueta y cada material que necesitas está ahí, al alcance de tu mano. Y lo martillos están en su lugar, y el pegamento, y los pinceles, y las ganas y las ideas... todo.

Hoy el suelo se ha vuelto esponjoso, cálido, amable, así que no da miedo caerse de ningún lugar, casi lo estás deseando porque imaginas que la sensación de rebotar sin peligro debe ser deliciosa. Y tienes que frenar las ganas de dar saltos por la calle, o de no reirte sola en medio del paso de cebra. Hoy parece imposible que nadie pueda ser desgraciado, hoy parece imposible que yo ayer lo fuera.

Y no tengo la percepción de que me haya desaparecido de delante de los ojos algún velo maligno, es más bien como si siempre hubiera sido así, pertenece a la lógica, al mundo ordenado y completo que nos gustaría vivir, a las cosas de cajón, a lo obvio.

Y me gustaría poder escribirlo de alguna manera, atrapar el recuerdo, la certeza, para revivirlo cuando se me pierda. Porque todo cambia y mañana no sentiré lo mismo, está bien, el mundo es cambio y así debe ser. Pero hoy....hoy voy a disfrutarlo.

Como dice el profe de mi hijo, que no es un profe de religión ni mucho menos, " doy gracias por estar aquí". Así, sin apellidos. Y de todo corazón.

viernes, 4 de febrero de 2011

Un guardián en la noche

Está oscuro, no veo nada, así que me paro para no caerme, para no tropezar y acabar en el suelo. Entonces me doy cuenta de que quizá ya me caí, de que esto que creo la pared es el suelo en realidad, que no estoy apoyada sino tumbada sobre la tierra fría, porque eso sí lo notan mis manos, es tierra.

Si grito reverbera mi voz, sólo yo me contesto repitiendo mi llamada, está claro que aquí no hay más gente y que este es un lugar muy grande, una cueva posiblemente. ¿Pero cuándo entré yo en una cueva, cómo llegué a esta caverna?. No estoy sola, hay una serpiente a mi lado, carne de mi carne, que ser ríe todo el tiempo, que me dice que me engaño, que se burla de mis pasos, que se me pone delante para hacerme caer, que se me enrosca en el cuerpo aturullándome con sus siseos malintencionados, que me dice al oído lo que mas temo escuchar. Pero no puedo arrancármela de encima, siempre regresa, amparada por la oscuridad que nos envuelve.

Recuerdo las voces que me decían "confía, confía" y casi no entiendo las palabras. Pero me agarro a ellas porque son lo único que tengo. Por eso decido confiar en lo que siento: el frío, la humedad, la tierra que tocan mis manos, la oscuridad que se muestra ante mis ojos abiertos pero impotentes. Mi latido nervioso, el sonido de mi respiración, mis ganas de llorar. Por lo menos sé que estoy viva, estoy viva, estoy viva. Porque la vida, el amor, la alegría, están por aquí cerca, en algún lugar que sólo puedo intuir, que me gusta imaginar, pero que no encuentro en esta negra vastedad.

Y como no encuentro la salida decido quedarme quieta donde estoy, sentada y sin moverme, intentando tener los ojos cerrados para no asustarme más, para fingir que fuera hay luz, luz de algún tipo. Y si no puedo agarrarme a nada, si no existe nada ahí fuera, aquí dentro sí hay algo, estoy yo. Y duelo. Algo es algo.

Dentro de lo poco que puedo elegir, sí hay algunas cosas que puedo hacer. Por eso voy a convertirme en un guardián en la noche, ("paciencia, perseverancia, confianza") no planificando nada, esperando realizar el próximo acto de amor, mirando horrorizada la realidad de mi propia muerte, de la pérdida del camino, viendo de frente la verdad por una vez. Duele. Algo es algo.

Y pongo todas mis fuerzas en confiar ("confía, confía, confía"). Confío en que aprenderé. Confío en que, a pesar de estar donde estoy, un día las cosas serán diferentes. Un día mis ojos se habrán acostumbrado al ambiente, o mis oídos aprenderán a captar las distancias por las diferencias de resonancia de mis movimientos, y pueda salir de aquí convertida en una especialista en espeleología con una piel de serpiente en la mano, en una avezada guardiana de la noche, de esta noche oscura del alma.

miércoles, 2 de febrero de 2011

Constructores

Responsabilidad. Quizá todo se reduce a eso, a saber qué grado de responsabilidad tienes exactamente en la construcción de tu propia vida, en saber si es posible encaminar tus pasos en la dirección que deseas o si estás todo el tiempo siendo asaltado por vendavales tremebundos, o baches sin fondo, o caminos forestales que se pierden en la floresta.

Me gustaría saber cómo hizo otra gente, gente de esa que parece tenerlo todo, gente segura de sí y de su camino, si lo tenían todo planeado y lo cumplieron a rajatabla, si tuvieron que sacrificar muchos acompañantes, muchas vidas paralelas que seguro les salieron al encuentro. O si fue más bien todo sencillo porque todo estaba en el mapa, si la cosa se acabó haciendo aburrida por sabida o les alegraba poner una nueva banderita en cada meta alcanzada.

Pero imagino que la mayoría fabricamos nuestra vida sin poner consciencia en ella, haciendo camino al andar, con quizá alguna idea más o menos difusa, más o menos genérica, y dejando los detalles a la mano de Dios. Y así nos encontramos un día con un castillo a nuestras espaldas que no tiene unas hechuras muy claras, o es directamente una aberración arquitectónica, o con puertas demasiado bajas para nuestras aspiraciones, o demasiados muebles que limpiar, demasiada estancias, demasiados gastos, demasiados perros que nos ladran y sin encontrar los calcetines.

Resulta incluso aterrador tener la posibilidad, una posibilidad real, de construir la vida que desearías, la que sueñas cuando te aburres en un atasco, la que lamentas cuando la vida real te da un sopapo repentino que no esperabas. Imagínate delante de todos esos ladrillos, con un enorme pico delante para tirar abajo todos los tabiques que no concuerdan, con montones de argamasa, y tuberías, y grifos de diseño, y ventanales hacia el mar, y árboles esperando que les digas cual es su lugar. Parece emocionante, maravilloso, pero entonces te tendrías que poner a pensar si de verdad esa vida de los momentos bajos no es sólo una vida para eso, para imaginarla, y qué precio real tiene tirar un tabique, y cómo quieres que sea tu casa exactamente. Y no sé a tí, pero yo me quedaría parada, herramientas en mano, mirando todos esos materiales y haciéndome preguntas hasta que mis fuerzas fueran demasiado magras como para emprender semejante aventura.

O no, quien sabe, quizá cometería algunos errores no demasiado graves con los que podría vivir y el resto me saldría bien, quizá encontraría inspiración inmediata, quizá me llevaría el viento y haría una obra digna de admirar, quizá podría ser sin saberlo un Moneo de la vida.

Pero como la posibilidad de partir de cero no existe sólo me queda aprender a vivir con lo que construí sin darme cuenta, y perdonarme las ventanas demasiado pequeñas, y las escaleras inexistentes, y celebrar lo que sin pensar me salió bien. Y decidir, eso sí, si se puede enseñar a los que vienen detrás a construir con criterio, a decidir, a saberse únicos responsables de sus vidas, responsables como no lo he sido yo...¿hasta hoy?