miércoles, 1 de febrero de 2012

Ceguera

"Vuelve a la vida real", me digo, "vuelve a la vida real". Pero hay tanto ruido dentro mío que no distingo nada bien en qué consiste la vida real. Me digo a mí misma, con esa voz que pongo de marisabidilla cuando digo obviedades, que la vida real "es la que se puede tocar, la que se nota con los sentidos". O sea que la vida real es esto: el tacto de los pulpejos de los dedos contra las letras, ahora unos, ahora otros, demasiado rápidos como para registrarlos debidamente, el apoyo de mis manos en la repisa que sujeta el teclado, el dolor de riñones por el exceso de gimnasia de ayer, el sonido fuerte, ahora que me paro a escucharlo, de algún aparato de la casa, y el más débil que proviene de mi propia sangre fluyendo por mi cabeza. Y también la mandíbula apretada, los ojos que quisieran llorar pero no tienen lágrimas, la boca haciendo tonterías por su cuenta y riesgo, la garganta apretada a pesar de no estar trabajando en absoluto, los pensamientos que fluyen por debajo de lo que escribo, fugaces, como los relámpagos o las nubes de tormenta, inaprensibles.

Y todo eso me distrae, es cierto, me devuelve a la vida real, es verdad, a una vida real bastante estrecha, hecha de sótano y ordenador, de sensación física anodina y ligeros dolores varios, todos sordos e insignificantes.

Es más amplio, más grande, mas imponente y casi majestuoso lo que ocurre en mi interior, las olas de nervios, la inquietud, los borbotones de algo desconocido luchando por salir a la superficie, la presión en la cabeza como una olla a punto de estallar...Y el miedo, el miedo sobrevolándolo todo, el miedo sin nombre y sin cara, el miedo porque sí, porque le da la gana, el miedo apretando, apretando, apretando...

¿Como anteponer la vida real, ligera, anodina, a esta otra que me invento y que lo colapsa todo como un cataclismo? Es imposible, por lo menos para una ciega a lo pequeño como yo.

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