martes, 13 de noviembre de 2012

Tiempo de tormenta

Todo parece relajado a simple vista, un remanso de paz familiar, la mujer que lee recostada en el sofá, el marido arreglando el jardín, los niños que se leen cuentos el uno al otro en la terraza. El mar, el horizonte encapotado, la calma, la falta del calor asfixiante de los últimos días. Todo perfecto, todo tranquilo. 

 ¿Por qué entonces anida en el corazón de la mujer que lee con la cabeza en otra parte la sensación molesta de tener una tarea inconclusa, la ansiedad dolorosa de la energía retenida, la falta de aire, las ganas de vomitar escondidas en el fondo del cuerpo? 

 Y si deja el libro y se para a reflexionar, a buscar motivos, pesadumbres, faltas ocultas, no encuentra nada, quizá está demasiado nerviosa para el análisis, quizá la vida lleva demasiado tiempo siendo falsamente plácida, arrastrando bajo la superficie ramas podridas, pequeños huesecillos de peces muertos hace mucho, cadáveres diminutos de los que nadie se ha ocupado. 

 Barrer, pero la casa está limpia de la mañana, o tender si es que hay algo en la lavadora, aunque está a punto de llover. Pero puede que solo sea eso, el reflejo de la lluvia inminente, la anticipación en sus células del chaparrón que se anuncia pero que no ha caído todavía, sólo eso, recuerdos del tiempo de las cavernas en su propio vehículo, el paisaje buscando su eco en su estómago, su hígado, su falta de concentración. 

 Y para despejar al duda quisiera salir a la terraza y comenzar a gritarle a las nubes, insultarlas parar que se enfaden con ella y descarguen su furia, para que lo tenga que ser sea de una puñetera vez, para no continuar transitando esta sensación no terrible pero sí molesta, para que lo que siente el cuerpo no se impregne de todos los pensamientos oscuros que su cabeza es capaz de pergeñar.

 “¡Llueve, puta, llueve!”, se imagina gritándole al cielo como una loca desgreñada, los puños crispados, la garganta abierta de par en par, el cuerpo en tensión, preparado para luchar contra lo que haga falta, contra todo lo que quiera venir de arriba a amenazarla. Y ve con claridad los rayos intentando asustarla, y sus propios gritos contra la tormenta, y la lluvia corriendo por su cara, las gotas intentando cegarla. Y la lucha que se va convirtiendo poco a poco en baile, en negociación, en entrega y rendición, en calma. 

 Pero hay demasiada gente, demasiados niños que no deben ser asustados, y es todo tan tonto, y ella es adulta, y se jode y se aguanta, eso es lo que hacen los mayores, joderse y racionalizar los impulsos, la rabia, el miedo, la sangre, el viento.

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