sábado, 9 de abril de 2011

Encrucijadas

M dejo ir por la escalera, desciendo los peldaños uno a uno, elijo conscientemente cada uno de los recodos que me llevan a donde siempre, seleccionando entre todo lo posible (todo, todo lo posible) sólo aquellas cosas que me apoyan, que me arrastran a donde sé ir tan bien, a donde de algún modo quiero estar.

Porque lo otro, la luz, la vida, la risa, necesitan otras vías, otras trochas, otras músicas que no tengo, requieren esfuerzo y perseverancia, la misma que he estado empleando para hundirme en la miseria, para bucear en esta oscuridad tan profunda. No se improvisa otra vida de la noche a la mañana, en un segundo o con un acto de voluntad.

Así que cuando entra el sol por la ventana, cuando me da de lleno en la cara desde el lucernario del techo, me siento transportada a otro mundo, recuerdo que hay otro camino, incluso puedo imaginar en qué consiste y cómo recorrerlo. Hasta me siento tentada a hacerlo, me gusta esa otra persona que imagino, con la cara llena de sonrisa y los ojos brillantes, con la risa en la boca y el paso ligero.

Pero para llegar ahí hay que ponerse a caminar, para caminar hay que saber dónde empieza el camino, hay que dejar que los ojos se desprendan de lo conocido y comiencen a buscar otros agarraderos, hay que tener la voluntad de aflojar los músculos de la cara y las manos, hay que soltar las piernas, vigilarlas, tutelarlas para que no vuelvan a las sendas que conocen de memoria. Y de momento no tengo fuerzas para ello.

Lo bueno: ahora sí sé que hay otra vía, otra manera, otro camino. Un día no muy lejano me decidiré y caminaré por los campos soleados, en medio de las pequeñas flores silvestres que crecen solas en los pastos, con la luz en la cara y la risa en los labios. Te lo prometo.

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