viernes, 23 de septiembre de 2011

Falsa rubia

Debe estar en alguna parte, debajo de la cama articulada, o en la bolsa negra que mi madre guarda en la taquilla monopolizándola, o en el cajón de la mesita-bandeja. O quizá la tiré sin darme cuenta una de estas noches interminables en la enorme papelera del baño, lo cual, si es cierto, vuelve la cosa totalmente irremediable.

Pero a lo mejor no fue aquí, aunque me parezca lo contrario tengo vida fuera de estas paredes de color crema, lejos de los tubos y los gorgoteos y los asaltos continuos a nuestra intimidad. O sea que es posible que la haya perdido entre la ropa sucia de casa, o que la haya metido por un despiste en un tuperware y la tenga congelada en la nevera. O la dejé escondida sin querer entre la legión de peluches de mi hija, o el mayor se la llevó para enseñarla a los amigos del insti. Pero no creo, me la hubiera devuelto... o me hubiera confesado, dada la gravedad del asunto, que la ha perdido como pierde tantas cosas que a mí me parecen importantes y sin las que él vive perfectamente.

Puede que esté en el bolso, lo he mirado pero ya se sabe cómo son los bolsos, agujeros negros de fondos insondables, sede de las cosas más insospechadas, refugio de objetos pequeñitos y a menudo pinchantes que te sorprenden en cualquier busqueda cotidiana de llaves recordándote que eres roja por dentro, o sea, que tendré que volver a mirar, organizar incluso una misión de cascos azules para que saquen de sus escondrijos a todo lo que coloniza mi bolso sin permiso descolgándome el hombro.

En fin, que desde que todo esto empezó he perdido la cabeza. Mucho me temo que es una cosa suya, que huyendo está intentando soslayar tanta zozobra, tanta incertidumbre y tanta certeza de esas incómodas de mirar. Maldita sea, porque desde que se fue parezco más tonta de lo que soy. Y, si no eres rubia, el glamour se pierde.

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