viernes, 10 de septiembre de 2010

La vuelta a la vida real.

Me encuentro, me imagino, como todos ahora mismo: intentando adaptar poco a poco el paso al invierno, dejando atrás y a trompicones las trasnochadas, las cervezas, los picoteos y las tardes infinitas para el "dolce far niente".

La verdad es que no tengo ninguna gana de volver a la vida real, pero no es algo que se elija, simplemente sucede y te lleva con ello, como un tsunami, así que no tengo más remedio que nadar. Me encuentro entonces de nuevo con mi oficina, polvorienta, llena de papeles, desordenada y curiosamente no tengo una idea demasiado clara de lo que hacía yo aquí durante mi jornada laboral. Es cierto que el mío no es un trabajo al uso, hay que inventarlo cada vez y para mí es como si perdiera los manuales de procedimientos cada vez que cojo unas vacaciones o que la cosa se pone espesa de trabajo.

Sé por costumbre que la rutina acabará llegando (aunque no sepa si era igual a la rutina del año pasado, como digo, me reinvento en cada etapa), por lo que de momento sólo quede resignarse al desorden esperable hasta que todo se normalice. Sin embargo este año por primera vez hay algo que me preocupa y es perderme en la vorágine.

Este verano he creído descubrir algunas cosas importantes para mí (cosas que solo tienen valor de mí a mí, por eso no las cuento), algunos modos de ser y de hacer que no me gustaría perder en el ajetreo de la vida real. Me asusta un poco olvidar todo lo aprendido mientras intento cuadrar mis múltiples agendas (la de estudiante, la de trabajadora por mi cuenta, la de trabajadora por cuenta ajena, la de pareja, la de madre, la de vaga y la de escritora imberbe), me preocupa perderme en el laberinto de las obligaciones cotidianas para aparecer dentro de un tiempo al otro lado del túnel sin recordar quien soy, quien fui, sin recordar lo que ahora sé.

Ayer me decían que hay que fluir con las cosas y estoy de acuerdo. La cuestión, como siempre, es cómo hacer par fluir sin forzar pero sin siluirme en la corriente, para afinar quien soy sin luchar contra las aguas. El dilema eterno, encontrar el justo medio.

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