martes, 8 de noviembre de 2011

Profecía

No suelo hablar de esto porque no me gusta darme pisto pero a veces me pongo premonitoria. Así, de un momento al otro. Se llenan entonces mis ojos de catástrofes posibles, accidentes improbables, muertes estúpidas e inevitables, ausencias perpetuas y dolores eternos. Los pasillos se hacen impracticables de tanto fantasma plañidero como deambula por mi casa, y los soles se vuelven negros, y todo toma un peso que no le corresponde tan sólo porque se convierte en el posible último gesto de mi vida.

Y es que, he olvidado comentarlo, las premoniciones sólo me conciernen a mí misma y, de rebote, a los que me quieren. Así esta semana voy a coser el que podría ser el último pantalón de chandal al que le cojo un bajo, y me preparo la maleta pensando en los ojos ajenos que revolverán mis cosas cuando yo haya muerto por lo que no meteré una sola braga que no esté en perfectas condiciones de revista, no quiero dejar un recuerdo de persona dejada o desastrada, ya es bastante con el estropicio que los gusanos harán en mi cara a la que me descuide. Y apuntaré el último abrazo, el último beso, la última mirada a los míos sin decirles que es la última, claro, no quiero apesadumbrarlos antes de tiempo...ni que me tomen por imbécil si finalmente, como espero y deseo, ninguna de mis predicciones se cumple.

Debería también quemar las cartas comprometedoras de vidas anteriores que nada tienen que ver con esta para no enviar póstumamente a mi familia al psicólogo con un montón de preguntas que sólo yo podría responder si me diera la gana y no estuviera más fiambre que el salami ese de rodaja gigante. Y si fuera una gran persona (y estuviera más segura de mi misma y mi capacidad visionaria) tendría que regalar toda mi ropa entre la gente que siempre me la ha envidiado, o darla a Cáritas para evitar que mi recuerdo se quede adherido a un jersey cualquiera y les entristezca cada vez que se lo pongan. Tampoco debería haber comprado lotería de la ONCE para el día 11, es un desperdicio de recursos si finalmente el avión, cualquiera de los cuatro que tengo que coger este fin de semana, se pega la chufa padre. Y es que sí, la verdad, le tengo mucho miedo a los aviones, tanto, que me vuelvo adivina de mal agüero. Menos mal que todavía no se ha cumplido una sola de mis pasadas profecías. Veremos esta vez. Ay, Dios.

2 comentarios:

  1. que nooooooooooooooooooooo, que ya verás que no se cumplen, pero qué bien que lo cuentes, porque hacer reir y reirse de los miedos es una de las cosas más útiles del mundo mundial. A mí también me pasa eso de profetizar catástrofes, durante una época incluso soñaba con tsunamis devastadores ¡y vivo en Madrid! En fin, que cómo molas, mi Emma

    ResponderEliminar
  2. sí, cómo molo, cómo molo, pero no sé cuánto voy a seguir molando. Spanair...¿tenía que ser spanair?

    ResponderEliminar