viernes, 15 de octubre de 2010

Dance me to the end of love

Hoy Madeleine Peyroux me ha llevado a un extraño país donde sobre todo soy piel, posiblemente el país donde viven Rita Hayworth y todas las femme fatale del cine negro. En este país siempre se mira de abajo a arriba, con la cabeza inclinada, los ojos entornados. Siempre hay una media sonrisa algo inquietante en la boca, y chulería, claro, montañas de chulería.

En este país tan parecido al de siempre, con sus mismos buses, sus mismas lluvias, sus mismas calles y gentes, sólo veo hombres. Y ellos me ven a mí. Es curioso, en este lugar no soy invisible, no sé si porque ellos están oyendo la misma canción que yo (la del título del post) o porque yo los miro primero...y distinto. Nos miramos amparados por el tiempo que marcan los coches en los que viajan, con una intensidad y una claridad de intenciones prohibidas para el viandante. Entonces me gustaría ponerme a bailar como se baila con vestidos ceñidos que llegan hasta los pies, con enormes tacones y movimientos felinos. Me parece que necesitaría una enorme raja en un lateral de la falda para bailar lo que a mi cuerpo le apetece, tanta ese, tanto ocho en hombros y caderas, y alguna sorpresa lanzando una pierna deslizante lejos de mí, despacito, despacito.

Pero como no podía vestirme como las maravillosas mujeres de mirada afilada y curvas peligrosas que vivían en blanco y negro, he hecho una aproximación con lo que tenía en mi armario, más bien una libre interpretación del feeling, de la sensación corporal que este mundo me provoca, lo que ha resultado en un atuendo en gris y negro (como corresponde), pero muy corto y muy macarra. Porque ellas lo eran, no cumplían el estereotipo de la mujer dedicada a su nido y sus polluelos, eran decididas, peligrosas, y a menudo maltratadas por aquellos hombres asilvestrados que pululaban por los años cuarenta ataviados del sempiterno traje y el sombrero (¡qué pena que ya no se lleve, estaban tan hermosos con él!).

Y Si lo pienso bien esta es una tierra que frecuento a menudo, de un modo menos sensual, menos hacia fuera, pero que conozco a la perfección, tengo carta de ciudadanía, no necesito pasaporte. No soy la única, por lo que veo, me parece que por aquí se pasean muchos conocidos de incógnito, como yo. Intentando ser otros, más intrépidos, menos considerados, sin historia, más sexuales y felinos, más peligrosos. Gatos grandes encerrados normalmente en armarios por decisión propia, porque no podríamos vivir tranquilos con tanto animal suelto. Solo que a veces uno necesita estirar las piernas, recordar que está rodeado de piel, que hay calor bajo la ropa, y humedad, y risas, y saliva, mucha, mucha saliva. Uuuummmmmmmm.

3 comentarios:

  1. Voy ahora mismo a escuchar el post. Y sí, seguramente no podríamos vivir tranquilos con tanto animal suelto, pero qué gusto saber que están ahí, que una canción, un gesto, una mirada, los desencadena.

    Magda

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  2. Ay, ¿de dónde es? El post, digo.
    Y tienes muuuucha razón, estaban hermosos con traje y sombrero
    M.

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  3. Es la canción Dance me to the end of love, de Madeleine Peyroux, una canción preciosa, no puedo dejar de escucharla

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