lunes, 4 de octubre de 2010

Regalos

He estado fuera, algo que como excusa para no escribir es algo endeble pero cuela. He estado cerca pero lejos, porque la sensación es que vengo de otro planeta, que fui abducida a otra vida, que fui otra persona durante unos pocos días, alguien que se vestía distinto, pensaba distinto, actuaba distinto. ¿Me gustó? Sí. ¿Se podría vivir toda una vida así? Eso ya no lo sé. Ya sabes, no es lo mismo vivir un sueño con fecha de caducidad que instalarte en él el tiempo suficiente como para conocer todas sus desventajas.

Pero como soñar es gratis (más o menos) puedo visualizarme con una casita frente al mar rodeada por un porche lo suficientemente amplio como para resguardarme de los calores tremendos que se gastan por allí. Unas tumbonas en la azotea para ver las estrellas, un jardín mediterráneo de esos que no tienes que regar. Y silencio. Y pantalones amplios. Y baños de mar desnuda (como todos los demás que viven allí) y puestas del sol espléndidas al borde de un acantilado. Y descubrimientos, y aprendizaje, y breves paseos por el purgatorio, sólo para saber más de mí, y plazas, pulseras, anillos, perros que se bañan en las fuentes, barcos, paseos larguísimos (porque esta mujer abducida allí no tiene coche), y cervecitas en el puerto, y...

Y amigos. Sobre todo una amiga, alguien a quien no esperaba conocer, con quien no esperaba intimar, y que resulta ser...¿mi hermana? Así que nos pusimos a compartir confidencias, y croasanes con nutella (muchos croasanes con nutella, porque a esta mujer abducida allí le gusta el chocolate), y a dibujar tonterías a las tantas de la noche, y a hablar de fantasmas, y comidas, y problemas y risas y libros y música, y...

Me acogió en su casa y me hizo sentir como si estuviera en la mía propia, me regaló unas cerezas con chocolate que estaban de vicio, y una bonita pinza rosa para el pelo, y varios cds música variada, y me prestó su pantalón rojo, y sus botas, y sus calcetines, y un chal maravilloso y calentito que resultó ser marca de la casa. . Y su coche, con el que me recogío del barco y me devolvió de nuevo a él.

Uno nunca sabe cuando la vida va a regalarle algo. A mí me ha dado una amistad preciosa que no me esperaba. ¿Qué más se puede pedir?

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