miércoles, 6 de octubre de 2010

Sin nombre

Hay tristezas sin nombre, esas que no sabes de donde vienen, que no responden cuando les preguntas, a veces invitadas a tu casa por una película, una noticia horrible, una historia que preferirías no haber conocido, o una canción. Si eres de los que necesitan rápidas respuestas para mantener a raya al caos, te dirás que cualquiera de esas fue la causa, y a veces lo es, pero otras no es verdad, sabes que la tristeza fue provocada por ellas pero ya no responde a ellas.

Entonces sientes el corazón hacerse pequeño, pequeño, cada vez más pequeño, hasta que duele...o se pone a arder. La tristeza se siente también en los ojos, un amago de lágrimas que no caerán porque estamos entrenados para eso y, si te fijas bien, en los huesos, que se vuelven más quebradizos, más livianos, más endebles. Quizá cuando una anciana se rompe de repente la cadera en su casa es por un ataque de tristeza incontenible que la obliga a sentarse de golpe, a dejar de fingir fortaleza, a reconocer que está cansada.

La tristeza, cualquier tipo de tristeza, es difícil de bailar, no es como la rabia que pone alas en los pies y en la mandíbula, que nos hace rugir, saltar, golpear, gritar, correr, blasfemar. La tristeza tiene una cualidad anestésica para el cuerpo, no porque dejes de sentirlo sino porque te es difícil moverlo, se resiste al movimiento, sólo le interesan aquellas acciones que lo lleven hacia abajo, hacia el suelo. Si pudiera, un cuerpo triste se volvería líquido, se colaría por los imbornales de las calles, por los huecos entre los ladrillos, se filtraría por la tierra para desaparecer en ella. Por eso es tan difícil bailar la tristeza, por eso es tan complicado deshacerse de ella. Y por eso lloramos con ella, para hacer de alguna manera lo que nuestro cuerpo anhela pero la física no le permite.

Las tristezas sin nombre son incordiantes porque suelen doler pero es un dolor sin etiqueta, inexplicable. Las tristezas sin nombre suelen obligarnos a la impostura porque no puedes caminar con cara de duelo por la calle sin tener una razón, somos así, los motivos, las catalogaciones, las clasificaciones nos gustan, nos tranquilizan, nos permiten imaginar que el suelo es firme. Por eso la escribo, para no traicionarla ocultándola, para exorcizarla, para honrarla...aunque no sepa cómo se llama.

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