miércoles, 16 de marzo de 2011

Espejo

Flotaba en un inmenso espacio negro, dormía quizá. Estaba tranquila, un poco ida, dejando suelta mi mente, ignorándola, sencillamente flotaba tranquila. Y poco a poco apareció una luz amarilla que lo fue inundando todo, una luz que me despertó si es que estaba durmiendo, una luz que me volvió consciente y centrada, serena y tranquila. Y de esa luz apareció una cara, el rostro de una hermosa mujer con el cabello negro muy largo y liso. Me miraba sonriendo y yo sonreí también porque la conocía.

Se acercó a mí y me besó levemente en los labios y me dí cuenta de la falta terrible que me había hecho ese beso. Le pedí sin palabras que me abrazara y se acercó despacio, casi con timidez, la misma que sentía yo, y puso su mano caliente en mi pecho. Yo toqué su rostro con reverencia, acaricié su mejilla, pasando el dedo desde la sien al mentón, reconociendo su cara, maravillada de no haber apreciado antes su belleza, . Ella sonrió más abiertamente y, colocando los brazos en torno a mi cuello, me besó profundamente. Luego se separó de mi ligeramente para mirarme a los ojos, sonriendo siempre, volviendo a poner la palma de su mano sobre mi pecho.

Y de repente noté que estaba tumbada de espaldas en medio de esa luz de paz, con los brazos en cruz, y que en cada una de mis manos tenía una fruta, una naranja quizá, o una granada, y de mi corazón brotaba una planta verde tan etérea que era casi transparente. Sentía tanta paz, tanta alegría, tanta serenidad que me hubiera quedado allí una eternidad. Pero no pudo ser.

Fuimos juntas a la ducha, y todo era igual pero distinto, nuevo, profundo, todo era tan lento, tan hermoso...Y de su mano recordé lo buena que es el agua caliente, y la sensación de estar rodeada de piel, y la maravilla del contraste con el frío de fuera. Y la calma infinita de moverme despacio, de estar callada, las dos solas en medio de una multitud de mujeres charlando, juntas, cogidas de la mano y mirándonos a los ojos todo el tiempo. Y la sensación de liviandad, de alivio que ella me procura con solo mirarme, y la certeza de estar donde debo estar, de que con ella estaré siempre en casa.

Desde entonces esa mujer hermosa me acompaña todo el tiempo, está detrás mío leyendo lo que escribo, me abraza y me consuela, me dice que no estoy sola, que nunca estoy sola. Y sonríe todo el tiempo. Eso y su calor son lo mejor de todo.

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