miércoles, 2 de marzo de 2011

Intangible

Estaba radiante, hermosa con ese abrigo negro de pelo largo que nunca tuvo, el pelo cardado como recién salida de la peluquería, un poco más alta de como era, un poco más grande. Tan brillante...

Nos abrazamos con alegría, hacía mucho que no nos veíamos, pero una vocecita dentro mío decía que algo no cuadraba. Aun así preferí dejarme llevar por el momento, la alegría del reencuentro, sus brazos cálidos, su aprobación a prueba de golpes.

No sé por qué nos encontramos en medio de la calle, al doblar una esquina, pero fue una grata sorpresa. Después de eso no la recuerdo mucho más, debía estar entre toda la familia, el barullo de gente, la tristeza por lo ocurrido, y la pena anticipada por lo que imaginábamos que ocurriría poco después.

Es curioso, cuando sueño con ella siempre sé que es un sueño, y suelo alegrarme mucho porque no la veo desde que murió, un lejanísimo 18 de Diciembre de 1992. Cuando nos encontramos en ese otro mundo intangible solemos reirnos, nos abrazamos, y se palpa entre nosotras una corriente de amor muy especial, vuelvo a ser pequeña entre sus brazos, me sé a salvo de cualquier zozobra, sé que ella no va a juzgarme nunca. Y me encanta vela feliz por tenerme de nuevo a su lado.

Por eso fue extraño, no saber lo que pasaba pero intuirlo, verla tan distinta, una mujer de mundo elegante e incluso sofisticada, algo que a ella le hubiera encantado ser pero que nunca fue. Eso sí, a su manera, era de armas tomar, una especie de pantera amable y desatada, de risa fácil e ira violenta y pasajera. La quería mucho y sin embargo no suelo acordarme demasiado de ella aunque sé que mis células la tienen grabada a fuego. No sé si le gustaría quien soy, seguramente sí, ella me apoyaba en todo, incondicionalmente. La echo de menos, a ella y a su carcajada explosiva y simple.

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