miércoles, 8 de diciembre de 2010

Movimiento

Le pongo las manos en la espalda tal como me han indicado, a la altura de los omoplatos. Su objetivo es mover mis manos, el mío no separarlas de su cuerpo, seguir todos sus movimientos. Es extraño, es curioso también cómo mi ser entero se concentra en esa pequeña parte de mi piel y como a pesar de estar toda yo enteramente en mis manos, no hay tensión, se está cómoda ahí, siendo movida por esa espalda.

Poco a poco sus movimientos comienzan a ser mas audaces, le piden más a mi destreza para seguirlo, al resto de mi cuerpo, que ha de moverse más deprisa, fintar, saltar hacia atrás, girar, agacharse, todo él alerta, vivo, despierto. Y me encuentro de repente absolutamente maravillada de sentir debajo de mis palmas el milagro increíble de un cuerpo moviéndose, la sabiduría infinita que encierra, la facilidad con que lo hace, la grandeza, el peso, la fuerza. Siento cómo sus músculos se mueven como un animal sigiloso viviendo bajo su piel, cómo responden al milímetro a cada uno de sus pensamientos, cómo le siguen sin dudarlo, tan en su propia piel, tan seguros de su propio poder.

Y me maravillo y me extraño de que este milagro, el de un cuerpo en movimiento, sea tan cotidiano y pase tan desapercibido, que no sea capaz normalmente de admirar extasiada los pasos seguros de los hombres por la calle, y el equilibrio endiablado de algunas mujeres sobre zancos imposibles. Y los pasos vacilantes de algunos ancianos valientes luchando con sus propias fuerzas. Y la inconsciencia perfecta de los cuerpos de los niños corriendo, ajenos a cualquier noción de economía energética.

Y miro mi cuerpo, este cuerpo perfecto que me ha tocado en suerte, que me sigue a donde vaya, que me acompaña sin quejarse, que aguanta mis desplantes y maltratos, que me ofrece placeres a cada paso sin que yo me de cuenta, perdida en mis propios pensamientos, este cuerpo que no sé de dónde sale y por qué me quiere tanto, este cuerpo en el que vivo, tan cambiante, tan increíblemente cambiante, tan fiel, tan complejo, tan poderoso, tan simple y perfecto, tan increíble. Estoy aquí, estoy viva, suspiro, es un jodido milagro.

El ejercicio termina y vuelvo a la vida cotidiana sorprendida del viaje que te tenido la suerte de vivir entre estas cuatro paredes. Él se da la vuelta despacio, como si volviera de muy lejos, y me mira:

-¡Guau!- dice.
-Sí, guau- le respondo sonriendo, contenta de que haya vivido el mismo viaje que yo.

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