jueves, 16 de diciembre de 2010

Mudanza

Estoy de mudanza. Se supone que mudarse tiene un significado profundo, que es un momento en el que uno, casi involuntariamente, revisa toda su vida, se da cuenta del paso del tiempo, de cómo acumulamos objetos (y papeles, parece mentira que en plena era informática sigamos acumulando tantos papeles). En una mudanza uno debería sentirse triste, no hay nada como la certeza de no volver a un lugar para que se despierten todas las añoranzas, o perplejo al descubrir en una vieja libreta alguno de esos planes minuciosamente detallados que fueron olvidados más tarde. O releer anotaciones antiguas que siguen reflejando los mismos anhelos de hoy, como si no hubiéramos cambiado nada, como si la vida hubiera pasado por encima nuestro sin dejar marcas.

Yo imaginaba que deambularía por las estancias como un fantasma triste, anticipando la pena de no volver jamás, acariciando las paredes, anotando minuciosamente cada última vez: la última vez que duermo en esta cama, la última vez que me ducho en este baño, la última vez que preparo la cena en esta cocina, la última vez que miro por esta ventana, la última vez que toco a mi amor en esta casa. Me imaginaba también con una cámara fotográfica en la mirada, grabando en mi memoria la disposición ya caduca de los muebles, cómo entra la luz de la tarde en el salón, superponiendo a cada imagen los recuerdos que atesoro en esos mismos lugares.

Pero nada de esto está ocurriendo, o al menos no al nivel que me esperaba, yo, la reina de la melancolía. Básicamente me limito a llenar caja tras caja, apuntando en cada una su contenido, amontono y amontono cosas inservibles junto a otras en pleno vigor, sopeso libros y juego al tetris con ellos para que quepan cuantos más mejor, no estoy haciendo inventario de quien soy, no tengo tiempo, todo vale, todo está bien, todo se viene con nosotros.

Tampoco me estoy desesperando ante lo que parece una tarea titánica, es casi casi divertido empaquetar nuestra...¿vida? para trasladarla no demasiado lejos. Pero ni siquiera se trata de nuestra vida, ni nuestros recuerdos, ni nuestro pasado. Hasta ahora yo más bien había sido una especie de animista moderna, capaz de colocar sentimientos en las cosas más peregrinas, un cucharón, una muñeca rota, una sábana descolorida. Creo que comprendo por primera vez que las cosas son solo cosas, objetos, herramientas esperando ser utilizadas, materiales que forman parte de nuestra vida, sí, pero no son la vida.

Me marcho de casa, emprendo una aventura nueva, me llevo más cosas que los exploradores victorianos en sus epopeyas clásicas. Tampoco es para tanto.

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