miércoles, 26 de enero de 2011

En paralelo

Va con ella a todas partes, la acompaña todo el tiempo, incluso en las cosas más aburridas, más cotidianas, las más normales y corrientes. Ella le va contando lo que ven, le explica el mundo, ríen con los problemas que da manejar una lengua que no es la propia.

El es un hombre hermoso, no a la manera obvia, nadie se vuelve a su paso, es de ese tipo de gente en el que tienes que fijarte dos veces para apreciar su atractivo. Porque lo tiene, ella lo sabe, le ha visto desnudo, y desafiante, y asustado, y enfadado, y obcecado, le ha visto como no ha visto nunca a ningún hombre de su entorno. Y no, no se han acostado.

Cuando está con el se siente otra, se siente por fuera la que sabe que es por dentro, o una de las muchas que ella es al menos, una menos madre, menos despeinada o agobiada, una con una vida digna de ser mirada. Y eso es lo que él hace constantemente, mirar su vida, escucharla sin juzgar, preguntar para que ella pueda explicarse a sí misma de nuevo, para recolocar el pasado y el presente, aunque esta vez en otro idioma. Pero a ella le gusta la dificultad, el tener que buscar cada palabra le ayuda a ser más clara, más concisa, le permite pensar entre frase y frase.

Así le ha contado a él, que la mira con esos ojos de un azul imposible (ojos que a veces parecen cambiar de color, que fingen ser menos apabullantes de lo que son, un reflejo quizá de su personalidad, tan considerado siempre con los otros), le ha contado cosas que no le ha dicho a nadie, se ha permitido lamentos y tristezas que no se pueden enseñar a los que quieres porque les hieres. También le ha explicado los lugares por los que pasan, la bahía, las calles, el colegio, las palmeras, y eso hace que ella misma vuelva a mirarlos con ojos nuevos, que redescubra sus portentos, enmascarados por las prisas y la costumbre.

A ella le gustaría tocarle, contemplar su cara detenidamente, verle sonreír, le gustaría poder parar el coche en cualquier cuneta para mirarle de frente y no sólo por el espejo retrovisor o de reojo mientras conduce. Pero como no puede se dedica a saborear cada una de las inflexiones de esa preciosa voz grave que tiene, de su capacidad para la risa, de sus silencios pensativos cuando la escucha con la cabeza ligeramente ladeada.

Luego llega a casa y él desaparece, o se esconde detrás suyo fingiendo no estar todo el tiempo con ella. Y de vez en cuando le muestra sus ojos en una mueca burlona desde la esquina del salón, o dentro del armario, o al salir del cuarto de baño, y ella se siente confusa, no sabe cómo conciliar esa vida imaginaria con la real, no sabe ni siquiera si está bien tener esa vida de mentira que tanta energía le requiere. Y le gustaría poder convocarlo en sueños, hacer que se le aparezca mientras duerme, en ese mundo donde todo está permitido, donde no tienes responsabilidad ninguna por lo que ocurre. Y allí sí, tocarlo por fin, besarlo y desnudarlo despacio mientras siente su manos acariciando su cuerpo.

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