domingo, 16 de enero de 2011

Mentiras

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No hago las cosas como deben hacerse, esta es la verdad, no voy a negarlo. Pero ¿sabes qué? Dejarlo todo para el último momento, jugar de este modo con el peligro, ponerme pruebas de este calibre, me excita.

Cuando hago esto parezco la misma de siempre pero no es cierto, lo acabo de descubrir al pasar frente a la ventana grande del dormitorio. Porque lo que he visto en el reflejo no ha sido una mujer vestida de domingo casero con el pelo retirado de la cara con una cinta naranja. Allí, al otro lado, estaba yo vestida con un hermoso y ceñido vestido negro, un maquillaje deslumbrante y perfecto y el cabello recogido en uno de esos moños que deberían estar en cualquier museo de arte clásico. Y me he quedado de piedra, claro, me he enamorado de mi reflejo, que es una cosa que me pasa a veces (y a tí, no mientas).

¿Has visto a las polillas emborrachadas por la luz, atrapadas en su propia fascinación? Pues sin ser una polilla ni nada por el estilo (que yo sepa todavía no como lana, aunque me encanta ponérmela encima) me he quedado paralizada por esa mujer que me miraba asombrada. Y he comenzado a moverme despacio, observándome por todos los lados, admirada de mi cuerpo, de mi repentino estilo, de mi clase. No he podido evitar pensar que por fin se me notan los años pasados en un colegio de monjas, que se suponían que me iban a dar una cierta pátina de algo entre candoroso, mundano y provocativo que yo nunca había conseguido tener...hasta ahora.

He chasqueado los dedos y ha aparecido de la nada una boquilla larga de la que he aspirado dos caladas para hacerla desaparecer luego, no quiero quemar las sábanas, que por cierto han ascendido de categoría y ahora son de raso ¿negro? pues no estoy segura de su color, es lo que pasa con el blanco y negro, pero no importa, son tan suaves y tan sensuales que no he podido evitar recostarme lánguidamente sobre ellas para componer algunas sensuales imágenes que es una pena que no esté viendo nadie.

Pero la música se termina y el hechizo se rompe como una burbuja, dejándome tirada en la cama a todo color y con una cierta sensación de ridículo. Y la verdad es que todo sigue como estaba, las mismas dudas, las mismas pocas ganas de habitar la vida real con su montaña de detalles farragosos por solucionar, el mismo trabajo pendiente, la misma sensación de movimiento, de algo que bulle en el bajo vientre (qué eufemismo tan fino). Y es que, como dice Helen Merrill en la canción "Baby I'm not good to you", maybe I'm not good for you , o sea, para mí misma. Mal rollo.

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