miércoles, 24 de noviembre de 2010

Puertas cerradas

He tenido un sueño horrible:

Estaba punto de hacer algo, planeando algo, no recuerdo muy bien el qué, necesitaba mis manos para hacerlo, eran las protagonistas. Por eso me las miraba, satisfecha de tenerlas, de poder abordar la tarea que me había autoimpuesto, que tenía tantas ganas de hacer.

Pero de repente alguien me dijo que mis manos eran demasiado mayores para eso, que lo que pretendía poner en marcha era algo que debía haber hecho hace mucho, mucho tiempo, que ya no me tocaba a mí recorrer ese camino. Y yo volvía a mirarme las manos, y seguían siendo las mismas, la misma apariencia de fortaleza, la misma reciedumbre, los mismos dedos delgados, las mismas uñas, aunque ahora podía advertir levemente el paso del tiempo. Eran más sabias, pero más viejas. Al mirarlas me daba cuenta de que lo que me decían era cierto, no me tocaba a mí emprender la tarea, era para manos mas jóvenes, para manos de mujeres más inocentes, menos experimentadas.

Alguien, ¿la misma persona?, me ponía entonces un cartel sobre las manos: "manos de 60 años". Y no estaba mal, sencillamente el cartel remarcaba la realidad. Y yo me daba cuenta de que eran muchas las cosas que no había hecho en mis 60 años de vida, cosas que ya no era tiempo de comenzar, que habían quedado atrás, que ahora eran otras manos, la manos de mi interlocutora, las que podían, si querían , emprender todos esos retos que yo no había abordado.

Y el sueño terminaba conmigo mirándome las manos, preguntándome sin demasiada amargura, pero con mucha perplejidad, por qué no había hecho todo aquello que ya no era posible, por qué había dejado pasar el tiempo y la oportunidad. Entonces fui consciente por primera vez en mi vida de lo que significa realmente que el tiempo pase, que se cierren puertas, casi pude verlas, todas en fila, una detrás de otra, puertas para otras vidas, otras mujeres, otras manos.

Pero no fue con mis manos con lo que soñé.

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